Transformar a los hombres

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Dentro de este apartado podemos tomar muchas otras formas de expresión violenta, desde grafitis, bulling, comportamiento predelictivo, conductas incívicas, destrucción del mobiliario urbano, lenguaje soez, oposición a las normas, pertenencia a bandas étnicas... gran parte de estos fenómenos están íntimamente vinculados con la necesidad de conquistar la adultez y la masculinidad de una determinada manera. Es posible que la tetosterona tenga una relación importante con la tendencia a mantener conductas socialmente conflictivas o violentas. Muchos transexuales masculinos explican que, cuando se hormonan con testosterona sienten un aumento de la energía, una irritabilidad superior, etc. El mismo proceso a la inversa es explicado a menudo por transexuales femeninas cuando inician sus tratamientos con estrógenos. Sin embargo, aunque exista una tendencia masculina innata o biológica hacia la violencia ligada a la tetosterona, somos nosotros los que debemos decidir si potenciamos esta predisposición o la minimizamos. Es evidente que la biología, como explica el artículo “What about the boys?” que he citado anteriormente, no puede tomar ninguna decisión política. Por tanto, acceptar que la virilidad siempre será necesariamente violenta es una forma de evitar el ejercicio de la responsabilidad política y social. Actualmente, a pesar de todo, gran parte de la violencia y de numerosos conflictos sociales son una consecuencia nefasta de la ausencia de una identidad masculina alternativa positiva que sustituya a la machista. A pesar de este cúmulo de evidencias, ni la sociedad ni los poderes públicos se han dado cuenta de la importancia del tema y todavía no lo han puesto entre sus prioridades políticas. Debe hacerse.

Otras consecuencias Existen muchas otras consecuencias negativas de este modelo tradicional de masculinidad machista. No entraré en ellas para no alargar excesivamente este texto que desea ser una primera aproximación y me limitaré a mencionarlas muy brevemente: Coste sanitario y menor esperanza de vida. Por hábitos ligados a una malentendida masculinidad, especialmente debida a tabaco, alcohol y estrés. Hábitos que, lamentablemente, muchas mujeres están incorporando a sus vidas víctimas de la dominación simbólica – e inconsciente – masculina. Relaciones personales insatisfactorias. Por la dificultad en conectar con los propios sentimientos y la prohibición a expresarlos libremente puesto que son aspectos tildados de femeninos. Lógicamente esto hace que las relaciones sean áridas y poco enriquecedoras para sus miembros.

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