LA MISMA VIDA COMO

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Si de lo que se trata es de recordar –porque nosotros somos aquello que recordamos, es decir, somos porque recordamos–, entonces lo que no recordamos tal y como es, no es el pasado. El pasado viene después, sin previa cita ni necesidad de que lo invoquemos, el pasado se está dando y aflorando aquí y ahora; en el presente revivido por sabores, olores, sonidos que vienen acompañados de aquel ser, de aquel lugar y aquel tiempo. Así pues, es el presente lo que no conseguimos atrapar; presente eternamente fluctuante, sin refugios y sin puntos cardinales. El presente, no bien acontece, al momento es reapropiado, interpretado, descompuesto. Así también la vida, nuestra vida multiforme, huidiza y siempre distinta. Pensarlo es emocionante y, a la vez, insólito. Vernos caer en el vacío presente, en la nada misma. Nos quedamos así atrapados en una paradoja que nos causa aún mayor estupor: el tiempo no existe, todo es presente.

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El arte busca la vida, pero también puede perderla en el intento porque está enteramente concentrado en ella. No hay nada más alejado de la realidad que el arte que nos está recordando en todo momento que la vida y el mundo están perdidos el uno para el otro; y no hay nada más subversivo que él, que nos devuelve a la verdadera vida al exponer lo que la vida real y el tiempo global asfixian. Situación paradójica de la que debemos partir para encontrar lo perdido, pero no como objeto perdido, pues lo que se ha perdido está necesariamente perdido para estimular otra búsqueda sin respiro. Tanto el objeto perdido como el lugar perdido no son capaces de procurarnos la energía para el movimiento, para el juego necesario. Toda nuestra filosofía, psicología se organizan en torno a la falta, en torno a la pérdida, en torno a lo negativo. Aquí aparece el deseo, el pensamiento del deseo que siempre ha estado fijo al sujeto. El problema es que estamos en un mundo en el que ya no hay sujetos, tan sólo seres individuados con todo tipo de poderes pero sin el otro. Jean Baudrillard nos recuerda que «la energía se engendra de la alteridad radical, es decir, de la imposibilidad aun de oponer las cosas por pares como lo hacemos en todos los juicios de valor que tenemos, sean políticos, morales, filosóficos y, desde luego, artísticos también»2. Por consiguiente, la energía sólo puede surgir de esa disociación sin esperanzas de salvación.

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Jean Baudrillard, La ilusión y la desilusión estéticas, Caracas, Monte Ávila Editores, 1997, p. 32.


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