inteligencia social

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procedentes de sistemas tan esenciales para la salud como el inmunitario y el endocrino, lo que puede acabar debilitándolos, ya sea durante un instante o incluso, en ocasiones, durante años. El estado emocional activa o desactiva los circuitos del SNS y los del eje HPA generando estrés, en el peor de los casos, y felicidad, en el mejor de ellos. Y dado el poder que tienen los demás sobre nuestras emociones (a través del contagio emocional, por ejemplo), el vínculo causal va más allá de nuestro cuerpo y llega a extenderse al mundo de nuestras relaciones.8 Los cambios fisiológicos asociados a los altibajos aleatorios de las relaciones no tienen, en este sentido, mucha importancia. Sólo cuando esos altibajos perduran durante muchos años pueden acabar provocando niveles elevados de estrés biológico (técnicamente conocidos como carga alostática ) que precipitan la aparición de una enfermedad o empeoran sus síntomas.9 El modo en que una determinada relación influye en nuestra salud depende de la sumatoria de interacciones emocionales positivas y negativas que tengamos a lo largo de los meses y los años. Cuanto más débiles nos hallemos como sucede al comienzo de una enfermedad grave, durante el proceso de recuperación de un infarto o cuando alcanzamos una edad muy avanzada más poderoso es el impacto de las relaciones en nuestra salud. Es por todo ello que el largo y tormentoso aunque longevo sufrimiento de los Tolstoy no refleja tanto la norma como una notable excepción, como aquellos centenarios que achacan su longevidad a los pasteles de nata o al paquete de cigarrillos que se fuman a diario. La toxicidad del insulto A pesar de exponerse a perder el trabajo y, muy posiblemente también, a sufrir un episodio de hipertensión, Elysa Yanowitz se mantuvo fiel a sus principios. Cierto día, un alto ejecutivo de su empresa cosmética visitó la sección de perfumería de unos grandes almacenes de la ciudad de San Francisco y ordenó a Elysa, jefa de ventas regional, que despidiera a una de sus mejores vendedoras. Y todo ello porque, en opinión de ese ejecutivo, la vendedora en cuestión no le parecía suficientemente atractiva o, en sus propias palabras, lo suficientemente interesante . Yanowitz, que no sólo consideraba a la empleada como una auténtica estrella de las ventas, sino como una persona perfectamente presentable, consideró la orden tan injustificada como indignante y, en consecuencia, se negó a despedirla. Yanowitz no tardó en tener problemas con el resto de sus jefes. Aunque la empresa acababa de nombrarla jefa de ventas del año, empezaron súbitamente a reprocharle todo tipo de errores, hasta que se dio cuenta de que estaban preparando el terreno para despedirla. Fue entonces cuando sufrió un


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