Esto fue en la mañana, y hacía poco que había llamado a Melquíades para decirle: —¿Recuerdas lo que me dijiste hace unos días? —Todavía lo tengo presente, señora. —Pues bien. Esta noche, a la salida de la luna, estará en Rincón Hondo el doctor Luzardo. —Yo se lo traeré aquí, vivo o muerto. Ya se aproxima la noche. Pronto se pondrá en camino el espaldero siniestro; pero todavía doña Bárbara no ha logrado descubrir cuáles son los propósitos que con aquella emboscada persigue, ni con qué sentimientos espera la aparición de la luna en el horizonte. Hasta allí, siempre había sido para los demás la esfinge de la sabana; ahora lo es también para sí misma: sus propios designios se le han vuelto impenetrables.