tierra sin heroes

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Tierra sin hĂŠroes Abel Bri

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Notas previas Tierra sin héroes es una novela que refleja una temática que he tenido muchos años en mente: la violencia, la delincuencia, la maldad y la injusticia. Estos son aspectos de la vida que siempre acaban encontrándonos, queramos o no. Así, en esta novela intento hacer una reflexión y proponer al lector que medite sobre la sociedad en la que vivimos. Es conveniente abrir los ojos y mirar lo que está pasando en la calle, a nuestros vecinos, amigos, familiares, a nosotros mismos. Asimismo, me preguntaba si realmente existen o quedan héroes en nuestra sociedad, quiénes son, qué hacen. Y lo curioso es descubrir que una misma persona puede ser un héroe y un criminal, según quién la mire. ¿Hay criterios objetivos? ¿Cómo valorar si una buena persona deja de serlo al cometer un crimen? ¿Qué actos nos definen? ¿Cuántos actos nos determinan? ¿Desaparece la persona bondadosa que había sido antes? ¿O nunca había existido?

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Índice 1. Desapercibido...............................................................................................6 2. La ira...........................................................................................................13 3. Recuerdos...................................................................................................22 4. Primeros pasos............................................................................................27 5. Tierra sin héroes.........................................................................................37 6. Palabras y encuentros.................................................................................44 7. Alcohol, mujeres y otras distracciones.......................................................52 8. Decisiones al respecto................................................................................59 9. Sin marcha atrás..........................................................................................65 10. Afinando el olfato.....................................................................................72 11. La red de pescar........................................................................................81 12. Periodismo puro y duro............................................................................86 13. Salida nocturna.........................................................................................94 14. El hilo conductor....................................................................................105 15. Oleada de asesinatos...............................................................................112 16. Saetas de Kamadeva...............................................................................125 17. Histeria ficción.......................................................................................144 18. ¿Opinión pública?...................................................................................152 19. Violencia, sangre y sadismo...................................................................159 20. El baile de la serpiente............................................................................178 21. Cambio de planes....................................................................................194 22. El rastro y las huellas..............................................................................209 23. Encrucijada.............................................................................................213 24. Desde la ventana.....................................................................................225

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1. Desapercibido Se hallaba sentado leyendo el periódico de la competencia. Aún era temprano y dejaba discurrir el tiempo antes de hacer la visita al Juzgado. Uno de sus compañeros se acercó y le cedió un folio: —Ten, Paco, acaba de llegar el parte de sucesos. Lo cogió de mala gana y sustituyó la lectura del diario por la del fax. Agarró su rotulador rojo y fue señalando. (Miércoles 12 de febrero de 2003) Hora: 22:00 Varias personas protestan por la música demasiado fuerte del vecino de la octava planta derecha. Dos agentes de la Policía Local se personan en el lugar, le piden que baje el volumen, el propietario se muestra violento pero accede. (Jueves 13 de febrero de 2003) Hora: 13:00

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Denuncian que un perro mata a varios animales de granja en una finca. El propietario de los animales culpa al doberman de un vecino.

Sigue leyendo, no encuentra nada parecido a interesante. En su mente se repite el mismo sonido "bla, bla, blah" con una hache aspirada al final denotando cierta repugnancia. De repente, humm, esto sí puede ser interesante. —Perdona, Ricardo, escucha esto: Dos basureros informan a la Policía Local que al descargar el contenido de su camión en la planta residual aparece el cuerpo sin vida de un hombre. El juez se persona al lugar. El análisis del médico forense identifica el cuerpo y las causas de la muerte. El fallecido era un aparcacoches que murió aplastado por la máquina prensadora del camión. —Bien, ya tenemos algo, llama a quien sea y confirma lo que pone en el fax, que te lo amplíen un poco. Si buscas más datos lo podemos meter en un suelto, o incluso buscar alguna foto y darlo a media página. —Buenos días. 7


—Buenas.... —contesta el camarero mientras extiende tomate sobre una tostada —tu colega está por ahí dentro. —Vale tío ¿tienes el periódico por ahí? —Sí, está en esa mesa ¿Te voy poniendo un cortado? —Vale y ponme también una tostadita como la que estás preparando. Agarra el diario y camina hacia el interior de la cafetería. Un hombre joven finge mirar el televisor, pero en realidad su mirada va hacia las dos muchachas que desayunan en la mesa de enfrente. —¿Te has dormido Pedro? —¿Pero qué dices, hombre, todavía es temprano? —¿Temprano? Yo ya he terminado de desayunar... —Si se le puede llamar desayuno a la mierdecilla de croasant que te tomas siempre. —La línea, hay que mantener la línea, no la curva. Pedro se puso a ojear los titulares. Mientras tanto su mente seguía en la conversación.

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—Por cierto, Rodrigo, ayer me crucé con Eva. —¿Qué Eva? —Pues tu Eva, ¿qué Eva va a ser? —Ammm, ¿y qué? —Nada... estuvimos un rato hablando. Me preguntó por ti, dice que hace tiempo que no os veis. También me dijo que el sábado estuvo en Pachá, no sé qué fiesta había. —Creo que era una fiesta remember, la oí anunciar en la radio. No nos perdimos gran cosa... Pedro seguía pasando páginas sin que nada llamase demasiado su interés, urbanismo, medio ambiente... —Hey, Rodri ¿has leído esto? —¿El qué? —Un indigente muere aplastado en un camión de basura. El fallecido dormía dentro de un contenedor y lo introdujeron en el vehículo junto a los deshechos. —Vaya, eso sí es una muerte dolorosa.

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—Y que lo digas... mira, aquí dice que ese tío solía hacer de aparcacoches. Pues... qué quieres que te diga... no lloraré su muerte— sentenció. —¿A qué te refieres? —Joder, estoy hasta los huevos de esos aparcacoches. Encima del dinero que hay que pagar por dejar el coche en zona azul, hay que darles también unas monedas a ellos... creo que hasta me alegro de que haya muerto, hace falta una buena limpieza. —¿Eso crees? ¿En serio? —Desde luego, aunque mucha gente tenga miedo a reconocerlo, es lo que piensan todos, ya no se trata de una limpieza étnica, lo que hace falta es una absoluto exterminio clasista. —Puede que tengas razón... aunque cualquiera que te escuche hablar te va a tomar por un nazi o un facha. Bueno... a ver si llega ya mi tostada, se nos hará tarde. Pedro llevó a su amigo en coche hasta el centro, había dos “gorrillas”, uno de ellos, el más escuálido, le indicó dónde dejar

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el vehículo. Pedro sacudió la cabeza rechazando la oferta. Continuó unos metros y se detuvo a doble fila. Rodrigo descendió y se dirigió a pie hasta la oficina de Correos. Pedro continuó en coche hasta el polígono industrial. El aparcacoches se acercó a Rodrigo. —Eh tú, amigo... ¿me puedes prestar unos céntimos? Rodrigo le clavó la mirada. —Déjame en paz. Y continuó su camino. El aparcacoches volvió a su terreno, miró a su compañero de oficio. —Qué mala hostia tiene la peña de buena mañana. —Ya ves... —Oye, ¿tas enterao de lo del Piedra? —¿Qué le ha pasao? Llevo días... llevo días sin verlo... —Pues que se le habían acabao las noches en el albergue, no tenía donde meterse y hacía frío y el muy burro se ve que se metió a dormir la mona en un contenedor de basura, los del 11


camión no vieron que estaba dentro y lo cargaron. Así que como las máquinas esas llevan un aparato para aplastar la basura, lo aplastaron a él también. —Joder, macho, qué forma más chunga de palmar.

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2. La ira Trabajaba como cartero en uno de los barrios más decentes de la ciudad. Podía considerarme afortunado. Otros carteros trabajan lejos de la ciudad en que viven, o en barrios marginales. Aunque ser cartero en mi zona, más rica que pobre, también tenía pegas. Había mucha gente que recibía paquetes enormes, revistas a las que están abonados, fascículos, regalos... el carro terminaba pesando una tonelada y me llevaba más tiempo del deseado hacer el reparto. Además, estaba el hecho de encontrarme a viejos conocidos. A algunos de ellos, los menos, les iba bastante bien, en algún despacho con un sueldo decente. Otros, en cambio, tenían que aceptar cualquier trabajo y en su tiempo libre seguían estudiando. Por algún extraño motivo, me hacían sentir como si el mío fuese un empleo poco digno, yo creo que es muy decente ser cartero y estoy orgulloso. En los barrios pobres muchos me envidiaban. Ellos sólo recibían cartas de los bancos, o recibos, tampoco resultaba demasiado agradable. 13


Podría parecer que el mío era un trabajo rutinario, y así era. Precisamente eso me gustaba de ser cartero, una vez automatizada la tarea, podía disfrutar con los pequeños placeres y las rutinas agradables. Muchos momentos del día se ceñían a un horario y se repetían hasta la saciedad. Por ejemplo, el desayuno junto a mi amigo Pedro era bastante agradable; uno de esos momentos que se repetían y que me agradaba, que me tranquilizaba y hacía sentir que todo estaba en su sitio. Nos conocimos en el instituto y, desde entonces, creo que es el único amigo que siempre he conservado. Ha pasado ya más de una década desde que le vi por primera vez, no puedo evitar sonreír al recordar su aspecto de niñato recién salido del colegio, en plena pubertad, la cara llena de granos, despeinado y sin haber pegado el estirón todavía. Gracias a nuestros desayunos, aunque los dos habíamos cambiado, mantuvimos viva nuestra amistad. La mañana en que me leyó el titular del periódico de que un indigente había muerto aplastado, tuve que hacer un gran esfuerzo para contener mi consternación. Pedro sabe interpretar mis reacciones y eso me puso más nervioso, pero creo que lo hice bien. 14


Tras bajar del coche, antes de ir a la oficina de Correos, pasé por un quiosco. Me senté en un banco a leer detalladamente la noticia. Respiré con alivio e incluso sonreí al llegar a las líneas en donde explicaba que el médico forense dictaminó como causa de la muerte el aplastamiento sufrido en el interior del camión. Había pasado varios días esperando ver publicada la noticia. Temía tanto como ansiaba la llegada del momento. Quería que llegase pronto, para que ese instante pasara del futuro temido al pasado olvidado y que el momento presente no fuera más que un suspiro, como el soplo de alivio que emané al leer que había sido un accidente. Quizás fue lo impune del crimen lo que me llevó a plantearme un cambio en mi vida. Para mí la muerte de aquel indigente, aquel “gorrilla”, como lo llaman los periodistas, fue algo accidental; o al menos parcialmente accidental. Yo no había premeditado lo que iba a suceder esa noche, surgió de manera espontánea. Esa noche mi día había sido horrible. Había perdido la tarde para nada. Fui a Alicante a una entrevista de trabajo, pero el puesto ya estaba ocupado, ni tan siquiera me dieron la 15


oportunidad de presentarme. Era una lástima, porque la empresa tenía pinta de ser generosa en los sueldos y me hacía ilusión poder comprar un coche sin tener luego remilgos en mis gastos. Aproveché para pasear e ir a un par de comercios. Como para regocijarme en mi sufrimiento, anduve por los lugares que solía pisar acompañado de Eva, mi exnovia. Arrastré los pies, con las manos en los bolsillos, por el barrio antiguo y por el puerto. Cogí el último tren por los pelos. Cuando el revisor me pidió el billete, saqué mi cartera y no estaba. Un recuerdo en blanco y negro apareció en mi mente, ante el gesto impaciente del revisor. En mitad de la calle yo sacaba de mi bolsillo la tarjetita con la dirección del lugar de la entrevista. En ese mismo bolsillo llevaba el billete de ida y vuelta, un papelito no más grande que el envoltorio de un caramelo. Tuvo que caerse allí mismo. De nada sirvió que se lo explicara y reexplicara al revisor de Renfe. Él negaba constantemente con la cabeza sin mirarme a la cara, "Es mi trabajo", replicaba. La multa ascendía a más de diez euros, resoplando, pagué el importe.

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No estaba siendo un buen día, de hecho mi mosqueo alcanzaba unas dimensiones faraónicas. Era tarde, intuía que mi madre habría estado llamando a casa preocupada, siempre esperaba a telefonearme en el momento en que yo estaba fuera. Tenía uno de esos días en los que deseaba cruzarme con algún ladrón, alguien que intentara asaltarme. Así tendría una excusa para apalearle y desquitarme, proyectar contra él la rabia como si fuera un saco de boxeo. Pero en los 26 años que tenía de vida, nunca me había sido concedido por el destino o alguna divinidad, o algún demonio, ese momento de ira. Hasta aquel día. Mi rezo fue escuchado y me permitieron el desahogo. De vuelta a casa, al salir de la estación, la noche era profunda y espesa. Había poca gente por la calle y la amarillenta iluminación de las farolas titilaba. Sólo veía a algunos tipos que cerraban su bar. Cerca del parque sentí que alguien caminaba a mis espaldas. No quise girarme, ni mirar de reojo, aunque desconfiaba. No pretendía parecer asustado, ni amedrentado. Ladeé un ápice la cabeza y miré al cristal lateral de un coche aparcado a mi vera. Vi reflejada una silueta que me perseguía, no eran ilusiones, estaba más cerca de lo que pensaba, tanto que imaginaba su respiración sobre mis hombros. 17


Al fin una voz se dirigió a mí "Perdona". Sin parar de andar volví la mirada. La oscuridad caía sobre la figura andrajosa con tal fuerza que empujaba hacia la tierra su flequillo y sus hombros. Sus rasgos pronunciadamente tallados y sombreados por la luz de una farola lejana le daban un aspecto más adulto del que merecía, al mismo tiempo le hacían parecer agresivo. —¿Te quieres parar un momento, joder? —amenazó con un tono desagradable. Me detuve en seco, con media sonrisa. — ¿Llevas algo para dejarme? Es que he venido en tren y no tengo dinero para volver. —¿En qué tren piensas volver? Porque yo acabo de llegar en el último. —No me vaciles tío... que me voy mañana, cago'n la puta... qué asco que da la gente, joder —pretendía asustarme con su vocabulario, pero me estaba encendiendo, sentía las venas vibrar en mis brazos y mi corazón acelerarse, como un instinto que me decía: corre, o pelea. —También querrás dinero para pasar la noche... —¿Llevas pasta o no, joder? 18


—Sí... pero no te voy a dar nada. Miró a su alrededor, se sintió seguro al no ver a nadie. Mi rostro seguía sonriente. —Mira, gilipollas... deja de reírte y dame ahora mismo todo lo que lleves, o te rajo ¿quieres que te raje? Te voy a cortar la cara tío... te voy a matar como a un perro. No me enseñó ninguna navaja, los dos dábamos por sentado que llevaba una encima. Sin perder la sonrisa saqué mi cartera. Le mostré que llevaba varios billetes, intentó meter la zarpa, pero aparté la billetera y falló. También observé que no había nadie más en la calle. —Ten, es tuya— lancé la cartera bajo la sombra de los árboles del parque, entre el césped. Me miró un instante, dubitativo... poco después sus instintos tomaron el control de su cuerpo, la promesa de cuatro chutes más estaba ante sus ojos, a un metro, saltó sobre ella cual perro tras un palo. Se arrodilló y la cogió, su cara resplandecía, los billetes desprendían luz propia y le iluminaban las pupilas. La alegría no le duró más de dos segundos, justo el tiempo que tardó en impactar el talón de mi bota contra su nuca, reventándole el 19


pómulo en el suelo. Unas patadas más, que sonaron secas y crudas, acabaron con sus movimientos compulsivos, que fueron cediendo paulatinamente, como el rabo de una lagartija mutilada cuya vida se va apagando. Me agaché a recoger la billeteramanchada de sangre, la cogí con extremo cuidado, tocándola sólo con un pañuelo de papel. Mi pulso se había calmado cuando el tipo se quedó quieto. Me agaché, no parecía respirar, pero no he hecho ningún curso de primeros auxilios. Había un contenedor de basura al lado y no sé cómo se me pasó por la cabeza la idea de lanzarlo dentro. Tenía miedo de que recobrara el aliento y le dijera a algún policía que fuese a por mí, como todavía me quedaba un paseo hasta casa, pensé en complicarle más las cosas. Esa sensación de peligro, la posibilidad de que me delatase a la Policía, fue más fuerte que los remilgos de tocar su cuerpo ensangrentado. Lo metí entre toda la mierda, donde merecía estar. Sentí náuseas al levantarlo, terminé manchándome la ropa. Me cabreé mucho, la sangre no salta con facilidad. Luego fui a casa. Pensé que tal vez la noticia saldría en los periódicos, o que dirían algo en la televisión local, más que nada porque le había pegado una paliza brutal. Y también porque 20


cuando pensé en lo sucedido, caí en la cuenta de que podría haber muerto ahogado allí, en cuyo caso sería culpable de asesinato u homicidio. Estuve paranoico y mi único momento de alivio fue cuando leí la noticia completa en el diario, antes de ir a trabajar. No buscaban a ningún culpable, podía seguir durmiendo, porque no iban a por mí, mi crimen había pasado desapercibido.

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3. Recuerdos Dos o tres veces a la semana iba a comer con mis padres, era una forma segura de no perder el contacto. Antes también podían convencerme para comer algún fin de semana con ellos, pero eso equivalía a no tener vida social, conseguí escaquearme poco a poco y lo normal era que los sábados y domingos comiera con mis amigos. Habían pasado unos días desde el incidente del aparcacoches y estaba bastante tranquilo. —¡Ya estoy aquí! —Ve sentándote, Rodrigo, la comida está casi lista. Mi padre veía el programa de deportes. —¿Qué tal, papá? ¿acertaste algo en la quiniela? —¡Qué va! Volvió a fallarme la Real, no hay manera de que pierdan. Me senté y fui picoteando ensalada. Prácticamente desde cualquier parte de la casa podía ver una foto de mi hermano

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Julio. En una de ellas aparecíamos juntos, en el parque. Él estaría orgulloso de cómo actué, de cómo me defendí. —Venga, esto ya está listo. —¿Vas a seguir haciendo cocido siempre que venga a comer con vosotros? —Siempre te hago algo de caliente porque sé que tú no te preocupas en cocinar cosas sanas, seguro que sólo comes guarrerías. A mi padre le faltaban un par de años para jubilarse, tampoco le veía demasiado ilusionado con ello. Últimamente había recuperado un viejo pasatiempo: irse con mamá a pescar. Quizás ya lo haya hecho con vistas a cuando llegue el momento de retirarse. Les vendría bien comprarse una caravana y viajar a sus anchas. —Dentro de dos domingos es el bautizo de Rosario. —Ah, qué bien. —Supongo que vendrás, ¿o tienes planes? —De momento no tengo planes. Iré. —¿Y vas a traer a alguien? 23


—¿Ein? Si quieres me traigo a Pedro, para que no se aburra. —Ja, ja,

muy gracioso... sabes a qué me refiero. Si

quieres traer a alguna amiga, o invitar a alguna chica con la que estés saliendo no hay ningún problema. —Tranquila, mamá, no estoy saliendo con nadie. —¿No hay nada de nada?— yo meneé la cabeza. —Déjale mujer... no lo agobies más, que ya lo agobio yo, jejeje, venga Rodrigo, cuéntanos, ¿no tienes ninguna amiguita? Ya hace tiempo desde que lo dejaste con Eva, seguro que te ha dado tiempo a encontrar otra. —No estés tan seguro, papá... sigo a dos velas. Después me senté junto a ellos a ver la tele, aunque empecé a desesperarme, la programación apestaba. Por suerte, mamá me salvó del tedio. —Oye, Rodrigo, ven conmigo un momento. Mira, he estado haciendo limpieza entre tus cosas, tu padre ha comprado una mesa enorme, sabes que ahora le gusta hacer sus manualidades, jugar con cosas de madera, sobre todo desde que

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ve el programa ese de bricomanía. Tus trastos y los de tu hermano ya no caben... pero como sé que no te gusta que tire nada, lo he amontonado para que le eches un vistazo, así si quieres conservar algo te lo puedes llevar a tu piso, que tienes bastante espacio, ¿vale? —Gracias, mamá, me sorprende que hayas contado conmigo... normalmente lo habrías tirado y punto, vas aprendiendo...

Había tres cajas enormes de cartón. En una de ellas estaban todos los juguetes con los que habíamos inventado miles de historias. Los soldados, los vaqueros, los superhéroes y los aventureros. En la otra caja estaban las libretas, los dibujos, las tonterías que escribíamos, toda una vida. Estuve casi una hora buceando por aquellas dos cajas. La tercera caja, más grande que las otras dos, estaba repleta de tebeos, no pude evitar sonreír y alegrarme al ver los cómics que tantas veces había leído. No quise tirar ninguno de los tebeos y tampoco me hubiese deshecho de las otras dos 25


cajas, pero las tres no cabían en el piso. Tirar aquellos recuerdos era como enterrar mi infancia para siempre, me resistí a hacerlo. Metí en una bolsa los tebeos más viejos, los que estaban sin tapas y con las páginas deshechas. En el hueco que había quedado guardé los muñecos con los que más había jugado y un par de libretas con garabatos, el resto iría a la basura.

