LA CAMPAÑA DE OCCIDENTE
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ción y continuó el tiroteo hasta las doce de la noche. El caserío y toda la comarca quedaron arrasados, pero no se humilló la altivez de los iracundos voluntarios de Cabezas. La gente de Viñales, en donde se sabía el paso de Maceo por el centro del territorio, se organizaba á toda prisa con los elementos propios que contaba en aquella oportunidad, pues la columna que se aguardaba por el embarcadero de la Esperanza, no había llegado aún. En el pueblo se hallaba el general Bernal, atormentado por la inquietud que es de presumir en un militar pundonoroso, que ansia correr al campo del honor, y no cuenta con recursos suficientes. Los voluntarios de Viñales, identificados con el jefe que ejercía el mando militar de la plaza, se sentían dominados por análoga desazón. Maceo, el audaz cabecilla de las hordas insurrectas, se hallaba á dos pasos de Viñales, retando á los defensores de España y arrasando el territorio con sus gavillas de foragidos, mientras los más apuestos soldados de la soberanía española hallábanse arrinconados en las trincheras de la población, cuando era más indispensable mostrar al mundo el fogoso deseo de lidiar en campo raso, frente á frente, con las armas esgrimidas, fusil contra fusil, y machete contra machete. El día tres, al amanecer, Maceo se dirigió á los pinares de San Felipe y Sumidero. Nuestra vanguardia tuvo pendencia con los guerrilleros de Isabel María y con los del Mogote y Cayos de San Felipe. Desde las once hasta las cuatro, se dió un descanso en Pinar de los Cayos; y tras una marcha corta, sin nueva hostilidad, se pernoctó en el asiento de San Felipe. A las siete de la mañana, después de haberse cumplimentado la orden del día anterior, relativa á la destrucción del veguerío de San Felipe, abandonado por sus dueños, se emprendió la marcha para cruzar otra línea fortificada, la de Santa Fe y Murguía, camino de Pinar del Río á Viñales. En los tres días de excursión por aquella zona, únicamente se ventilaron hechos parciales con los voluntarios que defendían el término, y parecía insólito que no se hubiese trabado acción formal con las columnas que solían reforzar la Trocha de los erizos. He.nos indicado que el día dos, no habían llegado á Viñales los refuerzos que aguardaba el vecindario con viva inquietud, los cuales estaban en camino, por el mar, conducidos desde la Ha-