Las batallas en el desierto

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Las batallas en el desierto JosĂŠ Emilio Pacheco

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Las batallas en el desierto José Emilio Pacheco

Secretaría de Educación Pública

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Primera edición, 2011

Pacheco, José Emilio Las batallas en el desierto / José Emilio Pacheco. – México : SEP, 2011 62 p. ; 21 × 14 cm ISBN 978-607-496-013-6 1. Novela mexicana 2. Literatura Mexicana – Siglo XX I. Ser. II. t. LC PQ7297

Dewey M863 P514b

Este libro se entrega en el marco de los 90 años del Secretaría de Educación Pública como parte de las acciones de fortalecimiento del Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes, conocido como PISA. Uno de los objetivos de este programa es trabajar específicamente en el fortalecimiento de la lectura y dar continuidad a la etapa siguiente en educación media superior.

Diseño: Teresa Guzmán Romero D. R. © 2011, Ediciones Era, S. A. de C. V. Calle del Trabajo 31, 14269 México, D. F. D. R. © 2011, Secretaría de Educación Pública Argentina 28, Centro; 06020 México, D. F. Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.

ISBN 978-607-496-013-6 Impreso en México • Printed in Mexico

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Querida alumna: Querido alumno: Has concluido el tercer ciclo de tu vida académica. Terminaste tus estudios de secundaria. ¡Felicidades! Probablemente el recorrido no haya sido fácil. Han sido, sin embargo, todas estas vivencias las que poco a poco te han ido preparando para comenzar un nuevo ciclo de tu vida, un ciclo lleno de expectativas, de nuevos desafíos, de nuevos aprendizajes, probablemente de nuevos amigos y de nuevos maestros. Para lograr abrir y cerrar ciclos hay que ir aprendiendo. El aprendizaje se logra de muchas maneras: con experiencias, con estudios, con práctica, con hábitos, con lecturas. Los libros son una de las herramientas más útiles que tenemos para enriquecernos. A partir del momento en que leemos un libro y comprendemos lo que dice, hacemos nuestro ese conocimiento y se vuelve parte de nosotros mismos: nos damos cuenta de quiénes somos cuando un libro nos transforma. Mientras más conocimientos ob-

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tenemos, contaremos con mayor capacidad para generar un punto de vista, una opinión, una manera de pensar que nos hará únicos y nos permitirá contar con una identidad propia al tiempo que nos vinculamos con la familia, con la comunidad, con la sociedad a la que pertenecemos, con nuestra historia. Tienes en tus manos uno de los libros más bellos e interesantes de la literatura mexicana: Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco. Fue publicado en 1981. Es un libro que te habla de México a través de nuestra ciudad capital, que te habla de nuestra identidad y forma de ser, al tiempo que te narra una historia apasionante: la historia de un joven llamado Carlos; su vida, sus sentimientos, su mundo. Tómalo, léelo y disfrútalo. Estoy seguro de que este libro se suma a otros que has leído por gusto y se convertirá en un peldaño más de la escalera de tu vida. Ojalá que este libro se sume a tu biblioteca personal, o con él inicies esa biblioteca tuya que se hará más y más grande en los próximos años. Recibe un afectuoso saludo ALONSO LUJAMBIO Secretario de Educación Pública

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ÍNDICE

I. El mundo antiguo . . . . . . . . . . . . . . .

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II. Los desastres de la guerra . . . . . . . . . .

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III. Alí Babá y los cuarenta ladrones . . . . .

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IV. Lugar de enmedio . . . . . . . . . . . . . . .

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V. Por hondo que sea el mar profundo . . .

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VI. Obsesión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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VII. Hoy como nunca . . . . . . . . . . . . . . .

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VIII. Príncipe de este mundo . . . . . . . . . . .

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IX. Inglés obligatorio . . . . . . . . . . . . . . .

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X. La lluvia de fuego . . . . . . . . . . . . . . .

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XI. Espectros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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XII. Colonia Roma . . . . . . . . . . . . . . . . .

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A la memoria de JosĂŠ Estrada, Alberto Isaac y Juan Manuel Torres, y a Eduardo MejĂ­a

The past is a foreign country. They do things differently there. L. P. HARTLEY, The Go-Between