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4. Primeros pasos —Santos, toma, cuelga este nuevo careto en el panel. —¿Quién es este? —Es el hermano del Púa. Ha decidido seguir con el negocio familiar. —Joder, otro que acaba igual, para que alguien pueda salir de una familia como la suya por el buen camino, tienen que haberse torcido antes otros diez al menos. El agente de la Policía Nacional, Santos, pinchó la fotocopia en un panel lleno de caras. Se convertía en un rostro más entre la creme de la creme. Le acompañaban un par de líneas que resumían su historial delictivo y los motivos por los que se le buscaba. Nada fuera de lo común, robo con

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intimidación, sustracción de la radio de un automóvil y otras fechorías que había cometido antes de cumplir los 18. —Por cierto, Santos —el de antes volvió a asomarse por la puerta— te está esperando para hablar contigo el compañero de trabajo del tipo este que al asesinaron anteanoche— leyó un papel—, el amigo de Juan Clemente. —Ah, el amigo del camello... perfecto... dile que vaya pasando. Santos le hizo acomodarse en una silla y le prohibió fumarse un cigarrillo. —Bien, erais compañeros de trabajo, ¿qué tarea realizabais en concreto? —Nos dedicábamos al encolado de las suelas, como trabajábamos el uno al lado del otro, hablábamos bastante, porque hay otros que prefieren trabajar con los cascos puestos y desconectar, pero nosotros nos relajábamos más hablando de nuestras cosas o simplemente diciendo tonterías. —¿De qué cosas hablabais normalmente?

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—Puede imaginárselo usted, tantas horas allí, todos los días, hablábamos de todo... de si uno tenía problemas con su padre, o de lo que pusieron en la tele la noche anterior. —Entonces, daré por supuesto que os conocíais bastante bien,— el amigo del delincuente asintió con la cabeza— a ver si puedes ayudarme, porque a ninguno de sus familiares se le ha ocurrido quién podría desearle muerto, pero apuesto a que tú sabrás más sobre él que su familia y seguro que se te ocurre porqué querrían matarle. —Es posible. —Se dedicaba a algún asunto ilegal ¿verdad? —Sí. —Mira, sabemos que traficaba con droga, porque registramos su piso y había evidencias, ¿qué sabes de eso? —Yo estaba al tanto de que él pasaba droga, decía que era una ayudita para su irregular sueldo en la fábrica, que con nuestro sueldo no le llegaba para todos sus gastos. Era verdad, él tenía más gastos que yo.

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—¿Tienes constancia de que tuviera problemas o se relacionara con algún cliente peligroso? ¿qué drogas pasaba? —Al principio sólo pasaba chocolate, pero luego, al ver que ganaba más dinero pasando farlopa. Fue cuando empezó a pasarla a lo bestia y su vida dio un vuelco más grande. Él siempre probaba la droga que vendía, y con la farlopa se enganchó. Sé que se quedaba gran parte para su consumo. Seguía ganando dinero, porque el trabajo de la fábrica lo tenía mecanizado y no tenía problemas para hacerlo, y pasando farlopa seguía sacándose una buena pasta... pero yo le veía que cada vez iba a peor. —Explícate mejor. —Estaba muy desmejorado, decía que no le causaba adicción, pero todos los días se metía su dosis. Además durante un tiempo estuvo en líos, él me lo contaba, alguna vez le amenazaron con partirle la cara por no pagar, pedía préstamos a colegas que no eran de fiar, pero iba saliendo de todas, le dejé dinero un par de veces y luego tuve que negarme a volver a hacerlo porque no me lo devolvía. Pasó el tiempo y la situación parecía estabilizarse, creía que algún día se llevaría una paliza,

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pero ese momento no llegaba y pensé que había conseguido que la suerte le sonriera. Pero mira... el pobre no ha acabado bien. —¿Sabes si cometió algunos otros delitos? —Sé que con la gente que salía los sábados y con la que iba a las discotecas para vender, se dedicaban, a veces por hobbie, y otras por sacarse unas perras, a pequeños hurtos puntuales, y me confesó que también de vez en cuando participaba en ellos. Como le digo, se estaba degradando. —Entiendo... una última pregunta: ¿se te ocurre alguien en concreto que hubiera podido querer hacerle daño? —Nadie en concreto, yo no conocía a sus amigos de correrías más que por lo que él me contaba, pero supongo que cualquiera de esos que tenían negocios con él, o que supiera cuánta droga guardaba en casa, hubiera podido matarle. —Muchas gracias. Permanece atento porque puede que pronto volvamos a llamarte. —Claro, cuente con ello. Santos se reclinó sobre el respaldo de su silla, aquel caso parecía fácil de encaminar y encasillar. Acabaría clasificado

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como otro ajuste de cuentas, pero la idea no le gustaba, detestaba los casos sin resolver y sabía cuán difícil sería hallar un culpable entre un número indeterminado de sospechosos, la mayoría de ellos sin rostro ni nombre. Un sinfín de clientes anónimos y de compañeros de "oficio" que negarían serlo. En la mayoría de esos casos ni siquiera valía la pena molestarse con los interrogatorios, no conducían a ningún lado y suponía un tiempo valioso que podría dedicarse a otros casos con más oportunidades de ser resueltos. Pero el asesinato había sido tan brutal que interesó a la prensa y con ello a la opinión pública. Un

compañero

de

trabajo,

Alejandro

Sotomayor,

interrumpió sus pensamientos. Entró a su despacho para saludarlo y realizó algunos comentarios banales sobre los partidos del fin de semana. Después pasó directamente a preguntarle qué sabía sobre el último caso que llevaba, el del asesinato que llevaba de cabeza a la prensa. Le preguntó si le había sacado algo al muchacho que acababa de entrevistar. Santos le resumió las impresiones que tenía sobre el asesinato, que parecía tratarse claramente de un ajuste de cuentas, o de un

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robo de mercancía, pero en esta ocasión había sido demasiado salvaje. Santos se deshizo de su compañero y se marchó a comer. Al salir de la comisaría se subió el cuello de la chaqueta de pana, era un día helado. Conduciendo a casa con la música de Mike Oldfield, en los últimos minutos antes de intentar desconectar del todo de su trabajo, volvió a visualizar en su cabeza las fotografías del asesinato, ajustaba las imágenes a las que percibió el mismo del lugar del crimen, cuando ya se habían llevado el cuerpo. La sangre había salpicado los muebles del salón y también el de la entrada. Suponía que el asaltante le atacó nada más abrir la puerta, después lo arrastró hasta el salón, donde lo asesinó recreándose. Le sorprendía el hecho de que la víctima estuviese amordazada, sería para que nadie le escuchara gritar, iban a hacerle sufrir. Tanta sangre fría le llevó a pensar que la autoría podría recaer en un profesional, tal vez alguna mafia. "Este chico se había metido en un buen lío". La droga era el móvil más convincente de momento. Así le hacía pensar el hecho de que en el piso hubiese todo el material para venderla y manipularla, pero nada de cocaína, ni 33


hachís ni marihuana, ni nada de nada. Le habían limpiado. Aplazó las reflexiones hasta la tarde, hasta después de pasar un rato junto a su familia.

—¡Paco, venga, la comida ya está lista! —¡Espera un momento, estoy hablando por teléfono! —¿Qué pasa Brotóns? —¿Eh? Nada, nada, es mi señora, que me requiere para comer... hoy han venido mis nietos y no se les puede dejar solos un momento, no sabes lo malo que es el pequeño, el demonio en persona. —Vaya abuelazo estás hecho Paco... —Venga ya, hombre... que te llegará a ti también, bueno Alejandro, me estabas contando que el muerto se dedicaba a traficar con drogas ¿no es así? —Exacto, el agente que se encarga de la investigación interrogó a un compañero de trabajo del muerto. El tío se dedicaba a pasar casi de todo, pero también estaba enganchado, dejó de pagar deudas y se metió en un lío. 34


—Entiendo... — Paco Brotóns tomaba nota de cuanto escuchaba en su bloc de notas, que en la cabecera llevaba sellado el nombre de su diario— bien, ¿eso es todo? —Sí. —Estupendo, pues muchas gracias de nuevo. Dale recuerdos a Mariajo de mi parte ¿vale?. —Lo haré. —Hasta luego. Después fue a comer y mientras simulaba escuchar a sus nietos, rondaba en su cabeza el titular y el subtítulo del día siguiente, incluso flirteaba con algún epígrafe creativo ¿asesinato sangriento? No, demasiado sensacionalista como para que se lo publicaran, aunque a él siempre le había gustado ese toque amarillista que convierte a una noticia en algo interesante de lo que la gente hablará durante días en la calle, en el bar, o en la peluquería. Ese toque sensacionalista que hace que los periódicos apenas paren quietos en la barra del bar y que las palabras se conviertan en algo vivo y cercano a los lectores.

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5. Tierra sin héroes Cual tesoro pirata, llevé la caja de cartón a mi habitación. En lugar de una buena esposa, era el frío del hogar quien me había estado aguardando, debí de darle las buenas tardes a mis heladas paredes. Me senté en la cama y comencé a sacar los montones de tebeos. Eran joyas de antaño, diamantes olvidados y enterrados a por los que nadie había regresado. Todos ellos los había leído junto a Julio. Me encantaban aquellas historietas, pero tras su muerte dejé de leerlas, perdieron su función. Eran incapaces de hacerme escapar de la realidad. Lo único que conseguía era recordarle. Primero repasé todo lo que tenía. Eran muy pocas las historias de humor, casi todos aquellos cómics estaban protagonizados por superhéroes de capa y antifaz: Spiderman, Capitán América, Patrulla X, Batman, Caballero Luna, Vengador, Inhumanos, Los Vengadores, Los Cuatro Fantásticos, Thor... una larga lista.

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En dos o tres noches los releí y los fui clasificando en dos bandos. Los pueriles, mal escritos, con historias estereotipadas, patrióticas y que en mi madurez carecían de todo sentido, y el otro bando. Con ese segundo tipo de historias descubrí algo del todo insospechado. Más allá de toda la fascinación que de pequeño había sentido por los llamativos disfraces y superpoderes, había algo, una huella de humanidad con la que me identificaba plenamente. Esos superhéroes expresaban sentimientos similares a los que yo mismo había tenido. La frustración, la ira, la impotencia, los deseos de venganza... En realidad no estaba solo. Esas páginas me revelaron que mis problemas e inquietudes ya los habían vivido muchos en la historia, los creadores de los personajes condenados por la venganza. La lucha de casi todos estos superhéroes no sólo era contra los villanos, sino contra un sistema incapaz de darles seguridad, venganza, ni justicia. Porque el significado de la justicia ha llegado hasta el punto de difuminarse en las sociedades desarrolladas. Ese es un problema al que nos hemos enfrentado todos los ciudadanos que hemos sido atacados por un criminal. 38


Una serie de leyes se supone que dicen qué es lo que está mal y lo que está bien. Pero no se juzga a alguien porque haya hecho algo mal, sino porque ha incumplido una ley. Siendo realistas, la mayoría de las leyes están politizadas y mediatizadas. Entre todas estas reflexiones tuve que plantearme qué era la justicia, es algo tan simple como darle a cada cual lo que le pertenece, lo que se ha ganado. Si trabajas, obtendrás dinero, si no, serás castigado. ¿Y cómo se puede hablar de justicia ante tanta delincuencia sin castigo? Asesinatos, robos, extorsiones, pederastia, violaciones, malos tratos, timos... por eso en la fantasía de los autores surgieron esos superhéroes, esas personas con superpoderes que vinieron a cubrir el hueco que la ley había dejado, que se dedicaban a hacer justicia, a cazar a los malos y a crear un mundo idílico defendido por gente honesta. Pero leyendo los cómics también observé que ese tipo de tebeos resumen casi toda la filosofía del universo de los superhéroes, y hallé una nueva distinción. Dentro de las historias que merecían ser leídas había dos tipos de héroes, unos, como Spiderman o Superman intentaban seguir las reglas pese a la 39


tentación de la venganza. Cuando atrapaban a los villanos los llevaban a la Policía, eran juzgados y encerrados. Pero como en la vida real, muchas veces escapaban y volvían a matar: gran cagada. Esta clase de héroes se pasan gran parte de sus vidas debatiéndose entre el bien y el mal, luchando contra sus instintos primarios para no hacer lo que realmente desean, matar al criminal, vengarse. Del otro lado están los héroes que se toman la justicia por su mano, al más puro estilo Charles Bronson. Esos son los héroes que conseguían llegar lejos, culminar sus objetivos. Si bien la ley les perseguía, tenían sus conciencias tranquilas. Además ni tan siquiera merecían la nomenclatura de súper, pues a menudo se trataba de personas sin poderes fantásticos ni sobrehumanos. Sólo eran personas que cogían un arma y salían a las calles a poner paz. Entre ellos Castigador y Caballero Luna se convirtieron en mis predilectos. Pensé mucho sobre ello y llegué a admirar a estos tipos. Dejaban las palabras a un lado y pasaban a la acción, intentando hacer de la tierra un lugar mejor, buscando el equilibrio. Si bien condenaban sus vidas y sus almas, eso es lo que les hacía todavía más dignos de admiración, como otros grandes 40


personajes de la historia, se sacrificaban para luchar contra el mal. Eso explicaba el hecho de que yo no tuviese ningún remordimiento tras haber matado a aquel mendigo. Porque ese tío merecía morir, no lloraré por ello. Si cada ladrón recibiera una paliza como la que le propiné a ese yonqui, no habría tantos delincuentes, seguro. Me sorprendía pensar que no existiera nadie en la vida real parecido a esos héroes. Pero, recapacitando, no era tan sorprendente. Siempre me ha gustado leer la prensa y ver las noticias en televisión, en especial las secciones de sucesos. Por ello al enfrentarme a esas preguntas encontré una respuesta rápida. Sí ha habido gente que lo ha intentado, pero la dura barrera con la que se hallaron fue la ley. Un hombre defendió a su vecina mientras su marido le golpeaba, le rompió al maltratador la boca de un puñetazo, pasó dos años en la cárcel. A uno le atacaron cuando iba a por el coche con su novia, sacaron una navaja y amenazaron con matarla, él les dio una paliza a los dos, el tipo sabía artes marciales. Pero el juez no lo consideró legítima defensa, a uno le rompió un brazo y al otro las costillas. Estimó que la respuesta, la defensa, fue 41


desproporcionada. Los ladrones quedaron libres, él fue a la cárcel año y medio, además de indemnizar económicamente a los asaltantes con varios millones de pesetas. Les salió muy bien el atraco. No es justo, y no es de extrañar que en esta tierra no haya héroes, si se castiga al héroe y se premia al maleante.

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6. Palabras y encuentros

—¿De verdad crees que le sentaría mal saber que quedamos a veces? —Deberías conocerle mejor... pero claro, no lo conoces tanto como yo... son más de diez años los que llevamos siendo amigos. Rodrigo le da mucha importancia al honor y ese tipo de cosas, los pactos entre caballeros, ya sabes, las normas no escritas... él sabrá por qué. El caso es que a veces hasta le obsesionan esas cuestiones, lo que está bien y lo que está mal. Y Rodrigo me consideraría un mal amigo si se enterara de que quedo con su exnovia sin decírselo, incluso aunque no hagamos nada. —Pues nada... entonces tendremos que seguir quedando a escondidas y coger el coche para venir a una cafetería de la quinta puñeta. —Lo siento... por cierto... no sé si te lo dije... —¿El qué?

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—Le dijeron que te vieron paseando con un chico y ahora cree que estás liada con otro, era un día que andábamos juntos. —Esto empieza a parecer obsesivo. —Tampoco exageres, es sólo que todavía piensa en ti y le afecta lo que te suceda, estuvisteis bastante tiempo saliendo. —No fue tanto, poco más de un par de años. —Fueron casi tres, eso es mucho más de lo que ha estado con cualquier otra, es imposible que no le afecte. Pero bueno, creo que lo va superando. —¿En serio?— apuntó Eva sin poder ocultar un descarado matiz de decepción. —Sí, ahora apenas habla de ti, y cuando lo hace es sin resentimiento, sin ese dolor que le impedía sacar las palabras, creo que le escuece menos la herida, es el tiempo. —Bueno, me alegro de que se esté poniendo mejor. —Aun así me preocupa Rodrigo, le sigo viendo hundido, parece sufrir un hastío general. Se lo está planteando todo y no consigo convencerle de que vuelva a intentar divertirse, despreocuparse. La semana que viene tenemos un cumpleaños 45


en Torrevieja, si consigo convencerle de que venga estoy seguro de que se animará bastante. —Puede que sí, una buena fiesta con su justa borrachera, puede ayudar a olvidar... de todas maneras controla que no beba demasiado. —Tú tranquila, en mis manos está seguro— y al ver Pedro cómo le miraba Eva, con ojos incrédulos, sorprendidos y extrañados, no pudo sino reírse. —Menudo eres tú, si Rodrigo tiene que depender de ti... —Hostia, por cierto, voy a apuntarme lo del cumpleaños, sino seguro que se me olvida decírselo— pidió un bolígrafo al camarero y escribió en su mano "cumple". —Qué cabeza tienes... aún se te olvidará.

El videoclub al que solía ir no tenía demasiadas películas. Un sitio pequeño que sólo traía novedades. En no más de un mes había visto todo el material que tenían y en las cinco semanas siguientes ya me había tragado y vomitado dos veces las que más me gustaron.

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Volví a engancharme al videoclub tras romper con Eva, lo que fue una putada para mí. Era un momento duro en mi vida y si algo deseaba era tener la mente en otro lugar, para ello siempre me había ido bien ver algunas películas. Por la noche, cuando estoy solo en casa es difícil no darle vueltas a la cabeza, con el propósito de evitarlo empecé a darme atracones de cine en video hasta que me dormía con una cinta a medias. Digo que fue una putada aficionarme al alquiler diario tras romper con Eva porque en las relaciones suele haber varios ciclos, que a menudo se repiten, como las modas que siempre vuelven. Ciclos como salir a cenar los sábados, comer en casa de mi madre los viernes, pasarnos los fines de semana viendo películas en el sofá, o ir al cine sistemáticamente, aunque no nos gustasen los estrenos en cartelera. Nuestro último ciclo fue uno de esos de ir al cine y cuando rompió conmigo me encontré con la gran putada de que había visto casi todas las películas que llegaban videoclub, pues eran las que traían del cine. Tuve que aguantar unos meses viendo telebasura, películas que me sabía de memoria y añorando a mi chica. Hasta que empezó a llegar a mi videoclub cine que no había visto. Pero 47


como he dicho, lo cogí con tantas ganas que en un par de atracones me zampé todas las novedades. Por eso una tarde salí a dar una vuelta en busca de un buen videoclub que satisficiera mi apetito. Tuve que alejarme de mi barrio y lo fui dejando atrás hasta que hallé un local a mi medida. A la media hora de haber entrado salí sonriente y con tres cintas en una bolsa. Al fin hallaba un lugar donde no sólo hubiera estrenos. Había alquilado El indomable Will Hunting, Akira y Persiguiendo a Amy. Trataba de recordar cómo era el argumento de Akira, la única de las tres que ya había visto, pero hacía demasiado tiempo. Tan absorto iba que de repente fui a tropezar con alguien y la bolsa se fue al suelo. La recogí veloz del suelo, rezando que no se hubieran roto, levanté la mirada para odiar con la mirada a quien me hubiese empujado. No esperaba que la persona con la que hube tropezado fuera precisamente Eva. Hacía más de un mes que no la veía, me parecía más guapa que antes, pero sería simplemente porque llevaba tiempo sin verla y ese día iba bien arreglada y maquillada, joder, conmigo no se maquillaba, para bien o para mal, y mucho menos entre semana. Qué zorra ¿no? 48


—Bueno... ¿y qué tal estás, Rodrigo? Te veo bien... —Gracias... voy tirando, un poco aburrido del trabajo, pero tampoco puedo decir que sea precisamente duro. —Cuéntame algo ¿qué es de tu vida? ¿adónde vas? —Mira... —señaló la bolsa— he alquilado unas películas, mejor eso que arriesgarme a ver lo que dan por las noches en televisión. —Eso es cierto... ¿y no me cuentas nada más? para una vez que nos vemos... —No sé, no me han pasado demasiadas cosas... ¿sabes quién se ha apuntado a mi gimnasio? —¿Quién? —Tu amiga Silvia. —No me hables de esa... qué zorra, ya no es mi amiga, si es que ha llegado a serlo, la muy falsa. —¿Qué os ha pasado? ¿Qué te ha hecho? —Es una zorra, resulta que la tía iba criticándome a mis espaldas, está muy subida de aires... ¿y a qué va esa al gimnasio? ¿No me dirás que también hace full contact de ese? 49


—Ella hace algo de musculación y creo que también se ha apuntado a las clases de fitness, no estoy seguro... por cierto yo hago kick boxing, no full contact. —Eso... lo mismo da... ya ves tú, se trata de pegar patadas ¿no? Pues no sé qué se cree la palo esa yendo a un gimnasio... —Tampoco está tan delgada, Eva. —¿Qué no? Pero si está escuchimizada, no sé cómo defiendes todavía a ese adefesio anoréxico. —Exageras muchísimo las cosas, la chica está bien y es simpática, no sé si será falsa o no, pero vamos, tiene buen tipo, no es un palo, ni tiene anoréxica. La chica come. —Si va a resultar que te gusta la zorra esa y todo ¿lo haces por joderme? Qué cabrón eres Rodrigo, restregarme eso, encima de lo que te he apoyado siempre. ¿Ya no sabes cómo hacerme daño, verdad? —Cómo eres, no has cambiado un ápice... mira, me voy a pasar el rato viendo unas pelis, ¿vale? que te vaya bonito y cuídate mucho, Eva.

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—No hace falta que seas tan sarcástico, guapo, poco que nos vemos y hay que ver cómo me tratas, que te vaya bien Rodrigo y hasta pronto. Se marchó sin darme los dos besos de rigor que tampoco me había dado al saludarme. También se había perdido ese detalle entre nosotros. Unos días, o más bien unas noches, sólo conseguía pensar en las múltiples virtudes de Eva. En otras ocasiones esas virtudes no aparecían por ninguna parte. Evité pensar en la discusión y traté de decidir cuál de las tres vería primero, quizás Persiguiendo a Amy.

