BREVE ANTOLOGIA DEL 10 DE OCTUBRE
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de las reformas estaban en el interés bien entendido de la Metrópoli. Fué en vano. Era setiembre de 1868. Isabel de Borbón se refugiaba en Francia. En Cádiz se escribía por segunda vez, después de cuarenta y seis años un programa de libertad; pero la ley de hierro a que vivían sometidos los cubanos no sufrió por eso alteración alguna; el telégrafo se apresuró a anunciarlos: nada para ultramar, dijeron los libertadores de la península; aun los que menos esperaban de España experimentaron un estupor profundo. Aquella aurora de la nueva era seguía siendo para nosotros la noche. Se había agotado el sufrimiento. Dudábamos en La Habana qué senda había de seguirse entre las que señalaba la indignación, cuando se oyó en la calma sepulcral de la tiranía el grito valeroso de los patriotas de Oriente. La voz sublime de independencia, como el acento de un formidable clarín, llamaba al combate a los desesperados hijos de Cuba. Se repetía entera, sin vacilación y sin temor, la célebre proclama de la revolución francesa: ''Libertad, igualdad, fraternidad, justicia o la muerte."