Crónicas de la guerra : la campaña de invasión

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LA CAMPAÑA DE INVASIÓN

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rría nuestra columna, para que rompieran las escaramuzas al asomar el enemigo por cualquier paraje: la ocultación allí no era posible. En la forma dispuesta, tan bien combinada como obedecida, todo el mundo prevenido, cruzamos la línea por las inmediaciones de Agiiica, sin tener el menor tropiezo. Como un buque que dobla un cabo proceloso, batiéndole el mar de costado, pero con las alas desplegadas y la tripulación alerta, así bordeamos el punto temible, lamiendo los arrecifes; pasamos á dos kilómetros de distancia del observatorio de Martínez Campos. El sol iba al ocaso cuando perdíamos de vista la silueta de Colón. En el ingenio Flor de Cuba (si los prácticos no equivocaron el nombre del sitio) hizo alto toda la columna con el intento de pernoctar allí, y ver la manera de orientarnos .para la ruta del día siguiente, y adquirir informes sobre la situación de las fuerzas enemigas; pero los silbatos de una locomotora, que en aquellos momentos llegaba á la estación más inmediata al lugar, avisando la proximidad de los españoles, ó indicando al menos un rumbo probable, nos hicieron desistir de aquel propósito, en mala hora por cierto, porque ello fué causa poco después de un grave trastorno que pudo traernos fatales consecuencias. La segunda línea férrea, o sea la que parte de Colón á Cárdenas, tocando en Retamal y Altamisal, no estaba lejos del sitio donde se hizo alto; y Maceo, en vista de los informes que le dieron los prácticos, se determinó á cruzarla, pero reconociendo antes el paradero del ferrocarril en el que había sonado dicha locomotora; reconocimiento que efectuó personalmente, acompañado de algunos oficiales. Con la obscuridad de la noche y las interrupciones sufridas á uno y otro lado de la vía férrea, nuestra columna quedó partida, y de tal modo, que al volver el general Maceo mandando seguir marcha, una de las dos fracciones tomó por camino distinto, á lo cual contribuyó indudablemente el cansancio de la tropa que durante la espera se quedó dormida, y tal vez el natural temor de algunos oficiales que por no oír una reprensión de Maceo (conociendo su temperamento, en ocasiones demasiado desabrido para con sus ayudantes), no trataron de indagar la situación en que quedaba la retaguardia y una parte del centro, limitándose á repetir la orden de Maceo: ¡Silencio y siga la marcha! El percance no


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