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7. Alcohol, mujeres y otras distracciones

El Ford Fiesta de Pedro se detuvo en un vado, cerca del postigo de Rodrigo. El sillón del acompañante, donde iba Rodrigo, estaba casi totalmente horizontal. —Ey, tío, venga, espabila que ya estamos en tu casa. —Sí... ya veo —Ha estado bien la fiesta ¿no? Vaya pedo han cogido todos. —Pues sí... ¿Es cosa mía o Laura se ha liado con Javi? —Sí, aunque no lo han hecho oficial están liados, creo que no van muy en serio. —Vamos, que van a lo que van ¿no? —En efecto, porque no parece que Laura crea poder hacer que Javi siente la cabeza. —Bueno, Pedro... ¿y tú qué? ya he visto que has vuelto a caer con la Sandrica, al final acabaréis como novios, aunque sea por aburrimiento. 52


—No sé, ya veremos... el que me toca mucho los cojones es el subnormal de Josep. —¿Por qué? —Por lo mismo de siempre... porque todavía le sigue gustando Sandra. Y no pierde ocasión para ir a ponerme verde cuando habla con ella. Además, siempre que quedamos hace lo imposible por dejarme mal ante ella. Que se joda, no sabes el gusto que me da ir a pegarme el lote con Sandra cuando está Josep delante. Que se entere de una vez. —Pues nada, alégrate y olvídalo. —No es tan fácil, Rodrigo... ese cabrón me hace la vida imposible, en serio, como la próxima vez me coja de mal humor acabaré pegándole una hostia. —Eso es lo que él quiere. —Pues lo conseguirá. Después subí a casa. Con los años mi tolerancia con el alcohol apenas ha aumentado. No al menos con el ron, que al pasar de tres tubos sigue consiguiendo hacerme doblar la cabeza y meter la llave del postigo a la tercera.

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Fue por eso que me topé con una vieja amiga, Julia, antes de conseguir acertar con el tercer intento. Su aguda voz me chilló un saludo neutro que por las horas que marcaba el reloj supuse iría dirigido a mí. Me alegré de ver a esa compañera de instituto y de alguna que otra fiesta. Ella no había bebido y le dejé llevar las riendas de la conversación. "Hace siglos que no pruebo el alcohol, sólo porros o coca en ocasiones especiales, son mis normas", "Cada uno es cada uno" contesté yo sin ganas de darle ningún tipo de lección "sigo abrazado a las mismas botellas de ron que me vieron crecer". El efecto del alcohol iba disminuyendo con el frío, siendo reemplazado por otro tipo de subidón más instintivo y animal. No le pregunté de dónde venía, me lo contó más tarde. De momento me limité a invitarla a subir, la respuesta a esa pregunta era la única que me interesaba. Un disco de Duncan Dhu y una partida al futbolín fue suficiente preludio. Pronto jugábamos en el sofá como cuando íbamos al instituto y tras esos juegos, nada infantiles, nos quitamos la ropa el uno al otro. 54


Se me hizo extraño despertar de nuevo abrazado a una mujer. Desde que había roto con Eva no me había sucedido. Miré su rostro dormido. No era una belleza, pero sus facciones se me hacían agradables. Nunca me planteé la posibilidad de enamorarme de Julia, supongo que a ella le sucedía lo mismo. Teníamos más en común de lo que pensábamos, pero la idea de un futuro común no se me hacía palpable. Era como si por separado fuésemos capaces de sentar la cabeza, de llevar una relación seria, pero juntos... ¿o quizás sólo era un problema mío? No sé cuáles son las razones que la llevaban hacia mi lista de mujeres con las que sólo y exclusivamente pretendía divertirme, no creo que sea algo demasiado objetivo. Despertó mientras acariciaba sus labios. Le serví el desayuno. En la mesa recordamos viejos tiempos, compartimos unas risas y un par de besos. Luego pasó a darme información no demandada. —Cuando te he visto en realidad yo venía del piso de mi novio.

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—Ah...— yo ni la miraba, sólo saqué algo más que comer y bajé la cabeza. —¿Tú sigues con tu novia? —No, ya no. —Qué cabrón, anda que me dices algo, ahora soy yo la única que se siente mal por haberle sido infiel a mi chico. —No me habías preguntado nada... y esto tampoco es para tanto, sólo ha sido, digamos, accidental. —Oye, tantos años tonteando tú y yo... liándonos prácticamente cada vez que coincidimos, aunque no sea a menudo, y nunca nos hemos planteado salir juntos... qué curioso ¿no, Rodrigo? —¿Eh? Sí... muy curioso, no sé... son cosas que pasan. Muchas personas mantienen este tipo de relaciones. Tú y yo nos llevamos bien, eso me gusta. —A mí también. —¿Te sientes mal por habérsela pegado a tu novio? —No mucho, si le quisiera sí que me sentiría mal. No lo habría hecho, supongo, de cualquier manera pronto le dejaré. 56


Llevo tanto tiempo dando tumbos de uno a otro que ya no sé si he querido a alguno realmente, quizás a uno o dos, aun así no funcionó. ¿Nunca has pensado en probarlo conmigo? —Jamás me lo he planteado... no sé, te he visto siempre como una amiga. —Ya... una amiga a la que te follas. —Exacto. —No te rías, mamón, en el fondo salir con uno es como haber salido con todos, solo os diferenciáis en la carrocería. —No te pongas así... en realidad, sí que lo he pensado muchas veces, no te creas que nunca me he planteado cómo sería si estuviésemos tú y yo juntos... pero no sé, me da la impresión de que no funcionaría. —Supongo que no. Mientras Julia se secaba el pelo, después de habernos duchado, repasé una vez más el catálogo que me traje de una empresa de telecomunicaciones. Llevaba unos meses dándole vueltas a la idea de poner Internet en casa. No es que controle demasiado los ordenadores, pero me intrigaba. Luego se lo

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comenté a ella, en unos minutos me había convencido para darme de alta. Decía tener varios amigos con los que mantenía contacto gracias a Internet. Además se bajaba música y películas, parecía interesante. Ella hubiese sido una buena comercial.

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8. Decisiones al respecto

Se fue. Era sábado, los viejos amigos habíamos quedado a comer en una casa de campo. Por la noche vería de nuevo a Pedro, pero eso sería más tarde. Cené en casa a solas viendo lo que había en la Primera. Echaban Batman, la de Michael Keaton y Jack Nicholson. El personaje estaba atormentado tras la muerte de sus padres, asesinados vilmente en un callejón.

Yo paseaba junto a mi hermano mayor, Julio. Veníamos de los recreativos, él apenas tenía doce años. Reíamos y hablábamos de las máquinas a las que habíamos jugado, Street Fighter, Peter Pan o After Burner. Se había hecho la hora de volver a casa. Dos chicos mayores se acercaron a nosotros. Tenían mal aspecto. Me gustaría recordar las palabras que nos dijeron, pero me es imposible. Nos pedían que les diésemos el dinero, no queríamos. Uno de ellos nos dijo que llevaba una navaja y 59


señaló su bulto en el bolsillo. Julio les dijo que nos dejasen en paz, empujó a uno y tiró de mí cogiéndome la mano. Le agarraron entre los dos. Se me hacía eterno, discutían con él, le forzaban, le pedían dinero, intentaron quitarle el reloj. La gente que paseaba por la calle nos miraba y no hacía ni caso. Los ladrones se pusieron nerviosos, le gritaban, uno le decía al otro que le clavara la navaja "¡clávasela! ¡clávasela!". Poco después Julio cayó de rodillas al suelo, su pecho sangraba. Pedí ayuda, grité que por favor viniera alguien. La ambulancia tardó horrores. Bastó una puñalada para acabar con su vida. La suerte quiso que la navaja se hundiese en el corazón. Aunque los chicos me parecían enormes en su momento, también eran unos niños. Así era por lo menos para la ley. Uno catorce y el otro casi dieciséis. Poco podía entender yo de lo que aconteció después. Mi concepto de justicia y ley era el mismo, por eso no podía entender que no coincidieran. Sólo dos datos entendía con claridad: mi hermano había muerto y sus asesinos no irían a la cárcel.

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Batman no es un drama, no encaja en la idea tradicional de drama. La crítica y el público pueden hablar de ella como una película de superhéroes, de aventuras o de acción. Yo no puedo evitar llorar al verla. Y la estrenaron muy poco después de que muriese Julio. Había una parte que de pequeño no entendía demasiado. Al volver a verla siendo adulto, precisamente en ese momento crucial de mi vida en el que me hallaba, me sentí identificado con el personaje. No sólo se trata de sed de venganza, no es esa la única motivación de Bruce Wayne. Sólo busca justicia, dar a cada uno lo que se merece. Porque los policías hacen su trabajo, detienen a los culpables. Pero ¿de qué sirve? En unos meses, algún año como mucho, ladrones, violadores, traficantes y asesinos volverán a la calle. Es increíble que nadie trate de poner orden, que sólo existan justicieros en la ficción. En mi mente empezaba a aparecer una clara respuesta, o una disposición adecuada. Me interesé más por los programas de sucesos. Es vergonzante nuestra sociedad. No todo sucede en las capitales,

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ni mucho menos. Los pueblos también sufren el cáncer de la delincuencia, incluso mi propia ciudad. ¿Podría alguien con la suficiente dedicación limpiar las calles? Los héroes de ficción lo hacían. Pero ¿podría hacerlo alguien de carne hueso en la vida real? Fui fantaseando con la idea de una persona que asustara a los delincuentes, que impusiera justicia. No basta con detenerlos, eso ya lo hace la Policía. Como mucho van una temporada a la cárcel, bien conocida como universidad del crimen. Por eso no hay justicieros en la vida real. Es necesario no tener contemplaciones, matarlos. Y la gente honrada sólo desea vivir tranquila, no está dispuesta a matar. Aunque cuando tratan de defender su casa o a su familia, en muchos casos no dudan en matar a los asaltantes. Ese es el problema pues, la familia. La buena gente suele encontrar ataduras, una familia, unos seres queridos a quienes proteger. No pueden arriesgarse a hacer locuras. Pero quizás valiese la pena, hacer algo por la gente, conseguir que las personas queridas pudiesen vivir más

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tranquilas. Que la gente honrada no tenga que vivir asustada. Sería una tarea digna del sacrificio. ¿Qué posibilidades tiene una persona normal de realizar esa limpieza? En realidad, matar no es difícil, lo difícil es que no te cojan. Pero si no temes el castigo, como sucede a los terroristas islámicos, que se inmolan porque no temen la muerte, es muy sencillo acabar con la vida de alguien. No hay más que pensar en Colombine. Sin darme cuenta empezaba a sonreír mientras fraguaba la idea, me reía viéndome ajusticiando a los delincuentes. Yo ya había matado. Sí, aunque no quisiera admitirlo había matado a aquel yonqui. Aunque no supe que estaba muerto hasta que pasó un tiempo y lo leí en el diario. Mis patadas no le dejaron sin vida, pero le arrojé al contenedor y luego lo aplastaron. Por lo tanto lo maté, sin que supusiera un cargo a mi conciencia. Ello se debía a que me había amenazado, era uno de esos aprovechados que no trabajan, viven en una nube, colocados, y hacen lo que sea para conseguir otro pinchazo, sin importarles nada ni nadie.

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Tal vez volver a matar no sería tan complicado. Y la parte más dura, la conciencia, la tendría limpia si mataba a un asesino, como el que mató sin piedad, sin razón ni motivo, a mi hermano. El pobre murió sólo por no haber pasado unos minutos más en los recreativos, no nos habríamos topado con esos dos desgraciados. Ya no se puede cambiar, pero quizá haya muchas más vidas que puedan salvarse, que podrían salvarse si no viviesen los asesinos.

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9. Sin marcha atrás

Concentrado como estaba no podía escuchar lo que me decía Pedro, sólo oía el zumbido de sus palabras. Por eso asentía de vez en cuando y le dedicaba una sonrisa cuando creía que tocaba. Me encontraba demasiado absorto leyendo el diario como para hacerle más caso a mi amigo. Un curioso orgullo me tenía embriagado por la mañana, el motivo era que una vez más me había convertido en protagonista. En esta ocasión habían dedicado una doble página a la noticia. Acuchillan a un vecino del Toscar en su propia casa, era el titular. Después lo explicaba un subtítulo que rezaba: Un ajuste de cuentas parece el móvil del brutal asesinato. Entre la Policía y el periodista que firmaba la noticia habían intentado reconstruir lo sucedido. Pero se acercaban poco a lo que realmente aconteció en el interior del piso. Si bien he de reconocer que en parte el móvil era acertado, las drogas fueron el motivo que le llevaron a la muerte violenta.

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Se puede decir que hice un seguimiento de aquel tipo. Resulta que el tal Juan Clemente ya había tenido problemas con la ley. Hacía poco había salido la resolución de su juicio en los paneles del Juzgado. El individuo vendía drogas, pasaba casi de todo. Uno de sus clientes habituales, menor de edad, murió por una pastilla de éxtasis en mal estado. A ese cabrón le gustaba adulterar lo que vendía para sacar más beneficio. Pero en el juicio no fueron capaces de demostrar que el tal Juan hubiese vendido la droga al chaval, tampoco encontraron pruebas de que fuese traficante, ya que, obviamente, al enterarse de la muerte del chaval se deshizo de la droga. Pero el juicio que se había celebrado hacía unos días se remitía a unos sucesos que tuvieron lugar hacía tres años y en ese tiempo Juan se había seguido ganando el pan vendiendo la muerte. Él no pasaba exclusivamente en macrodiscotecas, tenía buenos contactos y conseguía introducir droga en colegios e institutos. Ese canalla atrapaba a sus futuros clientes desde jóvenes.

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Una vez más las leyes no se ajustaban a la justicia. Alguien debía ajusticiarlo. Me pareció un buen comienzo para mi empresa personal. Por eso empecé a seguirle y vigilarle con discreción. Pasaron dos semanas desde que comencé a vigilarle hasta que encontré el momento adecuado. Lo planifiqué, no tendría por qué ser complicado. Una madrugada esperé cerca de su portal, él estaba en casa, esperando clientes, por eso el portal estaba abierto. Esperé a que uno de sus clientes subiera y bajase, después fui yo. Toqué el timbre y me situé de espaldas a la mirilla. Asomó su ojo, preguntó quién era, asomé un fajo de billetes por encima de mi hombro izquierdo. Quitó la cadena. Me giré veloz, de una patada en el estómago le hice entrar a su piso, después avancé con el bate de béisbol que hube escondido y anoté un strike en su boca. Le rompí la mandíbula y ya no podría gritar, sólo gemir. Cerré la puerta a mis espaldas. Le recordé por qué iba a recibir una paliza. Le mostré recortes de periódicos con las fotos del niño que había muerto por culpa de sus drogas. Decía ser inocente, yo no lo consideré así. 67


Con el bate machaqué su cuerpo. Rebusqué en la cocina, regresé y lleno de ira le acuchillé hasta la muerte. No volverán a morir más niños por su culpa, eso es seguro. Me limpié la sangre que había salpicado mi cara, grité, gruñí, gemí. Era un diablo, un asesino, un justiciero. La adrenalina me había subido y me sentía eufórico, un loco psicópata. Pero no, sólo fue la emoción del momento. Su sangre caliente hirviendo en mi piel. Su cuerpo muerto abonando las losas de mármol. En su casa lavé escrupulosamente mis manos y el bate. El agua roció fría mi rostro y me sentí purificado. La causa bien merecía la pena. También yo miré la foto del niño. Era pequeño, inocente, joven y engañadizo. Pateé el cuerpo sin vida, el saco de mierda. El muy cabrón había mezclado cal con la cocaína que vendió al niño. Por eso murió. La muerte subió por sus fosas nasales taladrando su cerebro de forma instantánea. El sensacionalista diario describía las convulsiones del pequeño y cómo la gente pensaba que era epiléptico. No llegó con vida al hospital. Seguramente sufrió más que el tal Juan, el desgraciado asesino. Me llevé el dinero en efectivo que tenía y su droga la tiré por el retrete. Después me abrigué con la chaqueta larga, así 68


ocultaba la sangre de mi ropa y el bate de madera maciza. Finalmente cerré la puerta con cuidado y me marché. Pensé en lo arriesgado de haber dejado huellas en la puerta, pero mi mente se alivió pronto: bien mirado, por esa casa pasarían decenas de personas y no podrían diferenciar unas huellas de otras. Me largué satisfecho, ¿el crimen perfecto? No lo consideraba un crimen, sólo justicia, como cuando ahorcaban a los ladrones, o les aplicaban el garrote vil. Son medidas drásticas, cualquiera me tomaría por un derechista o un facha por mi actitud, pero no se trataba de ideologías. Me sentía orgulloso porque se trataba de una cuestión mucho más sencilla: ya nadie moriría por las drogas que les vendiera aquel camello.

Santos estaba defraudado, cuatro días de trabajo en el mismo caso y se hallaba en el mismo lugar que al principio. Ninguna persona vio entrar al asesino en el edificio ni escuchó nada extraño, porque ya ningún ruido ni gemido extrañaba a los

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vecinos. Muchos se alegraron en secreto y no tan en secreto de la muerte del camello, no tendrían que soportarle más. "El que a fuego mata a fuego muere", comentó el viejo del quinto a Santos. Tampoco él

sentía pena por el fallecido,

aunque no porque fuese camello, sino porque cada día estaba más inmunizado. Veía la muerte, los crímenes, como un trabajo, como algo exterior que no le afectaba, sólo de vez en cuando conseguía impresionarle una muerte. Deseaba cerrar pronto el caso, pero la presión era constante por el hecho de que no hubiese ningún detenido. Mas cómo detener a alguien, si ni tan siquiera había sospechosos, a no ser que tomasen como posibles culpables a todos sus clientes. No le quedaba más remedio que seguir ese sistema. Empezar a detener a gente por si a alguno le daba por confesar.

Descubrí pronto que además de la satisfacción de haber acabado con alguien que vendía la muerte envuelta en papel de aluminio, el golpe me había proporcionado una jugosa financiación. Ese cabrón guardaba mucho dinero. Esa pasta que yo utilizaría para subvencionar mis nobles fines. Conté la plata y 70


comencé a hacer planes, partidas presupuestarias. No me compraría un uniforme como el de Spiderman, pero sí podría adquirir algo útil.

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10. Afinando el olfato

No pasó demasiado tiempo antes de que localizara a mi siguiente víctima. Leí en el periódico que un tipo había apaleado a su mujer hasta dejarla medio muerta. Le deformó la cara con un martillo y la pobre tuvo que hacerse la cirugía estética. No obstante, su rostro seguía siendo el de un monstruo, una mujer elefante. Él ya cumplió condena en el pasado por robar coches, estaban separados. Él seguía libre aunque ella le había denunciado en numerosas ocasiones, no parecía suficiente para enviarle a la cárcel. Casi a diario amenazaba con matarla, pero hasta que no lo hiciese no le encerrarían. No estaba dispuesto a consentirlo. En este tipo de casos la mujer siempre acaba muerta o mutilada, a veces el marido se suicida y otras cumple una leve condena. En la prensa daban pocos datos, pero los suficientes para encontrar a la víctima y al agresor. Venía escrita la calle en la que vivía la mujer, acudí al bar de la esquina, seguro que sabrían alguna cosa.

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Allí no tuve más que pegar bien la oreja a las conversaciones ajenas para conseguir una dirección, pronto uno de esos cotillas se interesó por el nuevo hogar del marido maltratador. Ni siquiera tuve que hablar con nadie, ni desvelar mi voz, sólo intenté pasar desapercibido. Cogí una gorra de las de cartero y la metí en mi bolsillo. Agarré varios sobres y los escondí. Llamé a su interfono, dije traer un correo certificado y que me abriese para subir a que firmara. No me puse la gorra hasta que estuve arriba y me observó por la mirilla, así los posibles testigos no podrían decir que habían visto a un cartero. De cualquier manera, subiendo no encontré a ningún vecino. Din don, la muerte llama otra vez a la puerta, din don, te espero con un bate y un cuchillo de cocina. Me abrió la puerta, yo llevaba varios sobres en la mano. Eché mano a un bolsillo, "Vaya, me he dejado el bolígrafo, ¿no tendrá usted uno para firmarme?". "Sí, espere que voy a buscarlo a mi habitación", contestó ese tipejo.

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Media hora después salí por la misma puerta dejando una sangrienta muerte a mis espaldas y con un fajo de dinero de plástico y de papel en el bolsillo. Saqué dinero de un cajero automático, el muy imbécil llevaba el número secreto anotado en la billetera y era el mismo para todas las tarjetas, le limpié, eso sí, procurando dar la espalda a la cámara de vigilancia del cajero, toda precaución es poca. Ya en casa saboreé la comida a solas, con el paladar inundado por la esencia de un trabajo bien hecho. Ese cabrón no volvería a ponerle la mano encima a nadie. No sólo le había castigado por el daño que había hecho a su esposa, sino que evité que terminase matándola y la liberé de sus temores. Cuando le comunicasen que su marido había fallecido podría descansar tranquila al fin.

