Español Lecturas 5o. Grado

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Caminaban una cuadra que les pareció muy larga. Valiente jadeaba, traía el hocico abierto, tenía sed. Enrique le ponía la correa, tiraba de él, casi lo llevaba a rastras. La Trenzas abría su bulto, sacaba una botella de agua. Pedro desanudaba su bultito, sacaba el plato hondo, lo ponía en el piso. Le daban de beber a Valiente, se bebía el agua a lengüetazos rápidos. Pedro y la Trenzas volvían a hacer su atadito con el pañuelo. Seguían caminando, pero, apenas pasar la siguiente esquina, les daba hambre y se paraban. Ponían en la banqueta sus pañuelos, sábanas y mantelitos, los abrían, buscaban entre sus triques, pero nadie traía nada de comer, ni siquiera la Trenzas. Unas señoras se les acercaban, y les compraban vasos, cepillos de dientes, cucharas, peines y calzones; una de ellas les pagó con un billete, las demás con monedas. Un señor de camisa de rayas color naranja les compraba todos los cuchillos, les pagaba con dos billetes. Una joven venía y le daba a Valiente cueritos de pollo en el plato hondo de Pedro. Después, se llevaba el plato, dijo que “a lavar”, pero ya no volvió. Con los triques que les quedaban, Pedro, Pablo, Enrique, Carmen, la Trenzas y el Brincos se adornaban. Carmen doblaba los tenedores, se los acomodaban en los cinturones y los zapatos, se ponían los platos sobre las camisas, deteniéndoselos con sus pantalones, y se amarraban sus trapos en las cabezas o en los hombros, como capas o sombreros. —¡Somos los caballeros bondojitos! —se ponían a gritar, nomás porque les gustaban esas palabras. Enfilaban de vuelta hacia su cuadra. En el camino, se les unían otros amigos, y también los hermanos Carrión, que nunca se habían llevado con ellos (eran también mayores, como el rey Julio, unos creídos 48

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