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I. EL MUNDO ANTIGUO

Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué año era aquél? Ya había supermercados pero no televisión, radio tan sólo: Las aventuras de Carlos Lacroix, Tarzán, El Llanero Solitario, La Legión de los Madrugadores, Los Niños Catedráticos, Leyendas de las calles de México, Panseco, El Doctor I.Q., La Doctora Corazón desde su Clínica de Almas. Paco Malgesto narraba las corridas de toros, Carlos Albert era el cronista de futbol, el Mago Septién transmitía el beisbol. Circulaban los primeros coches producidos después de la guerra: Packard, Cadillac, Buick, Chrysler, Mercury, Hudson, Pontiac, Dodge, Plymouth, De Soto. Íbamos a ver películas de Errol Flynn y Tyrone Power, a matinés con una de episodios completa: La invasión de Mongo era mi predilecta. Estaban de moda Sin ti, La rondalla, La burrita, La múcura, Amorcito corazón. Volvía a sonar en todas partes un antiguo bolero puertorriqueño: Por alto esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar profun-

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do, no habrá una barrera en el mundo que mi amor profundo no rompa por ti. Fue el año de la poliomielitis: escuelas llenas de niños con aparatos ortopédicos; de la fiebre aftosa: en todo el país fusilaban por decenas miles de reses enfermas; de las inundaciones: el centro de la ciudad se convertía otra vez en laguna, la gente iba por las calles en lancha. Dicen que con la próxima tormenta estallará el Canal del Desagüe y anegará la capital. Qué importa, contestaba mi hermano, si bajo el régimen de Miguel Alemán ya vivimos hundidos en la mierda. La cara del Señorpresidente en dondequiera: dibujos inmensos, retratos idealizados, fotos ubicuas, alegorías del progreso con Miguel Alemán como Dios Padre, caricaturas laudatorias, monumentos. Adulación pública, insaciable maledicencia privada. Escribíamos mil veces en el cuaderno de castigos: Debo ser obediente, debo ser obediente, debo ser obediente con mis padres y con mis maestros. Nos enseñaban historia patria, lengua nacional, geografía del DF: los ríos (aún quedaban ríos), las montañas (se veían las montañas). Era el mundo antiguo. Los mayores se quejaban de la inflación, los cambios, el tránsito, la inmoralidad, el ruido, la delincuencia, el exceso de gente, la mendicidad, los extranjeros, la corrupción, el enriquecimiento sin límite de unos cuantos y la miseria de casi todos. Decían los periódicos: El mundo atraviesa por un momento angustioso. El espectro de la guerra final se proyecta en el horizonte. El símbolo sombrío de nuestro tiempo es el hongo atómico.

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Sin embargo había esperanza. Nuestros libros de texto afirmaban: Visto en el mapa México tiene forma de cornucopia o cuerno de la abundancia. Para el impensable año dos mil se auguraba —sin especificar cómo íbamos a lograrlo— un porvenir de plenitud y bienestar universales. Ciudades limpias, sin injusticia, sin pobres, sin violencia, sin congestiones, sin basura. Para cada familia una casa ultramoderna y aerodinámica (palabras de la época). A nadie le faltaría nada. Las máquinas harían todo el trabajo. Calles repletas de árboles y fuentes, cruzadas por vehículos sin humo ni estruendo ni posibilidad de colisiones. El paraíso en la tierra. La utopía al fin conquistada. Mientras tanto nos modernizábamos, incorporábamos a nuestra habla términos que primero habían sonado como pochismos en las películas de Tin Tan y luego insensiblemente se mexicanizaban: tenquiu, oquéi, uasamara, sherap, sorry, uan móment pliis. Empezábamos a comer hamburguesas, pays, donas, jotdogs, malteadas, áiscrim, margarina, mantequilla de cacahuate. La cocacola sepultaba las aguas frescas de jamaica, chía, limón. Los pobres seguían tomando tepache. Nuestros padres se habituaban al jaibol que en un principio les supo a medicina. En mi casa está prohibido el tequila, le escuché decir a mi tío Julián. Yo nada más sirvo whisky a mis invitados: hay que blanquear el gusto de los mexicanos.

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II. LOS DESASTRES DE LA GUERRA

En los recreos comíamos tortas de nata que no se volverán a ver jamás. Jugábamos en dos bandos: árabes y judíos. Acababa de establecerse Israel y había guerra contra la Liga Árabe. Los niños que de verdad eran árabes y judíos sólo se hablaban para insultarse y pelear. Bernardo Mondragón, nuestro profesor, les decía: Ustedes nacieron aquí. Son tan mexicanos como sus compañeros. No hereden el odio. Después de cuanto acaba de pasar (las infinitas matanzas, los campos de exterminio, la bomba atómica, los millones y millones de muertos), el mundo de mañana, el mundo en el que ustedes serán hombres, debe ser un sitio de paz, un lugar sin crímenes y sin infamias. En las filas de atrás sonaba una risita. Mondragón nos observaba tristísimo, se preguntaba qué iba a ser de nosotros con los años, cuántos males y cuántas catástrofes aún estarían por delante. Hasta entonces el imperio otomano perduraba como la luz de

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