El libro de los condenados fort charles

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Otro dato: el extraordinario año de 1883. Según una traducción de un periódico turco, publicada por el London Times (6), cayeron en Scutari, en Turquía, el 2 de diciembre, copos o partículas de una sustancia blanca como nieve, «pero de sabor salado y soluble en el agua». Miscelánea: «Una materia negra y capilar», el 6 de noviembre de 1857 en Charleston, Carolina del Sur (7). «Pequeños bloques quebradizos y vesiculares, grandes como guisantes o avellanas», en Lobau, el 18 de enero de 1835 (8). «Una esoecie de salitre cristalizado, de sabor azucarado, caído en plena tormenta» en Peshawar, India, en Junio de 1893 (9). Supongo que los peces de las grandes profundidades han recibido también cenizas en la nariz. Y por poco subyacente que sea su territorio a las lineas marítimas Cunard o White Star, tienen todas las posibilidades para seguir recibiéndolas. Aunque no concibo una encuesta de este género en los dominios de los peces de las grandes profundidades. Cuando el reverendo James Rust recibió en la nariz la seguridad de que las escorias de Slains eran escorias de fundición, fue en vano que intentara entrelazar una encuesta. Y cuando se señaló desde Chicago que, el 9 de abril de 1879, habían caldo escorias de hierro del cielo, el profesor Bastian declaró en una forma «absolutamente taxativa» (10) que este producto de fundición «no había abandonado sin duda jamás el suelo». «Un examen químico de los especímenes --añadió-, muestra que no poseen ninguna de ías características propias de los verdaderos meteoritos.» Aún y siempre la universal ilusión, la esperanza y el desespero de la tentativa positivista, imaginándose que pueden existir criterios reales o características distintas de algo, sea lo que sea. Si alguien pudiera probar, y no suponer, como el profesor Bastian, que acaba de definir las verdaderas características de lo que sea, o localizar, o lo que sea, la realidad, realizaría el descubrimiento por el cual trabaja todo el cosmos. Sería transportado, como lo fue Elías, al Positivo Absoluto. Más tarde veremos «el verdadero test de las materias meteóricas», que se tomaba antiguamente por un absoluto, disiparse entre nubes. El profesor Bastian explica mecánicamente, en términos del reflejo usual a todos los informes de sustancias malvenidas, que, cerca de la escoria de hierro, unos hilos telegráficos habían sido golpeados por el rayo, y que las partículas de hilo fundido hablan caído cerca de las escorias, haciendo creer en una caída. Pero, ¿no cayeron acaso, si hay que creer al New York Times del 14 de abril de 1870, dos buenos quintales de esta sustancia? En Darmstadt, el 7 de lunio de 1846, Greg informa de una caída de «escorias de hierro ordinarias» (11). En 1885, se encontró una gran piedra en el interior de un árbol, en Battersea Fields (12). A veces se encuentran balas de cañón incrustadas en los árboles. Esto no provoca ninguna discusión: parece extravagante que alguien quiera agujerear el tronco de un árbol para ocultar en él una bala de cañón. Lo mismo ocurre con la piedra de Battersea. ¿Qué se podría decir de la misma sino que cayó a toda velocidad y que se incrustó en el interior de un árbol? Sin embargo, la discusión fue considerable. Porque en el pie del árbol, como desprendidas de la piedra, se encontraron fragmentos de escorias férricas. Y guardo en reserva nueve casos completamente idénticos. Cenizas, escorias de hierro y carbonilla. Ustedes no creerán jamás, y yo tampoco, que hayan podido provenir de enormes superhornos aéreos. Así pues, examinemos soluciones más aceptables. Para las cenizas, la dificultad es considerable, visto el gran número de caídas de cenizas cuyo origen (volcanes o incendios de bosques) es puramente terrestre. Supongo que uno de mis grandes intentos es probar que, en la cuasi-existencia, no hay nada que no sea absurdo -o intermediario entre la absurdidad absoluta y la verosimilitud final-, que todo lo que es nuevo es aparentemente absurdo, que se convierte, ante el orden establecido, en el absurdo disfrazado. Y que, finalmente, transcurrido un tiempo, vuelve al absurdo. Todo progreso avanza de lo escandaloso a lo académico o a lo santificado, después vuelve a lo escandaloso, modificado siempre por una tendencia a acercarse más y más a la verosimilitud. A veces la inspiración me falla, pero creo que en el presente estamos acostumbrados a la unidad de la totalidad, y que los métodos de la ciencia para mantener el dominio de su sistema son tan insoportables como las tentativas de los condenados para volver a introducirse en ella. En el Annual Record of Science (13), se dice que el profesor Daubrée atribuyó la caída de las cenizas de las Azores al incendio de Chicago... No hay elección entre los salvados y los condenados. La ausencia de cola hendida no es más que aparente entre los ángeles. Y aunque sea de mal gusto golpear a un ángel por debajo de la cintura, el ultraje de Daubrée fue rápidamente revelado: el redactor del Annual Record, volviendo a la carga en 1876, consideró como «ridículo el sostener que las cenizas de Chicago hayan podido caer en las Azores.» Un periódico de Kimberley (citado por Nature, 10 de enero de 1884) anunciaba que, a finales de noviembre de 1883, un chaparrón de materia cenicienta cayó sobre Queenstown, en Africa del Sur, bajo la forma de bolas minúsculas, blandas y pulposas, pero susceptibles, una vez secadas, de convertirse en polvo al menor contacto. Sería usualmente absurdo atribuir esta sustancia al Krakatoa y, sin embargo, la lluvia fue acompañada por fuertes detonaciones. Pero no quiero pasar revista a todas mis notas sobre las caídas de cenizas. Si las cenizas planearan por encima de los peces de las grandes profundidades, los barcos de vapor no serían por ello responsables. Cenizas, escorias de hierro, escorias o carbonilla, son materias ambiguas. Pero las caídas de carbón parecen ser la obra del gran sacerdote de los condenados. «Análoga al choque en todos sus puntos» (14 a) tal es la sustancia que se precipitó el 24 de abril de 1887 en el departamento del Orne, en Francia. Y cerca de Allport, en Inglaterra, en 1827, «una especie de carbón de madera», expandiendo una viva luz, se abatió con gran ruido en un campo, si hay 25


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