Cuba. Tomos II y III : crónicas de la guerra : la campaña de occidente (2)

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LA

CAMPAÑA DE OCCIDENTE

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ción del caudillo. El mismo cast'gaba duramente los desmanes de los bebedores. En cierta ocasión entró á caballo en una cantina que saqueaba nuestra gente, y le atizó un par de ramalazos á un coronel que estaba en francachela, celebrando unas botellas de anisado. El Coronel esxclamó sorprendido: "Gene a', qué es esto?, ¡soy yo!"... "Pues coronel, yo creía que usted no era usted, sino un cualquiera regocijado ante el trofeo miserable de un litro de aguardiante: ¡ fuera de allí! y antes desparrame usted el contenido de la caneca". Era muy limpio en su persona, esmerado, pulquérrimo, una dama, si puede caberle este concepto á un luchador de su calibre, pues era amigo del jabón de suave perfume, esclavo del aseo, amante de la ropa fina, del buen corte y de las cosas caras. Se afeitaba diariamente, y se bañaba con fruición todo el cuerpo; su mayor contrariedad era 110 tener ropa bastante para dar satisfacción á la pulcritud, y aunque vestía sencillamente, traje de dril en verano, de tenue casimir en invierno, s'n adornos chillones, siempre estaba elegante y olía á limpio. Su pasión e-a la mujer, todas las mujeres le gustaban mientras no fueran provocativas ó coquetas, pero sentía predilección por las que ostentaban aire sentimental: una joven de tez pálida y acento quejumbroso, le hacía perder los estribos. No cabalgaba muy seguro sobre el corcel de guerra si en medio del bosque alteroso lucía alguna flor pudibunda. Los espíritus suspicaces, no pudiendo hallar en la historia del guerrero ninguna nota desfavorable, han tratado de buscar'a en los móviles de la ambición política, como si la ambición fuera ruindad, ó sentimiento que sólo deben alentar los hombres de ilustre prosapia. Si tal juicio llegara á prevalecer, la gloria sería el premio más irónico que obtendrían los héroes que no tuvieran en su abono el brillo del nacimiento. Cromwell después de haber sido el adalid de una revolución necesaria, 110 hubiera evidenciado sus dotes de gobernante hábil y justiciero, y el pueblo inglés estaría en más de un siglo atrasado, porque las conquistas de aquella sangrienta revolución no hubiera nrecibido el impulso que les imprimió en el poder la mano recia del Protector. En el caso de Cromwell se hallan los grandes estadistas que todo lo debieron á la energía de su voluntad, desde el lustre guerrero hasta la experiencia de las cesas pú-


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