—No es posible... en estas ocasiones me gustaría poder conseguir que la prensa no se enterase. Habían pasado cuatro días antes de que apareciese el cuerpo asesinado en su casa. Los vecinos denunciaron el mal 74


olor que despedía su casa y los policías entraron con mascarilla. Santos, aún advertido de la monstruosa pestilencia, se sorprendió de las arcadas que le producía. —¿Cuánto más va a tardar en llegar el juez? —No lo sé— contestó a su superior—, se supone que tendría que haber venido hace media hora. —Bueno, entonces habrá que ir adelantando trabajo, no pongas esa cara hombre, o esperabas ponerte a ver la tele. —Joder... déjame aunque sea cinco minutos, van a poner los deportes. —Bueno, haz lo que te venga en gana— dijo Santos. —¿Cómo va eso?— preguntó Santos a un compañero que lo fotografiaba todo. —Estupendo, es espectacular... rara vez tenemos la ocasión de ver un asesinato como este, y ahora mira por donde, en muy poco tiempo llevamos dos de los que merece la pena fotografiar. —Lo sé... ¿necesitas algo?

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—A decir verdad... me vendría de lujo que cerrasen esas cortinas. —Hecho. Santos tapó la luz que entraba al pasillo desde el salón. Después observó la escena, en parte se alegró de que hubieran descubierto el cuerpo en su turno, no es lo mismo verlo en vivo que mirar las fotos y el trabajo ya hecho. En una foto el muerto aun parecía más fiambre. En cambio en la escena del crimen casi podía hablar. La sangre trepaba por la pared hasta el techo, el impacto en su cabeza tuvo que ser brutal, un golpe vertical, de arriba abajo, con las dos manos en alto. Fue a la habitación, buscó dinero por la casa, le habían limpiado. Pero la puerta estaba sin forzar. Apareció el juez. Santos redactaba lo observado y guardaba para sí sus propias teorías, aunque lo que parecía claro y todos tendrían en mente, es que habría que buscar al culpable en un círculo reducido. —Perdone.

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—Dime, Sotomayor... —Ya hemos localizado a la esposa. —Vale, y ¿qué más sabemos de él hasta el momento? —Un hombre casado y separado, con dos hijas, condenado por malos tratos y en libertad por haber cumplido la pena. —Vaya. Muy interesante, habrá que hablar con la mujer, es la primera sospechosa. La muerte se había producido por el aplastamiento del cráneo. Le habían golpeado con un objeto contundente, tal vez el rodillo de madera que un ama de casa utiliza en la cocina le sirviera para liberarse de quien la maltrataba. —¿Cariño? ¿quieres escucharme mi amor? Cariño ¿qué te pasa? —¿Eh? No, nada ¿qué me decías? —Te estaba preguntando si te parece bien que el domingo vayamos a comer con mi hermano y su mujer... —Sí, bueno, vale. Santos no terminaba de reaccionar, miraba al filete de carne como a un paisaje, observando los pliegues del pedazo de 77


ternera que fluían formando una masa desértica y porosa aderezada con piedras de pimienta. —Cariño... ¿qué te pasa? Hemos terminado de comer y tú aun estás mareando el filete, ¿te encuentras bien? ¿no tienes hambre? —No, no es eso... —¿Qué te pasa, Manuel?— Santos levantó la vista y encontró a su paciente y joven esposa. —Es por el trabajo, a veces es difícil no llevarlo a casa. —¿Me lo puedes contar? —Sí... claro, ese último asesinato, el del maltratador... lo más seguro es que la mujer se haya vengado, que le haya matado —¿Y cuál es el problema? —Dos problemas, primero: no creo que tengamos bastantes pruebas para encerrarla, han registrado su casa y no ha aparecido el arma del crimen, se habrá deshecho de ella, tampoco nadie la vio llegar al piso de su marido. —¿Y el segundo problema? —Creo que eso me alegra. 78


—¿A qué te refieres? —A que estoy seguro de que ese cabrón merecía morir. Ya había estado en la cárcel por golpearla, pero no tardó en volver a la calle. Además, desde que estaba suelto no dejaba de amenazarla, decía que un día la cogería por la calle y la mataría a cuchilladas, una vez la llamó por teléfono y juró que le echaría gasolina y la quemaría mientras dormía. Mira por dónde es él quien ha muerto. Yo no sería feliz si esa mujer acabara encerrada por intentar defenderse, aunque fuera culpable. No sé, ¿crees que está bien que piense así? —No es la primera vez que hablamos de esto y ya sabes lo que creo, que es normal que pienses de esa manera de vez en cuando. Yo soy la primera en celebrar que muera uno de esos mierdas que pegan a sus mujeres, igual que tampoco me entristecí cuando mataron a aquel camello que vendía droga a los niños en el colegio, al mismo colegio que va nuestro Manuel. —Lo sé... —Claro, tú me lo dijiste... oye, Manuel. —¿Sí? —Dame un beso anda. 79


Santos besó la mejilla de su esposa y esbozó una sonrisa, después se llevó un trozo de carne a la boca mientras asentía con su cabeza.

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11. La red de pescar

Apenas supe qué hacer con el ordenador que me había comprado en las dos semanas que iban a tardar en conectarme a Internet. Se me pasó por la cabeza aprovechar para hacer un viaje. Mi nueva afición, o el nuevo sentido de mi vida, iba cobrando fuerza y forma. Había conseguido hacer realidad mi sueño, convertirme en un justiciero. Pero tendría que llevar más cuidado y ser más profesional para poder seguir adelante. Precisamente por ese motivo se me ocurrió hacer un viaje. Iría a Toledo, un sitio bonito para visitar, un lugar donde nadie me conoce y un perfecto mercado armamentístico para mi causa. Me fui a solas, pero engañé a mis amigos y familiares, les di a entender que me llevaba una compañía femenina a la que prefería no nombrar. Estuve un fin de semana en Toledo. Fui a tres armerías y en todas adquirí algo interesante.

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Disfruté como un ludópata en Las Vegas. Recuerdo especialmente un lugar, un espadero medieval. Levantaba las espadas con mis manos y me miraba al espejo. Parecía un héroe de acción. Acaricié mi brazo desnudo con el frío metal de una espada a medio forjar. El hombre puede desarrollar su talento y su arte en cualquier actividad, también en el arte de matar. Dagas, espadones, cimitarras, alabardas, mazas y un largo etcétera. Lo que realmente me privó fue una katana. El de la tienda me explicó que era idéntica a las que se hacían en Japón. Cada detalle de la funda y la empuñadura estaba cuidado con esmero. Estaba forjada para convertirse en un instrumento de muerte y amputación nada más ser desenfundada. Volví con el maletero del coche de mi padre repleto. Al llegar a casa metí las armas en el armario del dormitorio, el más grande. Escondidas bajo la ropa en los cajones. Eso sí, no había comprado armas de fuego, para eso hacía falta licencia y eran demasiado ruidosas. También creí que sería conveniente buscar algo así como un disfraz, que nadie pudiese recordar mi rostro en el lugar de un crimen. Afortunadamente el invierno y su oscuridad ofrecen un buen refugio, busqué alguna prenda que me pudiese 82


camuflar. Entre mi ropa vieja hallé un chándal oscuro con capucha incorporada, me ofrecía el disfraz perfecto, así en mis salidas nocturnas parecería un deportista, a lo Rocky Balboa. Alquilé algunas películas de samuráis, no sólo porque me gustaban las historias que tanto recordaban a los westerns norteamericanos, sino porque así aprovechaba para ensayar con mi espada mientras las veía. Esa espada de un solo filo y curvada era fascinante, imité torpemente a los samuráis hasta que adquirí algo de destreza. Estaba deseando estrenarla. Una tarde volvía a casa con una de esas películas de samuráis y me encontré con el instalador de Internet. Poco después ya era un internauta más enganchado a la red en mis ratos libres. Pasé toda una semana trasnochando mientras descubría las maravillas del ciberespacio. Parece mentira hasta qué punto consiguió engancharme el chat. Jamás creí que hablar a través de un teclado pudiese llegar a ser tan fascinante. Tanto fue así que aprendí mecanografía a marchas forzadas, escribiendo a cuatro dedos, los dos índices y corazones.

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Debatí y hablé de los temas más diversos. Durante algunos días también intenté lo de ligar por Internet, pero acabé desencantado al comprobar lo repetitiva que puede ser la gente. Es como si sólo hubiesen tres o cuatro personas en todo el mundo y se clonaran hasta el infinito, pero con rostros y nombres diferentes, esparcidos aleatoriamente por la geografía del planeta y reproduciéndose como conejos. Las palabras en la pantalla revelan esa esencia inmanente que todos tienen en común descubriendo que son una misma persona escondida eternamente bajo el anonimato. Porque los mismos estereotipos de gente se repetían constantemente. A pesar de todo, logré hacer un amigo en la red, alguien diferente a la amalgama de inútiles y fracasados. Un chico algo más joven que yo que compartía mis gustos y mi afición por el cine. Su nick, o sobrenombre en la red, era Memento. A mí costó más de lo que esperaba encontrar un nick o sobrenombre que fuese digno. No sólo estaba la dificultad de encontrar un nombre que me definiese en la red, sino que además ningún otro usuario tendría que tenerlo registrado, o yo no podría usarlo. Tras mucho escurrir mis sesos, apareció el nombre: Otomo. Es el apellido del autor de Akira, esa película de animación manga 84


que tanto me gusta. Milagrosamente el nombre no estaba registrado, me apresuré a apropiármelo. Me caía bien el tal Memento. Se conectaba por las noches al igual que yo. Me recomendó muchos sitios web bastante interesantes, sobre cine y música y también me enseñó a desenvolverme mejor por la red y a hacer cosas como guardar nuestras conversaciones más interesantes. Otro de los aspectos que me gustaba de Memento era su forma de escribir. Se definía a sí mismo como un defensor de la palabra escrita y decía que Internet y los teléfonos móviles estaban consiguiendo que cada vez la gente hablase y escribiese peor. Creo que tenía razón, porque en casi los internautas utilizaban

cientos

de

abreviaturas

que

terminarían

convirtiéndose en vicios que arrastrasen al escribir en otros medios. Pero no quise que la red me atrapase del todo, por eso salí a la calle a patrullar como un buen justiciero, a seguir imponiendo orden antes de olvidar el nuevo sentido de mi vida. Creí que la propuesta de mi amigo Pedro sería ideal para localizar a unos cuantos indeseables.

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12. Periodismo puro y duro —Vaya rachita llevas ¿eh, Paco? Te estás comiendo unos buenos marrones. —Bah, no te creas, ¿qué son un par de asesinatos? A mi edad estoy acostumbrado a esto y a asuntos mucho peores. —¿En serio?— insistió su compañero de trabajo— yo también llevo mi tiempo en el periódico, casi quince años, y aún así, entre rutina y rutina, siempre sale algo nuevo... la verdad, dos asesinatos tan seguidos en esta ciudad no los recuerdo, el morbo está servido señores. —Es posible, pero a mí todo me da la sensación de repetirse, un ciclo incesante. —Bueno... —su compañero de trabajo se encendió un segundo cigarro en la única sala en la que les estaba permitido fumar, lugar que aprovechaban para tomar un respiro mortecino, aunque también aliviador— y ¿qué ha averiguado la Poli hasta ahora? ¿quién creen que mató a ese tío en su casa?

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—Todo apunta a su esposa, lo que pasa es que no hay pruebas para demostrarlo. —Brotóns dio una enorme calada que arrugó el cigarro dejándolo seco. —¿Tú qué crees que pasó? —Supongo que sería ella, pero ya sabes que la suposición es una mala compañera de trabajo. Lo más seguro es que se hartara de recibir palos y amenazas y tomase la iniciativa, es bastante comprensible, no sólo se defendía a ella misma, sino también a sus hijas. —Bueno, ¿qué? ¿nos vamos o yo también me tendré que hacer fumador?— preguntó Joaquín al entrar en la sala con la cámara de fotos colgada del hombro. —Venga, nos vamos, si tanta prisa tienes apagaré el cigarro. Nos vamos de entierro, aunque al menos podías haberte puesto algo más oscuro y con menos colorido, joder, si con unas bermudas de flores irías más discreto que como has venido. Qué poca vergüenza de verdad, y qué poca profesionalidad —Paco... no toques los cojones.

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El fotógrafo tomó un par de imágenes de la gente que había acudido al funeral. Podían verse sus espaldas, caras de medio perfil y el ataúd junto al cura. No eran ellos los únicos profesionales de la comunicación que habían acudido. Se dieron cita algunos compañeros de otros medios locales. Brotóns charló con un amigo de la competencia, pusieron datos en común y compartieron su cinismo, bromeando sobre la merecida muerte de un marido que no pudo domar a su esposa. Cómo nos escuche Rocío nos corta las pelotas de raíz, decían refiriéndose a una redactora de otro medio que siempre les tomaba, con razón, por dos machistas frustrados. La mujer del fallecido había acudido también al entierro, aunque la Policía estaba presente por si a algún familiar de la víctima se le iba la mano contra ella. Al salir de la capilla cada periodista buscó alguien a quien sacar información. Brotóns halló a un conocido y sacó provecho de la situación. —Hombre, tú por aquí... ¿de qué conocías al muerto? —Era un amigo, bueno, más bien solíamos coincidir en el bar. 88


—Ya... ¿y qué sabías de él? —Lo mismo que todo el mundo, hasta vosotros los de la prensa, que era un tío que pegaba a su mujer y pasó un tiempo en la cárcel. No sé cómo sería en su casa, pero fuera de ella era buena gente, un tío amable. Aunque como puedes ver, Paco, tampoco es que fuera de muy buena familia... Unos gritos interrumpieron la conversación, alguien había perdido la poca paciencia que tenía. Eran dos los que se habían encarado con un periodista, uno de ellos le empujó, estaban cerca de Brotóns. —Sois unos malditos buitres, ¡siempre al acecho hijos de puta! ¡Largaos de aquí o de lo contrario os partiré los morros!— gritó escupiendo saliva a doquier— ¡Malditos! —Eres una puta víbora— uno de los dos estaba empujando a un periodista de la televisión local, pero vio a Brotóns y se dirigió hacia él— ¿y tú que miras viejo? te conozco, eres el peor de cuántos hay aquí, eres rastrero, no puedes caer más bajo, deshonráis vuestra profesión y el buen nombre del muerto, ¡te enterraré vivo viejo cabrón!

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Afortunadamente para Brotóns el amigo con quien había estado hablando se llevó, ayudado por otros tres hombres, a aquel tipo que hubiese estado dispuesto a apalear al veterano informador. En unos minutos el alboroto a la puerta de la capilla se disolvió, gracias también a que el cura salió a hacer de pacificador "No por haber salido de la casa del Señor quedáis excusados, comportaos como hombres, no como niños." Los exaltados se marcharon a casa y Brotóns volvió a dirigirse a su amigo. —Oye, ¿quiénes eran esos dos piraos? Esta vez han andado cerca de calentarme. —Ja, ja, ¿sí que ha ido cerca eh? Me debes una y buena. —Sí... ya te lo compensaré, la próxima vez que te vea te invito a una cerveza, palabra de honor, pero ¿quiénes eran esos? ¿familiares? —Sí, eran sus dos hermanos... ¿no lo habías deducido? Pues vaya periodista estás hecho, tendrías más futuro como árbitro de fútbol.

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—Me imaginaba que eran sus hermanos, pero en este trabajo hay que confirmarlo todo. Bueno, me ha alegrado verte, doblemente... Ese conflicto ayudó a que en la redacción Brotóns pudiese completar las líneas que de otra manera no hubiese sabido llenar sobre el entierro. Así pudo llegar a casa más pronto de lo esperado. No había nadie y aprovechó para relajarse. Sacó uno de los puros que todavía conservaba de la boda de su hijo pequeño, abrió la ventana y se sentó en el sofá con los pies en la mesita. “¿A quién coño le importa el riesgo de un cáncer de pulmón pudiendo disfrutar de uno de estos momentos?” Llegar a casa temprano y que su esposa estuviera fuera era lo único que le permitía ilusionarse con acabar pronto por las tardes, así podía disfrutar de sus vicios prohibidos. Era un lujo que rara vez se podía permitir. Gracias a las horas extra que había hecho por culpa del asesinato, su jefe había sido benigno y le dejó marcharse antes a descansar y reponer fuerzas. Acabó su puro y borró las huellas del crimen antes de que llegase su mujer, calculó que volvería media hora antes de la

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hora a la que tienen acostumbrado cenar, mientras veían la serie Cuéntame cómo pasó. Para ellos, al igual que cuando solo había dos cadenas de televisión, era la programación quien dirigía sus relojes y costumbres. Poco después de limpiar las pruebas, no quedaba ni un resto del olor a puro, llegó su esposa. —Hoy has llegado más pronto de lo normal. —Sí, me han dado un poco de descanso, saben que ya estoy mayor y tanto trabajar no es bueno para mí. Si es que estos jovenzuelos son todos unos vagos mal acostumbrados. Sigo siendo yo el que más escribe de todos, a mi edad. —Anda no te quejes tanto, que todavía te quedan cinco años para jubilarte y hace veinte que te estás quejando, tú naciste viejo. —Qué graciosa has venido hoy ¿y se puede saber de dónde vienes tan contenta? —Pues de ver a mis nietos— al abuelo se le encendieron los ojos. —¿Y qué tal están los bribones?

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—Enormes, no se paran quietos. ¿Oye sabes algo más del hombre ese al que mataron? —Bah, no mucho más, hoy he estado en el entierro, lo único que he descubierto es que sus hermanos también tienen mal genio, casi me calientan, jajaja. —Lo que me extraña es que en todo este tiempo no te hayas llevado ninguna torta, sobre todo con lo cínico que eres. Parece que siempre vayas buscando que te den una paliza, pero debes haberle caído en gracia a alguien ahí arriba para que no te hayan apaleado todavía. —He tenido suerte— guiñó un ojo a su esposa como cuando trataba de seducirla.

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13. Salida nocturna

Con la edad se supone que la gente se hace más tranquila, que sienta la cabeza. Yo estuve a punto de hacerlo, pero tras romper con Eva volví a las juergas de juventud. Si bien íbamos menos de discotecas que antes, de cuando en cuando también nos metíamos en uno de esos gigantescos y grotescos hormigueros infestados de humo, sudor y drogas. Me había animado para ir el sábado a una nueva macrodiscoteca que habían abierto en el polígono industrial, a las afueras de la ciudad. Llevaba un mes funcionando y todo el mundo hablaba de ella, es como si se hubiese convertido en un fenómeno social, era lo que se suele decir: el sitio de moda. Pensé que sería interesante, porque a esos lugares acude una inmensa multitud de jóvenes (y no tan jóvenes) delincuentes. Nuestra costumbre de quedar cada vez más tarde para salir de fiesta ha terminado aburriéndome. Antes nos íbamos de marcha a las nueve de la noche como mucho, pero pasados los 21, era extraño que algún día saliésemos antes de la una de la

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madrugada. Por eso desde que acababa de cenar hasta la hora de salir de fiesta, el riesgo de caer dormido entre los brazos del sofá de casa era muy grande. Afortunadamente mi nueva afición, Internet, estaba en pleno auge y me mantuvo despierto en los canales de chat hasta las 00:45 horas, que había quedado con Pedro. Aunque quería salir preparado, no podía llevarme ni mi bate de béisbol (que por cierto estaba ya astillado y quizás tendría que deshacerme de él) ni tampoco la espada japonesa (algo que me decepcionaba por no poder estrenarla). Pero mi viaje había sido fructífero y tenía un amplio y polivalente arsenal entre el que escoger el instrumento de precisión más adecuado para cada situación y contexto. En esta ocasión decidí que sería idóneo llevarme la nudillera de hierro con un puñal incorporado. Ocupaba poco sitio y podría ser eficaz en las distancias cortas. También cogí una daga mediana, por si acaso. Llevar la daga era más por confianza que otra cosa. Era un objeto casi mitológico. La empuñadura era un mango con una cobra enroscada. Tenía el certificado que aseguraba que era una réplica exacta de la daga

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que salía en un episodio de Cónan el Bárbaro. Me até la daga al tobillo y metí el puño americano en el bolsillo. Esperé a Pedro en la puerta de casa, mascando dos chicles al mismo tiempo, uno de menta y otro de fresa, uno de azúcar y el otro sin azúcar: mejor que el tabaco en todos los sentidos. Me recogió y fuimos directamente a la discoteca en cuestión. Mientras conducía Pedro me dio una agradable sorpresa, había traído un par de petacas que escondía en la chaqueta para compensar que no habíamos ido a las tascas a tomar unas copas. —He llenado una con vodka y limón y la otra con whisky y cola. —Gran idea... ya lo creo. —Te imaginarás que en la discoteca cobran a cinco euros la copa. De esta manera por lo menos podremos coger el puntillo alegre sin tener que empeñar el piso. —Sí, ha sido muy buena idea, pero no te creas que con eso me vas a compensar que lleves puesta una cinta de Madona. —¿Qué pasa tío? Venga Rodrigo que está bien, y además es movidilla, así nos vamos animando, entramos en ambiente.

