La Peste

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director hasta el último detenido, estaba condenado y, acaso por primera vez, reinaba en la cárcel una justicia absoluta. Fue en vano que las autoridades intentasen introducir las jerarquías en este nivelamiento, concibiendo la idea de condecorar a los guardianes muertos en el ejercicio de sus funciones. Como estaba decretado el estado de sitio, y, en cierto modo, se podía considerar movilizados a los guardianes, les dieron la medalla militar como homenaje póstumo. Pero, si bien los detenidos no protestaron, en los medios militares no cayó bien la cosa: hicieron notar, a justo título, que podía establecerse una confusión lamentable en el espíritu de la gente. Se escuchó su demanda y se decidió que lo más simple era dar a los guardianes que morían la medalla de la epidemia. Pero en cuanto a los primeros el mal ya estaba hecho: no se podía pensar en quitarles la condecoración, y los centros militares siguieron manteniendo su punto de vista. Por otra parte, en cuanto a la medalla de la epidemia, tenía el inconveniente de no producir el efecto moral que se había obtenido con la condecoración militar, puesto que en tiempo de epidemia era trivial obtener una condecoración de ese género. Todo el mundo quedó descontento. Además, la administración penitenciaria no pudo obrar como habían obrado las autoridades religiosas y, en una escala menor, las militares. Los frailes de los dos únicos conventos de la ciudad habían sido dispersados y alojados provisionalmente en las casas de familias piadosas. También, en la medida de lo posible, ciertas compañías habían sido destacadas de sus cuarteles y puestas en guarnición en escuelas o en edificios públicos. Así, la enfermedad, que aparentemente había forzado a los habitantes a una solidaridad de sitiados, rompía al mismo tiempo las asociaciones tradicionales, devolviendo a los individuos a su soledad. Esto era desconcertante. Es fácil pensar que todas estas circunstancias, unidas al viento, llevaran la idea del incendio a ciertas mentes. Las puertas de la ciudad fueron atacadas por la noche varias veces, pero ahora por pequeños grupos armados. Hubo tiroteos, heridos y alguna evasión. Se reforzaron los puestos de guardia y las tentativas cesaron rápidamente. Sin embargo, bastaron para levantar en la ciudad un soplo de revolución que provocó escenas de violencia. Algunas casas, incendiadas o cerradas por razones sanitarias, fueron saqueadas.

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