Desarrollo Socioafectivo: Educar en y para el afecto

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Nubia y Jaime son padres separados. Su hija Laura va a cumplir 14 años y vive con su madre. Últimamente, las cosas no van muy bien para ninguno de los miembros de esta familia. Hace una semana, Jaime perdió su empleo en la planta donde trabajaba, lo que le ha generado estrés y ansiedad al pensar en la dificultad que en adelante tendrá para cubrir los gastos de la niña y en los problemas que esto le ocasionará con Nubia. Además, el padre de Jaime se encuentra en cuidados intensivos en una clínica donde fue remitido por su precario estado de salud. Por su parte, Nubia está muy preocupada, pues su hija Laura ya no es la misma de antes; sus amigos del barrio y del colegio parecen tener una gran influencia sobre ella y, quizás por esta razón, Laura ha cambiado su forma de vestir, de hablar, de reaccionar en el hogar, ya no ayuda en las labores de la casa y con preocupante frecuencia llega tarde del colegio y no cumple con los horarios establecidos por Nubia, lo que es un problema porque al hablar del asunto Laura alega que esto se debe a que tiene muchas tareas o trabajos para realizar en grupo. La última vez que Laura llegó tarde, Nubia se enojó tanto que le dio dos bofetadas. Ante esta situación, su hija respondió con groserías recalcando que nadie tiene derecho a pegarle. En ese momento, Nubia intentó llamar a Jaime para pedirle apoyo, pero su celular siempre estuvo apagado. Desde entonces, el ánimo de Nubia decae progresivamente mientras que Laura no tiene la confianza suficiente para comentarle a su madre lo que piensa con respecto a sus amigos, la escuela y, sobre todo, lo que siente y piensa de ella misma; así las cosas, día a día hay más distancia entre ellas y la comunicación disminuye. Como se aprecia en este relato, la prioridad es dar una mirada a las necesidades e intereses que los miembros de la familia pueden establecer como parte de su desarrollo socioafectivo, aunque muchas veces estos no se logren identificar como tal. “Nuestra capacidad, o incapa-

cidad, de leer a otros y a nosotros mismos y de usar luego esa información para cooperar y resolver problemas de manera no violenta y creativa determinará el futuro de nuestros hijos”86. Es importante que el adulto de la familia comprenda el valor de aprender a expresar sentimientos, deseos y frustraciones o insatisfacciones, pues solo reconociéndose como persona afectiva y emocional puede avanzar hacia la solución de los problemas. Muchos padres, madres, abuelos y abuelas que aprendieron en el hogar a no expresar las emociones y a pensar que simplemente algunas de estas tienen más correspondencia con otro tipo de contexto, estrato social o género, no tienen en cuenta que “(…) los grandes enfados, los ataques de cólera que en otro tiempo cumplían las funciones de garantizar la supervivencia frente a un peligro físico o real o una situación de vida o muerte, no tienen ya una justificación practica y pueden crear problemas”87.Y es que muchos adultos crecieron pensando que el trato fuerte o rígido es la forma correcta de enseñar, simplemente porque así fueron educados y desconocen otra forma de hacerlo. Igualmente, la construcción histórica y cultural sobre el éxito profesional, heredada desde la idea de progreso, es una excusa para que se exija en los hogares un alto rendimiento de tipo académico, lo que muchas veces lleva a descuidar la necesidad que tiene el conjunto social y el mismo individuo del alto sentido ético, del cuidado eficiente del cuerpo y de la importancia del desarrollo socioafectivo. Las consecuencias de lo expuesto son contundentes. En el presente, día a día es mayor el número de personas insatisfechas con su vida laboral, social o de pareja. El sentimiento de incertidumbre y ansiedad frente a la educación de hijas e hijos hace que muchas veces los adultos de la familia sientan que los cam86

COHEN, Jonathan. La inteligencia emocional en el aula. Proyectos, estrategias e ideas. Buenos Aires, Argentina: Editorial Troquel, 2003. p. 192. 87 PUNSET, Eduardo. Por qué somos como somos. Bogotá, Colombia: Editorial Punto de lectura, 2010. p. 269.

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