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—Venga ya... como si no fuese a tener suficiente con la mierda que pondrán en la discoteca para que me vengas ahora con Madona, joder, ¿Madona? Tío, ¿Madona? “Like a virgin, uh, fucked for the very first time, uh”, Por Dios, lo que hay que aguantar. Por cierto... ¿con quién hemos quedado? ¿te han dicho estos si van a venir? —¿Quiénes? —¿No ibas a llamar a Luis, a Javi y a la tropa? —Ah sí, han dicho que luego nos veríamos allí. —¿Y la Sandrica? ¿Va a ir o qué? —Sí, también me ha dicho que luego se pasaría. —Me lo podías haber contado antes y le pedía el coche a mi padre, si quieres irte luego con ella dilo y me vuelvo con Javi o algo. —Vale, tú tranquilo que si hay ganas de mojar te aviso o te dejo antes en casita ¿vale señorito? Habíamos llegado de los primeros, la discoteca no era gran cosa. Bien decorada aunque no demasiado grande. Tomamos la consumición obligatoria y poco después empezó a llenarse el 97


antro. Conocía a mucha gente, me aburrí saludando a indeseables y deseables. Buscamos un lugar más escondido para ver a la plebe sin tener que saludarla. Muchos excompañeros de instituto, alguna ex novia, algún examigo y otros que simplemente eran imbéciles. ¿Amigos? Quizás uno o dos, si contamos a Pedro. Fui observando. Tanto ellas como ellos con pinturas de guerra, buscando igualmente la seguridad, la dignidad y reafirmación en el éxito social. Y por tanto sustentando su persona y personalidad en el ser artificial logrado a base de dinero invertido en moda, una ropa que enseñaba todo lo enseñable, pinturas destinadas a esconder bultos y defectos, horas de gimnasio y también de cirujanos. Con la inestimable ayuda del ruido que nublaba los sentidos. Un ruido no sólo acústico sino visual en una distorsión compuesta por humo, alcohol, oscuridad, drogas, tabaco y miles de vatios de sonido que idiotizan por igual a los sentidos y al cerebro al recibir e interpretar la información. Toda la semana trabajando esperando a ese día, para ser embutidos en una máquina del engaño masivo, pues bien.

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Me miré a mí mismo, no iba demasiado arreglado. En otras ocasiones había sido uno más entre ellos, intentando desenmascarar alguna belleza entre la masa amorfa, no me avergonzaba. Pero esa noche era distinto, tenía otro objetivo diferente, algo trascendente que me había convertido en alguien más digno que el resto. Mi cacería era diferente. De mí dependía velar por la seguridad de las buenas personas, no trabajaba por dinero, sino por algo honesto. Mis ojos se convirtieron en un escáner que barría a la masa buscando a aquellos que mereciesen ser castigados por el ángel vengador. Diez minutos después vi al candidato perfecto. Nuestros amigos ya se habían unido a nosotros, yo era el único que conservaba su cubata cuando lo divisé. Era un delincuente habitual y bastante reputado en la ciudad. Llevaba años cometiendo todo tipo de delitos, pero lo que le había dado fama era atracar a chicos más jóvenes y débiles que él, a menudo usando la violencia y otras veces sólo la intimidación a punta de navaja. Con sus miles de atracos a niños y adolescentes había ganado dinero, pero también le iba bien gracias a que vendía droga. La Policía lo conocía de sobra por los cientos de 99


denuncias que habían recibido contra él, pero eran delitos menores y su repetición no importaba a la ley. Dije haber visto a una chica que me gustaba y me excusé de mis amigos. Fue a aquel ratero a quien perseguí por la discoteca. También a mí me había robado en dos ocasiones, una a los doce y otra a los catorce. Era la segunda la que más recordaba, me humilló. Quería demostrarle mi entereza, mi valor, y me negué a darle el dinero. No dudó en sacar su cuchillo y ponerlo en mi cuello, mi corazón latió con tanta fuerza que no me dejaba respirar, la imagen de mi hermano enfrentándose a los ladrones y muriendo acuchillado era lo único que podía ver. Me quedé petrificado, eché la mano al bolsillo y le di lo que llevaba, un billete de mil pesetas que a mi edad no era sencillo conseguir. Me dio una bofetada que me escoció todo el día y se fue corriendo con su botín, eso por vacilón, me dijo antes de huir. No se lo conté a nadie, no hubiese servido de nada. Pero el tiempo es sabio y vengativo. El tiempo supo ponerme en esta situación, hacer que nos encontrásemos en esa discoteca esa noche y que no hubiese olvidado su cara.

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Al fin se iba a hacer justicia. Porque a él le iban las cosas demasiado bien, apenas había pisado la cárcel y tenía de todo, gracias a haber amargado la vida a muchos otros. —Ha llegado tu momento. Durante media hora le observé desde lejos. Me cercioré una vez más de lo despreciable que era. Empujaba a quien le parecía, se hacía el gallo con cualquiera y babeaba a las chicas, aprovechando los descuidos para meterles mano. Le seguí sin que se percatara hasta los lavabos. A otra hora hubiese sido imposible que no hubiese nadie más en el aseo, pero aún no estaba llena la discoteca y en el lavabo masculino sí era posible. Me había ido colocando los guantes transparentes mientras seguía sus pasos hacia el lavabo por un enorme pasillo. Dentro del aseo me coloqué la nudillera, él había optado por entrar a uno de los retretes con puerta. Abrí silenciosamente y me puse a su espalda. Era arriesgado, tenía que ser rápido. Le clavé el pincho en la yugular mientras aun meaba. Saqué el arma blanca teñida de rojo con velocidad y la sangre fue escupida a presión contra la pared.

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Intentó frenar la hemorragia con la mano en el cuello al tiempo que meaba por el suelo y las paredes. Con el mismo pincho entré a matar al toro, dándole la estocada en la nuca. Clavé tanto el filo que tocaba su piel con mis nudillos. Sentí cómo astillaba una de sus vértebras. Le propiné una patada en la pierna y cayó de rodillas. Agarré el pelo y chafé su cabeza contra la taza, estruendo imposible de escuchar gracias a los miles de vatios de música. Repetí el aplastamiento unas cuatro o cinco veces mientras él, arrodillado, moría meneando sus piernas indefensas. En esos sucesivos golpes le fueron saltando los dientes, las narices y rompiéndosele cada uno de los huesos de la cara. Busqué su navaja (estaba claro que también él llevaba una) en el bolsillo de sus pantalones y la coloqué en su mano derecha, cerrando sus graciosos deditos inertes. Entró alguien al lavabo, eran dos amigos. Les escuchaba hablar tras la puerta cerrada. Aproveché para limpiar con papeles la sangre que me chorreaba de los brazos y la cara. Terminaron de orinar y se fueron, sin molestarse en enjuagar sus manos. Yo estaba perdido. Parecía venir de la fiesta de la sangre.

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Salí rápido y dejé el cuerpo sin vida bañado en rojo sobre el váter. Atranqué la puerta del meadero, que tenía el pestillo roto. Me quité los guantes y los guardé en el bolsillo. Lavé mis manos y guardé la nudillera con cuchillo. Fui inteligente vistiendo de negro, las manchas eran casi inapreciables en mi ropa, por lo que sólo tuve que enjuagar bien mi piel. La suerte no podía ponérseme más de cara. Al salir del baño me encontré con una buena amiga, Julia, la misma chica con la que había pasado la noche hacía un par de semanas. Estaba aburrida, su novio no había salido y tenía ganas de volver a ver mi piso. Yo le dije que genial, porque quería ir a casa cambiarme. Un capullo me ha vomitado encima, por eso estoy mojado y pringado. Prefiero que no te acerques a mí hasta que me duche, ahora mismo doy un poquito de asco. Me acerqué a mis amigos, aunque no íbamos cogidos para no dar que hablar más de lo necesario. Le susurré a Pedro que me

iba

con

ella,

los

otros,

sin

escucharlo,

también

comprendieron lo que sucedía. Pedro se alegró, me insistió para que me llevase una de las petacas, acepté el obsequio y se la cedí a Julia.

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Pensaba salir de la discoteca de todas maneras, aunque no hubiera visto a mi antigua compañera de instituto. Temía el alboroto que se produciría si alguien encontraba el cadáver, podría ser que nos registrasen a todos y me descubrieran con el arma del crimen y mi ropa llena de sangre. Nadie descubrió que había un cadáver hasta que la mujer de la limpieza entró a los aseos el día siguiente. Supongo a que quienes abrieron ese retrete no les importó demasiado ver a un tipo tirado de boca en la taza del váter. Es triste que nadie se preocupe por los demás, adónde hemos llegado. Podría haber sido una persona decente que necesitaba ayuda, pero no se molestaron en tenderle una mano. Afortunadamente era un desgraciado que merecía una muerte ruin.

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14. El hilo conductor

—En serio, no me explico cómo no se pudo dar cuenta nadie en toda la noche, de que había un tío muerto tirado en el aseo, con la cabeza dentro del inodoro y el suelo encharcado de sangre. ¿Nadie vigila los aseos? —Los de seguridad tienen orden de entrar cada cierto tiempo, sobre todo si hay mucha gente, pero no comprueban si hay alguien dentro de los retretes... usted me entiende... —se justificó uno de los cinco dueños de la discoteca, que era quien había acudido. —Aún así no me lo explico, en serio, alguien tendría que verlo, alguna persona tuvo que entrar al retrete a mear, a cagar o a vomitar y ver a ese hombre muerto, tirado en el suelo, que estaba lleno de sangre... —Usted no suele ir mucho a las discotecas ¿verdad? —Sólo por trabajo... y nunca es agradable. —La gente viene a pasarlo bien, cada uno va a lo suyo, nadie se preocupa por nadie, piensan en divertirse. Además, una 105


gran parte de la gente se emborracha... y no crea que es tan extraño ver a un tío tumbado de cabeza en la taza del váter, ojalá no fuese habitual, pero sí lo es. Y si un tío viene a una discoteca y al entrar al aseo se encuentra a un desgraciado tirado en el suelo, se la suda, no va a ir corriendo a los de seguridad. Lo dejará ahogarse en lo que él cree que es su propio vómito, porque no es problema suyo. —Que quiere que le diga, yo sigo boquiabierto— Santos se pasó la mano por la cabeza apartando algunos cabellos del flequillo, suspiró y observó el lugar del crimen. Alguien tiene que haberlo visto, pensó. —¿Le habéis cogido los datos a la de la limpieza? —Sí. —Pues que se vaya la mujer que encontró el muerto —Gracias agente— respondió la de la limpieza al escucharle, ya era mediodía y tenía que llegar pronto a casa a preparar la comida.

Santos permanecía en su despacho con la mirada perdida en la pared, tres casos de asesinato sin resolver, jamás se había 106


enfrentado a nada parecido. Sonó el teléfono y despertó de su letargo. Era el comisario quien le había llamado, le dijo que quería hablar con él y que se acercase por su oficina. A él le sonó bastante mal estando en aquella situación. Apuesto

a

que

me

dirá

cómo

debo

llevar

las

investigaciones, sin ayudarme en absoluto, qué sabrá él lo que está pasando, soy yo quien se patea la calle y ve las escenas del crimen, bueno, al tajo.

Salió del despacho del comisario deseando dar un portazo. Se cruzó con un compañero de paisano. ¿Qué tal? ¿Te ha echado alguna bronca? No me extrañaría, porque parece que se complica el campo de homicidios ¿no? —Sí, aun no hemos resuelto ninguno de los tres asesinatos y sólo en uno de ellos tenemos a un sospechoso, a la mujer maltratada. Y será complicado llevarla a juicio, sólo hay sospechas contra ella. Tiene una coartada perfecta. Encima el comisario quiere que se resuelvan los tres casos en una semana como mucho, para que no haya alarma social, ¿pero ese qué piensa? ¿cree que hay una oferta de tres por el precio de uno o

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qué? Además, ya es tarde, las televisiones nacionales y autonómicas se empiezan a interesar por lo que pasa en la ciudad. Cómo resolver tres asesinatos que no tienen nada que ver en el tiempo que se tardaría en resolver uno solo. Porque no tienen nada que ver ¿no? lugares diferentes, víctimas sin ninguna relación, métodos distintos, aunque igualmente salvajes... sí eso es, algo que relaciona a las tres víctimas, los tres eran delincuentes con antecedentes. Un maltratador, un camello y un delincuente juvenil que ha hecho de todo, desde robar hasta pasar droga... quizás tenga algo, pero no, no creo... supongo que sólo será una casualidad. Al fin y al cabo eso qué puede significar ¿que hay mucha delincuencia?

No era complicada mi nueva distracción, como cualquier otro oficio exigía dedicación, empeño y buen hacer, pero el resto era pan comido. Aprendí el método y me era cada vez más sencillo acabar con mis víctimas. En una semana conseguí quitar de las calles a tres delincuentes y asegurarme de que nunca más harían daño a nadie. Ese es un resultado con el que ni el mejor

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de los policías puede soñar, sólo yo había conseguido algo semejante. A dos de ellos los maté juntos, me divertí bastante ese día. Bajé a correr a la rambla, allí había un par de yonquis, delincuentes habituales, que se estaban pinchando las venas. Yo me había acercado hasta el lugar con una mochila de deporte que escondí entre unas palmeras jóvenes. Al ver a aquellos dos comprendí que era mi ocasión. Fui a por la mochila y saqué mi espada oriental, deseoso de estrenarla. No me equivocaba con ellos. Molestaban e intentaban robar a todo el que pasaba por la zona, pero era tarde y no quedaba nadie corriendo ni paseando al perro, era el momento. Me subí la capucha cubriendo mi rostro entre las sombras y me acerqué a ellos por detrás, desenvainé la espada y acabé con sus vidas en menos de un par de minutos. No me lo pusieron difícil. Ya empezaba a acostumbrarme a las vísceras, a la sangre y a los cuerpos descuartizados, me afectaba poco y gracias a ello me era más sencillo continuar mi trabajo. Tras cortar medio cuello al primero, el otro se levantó y me miró como si yo fuese la parca. Le atravesé el estómago en

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un instante. Cayó de rodillas, retorciéndose, sujetando la tripas y mirando a su compañero, dio con la cabeza en el suelo y resbaló unos metros por la ladera hacia el río, entre la tierra, las matas y los árboles. —Tío, no te mueras, nos morimos los dos, joder... qué putada. Dijo el muy colgado mirando a su amigo que yacía muerto o inconsciente. Me planté junto a él, empujé su cabeza con la espada para que me mirase. ¿Te apetece sufrir amigo? Le pregunté. Lloró y me dijo que no quería morir y que le llevase al hospital. Que no diría nada, que me perdonaba. —¿Que me perdonas? No eres tú quien debe perdonarme. La pregunta es ¿quieres sufrir? ¿pagarás tus pecados aquí como en el infierno? Lloró un poco más. No me mates, no me mates. Dudaba si darle el toque de gracia o esperar a que se desangrara. Alguien podría descubrirme en mi regocijo, no debía arriesgarme. Rematé a su compañero ante sus ojos, de tres espadazos en el cuello. Aunque no logré separarle la cabeza del cuerpo y eso me frustró, me faltaba técnica, sus huesos estaban duros. Luego dije

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adiós al otro, que soltó un gran alarido antes de que atravesara su boca abierta con el frío metal. Al extraer la espada un trozo de la lengua se había quedado pegado con sangre cuajada y algunos trozos de piel y músculos de la garganta al brillante filo de la espada. Me dio un poco de asco separar la lengua del metal, pero lo hice. Sonreí, podría hacerme un pendiente con ella o alguna cosa ingeniosa. No. Yo era un héroe, no un psicópata. Le metí la lengua en la boca y me fui.

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15. Oleada de asesinatos Cuando Paco Brotóns cerró la puerta de su casa su esposa le estaba esperando viendo el informativo y algo nerviosa. Se levantó de inmediato, el periódico estaba desplegado sobre la mesa. —Hola, cariño. —Hola, oye, Paco, ¿tú crees que tenemos un asesino en serie en la ciudad? —Eso he escrito en el periódico, lo has leído ¿no? —Sí que lo he leído, pero ¿por qué no me lo has dicho antes? —Porque sé cómo eres y no quería asustarte, sabía que ibas a escandalizarte. —¿A cuántos ha matado ya? —Al menos a tres, ¿qué han dicho en la tele? —Lo mismo que tú, he estado viendo la autonómica y en la Primera también lo dirán cuando empiece.

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Brotóns comió rápido y se marchó, a las cinco de la tarde tendría que acudir a una rueda de prensa. No era normal que el comisario convocara a los medios de comunicación, tendría que prepararse algunas preguntas inteligentes, no se le podía escapar nada.

—No, Santos, ya no sirve de nada que intentemos que no cunda el pánico, la gente está aterrorizada porque la prensa ya lo sabe, de nada sirve ocultarlo. —Tiene razón— aunque Santos decía estar de acuerdo, en absoluto compartía el pensamiento del comisario. —Lo mejor será que en la rueda de prensa de esta tarde hagamos público el retrato robot. —Pero... —Pero nada, quiero que ahora mismo hagas veinte fotocopias para dárselas a los medios, tal vez consigamos que alguien identifique al asesino. El policía iba camino de la fotocopiadora observando el dibujo realizado a través de la descripción de la testigo. La

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mujer paseaba de noche cuando vio a una persona con la cara cubierta matar a otros dos hombres utilizando una espada. Estaba en lo cierto, seguramente todos los asesinatos recientes los cometió la misma persona, los resultados de las nuevas autopsias tardarán un día más en llegar. Ha habido que desenterrar a algunos cuerpos, pero seguro que fue el mismo, la pena es que no va a servir de nada difundir esta imagen de un hombre con la cara cubierta, sólo podremos asustar más a la gente. Después le encomendó a un compañero de trabajo que fuese a todas las armerías de la ciudad y averiguase quién había comprado una espada en los últimos días.

—El asesino en serie cometió uno de los crímenes más sanguinarios de los últimos tiempos. Se acercó encapuchado a sus víctimas y los despedazó con la espada, según declaró la testigo a la Policía. La testigo no pudo ver su rostro, huyó temiendo que el asesino la descubriera. La Policía afirmó ayer que es probable que los seis asesinatos cometidos en los últimos meses sean obra de la misma persona, pero no lo sabrán hasta

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que lleguen las pruebas de la autopsia. De momento, sí están seguros en atribuir a esa persona los tres últimos crímenes, por lo que ya se puede hablar de un asesino en serie o de una oleada de asesinatos. Además, todas las víctimas tenían en común que habían sido delincuentes y habían estado alguna vez en prisión. Por ello entre los móviles que se barajan no se descarta que haya una persona que esté intentando ejercer de justiciero o un asesino profesional que esté ajustando cuentas con otros delincuentes. No obstante, hasta el momento todo son especulaciones. Los cuerpos de Seguridad han extremado su vigilancia para intentar localizar al asesino y evitar nuevos crímenes. —Sigue, sigue leyendo... —No pone más, Rodrigo, aquí acaba el texto. —Joder, es increíble ¿no? —Ya lo creo— Pedro dio un sorbo a su café. —Estaría bien que alguien estuviese intentando poner justicia en la ciudad, pero creo que si fuera así tendría mucho trabajo por delante, cada vez hay más delincuencia y no se le ve fin. —Sí, supongo que tienes razón. 115


Esa tarde no tenía pensado hacer nada en especial, quizás pasear y observar si el dispositivo policial había aumentado por mi culpa. Pero una llamada inesperada alteró mis planes. Me sorprendió escuchar una voz femenina y joven (ya que mi madre sí me llama a menudo) pronunciando mi nombre por el auricular del teléfono. No la reconocí, pero cuando me dijo que tenía ganas de volver a verme y que si podíamos quedar a las ocho de la tarde, comprendí que era Julia. No me apetecía verla, pero tampoco tenía nada mejor que hacer, pensé que sería un buen momento para romper la relación. No me sentía bien acostándome con ella y sabiendo que tiene novio. Puede parecer complicado comprender que matar a otras personas no me produjese ningún cargo de conciencia y sí lo hiciera el estar con una chica con novio. Pero precisamente acababa con esos delincuentes porque pensaba que era lo correcto, que estaba actuando bien, no merecían seguir viviendo, estaban mejor muertos, porque así no harían más daño a nadie.

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Sin embargo, con Julia era diferente. Seguramente su novio no se merecía que ella le pusiera los cuernos, o tal vez sí, pero no era ese el problema. El auténtico problema, más egoísta y razonable por ello, era que yo no estaba enamorado de ella. Si seguía viéndome con Julia y haciéndole ilusiones, terminaría por dejar a su novio para salir conmigo. Y aunque a mi me caía muy bien, nos divertíamos y me gustaba acostarme con ella, no la quería como para mantener una relación seria. Lo mejor que podía hacer era dejarla antes de que ella dejase a su novio, era lo más honesto y también lo mejor para ella, aunque me costaría renunciar a sus caricias. Habíamos quedado en su piso, me preparó un café y se sentó a mi lado. —¿Hoy no quedas con tu novio? —No, está de viaje, hace de representante de su fábrica y se ha ido a una feria en Madrid— me acarició la barbilla — ¿quieres quedarte a cenar? —No sé, aun es pronto, de momento me tomaré el café — miré sus ojos, parecía ilusionada, la encontré más guapa. Siempre es dolorosa una ruptura, incluso cuando la relación no 117


existe. Intenté ser cuidadoso con las palabras, la apreciaba. Hubiera sido más fácil decirle que no la quería, pero le expliqué que no estaba preparado para otra relación seria, que necesitaba seguir solo. Le dije que si seguíamos viéndonos terminaría por enamorarme tanto que querría estar con ella noche y día, en parte era cierto. Pero no quería arriesgarme a que dejase a su novio y lo nuestro fallase, soy un desastre para las relaciones y no quería seguir llevándome chascos. Le prometí que si más adelante me sentía preparado la llamaría y la obligaría a dejar a su novio, aun a riesgo de que me dijera que no. Me preguntó si todavía seguía enamorado de Eva, pensaría que ese era el motivo. Le dije que la seguía queriendo (a lo mejor así entendía que no quisiera salir con ella). Parecía haber comprendido lo que me pasaba, no se puso demasiado triste, aunque sí decepcionada. Me abrazó y me dio un beso en los labios. —Espero que de todas maneras nos sigamos viendo. —Claro que sí Julia. Volvió a acariciar mi rostro y me propuso que nos acostáramos juntos por. Mi cabeza me decía que no era nada aconsejable, que debería dejarlo ya o me costaría más zanjar la

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relación. Pero mi cuerpo y mi cabeza estaban aliados, terminé cediendo y me llevó a su cama. De madrugada me desperté, seguía dormida, con un gracioso pijama de Disney. Insistió en que me quedase a dormir y no me esforcé en decir que no. Aparté su brazo de encima de mí y me alcé sin que se percatara de mi ausencia aprovechándome para escapar. Eran las cinco de la madrugada y hasta casa quedaba un paseo. La noche estaba congelada por el viento que salía de la nevera hecho cubitos. En casa no me apetecía dormir, me conecté a Internet. Sorprendentemente

mi

amigo

virtual,

Memento,

estaba

conectado. Memento: ¿Hey qué pasa, Otomo? ¿Cómo te va? Otomo: Bien, algo desvelado. Memento: ¿Qué haces despierto a estas horas? ¿tan enganchado estás a Internet? ¿o es que mañana no curras?

