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2 La sociedad griega estaba dividida en diferentes grupos sociales, por ejemplo, en Atenas los ciudadanos (todos los nacidos en Atenas) estaban divididos en dos grupos, la nobleza y el pueblo; las otras clases sociales eran los metecos, extranjeros que vivían en Atenas y carecían de derechos políticos, y los esclavos, que trabajaban en las minas, los talleres, el campo o en los barcos como remeros y carecían completamente de derechos. En Esparta, los grupos sociales eran los aristócratas, que tenían el control político, y los periecos, integrados por artesanos, comerciantes y campesinos libres, y los esclavos, quienes vivían en condiciones miserables.
Escultura de Atenea, la diosa de la razón o de la sabiduría.
La democracia griega En las democracias de las ciudades-estado griegas todos los ciudadanos tenían voz y voto. Existía un consejo que gobernaba; una asamblea popular, formada por todos los ciudadanos, y tribunales de justicia, que aplicaban las leyes. Pero no todos eran ciudadanos, la mayor parte del pueblo, formado por esclavos y mujeres, no tenía ningún derecho político. En Atenas, la mayor de las ciudades-estado griegas, sólo podían votar aquellos ciudadanos que hubieran nacido en la ciudad. Pericles (495-429 a.C.) fue un político y orador ateniense, recordado por llevar a Atenas a su mayor esplendor cultural y artístico, ya que bajo su mando, la ciudad se convirtió en la capital de la literatura y el arte. A continuación lee el discurso de este orador: Tenemos una constitución que no envidia las leyes de los vecinos; somos más bien un patrón a seguir y no imitadores. Nuestra administración favorece a la mayoría, no a pocos; por eso la llamamos democracia. Nuestras leyes otorgan a todo el mundo la igualdad de derechos en los conflictos. En cuanto a posición social, el ascenso corresponde a reputación de capacidad, y no se permite que las consideraciones de clase social interfieran con el mérito: tampoco la pobreza obstruye el camino, pues si un hombre es capaz de servir al Estado, no se lo impide la oscuridad de su condición. La libertad de la que gozamos en nuestro gobierno se extiende también a nuestra vida cotidiana. Ahí, lejos de ejercer una celosa vigilancia de unos sobre otros, no sentimos que debamos enojarnos con nuestro vecino porque hace lo que le gusta. Citado en Robin W. Winks, Historia de la civilización, de la Prehistoria a 1647, vol. 1, México, Pearson, 2000, p. 35.
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