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La conciencia de que somos llamados y en
EDITORIAL
A dos fuegos
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La función pública es una excelente oportunidad para que los políticos jóvenes demuestren, con sus valores y actitudes, que pueden aspirar a nuevas responsabilidades. Cierto que el escenario presente no es precisamente fácil, ganarse nuevas postulaciones exige haber dado, por lo menos, pasos muy sólidos en la solución de los tres mayores retos que enfrenta la sociedad mexicana: la inseguridad, la impunidad y la corrupción.
Pese a los avances observados, todavía nos falta mucho por lograr; si se convocara a un encuentro con todas aquellas personas que en los últimos dos años fueron víctimas de cualquier tipo de delitos y que a la fecha no se les ha hecho justicia, no nos cabe duda de que la asistencia sería multitudinaria, eso es, ni más ni menos, impunidad.
Pero la impunidad no camina sola, va de la mano de la corrupción, pues corrupción es dar cargos a personas incapaces de desempeñarlos, dilatar el ejercicio de la justicia, liberar a delincuentes confesos por una falla administrativa, seguir pidiendo o aceptando sobornos para agilizar trámites o evitar multas, copar, amenazar o silenciar a los medios de comunicación, y todo esto sigue pasando en Jalisco y en México.
Mientras la impunidad y la corrupción sigan adueñándose de la vida del país, la inseguridad, lejos de abatirse, seguirá creciendo, con ada en que en México todo se puede comprar o por las buenas o por las malas, y no pasará nada.
Por lo mismo, llama poderosamente la atención que los sucesos del 4 de junio en Guadalajara estén siendo analizados por la inmensa mayoría de medios locales y nacionales no como la protesta contra la impunidad en el caso del joven Giovanni, asesinado a manos de la policía, sino como parte de la guerra personal entre presidente de la República y el gobernador del Estado, de ser así, la sociedad estaría, ni más ni menos, como rehén de los intereses políticos de dos personas, sometida a dos fuegos, no para su bene cio, sino en aras de una lucha entre políticos.
Pero, además, el desarrollo de los hechos puede ser la ocasión de transmitir mensajes muy equivocados a la gente, por ejemplo, que para que a una víctima se le haga justicia pronta y expedita debe haber no solo una gran manifestación, sino que, además, debe ésta ser violenta. Así pareció, pues un crimen ocurrido hacía ya un mes, y que permanecía impune, apenas se dio esta lamentable asonada, de inmediato fueron apresados tres de los responsables en dicho delito, ¿por qué no antes?, ¿por qué fue necesario llegar a tan penoso extremo?
Qué pena que a los posibles manipuladores de la protesta se les haya dado tan excelente pretexto, el de la impunidad y la corrupción reales que siguen imperantes.
Por lo pronto, los gastos están corriendo por cuenta de todos, de los policías agredidos y de la ciudadanía, con cuyo dinero habrá que reparar los daños in igidos a causa de una guerra que no fue iniciada por la gente.
La Palabra del Pastor
Cardenal José Francisco Robles Ortega, Arzobispo de Guadalajara
Somos hermanos, no enemigos
Cuando hablamos de la Santísima Trinidad estamos hablando del único Dios verdadero, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este Misterio, tres Personas distintas y un solo Dios, llena toda la vida de la Iglesia y la vida cristiana. Trabaja permanentemente por nuestro bien y nuestra salvación. Dios no es un ser solitario, es un ser comunidad, familia, que ha querido integrarnos a esa vida de amor que posee desde toda la eternidad.
Este Misterio lo captaron los primeros cristianos, que en la acción y predicación de Jesús entendieron que Él era enviado de Dios Padre, que es el Hijo que nos hace experimentar y conocer al Padre, y que ambos nos comunican la presencia especialísima de Dios Espíritu San
to, que nos permite reconocer poco a poco, sin agotar nunca, el misterio de Dios. Trabajan para nuestro bien, por nuestra dignidad.
Hablar de la Trinidad Santísima no es querer resolver un problema matemático, sino descubrir y experimentar en nuestra vida cómo Dios nos muestra, de muchas maneras, que es nuestro Padre, que nos inspira sentimientos de amor, de paz y de justicia con la gracia del Espíritu Santo.
Re exionar este Misterio no nos aleja del mundo, sino que nos motiva a conocer y atender lo que nos está pasando como seres humanos.
Con la pandemia del COVID-19 fuimos conscientes de nuestra fragilidad, de que necesitamos unos de los otros, y experimentamos que esta crisis de salud y sus consecuencias solo la podemos librar unidos y en paz.
Sin embargo, nos hemos dado cuenta de que, de repente, se han presentado en la Zona Metropolitana situaciones tan graves como presuntos abusos policiacos sobre personas, presuntos descuidos de la autoridad para aplicar a tiempo la justicia, dejando en la impunidad diversas acciones, así como acontecimientos vandálicos. ¿Por qué nos tenemos que manifestar con tanto rencor, a tal grado de acabarnos unos a otros? ¿Qué tiene que ver ese comportamiento de división, que nos enfrenta y que nos polariza?
Los que somos creyentes no podemos compaginar la verdad de nuestra fe con la realidad y la aceptación de estos comportamientos. Nos gana la tendencia al mal, preferimos la injusticia a la justicia, la venganza a la reconciliación, el deseo de destruir al otro, en lugar de reconciliarnos con él.
Los que somos creyentes tenemos que revisar qué tan auténtica es nuestra fe, porque si la fe que tenemos no in uye en nuestra vida cotidiana, no es auténtica, no es verdadera.
Ojalá que el misterio más íntimo de Dios, tres Personas distintas que se aman y se complementan infinitamente, ilumine nuestra vida personal, familiar y social, y que nos comportemos como verdadera familia, que nos pacifiquemos, que coincidamos en la búsqueda de la justicia.