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Otomo: Sí que trabajo, es que vengo de casa de una amiga y no me apetece dormir, ya he dormido un rato en su casa y no me queda sueño. Memento: Jajajajaja, estás hecho un cabroncete. ¿Te has escapado de su casa a media noche? Eso no le habrá sentado bien. Otomo: Es que en realidad hemos roto, era lo que se dice un polvo de despedida. Memento: ¿De despedida? Eso será en principio ¿no? Nunca se sabe cuándo vas a recaer. A lo mejor te toca darle muchos polvos de despedida. Otomo: Tienes razón. Oye, ¿me aconsejas alguna web o algo? Tengo ganas de entretenerme un rato. Memento: Si lo que quieres es entretenerte, te vas a hartar. ¿Te gustan los juegos de coches? Otomo: Sí, pero tampoco te matan. Memento: Este lo hará. Te voy a pasar un juego, es buenísimo, ya verás, se trata de atropellar a gente... y

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dependiendo de si es una viejecita, un niño, o lo que sea, te van dando más o menos puntos. Es genial, seguro que te gusta. Otomo: Hey, eso me suena a una película. Otomo: Ya recuerdo, era un película que te cagas de vieja, creo que se llamaba La carrera del año 2000 o algo así. El tema era el mismo, un concurso en el que iban atropellando a gente. Siendo justos, la película era mala, pero divertida. Memento: No sé cuál me dices, qué quieres que te diga, de todas formas te paso el juego, cuando te salga el cuadro de diálogo dale a aceptar, guarda el fichero en el escritorio, después lo abres, lo instalas y a jugar. Otomo: De acuerdo. No tuve problema en instalar el juego. Era una auténtica pasada. Se supone que había que ganar la carrera, pero a mí me la sudaba llegar el primero, me podía dedicar perfectamente a atropellar gente y chocarme contra otros vehículos. Lo disfruté unos veinte minutos y cuando me sentía totalmente enganchado me acordé de Memento. Otomo: Eh qué pasada de juego, me he enganchado a lo bestia. 121


Memento: Ya te he dicho que para pasar un buen rato está muy bien. Otomo: Bueno, creo que me voy a desconectar y dormir algo. Memento: Sí, ya , seguro, vas a engancharte a seguir atropellando gente ¿a que sí? Otomo: Jajaja, es verdad, me has pillado, me voy a dar una viciada de las que marcan historia. Empecé a atropellar a gente en el videojuego y a divertirme con ello. Así estuve durante tres horas, hasta las ocho de la mañana, entonces pensé que tenía que levantarme antes de las nueve y me eché a dormir. No conseguí pegar ojo, cuando los cerraba sólo veía las imágenes del ordenador, la gente sucumbir bajo las ruedas de mi automóvil. Eso me hizo reflexionar sobre la violencia sin sentido. Y es que muchas personas encuentran diversión en lo que es conocido como violencia sin sentido. Pegar a alguien porque sí, sin motivo, sólo por divertirse, o matar a la gente como si fuese un juego. Supongo que esos son los verdaderos psicópatas, la gente que mata por el hecho de matar en sí, sin ningún motivo 122


más allá del propio asesinato, de recrearse y disfrutar con ello. Porque tienen una especie de orgasmo cuando le quitan la vida a otro ser. Conozco esa sensación. Comprendo que para ellos pueda resultar divertido. El poder, la adrenalina descargada. Pero no lo comparto. Yo prefiero la violencia con sentido. Si no hay un motivo para ejercer la violencia, no veo qué motivo, qué finalidad tiene ejercerla, ¿por simple diversión? Me divierto de otras formas, no necesito matar a nadie para pasarlo bien. Si he matado ha sido porque lo he creído necesario, no porque lo haya considerado divertido. Todo aquello yo lo pensaba medio dormido. Alucinado, medio consciente, como borracho. Luego vinieron a mí las imágenes de mis matanzas. Los rostros de aquellos a quienes había matado. Cerraba los párpados y sólo podía ver esas imágenes. Era ellos a quienes atropellaba y aplastaba en el juego de coches. Su sangre estaba por todas partes. Trepó por las patas de mi cama llegando hasta mi cara. Escalaba por las paredes, tiñó el póster de Star Wars y el de U2. Llegó al techo y comenzó a gotear sobre mí. El sueño era en blanco y negro y la sangre 123


omnipresente era oscura como la muerte y llovía a borbotones, a escupitajos sólidos, espesos y pesados. Sonó el despertador, con los ojos hinchados por las pocas horas que hube descansado me preparé las cosas y volé a trabajar. Estaba agotado, pero sonreía, la noche fue productiva. Rompí con Julia y me acosté con ella, luego hablé con mi amigo virtual y me vicié unas horas a un juego de atropellar a gente, ¿qué más le podía pedir a una noche? Sexo, sangre y diversión.

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16. Saetas de Kamadeva

Siendo cartero, si pasas mucho tiempo en un mismo barrio terminas conociendo a la gente por sus nombres y apellidos. Siempre son los mismos quienes reciben cartas y normalmente del mismo tipo. Los cabezas de familia sobres del banco, de aseguradoras y promociones similares. Luego los había que recibían paquetes muy discretos, sin ningún tipo de señas de procedencia ni contenido. Había aprendido a distinguir incluso los paquetes que llevaban productos pornográficos, de los regalos y otro tipo de envíos. En algunos edificios tocaba todos los timbres, pero en otros sabía cuáles eran los pisos en los que normalmente había gente a la hora de mi reparto y llamaba directamente a esos. Muchas voces ya me eran amigas. El sonido del timbre y mi voz pidiendo que me abriesen era también parte de su rutina diaria, como de la mía. Imaginaba cómo serían las personas tras las voces. No acertaba casi nunca. La ocasión de conocerles se me presentaba

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con las cartas certificadas que tenían que firmar. En algunas casas los certificados llegaban casi a diario, aunque muchos decían no querer firmarlas, rollos legales. Había una chica de unos 19 ó 20 años que día sí y día no bajaba a firmar. Me intrigaba que estuviese todas las mañanas en casa. En ese edificio, con 10 plantas, llamaba siempre a su timbre, aunque no tuviese un certificado, así escuchaba su voz, que me era familiar y agradable y sabía que me abriría. Me gustaba su firma, sólo lo hacía con el nombre de pila, Lorena. Las letras, aunque legibles, se parecían a las de un grafiti. Los certificados llegaban a nombre de su padre, que estaría trabajando. Imaginaba que ella estudiaba por las tardes y por las mañanas hacía de ama de casa, su madre trabajaría o haría la compra. Era extremadamente delgada, morena, con el pelo liso derritiéndose sobre sus hombros. De pequeña de estatura, con el cuello estrecho como el de una muñeca y una piel blanca como la luz blanca. Ello acentuaba su aspecto de muñeca, pero con su pelo oscuro, hubiese sido una muñeca de porcelana gótica.

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Al principio me parecía sólo una chiquilla, pero la fui encontrando atractiva. Verla a diario era lo que provocaba que cada vez me atrajera más. Al no poder hablar con ella más que cuatro banalidades y sólo entrar en contacto con sus dedos en algún roce accidental al prestarle el bolígrafo, crecía la intriga que despertaba en mí. Cuando estaba aburrido imaginaba su vida. Una mañana en el supermercado, cabizbajo haciendo cola, frente a mí había como diez personas. Un dedo al que yo no hacía caso tocó insistentemente mi hombro, al girarme me encontré con aquella chica morena y menuda. —¿Qué tal chico? No te había reconocido sin el uniforme, ¿sabes? Estabas como descontextualizado. Sonreí, me cogió por sorpresa y me dio dos besos, sus apellidos vinieron a mi mente, López Pérez, y también su nombre que tanto me había autografiado. Su saludo me pareció un gesto descarado, en un súper y apenas nos conocíamos como para plantarme dos besos bien dados. No la habría culpado si ni tan siquiera me hubiese saludado. Me gustó sentir su piel rozando la mía. Yo sólo 127


llevaba una bolsa con bebida y me ofrecí a llevarle alguna de las suyas, iba cargada y ambos parecíamos con ganas de charlar. La acompañé a casa de su abuela, que era a quien había hecho la compra. Así se explicaba que estuviese en un supermercado lejos de su barrio. No tardé en preguntar lo que más me inquietaba. —¿Y a qué te dedicas? ¿cómo es que siempre estás en casa por las mañanas? —Ahora mismo me dedico a aburrirme, jajaja, estoy en el paro. Verás, terminé de estudiar el año pasado, después encontré un trabajo en una óptica pero era para cubrir la baja de una preñada, luego volvió y mira, estoy sin empleo, comiéndome los mocos. —Ammm. —De todas maneras, cuando trabajaba entraba tarde, y siempre me cogías en casa. Oye, ahora contéstame tú a una pregunta ¿sólo tocas a mi timbre? ¿verdad que sí? —Sí, lo siento, si te molesta no lo haré, es que como sé que siempre estás en casa... —me ruboricé bastante, para qué negarlo— así me ahorro tocar todos los timbres. 128


—No importa, tonto, no te sientas mal, casi siempre tengo que firmarte algo, mi padre me tiene de encargada, de secretaria. ¿Y tú qué? tienes un buen curro ¿ además también trabajas por las tardes? —No, las tengo libres, suelo dedicarme a lo mismo que tú, a aburrirme. —Ja,ja,ja, yo soy especialista en eso, me veo todos los programas de la tele, sé que es triste, pero... qué se le va a hacer.... oye ¿qué haces esta tarde? —Espera que consulte mi agenda, mmm —miré al cielo. —¿Una agenda mental? —Sí, ahí lo tengo todo anotadito... mmm, no, esta tarde no tengo programado hacer nada ¿por? —¿Entonces te apetece venir a tomar un café? Con ella me sentía un adolescente, desarmado e inseguro. Y eso a pesar de que sabía que era menor que yo, pero lo descarada que podía ser me dejaba indefenso. —Está bien, iré contigo, pero sólo porque no tengo nada mejor que hacer. 129


—Yo tampoco tengo nada mejor que hacer...— me guiñó un ojo, qué gesto tan adorable. —Oye, ¿no tienes novio? —¿Por qué lo preguntas? —Porque a un novio no suele sentarle bien que su chica quede con un tío a tomar algo, y menos si no lo conoce. —No tengo novio, de todas maneras yo tampoco tendría ningún reparo en quedar a tomar algo contigo... porque te conozco. —¿Eso crees? —Sí. Sólo sonreí con melancolía, recordé mi actual ocupación, cómo decírselo a nadie. Buenos días, me llamo Rodrigo y soy un asesino justiciero. Pero hasta el momento es lo único importante que había hecho. Recordé la imagen de Julio muriendo, estaba orgulloso de impedir la muerte inocentes. No pensaba que jugase a ser Dios, sólo intentaba poner un poco de orden. Me hubiese gustado nacer en un mundo sin delincuencia, ni maldad, ni crímenes, ni robos, ni violaciones, simplemente 130


disfrutar del amor y de la alegría. A Julio no le dejaron vivir su vida. Es probable que nunca encuentre a sus asesinos, pero lucharé para que muchos como ellos caigan sin vida, alguien tiene que hacer este trabajo, para poner un poco de equilibrio. Por la tarde fuimos al bar que había montado un amigo de Lorena. Me dijo que tenía ganas de ir a verlo, pero que hasta ahora no había ido porque no quería ir sola. Decía que él estaba colado por ella y no quería quedarse a solas con él, porque al parecer era un poco pulpo. Lo cierto era que el tipo no le quitaba ojo y eso me hizo sentirme utilizado, que no tiene por qué estar mal. Estuvimos hablando primero de cine y luego de nuestras relaciones anteriores. —Aunque suene increíble, nunca he tenido lo que se dice un novio. Creo que la palabra en sí me produce urticaria. He salido con varios, pero nunca ha sido una relación seria como para atreverme a llamarles novios. Con el chico del bar estuve apunto de salir, es un tío majo y nos divertíamos, pero creo es obsesivo, y así es imposible que me atraiga. ¿y a ti qué tal te ha ido con las chicas? Supongo que bastante mejor que a mí ¿no?

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—Pues la verdad, preferiría no hablar de mi andadura con las mujeres. —Venga... cuéntame tu historial, eres mayor que yo, seguro que es más largo. —Está bien, pero... ¿qué edad tienes? ¿veinte? —Dieciocho. —Bueno... Lorena... creí que tenías más años, pero al menos eres mayor de edad, que ya es algo. —¿Por qué dices eso? ¿pretendías hacer conmigo algo que con una menor sería ilegal? Mantuve la calma y pensé algo coherente —No, lo decía por ti, ya sabes, es un coñazo ser menor, ahora ya puedes entrar a cualquier discoteca, beber alcohol, qué bien, ¿eh? Yupi, a emborracharte... —Anda ya, qué excusa tan triste, llevo haciendo esas cosas desde los trece y seguro que tú también. El sexo legal es lo único que os consuela a los tíos, estar con una menor os suele tener acojonados por si os denuncia, aunque en realidad os gusta más, porque está prohibido, ¿has estado con alguna menor?

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—Claro... es decir, cuando yo era menor y también con los dieciocho recién cumplidos. Aunque también he salido con chicas mayores que yo, normalmente eran más pequeñas. —¿Y tú, Rodrigo, has tenido alguien a quien llamar novia? —Sí, tuve una novia, estuvimos varios años saliendo, pero eso se acabó. —¿Qué pasó? ¿hubo cuernos? —Ojalá, al menos así tendría claro el motivo. Cuánto más lo pienso más me cuesta saber qué falló, creo que simplemente nos hartamos el uno del otro, nos desencantamos, no sé... dejaría de quererme. Quién sabe, pude que sí hubiera cuernos aunque yo nunca lo haya sabido. —Se te ve escocido... ¿Esa ha sido tu última relación? —No, precisamente esta semana acabo de romper con una amiga, sólo éramos amigos pero quedábamos a menudo para... bueno, ya sabes... había algo más que amistad. —¿Y? —Ella tenía novio y preferí dejarlo. 133


—Vaya, una vida interesante. —Sí, no sabes cuánto— dije sin atisbo de efusión. Estuve quedando con ella todas las tardes durante dos semanas. Nos divertíamos. Fuimos al cine, a tomar muchos cafés y a pasear hasta que nos dolían los pies. La gente que me veía daba por hecho que estábamos juntos, pero la realidad es que no había pasado nada. Estuvo cerca de surgir algo una vez que me invitó a su casa. No había nadie y vimos una película, se sentó a mi lado, pero a penas nos rozamos. Aquella espera me mantenía en tensión al tiempo que me atraía hacia ella, me sentía como un insecto idiotizado por su luz. Un rechazo hubiera sido devastador y no me atrevía a proponerle nada. Me acostumbré a estar juntos, era una amiga más, pero una amiga con quien la tensión sexual era palpable, puede que por eso hablásemos constantemente de sexo. Me hacía preguntas indiscretas incluso para mi amigo Pedro. Con ella era tan estrecha la relación que le contestaba con gusto. Era cómodo, podía preguntarle de qué color le gustaba llevar las bragas sin sentir vergüenza al preguntarlo (“blancas para diario y negras para ocasiones especiales”).

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Me gustaba que conectásemos. Hay cosas de las que no puedo hablar con un amigo. Puedes hablar de sexo, fútbol, cine... pero no puedes decir decir si te sientes deprimido. Es extraña la amistad entre hombres, demasiado orgullo de por medio, aunque es más extraña la amistad entre un hombre y una mujer. Dicen que no existe, yo creo que sólo cuando no hay atracción. En cuanto dos amigos se sienten atraídos, no hay amistad, sólo se trata de un tira y afloja que uno de los dos, si no los dos, intenta llevar hasta la cama. Pero mis citas con ella no evitaban que siguiese haciendo justicia. Mi motivación cuando salía de cacería también era pensar que debía crear un mundo por el que Lorena pudiese pasear segura. Otras dos personas murieron en esas semanas, la leyenda sobre un justiciero en la ciudad se había propagado como una epidemia, y el mito de vengador me acarreaba más problemas que ventajas. Con el segundo de esos asesinatos pasé serios apuros. Gracias a que en su momento estuve un tiempo registrando la casa de un camello al que maté, encontré un dato

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muy jugoso, averigüé quién le proporcionaba la mercancía a él. Conseguí su dirección. Era un español que se había hecho de oro yendo a las playas a recoger la mercancía que unos socios traían de África. A pesar de vivir en un barrio pobre, llevaba un coche de lujo y vestía como un capo: ropa elegante combinada con falta de estilo, una pose chulesca y un peinado hortera. Ese tipo era un cabrón peligroso. Sus vecinos eran conscientes de cuánto dinero tenía en casa y ninguno se atrevía a robarle, iría bien armado y sabría defenderse. Le seguí varios días esperando el momento idóneo. Iba tras sus pasos en la noche cuando salió de su edificio, pero le perdí de vista. Seguí caminando y no aparecía. De pronto un brazo me agarró por el cuello y sentí el filo de una gigantesca navaja acariciando mi rostro. —Oye, maldito hijoputa ¿por qué me seguías? —Tranquilízate... no te estaba siguiendo. —¿Te crees que soy gilipollas o qué? llevas días siendo mi sombra, te voy a rajar la cara hasta dejarla como un mapa de carreteras. Sé que eres un puto poli, no intentes engañarme...

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siempre intentáis joderme, pero no tenéis nada contra mí... déjame en paz o morirás aquí mismo. —Escucha, tío, suelta la navaja, es mejor que no te busques más problemas de los que ya tienes, hazme caso, yo sólo hago mi trabajo, igual que tú. Me dio un empujón y apartó la navaja de mi cara. —¿Por qué me sigues? ¿qué tenéis contra mí? —Todavía nada, mira, es sólo que un amigo tuyo nos dio tu nombre y dirección. —¿Quién fue ese cabrón?—seguía manteniendo el cuchillo en alto. —Mira, tengo aquí su foto— mientras metía la mano en mi bolsillo y agaché la cabeza, levanté un ojo para observarle, estaba interesado en lo que iba a sacar de mi bolsillo, a metro y medio de mí, di un paso hacia él con la mano todavía en el bolsillo, había bajado la guardia— Mira la foto—dije yo, y antes de que viese lo que tenía entre manos saqué mi chispómetro y se lo conecté en el abdomen. Me alegré de haber comprado el de más alta intensidad. Cayó al suelo retorciéndose de dolor entre calambres. La navaja había saltado de sus manos. Arrastré su 137


cuerpo hasta la sombra, le llevé hasta un sótano comercial con las persianas bajadas, nadie me vería. El mafioso parecía recobrar el sentido, en lugar de enchufarle de nuevo el aparato le pateé para que no gritase tanto. Hasta ahora no le había tocado con las manos, no llevaba mis huellas, saqué mis guantes y empecé a retorcer su cuello para rompérselo. En ese instante algo comenzó a vibrar en mi pantalón, era el teléfono móvil, tenía que cogerlo antes de que sonase la melodía y despertase a media vecindad. Con los guantes no era fácil ni sacarlo ni encontrar el botón. —Dime... ¿qué tal estás, Lorena? —Hola, Rodrigo, perdona que llame a estas horas, ¿estabas durmiendo? —Qué va, estaba viendo la tele— justo en ese momento el del suelo comenzaba a intentar levantarse, de nuevo consciente, emitió un par de gemidos. —¿Seguro que estás solo? He oído a alguien. —¿Eh? No, es la tele, es que he alquilado una de miedo y están gritando de terror porque llega el monstruo, espera que busque el mando— le di una patada en la cara al tipo y le pisé la 138


cabeza, con los consiguientes gritos y pérdida de conciencia— ya le he quitado la voz, dime ¿qué sucede? —Vaya, eso parecía más una peli porno que de miedo.... bueno, te he llamado porque me ha pasado algo y necesitaba hablar, necesitaba hablar contigo ¿te molesto ahora? ¿seguro que no te he despertado? ¿te molesto? —Mujer, no es que me hayas cogido en el mejor de los momentos, pero dentro de... unos quince minutos digamos, sí que estaré disponible, mira, voy a colgarte y ya te llamo yo ¿de acuerdo? —Vale, muchas gracias Rodrigo, lo siento si te he molestado. Guardé el teléfono deseando no haberlo traído. Aunque escuchar la voz de Lorena siempre se me hacía agradable. Al tercer intento sentí noté crujir el cuello y lo dejé muerto en el suelo. Al menos esta vez no me había manchado de sangre. Me disponía a salir del hueco satisfecho, cuando unas luces azules en la carretera aceleraron el pulso de mi corazón. Volví al escondite y vi pasar un coche de policía, con las luces

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pero sin la sirena. Los vecinos les habrían llamado al escuchar gritos. El coche pasó de largo, me asomé, estaban parados una calle más arriba, no podía perder tiempo, Lorena esperaba mi llamada. Quince minutos era el tiempo que tardaría en llegar a casa andando, pero si la Policía me descubría podría tardar años en pisarla de nuevo. Los agentes tocaban el timbre de un vecino, seguramente el que les había llamado. Uno de los agentes, que era mujer, permanecía en el coche. Aproveché para salir del hueco y correr hacia la siguiente calle. Tardé unos tres segundos en cruzar el asfalto y esconderme al amparo de una esquina. La agente había girado la cabeza mientras yo corría, supongo que sólo pudo ver una sombra deslizándose en el aire. Luego me puse la capucha para que nadie me reconociera y corrí a casa. —Hola, Rodrigo... gracias por llamarme, eres un cielo. —Qué va, también tú lo habrías hecho por mí. —Pues sí. —¿Qué te pasa?

