Cuba. Tomos II y III : crónicas de la guerra : la campaña de occidente (1)

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CRÓNICAS DE LA GUERRA

El día 24, estando acampados en San Francisco, se cogió un correo de los españoles con un pliego escrito y firmado por el general Linares, en el que preguntaba al comandante militar de Bahía Honda si conocía el rumbo del grueso enemigo mandado por el cabecilla Maceo. A Linares se le contestó que el general Maceo se hallaba sin novedad en San Francisco y que el jefe de Bahía Honda no podía darle informe más veraz. Pero no cabía duda de que el general Linares trataba de seguir la huella de nuestra columna y acudir en auxilio de Bahía Honda, en la creencia de que Maceo intentaba atacar esta plaza. Incorporado nuevamente Sotomayor á su regreso de Cayajabos, emprendimos la marcha por el camino de Bahía Honda. Llegamos á Castillo sin antecedente alguno; pero los destacamentos que envió Maceo en busca de víveres, sostuvieron escaramuzas en San Gabriel con una columna española, que era de suponerse iba mandada por el general Linares. Se incorporó el teniente coronel Carlos Socarrás con la tropa de Cacarajícara. Maceo se propuso atacar el pueblo de la. Palma, que siempre se distinguió por su espíritu hostil á la causa de la libertad, y encargó á Socarrás que guiara la columna por los lugares más ocultos, á fin de despistar á Linares y á cualquier otro jefe enemigo que estuviera sobre nuestro rastro. En la jornada del día veintiséis hubimos de atravesar un desfiladero muy quebrado, poco menos que intransitable; acampamos en San Ignacio, término de las Pozas. Circulaban noticias de que por la Mulata estaba al desembarcar una expedición procedente de los Estados Unidos, y se aseguraba que el jefe de ella era el general Calixto García. Para cerciorarse de la verdad de estos rumores, Maceo ordenó á Socarrás que se aproximara al litoral en donde podrían adquirirse noticias más concretas. Nada pudo comprobarse entre el vecindario de aquellos contornos, y únicamente se obtuvo la noticia, que después se confirmó plenamente, de que la expedición aludida logró desembarcar en las costas occidentales, al mando de Enrique Collazo. No fueron menos penosas las marchas de los días sucesivos, 27, 28 y 29 de Marzo, por una sierra muy áspera, que parecía interminable, al través de bosques de pinos escuchando su eterna lamentación, por donde no había de seguirnos el


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