Cuba. Tomos II y III : crónicas de la guerra : la campaña de occidente (1)

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CRÓNICAS DE LA GUERRA

tilentes mientras la tempestad se desataba fuera y se hundían, en un mar de sangre, bajeles y tripulantes. Para hacer frente á la nueva situación militar que iba á desarrollarse tan pronto como el general Wéyler tomase posesión del mando, Maceo concibió el plan de oposición más expuesto á quiebras irreparables. Tres actos ofensivos, á cual más arriesgado: primero, lidiar contra todas las columnas que guardaban la comarca central de Pinar del Río; segundo, abrirse paso á mandobles en donde encontrara resistencia más sólida, y tercero, encaminarse á la provincia de la Habana el mismo día en que Wéyler publicara el bando de su toma do posesión. Ardua era la empresa, y casi insostenible su concepción, en buena crítica militar. El efectivo armado de la división que mandaba Maceo no excedía de 1,600 hombres, y de ese número había que dejar en Pinar del Río alguna fracción, no pequeña, para sostener las posiciones allí conquistadas. No era tampoco de presumir que el general Gómez tuviera un contingente mayor ni en mejores condiciones. Por osado y capaz que fuese el guerrero que concibiera ese plan ofensivo, resultaba impracticable desde el momento en que el ejecutor carecía de elementos tácticos suficientes: ¿cómo iba á ponerse en obra con el corto número de componentes que tenía Maceo? A mayor abundamiento, había que desechar la hipótesis de que el jefe contrario no reunía la capacidad y la intrepidez necesaria para desbaratar el canevás de ese atrevido designio, apenas se le diera desarrollo en el campo de la acción. Al enemigo había que suponerlo diestro y vigilante (siempre es conveniente creerlo así), y que ansioso de volver por el prestigio de las armas, batallaría con decisión á fin de impedir que Maceo hiciera acto de presencia en la provincia de la Habana. Lo más racional era que nuestro caudillo, mientras no contara con un contingente vigoroso y ejercitado, permaneciera en la montaña de Pinar del Río con los destacamentos escalonados para mantener la base defensiva de sus operaciones. Pero en aquel temperamento fogoso no entraba jamás la medida de la prudencia; amante de la gloria y celoso del honor militar, el que había hecho del campamento su domicilio y de la pelea tenaz la ocupación más grata, una vez concebido el designio de estrechar el lance con el adversario, no valían razones de ningún


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