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RENÉ
LUFRÍU
tivo, captura eternidad. El culto de la verdad es, para él, deber y límite. A conciencia jamás lo olvido. Cuando expongo un acontecimiento he tasado su certeza; si ofrece dudas lo abandono, salvo que se produzcan, en su favor, fuertes conjeturas. Pero toda inferencia probable es advertida. Tengo cuidado severo en comprobar la autoridad de las fuentes y autores, aunque, desde luego, no presumo haber obtenido constante victoria. Armado de prudencia excesiva, estudio los materiales a mi alcance. No utilizo sino los que proporcionan conclusiones inconcusas, o, a lo menos, brinden una manifestación sintomática, mas, en este caso, señalo su condición. Los propios documentos oficiales los someto a cauteloso examen. No siempre concuerdan con la realidad, a pesar de ser auténticos. Muchas comunicaciones, leyes, ordenanzas, epístolas, exornadas de rúbricas y sellos, son datos muy relativos, embustes cínicos o solapados que afirman cuestiones que sólo existieron en el papel que las archivan. Bajo las letras visibles hay que descifrar escritura simpática o no leer nada. En la historia colonial de América, esto, que en otras forma excepción, es regla. La simulación, en huena parte, es el espíritu oficial y, en alguna, necesidad del colono; y lo que adopta solemnes apariencias de verdad, suele ser vano artilugio. La heurística y la hermenéutica, obreros eficientes y, aquí, además, celosos vigilantes, tienen procedimientos fecundos que deben usarse de continuo. La interpretación de los hechos la estimo más interesante, más importante que el relato. Un acontecimiento es un signo, sensible o confu-