ANTILLAS.
biciosos, y sus quejas repetidas en la corte de España, hallaron en ella un eco favorable. Poco tiempo despues supo Cristóval q u e acababa de llegar un ajente m i nisterial destinado p a r a vijilar su conducta. Colon recibió al principio con entereza y gravedad al enviado de la corle; pero apercibiéndose luego que su presencia dispertaba las quejas de los hombres que habia sometido á la obediencia y que la anarquía a m e n a zaba acabar con la naciente colonia, resolvió volver á España p a r a hacer frente á sus enemigos. Su hermano D. Bartolomé, que le habia acompañado, fué nombrado por él adelamado (teniente-gobernador), y le encargó antes de partir que m a n dase construir u n a fortaleza en la embocadura del Ozama, al sud-este de la isla. Este fuerte debia protejer las minas que su imajinacion veia s i e m p r e llenas de tesoros inagotables. L a nueva fortaleza fué llamada S a n t o Domingo y fué el oríjen de la ciudad q u e llegó a ser el asiento principal de la colonia y que mas tarde debía dar su nombre á toda la isla. La partida del almirante fué la s e ñal de nuevos desórdenes entre los colonos, como tambien d e nuevas persecuciones contra los Indios. Colon á pesar de su enerjía, contenia no sin esfuerzo á los aventureros q u e habian ido á buscar fortuna en aquellas tierras lejanas; pero su hermano no t e nia ni la misma autoridad ni igual firmeza; así es que las m u r m u r a c i o nes estallaron con a u d a c i a , t r a m á ronse conjuraciones y preparáronse serias revueltos. A la cabeza de los descontentos figuraba un tal Roldano, á quien Colon al p a r t i r , habia dado el cargo de alcalde. Este hombre lleno de astucia y de p e r v e r s a enerjía, escitaba las malas pasiones de los c o lonos indisciplinados, representando todos los actos de represion del a d e lantado como otros tantos actos de t i ranía , acusándole de avaricia y de dureza y sembrando por todas parles la calumnia que era acojida fácilmente por los mal avenidos con toda a u toridad.
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Con estos pérfidos medios, pronto obtuvo Roldano una influencia tan considerable q u e apenas conservaba el adelantado algunos partidarios; las querellas se hicieron continuas, m u chas veces sangrientas y la continua discordia impedía el desarrollo de la agricultura y del comercio. Aquel insignificante puñado de h o m b r e s , dividido en facciones, no tenian enerjía s i no para el mal. Los pobres insulares no tardaron en conocer que ningun freno contenia y a á aquellos hombres entregados á sus pasiones. La persecucion de los Indios empezó con nuevo a r d o r , y p e r s e guidos y acosados por los hombres y animales no les sirvieran ya los b o s ques mas espesos ni las cavernas mas profundas para libertarles de la e s clavitud ó la muerte. Sin un freno que les contuviera y obrando cada cual s e gun su capricho ó sus deseos, se dejaron llevar algunos de aquellos a v e n tureros hasta un esceso de crueldad. Desgraciadamente el representante de l a autoridad, sin ser tambien i n ú t i l mente c r u e l , veíase obligado á no poder respetar ni los derechos ni las p e r sonas de los indijenas. Cuanto mas amenazada se veia en la colonia la autoridad del a d e l a n t a d o , mas n e c e sidad tenia de hacerse bienquisto en la metrópoli, y p a r a alcanzarlo no quedaba otro medio sino el de enviar riquezas mal adquiridas ó mercancías que las representasen, es d e c i r , e s clavos. Trescientos indíjenas con tres caciques que envió, llegaron á Cádiz en el mes de octubre de 1496. El c o mandante de aquel convoy escribia que llevaba á bordo una fuerte c a n t i dad de « b a r r a s de oro.» Además, dominado Don Bartolomé por el violento fanatismo de su época, condenó á muerte á varios indios como á sacrilegos, porque habian roto imájenes católicas, Todos estos repelidos actos de severidad habian puesto el colmo á la irritacion de los indíjenas; do quiera se considerasen fuertes p a r a resistir presentaban denodadamente la frente á sus dominadores. Mientras que los Españoles comprometian con escesos de todas clases á