El mayor regalo Laura Martínez Belli
Guillermo pensaba que leer era aburrido. No podía entender cómo podía uno dejar de jugar para agarrar un libro y sumergirse en un silencio absoluto en donde sólo había letras y letras. Algunos libros ni siquiera tenían dibujos. Él prefería jugar futbol o —si había suerte— jugar con la consola de su amigo Diego. Por más que don Eulalio, su profesor de español, intentara convencerlos de que leer abría ventanas a mundos infinitos, él sabía que aquello era pura charlatanería de profesor de letras. No podía haber nadie —pensaba— que prefiriese estar sentado con un libro. Guillermo sólo se sentaba para ver televisión, y eso cuando terminaba de jugar con los videojuegos. Hasta el día en que no tuvo más remedio que leer un libro. Don Eulalio les mandó de tarea hacer un resumen de un cuento, el que fuera. No tenía que ser extenso, ni clásico. Y Guillermo, ingenioso como era, pensó bajarse la tarea de algún blog de internet. Un simple “copiar y pegar” le bastaría para luego hacer otras cosas de su interés. Navegó durante un buen rato entre un montón de páginas sobre libros, con tan mala suerte que ninguno venía resumido. Se enunciaban varios títulos, pero sólo con la foto de la portada, a modo informativo. Para descargar: nada. La tarde avanzaba de
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