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—Es que tenía ganas de escuchar tu voz, estoy algo deprimida y no puedo dormir, me apetecía que me contaras algo alegre... alguna tontería. —¿Alguna tontería....? no se me ocurre nada, pero sí recuerdo que me debes una. —Jajaja, ¿cómo que te debo una? ¿a qué te refieres?— escuché cómo tras su risa sorbía los mocos con la nariz. —Como lo oyes, para eso te gané jugando al futbolín ¿recuerdas la apuesta? —Ya se me había olvidado... jajaja, qué tonta soy para lo que quiero. —Sí... claro, habíamos apostado que quien perdiese haría lo que el otro le pidiera, pero aún no se me ha ocurrido lo que puedes hace por mí. —Mejor así, pillín. —Oye Lorena, ¿quieres contarme qué te ha pasado? ¿alguna pelea? —Sí, ha sido una pelea, con mi madre, parece que haya descargado toda su amargura contra mí, sólo porque se me ha 141


olvidado comprar una cosa. Me lo ha echado todo en cara, el no haber seguido estudiando, el no tener un trabajo fijo, hasta el no tener novio... —No le hagas ni caso, no creas que lo que te ha dicho es cierto. No dejes que te hagan la vida imposible. Eres más responsable de lo que pareces y siempre estás alegre, así que por favor no te vengas abajo, ¿vale, Lorena? Me gusta como eres, no estés triste. —Esta bien, intentaré animarme... pero es que todo lo que dijo es verdad. —¿Eso crees? —Sí eso creo... —No sé si te servirá de algo, pero al menos yo no así. No creo que seas una inútil, por mucho que sea eso lo que pienses ahora mismo. Eres un encanto, ¿vale? Y joder, cualquiera puede equivocarse, ¿qué mierda importa si se te ha olvidado comprar algo? No le des más importancia. Lo que pasa es que tu madre estaría enfadada por algo y lo ha pagado contigo, tú lo sabes bien. —Es posible... pero aún así... 142


—Aun así las riendas de tu vida tienes que llevarlas tú, ya encontrarás un trabajo que te guste sin tener por ello que aguantar a tu madre criticándote, venga chiquilla que no es para tanto, piensa que sólo ha sido eso una rabieta. —Ya, pero no lo entiendes... no es sólo por la pelea, es porque lo que ha dicho es verdad, soy una fracasada, no estudié la carrera, no encontraré trabajo, como mucho podré aspirar a ser camarera. —Oye, Lorena, sé que la vida no es fácil, estás descubriendo que en realidad, en cuanto dejas de estudiar y tienes que buscar un curro todo se convierte en una mierda, todo es complicado y no sé dónde se han metido los buenos sueldos y los contratos fijos. Pero vale ya, no me repitas más lo mismo. ¿Ok? Si no, no te pondrás bien. No pienses más en ello, anda. —Ya... —Bueno, Lore, ahora creo que deberías intentar dormir un poco, ya es tarde ¿no crees? —Si, cerraré los ojos a ver si con un poco de suerte... gracias por escucharme, Rodrigo. —Gracias a ti por confiar en mí, ya nos vemos. 143


17. Histeria ficción

La sala de prensa no podía acoger a todos los medios de comunicación que habían respondido a la convocatoria. Algunos tomaban nota desde la puerta resignados a no poder hacer preguntas. Los cámaras repartían codazos para colocar el trípode y gritaban a los fotógrafos que se les ponían delante. —Nuestra ciudad superará esta crisis. No queremos que la gente piense que nuestras calles no son seguras, como tampoco deseamos que piensen que no estamos haciendo nada para evitarlo, porque todos los policías están trabajando al máximo, haciendo más horas de las que les tocan. Pero es fundamental la colaboración ciudadana, por eso a través de vosotros queremos hacer un llamamiento, para que cualquier persona que haya visto u oído algo se ponga en contacto con la Policía o con nosotros en el Ayuntamiento. Ahora le cedo la palabra al comisario, que está luchando para hacer frente a la crisis. –Hemos triplicado todos los servicios y no descansaremos hasta coger al asesino. Ya podemos confirmar que se trata de una misma persona, aunque no sabemos si tiene ayuda— Santos 144


acercó unas hojas a su superior— después de repetir las autopsias, en los primeros muertos hemos encontrado que dos de las víctimas tenían astillas en su cara y en el cráneo, fueron golpeadas y asesinadas con un mismo objeto contundente, de madera es el mismo autor. Además, todas las muertes que han sucedido después han sido asesinatos igualmente salvajes, con las mismas características y sadismo. Pero aunque tenemos el retrato realizado gracias a una testigo, no podemos ofrecer más información sobre el supuesto autor. Es alguien meticuloso que no ha dejado ninguna pista ni huella. Se trata de una persona inteligente y calculadora, alguien despiadado que además, hasta el momento, sólo ha atacado a gente con antepasados delictivos. Aunque no olvidemos que muchos de ellos ya habían cumplido su condena, habían pagado por sus delitos y estaban en libertad... ¿preguntas? Brotóns saltó con una sorprendente juventud entre unos colegas de profesión que podrían ser sus nietos —¿De verdad pretenden detener a ese tipo, o piensan dejarle libre un tiempo para que les siga haciendo el trabajo? Sobre todo teniendo en cuenta que ha matado a un traficante de los importantes en la

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ciudad— muchos periodistas rieron, pero no lo hizo el comisario. —Ese tipo no está haciendo nuestro trabajo. Nuestro trabajo es encontrar delincuentes y llevarlos a la cárcel, no matarlos. Nuestro trabajo es velar por la seguridad, no asustar a los ciudadanos. Estamos haciendo lo posible por arrestar a ese... asesino, aunque algunos quieran llamarle justiciero, tarde o temprano le cogeremos. Nosotros respetamos las leyes, el sistema que permite que la democracia siga en pie, no podemos permitir que haya una carnicería como esta.

Por la tarde había quedado con Pedro y otros ex compañeros de instituto para ver el fútbol, había Copa de Europa. Aunque más que ver el partido, estuvimos cotorreando como si nos hubieran enchufado el secador en la cabeza y nos hubiesen dado una revista. También a mí me abordaron. —Oye... Rodrigo... ¿con quién te vi el otro día? La chavalita esa con la que vas ¿no es muy joven para ti? —¿Es que estás saliendo con alguna y no me has dicho nada cabroncete?— me preguntó Pedro. 146


—Anda ya tíos, cómo sois. No salgo con nadie, simplemente suelo quedar con una amiga, sólo somos a-m-i-g-os ¿vale? y sí, qué pasa, es más joven que yo, tiene cumplidos los 18, y va para 19, es del todo legal. —Ja,ja,ja, cabroncete— diciendo esto me dio un puñetazo en el hombro, gesto irónicamente cariñoso por su parte— con que te van las jovencitas, llevad cuidado con vuestras hermanas pequeñas. —¡Eh! Que os recuerdo que estáis en mi casa y os podeis quedar sin ver el partido, que total para el caso que le estáis haciendo. ¿Por qué no os metéis un rato con Pedro? Él aun sigue liándose con la Sandrica, aunque lleva meses diciendo que será la última vez. —Ya ves, Pedro, al final os casáis ¿a que sí?. En el descanso aproveché para reponer cervezas. Saqué un paquete de esos que lleva las latas anilladas. Me llamaron para que me apresurara, creía que estaban impacientes por la cerveza. —Mira, Rodri, después del partido van a hacer un especial de los asesinatos que está habiendo.

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—Sí, lo del asesino en serie ese. Ha venido un equipo de reporteros para retratar la situación de crisis e histeria, dicen, pues yo no es que esté preocupado ni histérico. —Tal vez deberías estarlo, ese asesino sólo mata a delincuentes y traficantes de droga, y tú siempre andas con trapicheos. —Es verdad, deberías llevar cuidado— bromeé yo. —Anda, no me agobiéis. Propusieron ver el programa después del fútbol, pero los mandé a casa, porque debíamos madrugar el día siguiente. Pensaba ver el reportaje y también grabarlo, pero me apetecía verlo a solas, no tener que soportar a los pesados de mis amigos diciendo chorradas. Tras ver los goles repetidos se fueron a sus casas, busqué una cinta para grabar el reportaje y me acomodé en el sillón con una bolsa de patatas fritas. El inicio del programa adquirió un tinte sensacionalista, con una sintonía que recordaba a las películas de suspense de Serie B, e intercalando imágenes de algunos de los fallecidos, de cuando estaban vivos y fotos de las escenas del crimen. 148


El reportaje de la televisión privada corría a cargo de un periodista bastante maduro, que no por ello escatimaba en darle un enfoque sensacionalista y morboso. Hacían entrevistas a los policías y preguntaban a la gente de la calle. Algunos decían estar asustados y otros simplemente parecían emocionados por salir en la tele. Tuvo la iniciativa de buscar a gente marginal, a quienes les preguntó si se sentían un objetivo del asesino que podría estar actuando como un justiciero, si se sentían amenazados viviendo en la calle. Un aparcacoches comentaba que bastante tenían ellos con salir "palante" para que encima viniese un loco a matarlos. Aún así aseguraba que no le preocupaba demasiado, que a él no le tocaría y si le tocaba sabría plantarle cara, que se consideraba un tipo muy duro. Por si acaso me quedé con su cara, por si nos encontrábamos recordarle lo jodidas que pueden ser las casualidades. Intentó entrevistar a un yonqui tirado en una acera pidiendo dinero, pero no era capaz de articular dos frases coherentes. Dijo algo así como que sólo la droga le ayudaría a olvidar ese miedo. En el resto del reportaje ofrecían imágenes de

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la ciudad, con una voz en off que describía a modo de sentencias a la gente del lugar. El texto que el narrador leía sin salir en pantalla estaba plagado de interrogantes del tipo: “¿el supuesto justiciero está buscando las lagunas del sistema legal?” Y otros como "viendo las fotografías de sus brutales asesinatos nos planteamos ¿cómo un salvaje asesino puede buscar justicia? ¿puede ser justo hacer sufrir tanto a una persona? ¿no será desproporcionado el castigo con la falta que había cometido el delincuente?” En líneas generales me había decepcionado bastante el reportaje, en el fondo esperaba que transmitiesen a la gente el mismo significado que yo intentaba dar a cada asesinato. No es que esperara que hablasen bien de mí, sabía que no iba a pasar, pero lo que me decepcionó fue que exclusivamente se centraran en los detalles morbosos, en explicar cómo fueron despedazados con una espada y en mostrar las imágenes de los policías recogiendo restos en bolsas de basura. Me estaban convirtiendo en una especie de Jack el Destripador. Sí que había sido sanguinario, pero sólo porque aquellos hombres merecían sufrir, sentir el dolor que habían infligido a otras personas multiplicado

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por diez. Quien hace sufrir, tarde o temprano, deberá sufrir ese dolor. Por otro lado, me hizo ilusión ver las calles y a la gente de mi ciudad por televisión y reconocer cada lugar en el que había estado. Mi madre, mientras comíamos, me dijo que había visto el reportaje. A ella le daba rabia que sólo saliésemos en la televisión cuando pasaba algo malo, cuando mataban a alguien, o había algún accidente. Yo me callé. Esta vez no no creía que el hecho de que unos cuántos indeseables muriesen fuese algo malo. Me complacía que en todo el país supiesen que había alguien intentando limpiar las calles, que la esperanza no estaba todavía perdida para la gente honesta.

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18. ¿Opinión pública?

Memento: Te gustó el juego de coches ¿eh? Entonces tendrás que probar el Resident Evil y sentir el placer de matar zombies con un buen revolver, la sangre salpica por todas las paredes. Otomo: Quizás me guste, es curioso cómo le engancha a la gente toda esa violencia sin sentido, aunque no sea real ¿no crees? Memento: Sí, a muchos les resulta divertido, supongo que por eso, porque no tiene sentido y porque es ficción, es mentira. Otomo: ¿Crees que detrás de eso se esconde el deseo de manifestar una violencia real? Es decir, puede que la gente libera su adrenalina y su furia con un videojuego porque desea hacerlo en la vida real, así se evitarían crímenes. Memento: No sé, yo creo que la gente cuando está en un videojuego tiene muy claro que es ficción, y no les importa ser despiadados y crueles, porque todo es mentira.

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Memento: En la vida real no tienen esos deseos, o al menos no tienen ni el valor ni la voluntad de cometerlos. Porque saben lo que ello conllevaría, lo cambiaría todo, sus vidas, sus personalidades, no valdría la pena. Otomo: Puede... Memento: ¿Lo decías por lo del asesino en serie? Ese que va de justiciero. Otomo: Sí, ¿lo has visto en la tele o algo? Memento: Claro, ahora en las putas noticias no hablan de otra cosa, es lo más interesante que ha pasado para los periodistas desde el asesino de la baraja. Otomo: puede decirse que les está dando una buena materia prima. Está limpiando la ciudad a base de bien. Memento: puede, pero se está pasando un poco, por lo que he visto ese tío es un bestia, no debe andar muy bien de la azotea. Otomo: Quién sabe, tal vez sea un idealista. Memento: Sí, pero un idealista chiflado, ¿qué se cree, que es el Castigador? 153


Después de acostar al pequeño volvió al salón. Allí estaba su esposo, miraba la tele absorto, sólo había anuncios. Santos había estado ausente después de la cena. Ella se sentó a su lado, le miró con ternura y le besó en la mano. Masajeó sus hombros. —Manuel, ¿no deberías estar contento? —¿Por qué? si se puede saber. —Ese asesino acabó con uno de los traficantes más importantes de la ciudad, ese tío era un cabrón. Vendía drogas a niños no mucho mayores que el nuestro y... joder, ¿sabes lo bien que vivía el hijo de perra? Tiraba el dinero por donde iba, por sus manos pasaban cantidades que nosotros jamás veremos, no era justo. —Estoy hasta los huevos de escuchar que ese asesino nos está haciendo el trabajo, ya hasta los de la prensa han dejado de insinuarlo para decirlo abiertamente. Ella se apartó, sus facciones pasaron a mostrar su consternación.

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—Escucha, Manuel, no hace falta que te pongas así conmigo, si quieres me iré a dormir. No necesitas utilizar ese tono borde y de desprecio con tu mujer, guárdalo para los delincuentes. Se levantó para irse, él la cogió del brazo y la miró arrepentido. —Lo siento, cariño, ven, ven... siéntate, por favor. Es que la gente no comprende lo complicado que es ser policía. Al principio pensaba igual que tú. Deseaba que los traficantes y delincuentes se mataran unos a otros, así mejor. Luego fui aprendiendo que no todo es tan sencillo, es complicado, muy complicado, una interminable tela de araña, con miles de nudos y factores. —¿Qué intentas decir? —Fui adoptando otra forma de ver la vida y mi trabajo, comprendí que la muerte no es la solución. Gran parte de la gente que se dedica a delinquir, aunque no toda, son personas como tú y como yo, simplemente han tomado otro camino, y normalmente no por deseo propio. Es complicado que el hijo de un traficante ni se pinche ni robe. Algunas de esas personas,

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muy pocas, maduran, son recuperables, pero la muerte no les da la oportunidad del arrepentimiento, se merecen esa oportunidad, la de vivir. Tenemos que hacer nuestro trabajo, velar por la seguridad y detenerlos cuando cometan un delito, el resto queda en manos de los jueces y de los legisladores, no podemos, ni debemos, hacer más. No somos justicieros, sólo vigilantes y guardianes, no sé si lo entiendes. —Claro que lo entiendo, cariño— le abrazó— sólo espero que tú no lo olvides y que no te influya tanto lo que la gente diga. Porque si lo tienes tan claro no debería sentarte tan mal. —Lo sé, ese es el problema, que cuesta no desear que un asesino mate a otro asesino. —Lo cogeréis pronto, tú tranquilo— ella se quedó dormida y él frustrado, porque al fin prestaba atención al televisor y había descubierto que estaban poniendo la teletienda. El mando de la tele estaba en la mesa y si se movía para cogerlo despertaría a su mujer. —Una vez más, Manuel Santos, resignación amigo— dijo para sí mismo.

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inspira, expira...


—Bueno ¿se te ha ocurrido ya cuál será el precio de mi derrota? —No. —Bueno,

no

importa,

Rodrigo,

esta

tarde,

para

desquitarme de la paliza que me diste jugando a los futbolines jugaremos a algo que se me da mejor, vamos a una sala de billares. Y quien pierda paga. Me parecía bien. No era malo en el billar.

Entizó su taco con gran maestría. Tomó posición y la miré desde atrás, esforzándome horrores por apartar la mirada de sus redondeados glúteos. Llevaba unos vaqueros elásticos y sus formas se silueteaban hipnotizándome. Menaba el trasero sabiendo que la miraba. Miré al tapete y tres bolas lisas se colaron por el agujero, me guiñó un ojo. Sabía jugar. Acabé pagando todas las partidas. Lorena estaba muy alegre y eso me animaba. Cuánto más tiempo estaba con ella más deseaba seguir estando a su lado. ¿Me estaba enamorando? Aunque no quería admitirlo tenía todos los síntomas. Me había acostumbrado a estar con ella, a su presencia, cuando estaba sin 157


Lorena sólo pensaba en verla y supe que me estaba enamorando porque tuve miedo a perderla, a que se cansara de mí y no volviese a verla. Peor aún, que me llevasen a la cárcel y nos separasen para siempre. Frené esas fantasías, no eran más que el cuento de la lechera. Por el momento tan sólo era mi amiga, aunque yo albergaba esperanzas de llegar mucho más lejos.

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19. Violencia, sangre y sadismo

A primera hora de la mañana Luis volvía a casa. Le habían dejado a unas dos manzanas y contaba sus ganancias de la noche. Su nombre de guerra, Deborah, estaba inspirado en una presentadora de televisión. La noche había sido productiva. A ese ritmo en un año podría ponerse el deseado implante de pechos. Los billetes de diez y veinte euros habían atraído tanto su mirada que no se había percatado de que le seguían. Cuatro hombres aparecieron de entre las sombras, los primeros rayos de luz de la mañana iluminan sus rostros ansiosos. Agarraron a Luis por la espalda y le lanzaron contra un portal. Luis escuchó cómo las vértebras crujían contra el mármol de la esquina y los barrotes del portal. No tenía carne que le protegiera del dolor y sólo los huesos le trasladaban el dolor. Le arrebataron la peluca y la ropa. Desnudo e indefenso se abrazó, añorando el edredón de su cama. Gritaron que les mirase las caras. Levantó la vista y vio a cuatro chicos jóvenes con

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aspecto común. Alguno de ellos tan niño que era imberbe. En esas jóvenes facciones brillaba una ira contradictoria con la inocencia supuesta en su edad.

Santos se abrió paso entre el cerco policial. Se estremeció como pocas veces lo había hecho ante una muerte. A aquel chico ya no le quedaba nada de dignidad. De su piel semejante al papel de arroz escapaban algunos huesos partidos, de las costillas y las piernas. El pecho estaba hundido y la cara deformada. Se habían meado encima de su cuerpo y llevaba marcas de cigarrillos apagados sobre él. Santos rezó que el asesino comenzará de una vez a cometer errores.

Ante mí estaba la media barra de pan abierta en canal. Delicadamente, situé dos sábanas de jamón. Cuidé que los pliegas no sobresalieran del pan. Cuatro medias lunas de tomate y unas aceitunas sin hueso. Mantel, bandeja, lata fría de cola. Frente al televisor presioné la anilla y el sonido del gas huyendo del refresco envolvió mi estómago. Engullía el sabor y la 160


sensación de plenitud de la cena antes de pegar el primer bocado, fruto del aprendizaje conductista. Alcé la mirada y Matías Prats, esta vez, no bromeaba. El conocido como justiciero ha vuelto a matar. En esta ocasión ha puesto en entredicho su sobrenombre, puesto que la víctima ha sido un travesti que fue apaleado hasta la muerte. Este hecho ha puesto en su contra incluso a aquellos que le apoyaban. No obstante, algunos grupos radicales y neonazis siguen alabando su tarea y le admiran con el sobrenombre ángel vengador. No hablaban de otra cosa, pero no perdí el hambre. Me daba igual lo que pensaran de ese "justiciero". Lo que me hacía sonreír es que había decidido quién iba a ser mi próxima víctima. El protagonista de la paliza al travesti no tendría la suerte de ser juzgado por un blando tribunal y unas ridículas leyes, yo no me hallaba dispuesto a darle esa oportunidad. Tenía que encontrar a quien perpetró esa canallada, quien aprovechó mi fama para matar impunemente. No quedaría sin pena, ni condena.

