Denise dresser el pais de uno (1)

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Porque en todos los casos de corrupción en el “país donde no pasa nada”, no importa la evidencia sino la coyuntura política. La correlación de fuerzas en el Congreso. El calendario electoral. Las negociaciones entre los partidos y sus objetivos de corto plazo. La relación entre el presidente y la oposición que busca acorralarlo. Las conveniencias coyunturales de los actores involucrados. Los intereses de los medios con agenda propia y preferencias políticas particulares. En un contexto así, el combate a la corrupción se vuelve una variable dependiente, residual. No es un fin en sí mismo que se persigue en aras de fortalecer la democracia, sino una moneda de cambio usada por quienes no tienen empacho en corroerla. Las instituciones establecidas se convierten —como diría Louis Mumford— en una “sociedad para la prevención del cambio”. Hay demasiados intereses en juego, demasiados negocios qué cuidar, demasiados cotos qué proteger. Cotos como el que Mario Marín erigió en Puebla y la Suprema Corte intentó desentrañar. 1251 páginas donde la comisión investigadora determinó que el arresto de Lydia Cacho “fue una componenda del gobernador con el empresario”. 1251 páginas que describieron de manera detallada cómo las instituciones se pusieron al servicio del gobernador y sus amigos. 40 personas —procuradores, jueces, comandantes, agentes judiciales—involucradas en una conspiración; en un “concierto de autoridades con el objetivo, no de enjuiciar, sino de perjudicar a la periodista” como lo subrayó la Foja 1137. Evidencia inequívoca que no debió ser ignorada. O archivada y sin embargo lo fue.

Mario Marín. Pero siempre se nos dice que ahora sí, la impunidad terminará. En este sexenio, la Secretaría de la Función Pública —de verdad— actuará. En el gobierno del “México ganador” —de verdad— los juicios políticos ocurrirán. Todos los esfuerzos se encaminan en esa dirección, afirman los vendedores de la inmunidad gubernamental. El gobierno de la República trabaja para ti —anuncian— mientras parece hacerlo siempre para ellos, los mismos de siempre. Los López Portillo o los Salinas o los Cabal Peniche o los Madrazo o los Montiel o los Marín o los Ruiz o los Gamboa o los Bribiesca Sahagún. Desde hace décadas, el gobierno como la explotación organizada, como la depredación institucionalizada. Así se vive la política en México. Así la aceptan sus habitantes. Así se vuelven cómplices de ella. Mexicanos convertidos en comparsas de una clase política que como sentencia el Financial Times, “sigue sirviéndose a sí misma”. Emerson escribió que las instituciones son la sombra alargada de un solo hombre. De ser así, las instituciones confabuladas de México son el reflejo de sus habitantes; de aquellos estacionados cómodamente en el viejo orden de las cosas. Ciudadanos complacientes que contemplan a los corruptos, pero no están dispuestos a pelear para consignarlos. Ciudadanos imaginarios, atraídos por las imágenes de la Patria ennegrecida pero que no levantan un dedo para limpiarla. O para exigir que quienes la gobiernan tengan un mínimo de decencia. Quizá Felipe Calderón entiende lo que el PRI le ha hecho al país y por ello exclama: “Dios quiera y no regresen a la presidencia”, como lo hizo en una reunión reciente. Pero si eso ocurre, tanto él como su predecesor habrán producido ese desenlace al optar por un “pacto de no agresión” desde la elección del 2000. Al suponer que bastaría sacar al PRI de Los Pinos sin modificar sustancialmente su modus operandi. El gran error del PAN ha sido tratar de operar políticamente dentro de la estructura que el PRI creó, en vez de romperla. El gran error del PAN ha sido creer que podría practicar mejor el juego diseñado por el PRI, en vez de abocarse a cambiar sus reglas. El gran error ha sido emular a los priístas en vez de rechazar la manera de hacer política que instauraron.

LA EMULACIÓN PANISTA Y EL SUICIDIO PERREDISTA El PAN lleva los últimos años mimetizando al PRI y copiando algunas de sus peores prácticas en vez de distanciarse de ellas. Los panistas no han sabido combatir con inteligencia al viejo regimen. No han querido en realidad hacerlo. Han cerrado los ojos cuando debieron haberlos abierto. Han esquivado la mirada cuando debieron haberla mantenido atenta y crítica. Han emulado todo aquello que el PAN fue creado para combatir: las dirigencias sindicales antidemocráticas y los gobernadores corruptos y las alianzas inconfesables y el cortejo a los poderes fácticos y los certificados de impunidad y el gobierno como lugar desde donde se reparten bienes públicos. En vez de promover juicios, el PAN ha protegido a los corruptos. En vez de democratizar a los medios ha optado por doblegarse ante ellos. Y por ello Acción Nacional es corresponsable del regreso de lo peor del PRI porque no lo detuvo a tiempo. No lo paró a tiempo. No lo denunció a tiempo. Como ha escrito Jorge Castañeda: “¿Si el PAN va a gobernar como lo hizo el PRI —perpetuando privilegios y empoderando élites y construyendo clientelas— para qué seguir apoyándolo? Ya muchos mexicanos comienzan a pensar, ‘pa’ priístas en el gobierno, pues mejor el PRI.” El PRI tiene más gubernaturas, más recursos, más unidad, más disciplina y más hambre que en la última elección presidencial. El PRI está mejor posicionado para ganar y el PAN ha ayudado a que eso ocurra. En el poder, Acción Nacional pasó más tiempo definiendo cómo repartir posiciones que pensando cómo ganarlas. En lugar de ampliar su base electoral disminuyendo las barreras de entrada al partido, decidió elevarlas. En lugar de hacer política con y para la ciudadanía, se refugió en las burocracias partidistas. El PAN no ha aprendido a hacer política de cara a los ciudadanos. Sigue apostando a la política de pasillos de poder, a las cuotas entre camarillas, a los acuerdos cupulares, a la popularidad presidencial, a los métodos priístas. A formas de actuar y de pactar que evidencian a un PAN —hasta ahora— incapaz de crear e instrumentar nuevas formas de involucrar a los ciudadanos y fomentar su participación. Desde hace más de una década, el reto para el PAN —según sus dirigentes— ha sido ganar el poder sin perder el partido. Participar en la política sin perder los principios. Optar por el pragmatismo necesario o refugiarse en el purismo seguro. Cada vez que el PAN gana la presidencia, padece una crisis de identidad; se enfrenta a un dilema hamletiano. ¿Ser partido en el poder o ser partido que lo critica? ¿Ser


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