La Primera Clase – Itaú Cultural

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E t t ore

F ina z z i - A g r ò

cuenta de otros abordajes. Pero de nuevo, creo que ese modo autoritario de imponer a los otros un único sesgo de lectura, así sea connatural a la profesión del docente –siendo en el fondo un elemento inevitable de este trabajo–, tendría que ser siempre “muy moderado”, o sea, que el arbitrio del profesor esté siempre dispuesto a revisión y abierto a la interpretación de los otros. La clase debería ser, de hecho, un lugar de debate y de discusión, un diálogo y no un monólogo, por arduo que esto sea, dados la escasa información y los pocos instrumentos de que disponen los alumnos y dada la timidez típica de muchos jóvenes delante de la figura y del habla (autoritaria) del Profesor (esta vez con mayúscula). Incluso así, a partir de la primera clase, desafiando el vacío y el silencio, la voz del educador tendría que elevarse de la polifonía de un universo cultural que no tiene únicamente un verso, un rumbo claro y una lógica unitaria, esparciéndose, al contrario, en todas las posibles direcciones. Una vez descontada la seriación y/o la repetición de aquello que, siendo “primero”, viene sin embargo después de tantos otros discursos, lo que se perfila, de hecho, es la voluntad y/o la obligación de compartir con los otros la alegría del descubrimiento; aunque ese descubrimiento sea, para el profesor, antigua, ya hecha hace muchos años. Redescubrir, entonces, con los alumnos el(los) sentido(s) de una literatura, o mejor aún, rehacer con ellos el recorrido ya hecho, para llegar a un lugar hipotético o a una hipótesis de lugar, puesto que, allá adonde se llega, no es propiamente un lugar delimitado, sino un claro, aquello que Heidegger definía como el espacio del “abandono” (Gelassenheit). De hecho, incluso siendo fiel a su deber “informativo” y manteniendo su característica “performática” –de nuevo, el arte del saltimbanqui–, una clase debería ser siempre, a pesar de los límites físicos del salón, un espacio-tiempo abierto e intermitente en el cual hacer experiencia del abandono. (Al reflexionar sobre la noción de “abandono”, Jean-Luc Nancy se remonta al origen del vocablo –bandum, band, bannen...– para afir-


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