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Su paso altivo le hacía superior al resto de la humanidad. El viento soplaba limpio y puro por su cabeza despejada y aerodinámica. Llamó tres veces a la puerta del local situado en un bajo. Le abrieron el cerrojo y después la puerta. En el recibidor, separado por paredes de cristales ahumados, no había nada identificativo. Una puerta después la bandera de España en la pared le recibió, él la saludó con la mano en alto. Luego hizo lo propio con la esvástica. Pletórico y sonriente. —¿Cómo va eso, chicos? Dos jóvenes jugaban a los dardos, el más alto le miró con firmeza, después miró a quien le había abierto la puerta, que negó con la cabeza. —Tú eres imbécil tío, vaya puto día has elegido para raparte la cabeza. —¿Qué pasa macho? Salió de puta madre, vi las noticias, le colgaron el muerto al justiciero. Va a ir genial, entre ese tío y nosotros vamos a limpiar la ciudad, ya verás. Y el marrón se lo comerá él.

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—Ya lo sé tío, pero está cabreado, ¿sabes? Me ha llamado por teléfono, me preguntó si habíamos sido nosotros y yo, orgullosos aunque asustado, no supe ni quise mentirle. Dice que nos hemos pasado, que teníamos que haberle contado el plan. Que somos demasiado estúpidos para tener iniciativa... menudo cabronazo está hecho. Viene hacia aquí. Antes de acabar la frase escucharon cómo una llave abría la puerta. Un hombre corpulento y canoso irrumpió en el local con el diario bajo el brazo. No se molestó en saludar a la bandera. Fue hacia el que se había rapado y le sacudió un puñetazo en el estómago, le embistió con los robles que tenía por brazos derribándolo de culo al suelo. —¿Cuántas veces os lo tendré que decir? ¿De qué os ha servido raparos la cabeza? ¡Para que os fiche la Policía! ¡inútiles! Bueno, traed una silla. Al menos parece que la Policía no sigue vuestra pista por lo de ayer. De cualquier manera, me lo tendrías que haber contado. Matar es algo muy gordo, no sabéis en qué lio os puede meter esto.

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—Ya... pero es que una simple paliza no es suficiente, no aprenden esos putos maricas, la única solución es la del justiciero, matarles. Estoy harto de que vayan por ahí disfrazados de mujeres y metiéndose la picha entre las piernas. Putos chupapollas. Dan asco, en serio. Son peores que los negros. Ya no se preocupan ni en operarse para parecer mujeres. Aunque no tengan tetas se ponen un top y una minifalda por la que les asoma la picha y se lanzan a la carretera. A dejarse encular por cualquier desgraciado. —Sé que tienes razón Yoni, pero matar es muy arriesgado. Si te cogen la has cagado para siempre... y joder, tú tienes futuro. Bueno, ahora ya nada podemos hacer. Lo que quiero es que dejéis de llamar la atención un tiempo, nada de raparos la cabeza. Las banderas y otros distintivos los guardáis en casa, sería conveniente que no vayáis juntos a todas partes, al menos durante un tiempo... ni os pongáis las chaquetas que lleven bordadas banderas ni insignias.

Yo no era ningún detective. No obstante tenía una pista muy buena, una pista mejor que cualquier detective o policía. Esa pista era que aunque no supiese quién fue el asesino, sí sabía 164


quien no había sido. Yo, con total seguridad, podía afirmar que su principal sospechoso, yo mismo, no había cometido ese crimen en concreto. Eso me daba una importante ventaja respecto a ellos en la investigación. Porque para la Policía pasaría inadvertido cualquier otro sospechoso, buscaban a una misma persona, al fin y al cabo. En cambio yo tenía otro tipo de sospechas y deducciones. Era consciente del personaje que entre los medios de comunicación y yo habíamos creado. El protagonista de una historia de fantasía y superhéroes en un contexto real. Un personaje que se había ganado las simpatías de numerosas personas. Entre esos simpatizantes se encontraba un importante colectivo de radicales, nacionalistas, fascistas y grupos violentos que veían los asesinatos como una limpieza, una lucha por la pureza de la sangre y de la sociedad. Los había que en serio creían que ese héroe era un salvador del siglo XXI. Dado que los que morían eran considerados por muchos, entre ellos yo, simple escoria y lacras sociales, me había ganado varios apoyos. Por ese motivo sospechaba que, entre esos seguidores, quizás alguno quisiera seguir mi legado pero con sus propios 165


principios e ideales. No sé si la intención era cargarme a mí el muerto, pero de cualquier manera, matar a una persona por el simple hecho de ser homosexual y prostituirse, o por el color de su piel, no era mi objetivo. Cuanto más pensaba en ese conflicto, más complicada parecía su resolución. Si mi enfoque era complejo, el problema se iba complicando. Sin embargo, una visión simplista me ofrecía una solución sencilla, clara y sin dudas: yo me dedicaba a matar asesinos y delincuentes, porque es bueno que esa gente deje de existir. Si alguien mata a otro porque es homosexual, no está ayudando a nadie, sólo hace daño. Hace sufrir al homosexual, a su familia, y también a sus amigos y a quienes le quieren. Quien le mató es un ser despreciable y merece dejar de existir. Yo no sabía mucho de skinheads ni grupos radicales. Pero sabía que muchos de ellos estaban relacionados con algunas hinchadas de los equipos de fútbol. Daba la casualidad de que el equipo local jugaba esta semana en casa. Donando sangre en el estadio regalaban entradas para ver el partido y, como Pedro y otro amigo estaban abonados, no iría solo.

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A la hora de remangarse y que te saquen una bolsa de sangre es importante que haya alicientes de este tipo. Se puede decir que era un donante irregular. Me solían dar bajones de tensión cuando me quitaban sangre. Además sentir el caliente líquido bombeando por el tubo sobre mi piel me producía mucha impresión. Aun después de haberme convertido en un asesino. Pero con alicientes de este tipo, una entrada gratis, un bocadillo y un refresco y tener la conciencia tranquila por estar salvando vidas, es más que satisfactorio. Les diría que me sacasen toda la sangre hasta quedarme sin vida. Sería un sacrificio bonito, salvaría a siete u ocho personas. Olor a puro, el frío en los huesos, miles de gilipollas gritando, no me extraña que prefiera ver el fútbol en televisión. En cambio Pedro y su amigo parecían divertirse. En el descanso el otro se fue a comprar cervezas. —Oye Pedro, ¿esos son ultras? —Sí, de los grupos que hay de aficionados, son de los más ultras.

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—Pero... ¿son skinheads de esos? Ya sabes, ¿les va el rollo neonazi y tal? Lo de matar negros y apalear maricas y lucir la esvástica. —Qué va hombre. Bueno, tuvieron su época. Pero ahora sólo se pelean con los aficionados de otros equipos de fútbol. Verás, Rodrigo, hace unos años se puso de moda la tendencia ultraderechista y neonazi entre ellos. Uno de los jefes del grupo era una especie de Mussolini y promovía lo de buscar la raza aria ya apalear a los indignos, a la escoria. Fue la etapa más violenta de la hinchada y cuando más problemas han tenido con la Poli. Ese tío tiene vetada la entrada a todos los campos de fútbol. Al final se salió de la peña, hubo una escisión y montó su propio grupo. —Vaya, qué interesante tío. ¿Y esa peña también viene a los partidos y tal? —Sí, pero menos. A estos les va más el rollo neonazi que el fútbol. Tienen su propia sede, su página web y se dedican a vender material relacionado con los nazis. También reparten folletos y buscan nuevos seguidores.

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—Joder, sí que se lo montan bien... ¿y tú cómo sabes todo eso? ..... .... —No se lo digas a nadie, pero, es que yo formé parte de la peña en su época más violenta. Antes de que hubiera la escisión decidí irme por mi pie. No me gustaba cómo estaban evolucionando ni todo eso de salir por las noches a apalizar maricas, negros, moros y lo que pillaran por delante. —Qué fuerte, tú, un skin head. —Que no Rodrigo, que no. No éramos skinheads, sólo estaba en la peña de fútbol. Una vez llegue a participar en una paliza y todo. —Jajaj, anda ¡ya! —Sí, pero calla, no se lo digas a nadie. Y no éramos skins, pero no me molaba porque cada vez lo parecíamos más. Empezaban a importarnos más las peleas y la bandera española que la de nuestro propio equipo. Pero la mayoría dejó de pensar así y por eso echaron a los más fachas. Que son los que se lo han

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montado por separado y todo. Creo que esos sí que siguen saliendo a pegar palizas por ahí. —¿Los que tienen la web y venden material y todo eso? —Sí. —¿No sabrás cómo se llama la página web? Es que tengo curiosidad, por ver qué tipo de cosas venden y cómo intentan comerle la cabeza a la gente. —La página está guapa, a pesar de ser muy facha y todo eso. Está currada y molan las imágenes. Si yo fuera neonazi me molaría más todavía. Memoricé el nombre de la página web que Pedro me había dado en el partido de fútbol. Impaciente, lo primero que hice al llegar a casa fue escribir el nombre en el navegador. La página web apareció enseguida. Era cierto. Tenían todo tipo de documentación para formar a los interesados en la cultura neonazi. Hacían apología de la violencia, el racismo, la xenofobia y el ensalzamiento de la raza aria. Estaba convencido de que habían sido ellos. Tenían que haber sido ellos. No había otro grupo en la ciudad que tuviera esa ideología y que además actuara. 170


Estuve toda la tarde pensando qué podía hacer. Cómo podía buscarles, averiguar dónde se reunían y atacarles. Hacía flexiones y pensaba. Comía y maquinaba. Daba tumbos por el pasillo discurriendo. Sólo veía una manera. Arriesgada, pero quizás funcionara. En el sitio web aparecía la dirección de e-mail a la que dirigirse para comprar material. No ponía nada acerca de su sede, pero sí a qué ciudad pertenecían. Eran los míos. Les envié un correo electrónico. Podrían llamar a la Policía. Pero el riesgo merecía la pena, era un trofeo demasiado sabroso como para dejarlo pasar. Estaba convencido de que ellos pensarían que tenemos cosas en común y querrían conversar, albergarían la posibilidad de poder utilizarme en su causa. Esperaba que picasen el anzuelo. Saludos atentos, sé a qué os dedicáis y que me conocéis, ¿quién soy? Algunos me conocen como el justiciero, otros me llaman el ángel vengador, aunque sólo son motes. He visto vuestro trabajo, sé que odiáis a la escoria tanto como yo, que queréis limpiar esta ciudad. Al igual que yo habéis tomado conciencia y

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deseáis limpiar la ciudad. No os asustéis ni os preguntéis cómo sé que fuisteis vosotros los que cometieron el asesinato. Yo podría ayudaros, tenemos el mismo objetivo: matar a esos putos chorizos, a las putas, a los maricas y a los invasores extranjeros que nos quitan el trabajo, ensucian nuestras calles y venden droga metida en sus ojetes. Por ello me gustaría concertar una cita con vosotros, en vuestro territorio, donde os sintáis seguros. Pensadlo, aguardo vuestra respuesta.

La respuesta me llegó tres días después. En el correo electrónico que enviaron sólo ponía el nombre de la calle, el número del local, el día y la hora, nada más. No querían mandar nada que les comprometiese. Hacían bien. Me preparé para la cita. Vestí una chaqueta larga y debajo el chándal, para ponerme la capucha y tener flexibilidad de movimientos. Llevé conmigo la espada con la que había estado practicando y también algunas otras de mis armas predilectas. Toqué tres veces la puerta. Abrió un joven un poco más bajo que yo, pero mucho más corpulento y con la cabeza rapada. Se notaba que se machacaba con las pesas. Me dio la

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bienvenida, pasé, pero mi reojo se quedó pegado a él. Dentro había otros cuatro, el mayor, que tendría más de cuarenta años, debía de ser el líder. Yo llevaba la capucha sobre mi espalda, iba a rostro descubierto. —¿Así que dices que tú eres ese famoso justiciero? Asentí con la cabeza. —Toma asiento joven, hablaremos. Las sillas eran muy bajas y me darían lentitud si tenía que levantarme a pelear, por fortuna tenían una barra con un par de taburetes altos. —Escogeré un taburete, si no os importa. —Está bien, sírvete algo si así lo deseas. El que me había abierto trajo un tubo y me serví un ron con cola sin prisa, dejando que la tensión y el silencio se prolongasen. Me comportaba como si estuviese en casa, o en un bar. Con la situación bajo control a pesar de mi aparente desventaja. —Bueno, tú eres quién quería citarse con nosotros... comienza a hablar, ¿qué es lo que quieres? Porque si no vienes a 173


decirnos nada interesante podemos optar por denunciarte directamente. Aunque no fueras el asesino, seguro que la Policía está deseando creérselo. —Yo sólo quiero saber qué es lo que pretendéis, qué deseáis conseguir en esta ciudad. Estamos de acuerdo en que hay mucha escoria por barrer, a eso es a lo que yo me dedico ¿y vosotros? ¿Con quién estáis y contra quién estáis? —Nosotros tenemos nuestra propia ideología, y en ella no tienen cabida los invasores extranjeros ni los depravados maricones, ni los ladrones, ni los yonquis, ni los parásitos, ni los débiles, en definitiva. —Ya veo, ¿por eso le disteis aquella paliza al travesti? Fue un buen trabajo, obtuvo su merecido. —Sí, estos cuatro chicos se encargaron del trabajito, pero ¿cómo pensaste que éramos nosotros? —Llevaba vuestra marca, no era tan complicado averiguarlo. —Bueno, entonces qué nos propones ¿quieres unirte a nosotros? ¿o simplemente que trabajemos en equipo?

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—No, nada parecido. En realidad me parecéis una panda de gilipollas... Espera, espera, no os alteréis. Dejad que me explique, pensáis que nos une un mismo objetivo, pero estáis equivocados. Vosotros matáis por unos ideales en los que ya nadie cree, pegáis, margináis y matáis a la gente que es diferente a vosotros, sois unos nazis desfasados. Yo no soy como vosotros... yo me encargo de matar a asesinos, a gente que mata vendiendo droga, o que da palizas a sus mujeres, a tipos despreciables, a la escoria que hace vivir con miedo a la gente decente. Es decir, me dedico a matar a personas como vosotros. —¡Eres un puto fiambre! Además de gilipollas, cómo se te ocurre que puedes venir a insultarnos, cuando ni siquiera nos has demostrado que seas ese jodido justiciero. —Se me ocurre una forma de hacerlo. Me levanté del taburete de hierro, lo agarré y se lo lancé encima a los cuatro que tenía enfrente, sólo para entretenerlos. Tenía a otro detrás, me intentó poner las zarpas encima, le esquivé y saqué mi espada. Esas espadas japonesas están hechas para matar al ser desenvainadas, hay que extraerla con la velocidad y del mismo golpe producir un corte mortal. Yo no era tan rápido ni tan diestro como un samurái, pero supe 175


asestarle un buen tajo en pleno pecho al desenvainarla y un chorro de sangre salpicó sobre mí. Corrí hacia los otros, dos de ellos habían sacado sus navajas. A uno le corté el brazo a la altura del codo, el otro saltó y me cayó encima. De una patada lo aparté y levanté la espada con torpeza, con la misma torpeza que el filo trazó un sucio descosido en su garganta. El cuarto de los jóvenes permanecía asustado, apartado de mí, y el más adulto corrió a un despacho. Fui hacia ellos, maté sin esfuerzo al que estaba asustado y seguí al jefe. Había sacado un revólver al que le estaba metiendo las balas, antes de que le diese tiempo a cargarlo le lancé la espada y le seccioné numerosas venas de la pierna. Sangraba sin parar, retorciéndose de dolor. Se defendió como un tigre, golpeándome rabioso, aun cojo. Recuperé el arma oriental y no tuvo posibilidad alguna. Tenían un buen equipo de música, subí volumen para que ya nadie les escuchara gritar. Su selección de discos no era de mi agrado, pero me servía: heavy metal y ruido. Mientras tanto les rematé uno a uno y recogí dinero para mi causa. Ya casi estaba dispuesto a irme, pero pensé en un último detalle, dejar un recuerdo de mi presencia o un mensaje. Cogí un 176


bote de pintura y la desparramĂŠ por la bandera que tenĂ­an colgada con una esvĂĄstica gigante.

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20. El baile de la serpiente Cuando los policías llegaron al lugar del crimen hallaron una dedicatoria coronando el escenario de la matanza. La pintada con aerógrafo pretendía facilitarles la resolución de un caso anterior, una ayuda que Santos no apreció, por muy útil que le acabara resultando. "AQUÍ TENÉIS A LOS ASESINOS DEL TRAVESTI, COMPROBAD SUS BOTAS, SE HA HECHO JUSTICIA" Las marcas en el cuerpo del travesti que fue asesinado a golpes coincidían con las botas reforzadas en metal de los integrantes del grupo radical. Vamos a trabajar a fondo hasta detenerle, no voy a descansar. Santos se encerró en el despacho y pidió estar solo unas horas, sin interrupciones, no lo consiguió. Alejandro Sotomayor se había ofrecido a ayudar. Sacó copias de las evidencias y el historial de cada uno de los que habían sido asesinados en los últimos meses. Después de mucho repasar se le ocurrió coger un mapa de la ciudad y lo colgó en la pared con dos chinchetas. 178


Sacó un par de rotuladores, uno rojo y otro verde y pidió a su compañero que fuera trazando círculos rojos donde se habían producido los asesinatos. No había ningún orden, los lugares estaban distribuidos aleatoriamente por la ciudad. Al lado escribieron la hora de la muerte, a menudo de noche. —Al menos sabemos que debemos volver a reforzar la vigilancia nocturna, registraremos a cualquier sospechoso que veamos paseando durante la noche. —Pero... —Me refiero a altas horas de la noche, ibas a decir que de noche pasea mucha gente ¿verdad? —Sí. —No hace falta que lo digas, ya lo sé, además es invierno y oscurece antes. Pero a partir de las doce o la una las calles están desiertas y hay que vigilar más. Buscó relación entre los lugares. No había nada, no aparecía ningún dibujo al juntar los puntos con una línea, ni una estrella de David,ni un rombo, ni un elefante ni nada de nada .

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—Ahora coge el verde, vas a señalar los sitios donde vivían los asesinados. Una vez más las señales se desperdigaban sin sentido aparente. Sin embargo, en esta ocasión, sí había algo. —Observa Alejandro, no tendremos en cuenta a las cinco personas que mató juntas, en eso consiguió superarse, pero no los eligió como al resto, era porque limpiar su nombre. Tampoco tendremos en cuenta al travesti porque no lo mató él. Ahora observa, hay tres asesinados que viven en un mismo barrio. Seguramente es una zona que el asesino conoce. Además dos de ellos fueron asesinados cerca de sus casas, mira, iban de camino. Podría ser una casualidad, pero podría no serlo. Tal vez el asesino viva en ese barrio, o trabaje en él. Ya sabes, más vigilancia nocturna, especialmente ahí.

Me levanté cansado. Matar a cinco personas al mismo tiempo agotó como una dura sesión de gimnasio, quizás más. Tenía sensaciones enfrentadas, como si mis sentidos no se quisieran poner de acuerdo. Me aproximaba al objetivo que me había propuesto, acabar con el mal, extirparlo. Pero con cada

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muerte la sensación de euforia y del trabajo bien hecho era más pequeña, y eso a pesar de que había aumentado mi efectividad y destreza, ¿sería necesario matar a más gente para conseguir estimularme? La sangre ya no me impresionaba, pero la muerte, su rastro, se había colado en mi vida. Cada uno de los crímenes se incrustaba entre mi ropa, en mi piel y en mi cabello. Casi podía sentir las manos pegajosas por la sangre, que acababa desparramada por doquier. El olor de los guantes de plástico se había pegado a mi olfato como las imágenes de los muertos en mi retina. Alguien había insertado un fotograma de más en la película de mi vida. Cuando miraba el mundo que me rodeaba la proyección constante incluía un frame subliminal que se alternaba cada hora, eran los asesinos asesinados. Sus caras regresaban a mí. Sus rostros de dolor. Fantasmas que regresaban a atormentarme. El pesar se hacía mayor y el placer que sentía en las matanzas se reducía paulatinamente. Entre esas sensaciones emergía un nuevo sentimiento, más emocional y menos físico, aunque también colmaba mis sentidos. Era el enamoramiento. Lorena.

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Apenas la conocía, pero me había absorbido. Llevaba tres días soñando con ella sin esforzarme por hacerlo, ni por evitarlo. En uno de ellos besaba su mejilla, después se fue. Era sábado. Los amigos habíamos quedado para jugar un partido de fútbol. Era el tercero en lo que iba de año. Teníamos el propósito de conseguir que fuesen semanales. Se trataba de un despropósito de varias temporadas, ya que ni tan siquiera llegaban a mensuales. Pero aspirar a que fuesen mensuales (aun siendo más realista) sonaba tan patético que preferíamos aspirar a lo semanal. Viviéndolo desde dentro el partido estaba repleto de emoción y tensión, en cada balón poníamos todo el empeño. Era más emotivo que una final de Copa de Europa. El espectáculo resultaba sustancialmente distinto visto desde fuera, como podía intuir por el aburrido semblante de Lorena, viéndonos jugar sentada junto a la botella del agua, de la que, entre bostezo y bostezo, robaba un minúsculo trago, procurando no consumir su único entretenimiento. Se aburría como si me hubiesen plantado a ver un ballet ruso, o polaco, o lituano, qué más da. No consigo comprender de qué va el ballet, tal vez sólo sea apto para personas sensibles e 182


inteligentes, no para currantes cazurros como yo, limitados a disfrutar del arte popular, el cine de acción y de terror. Cada vez que la miraba dirigía su vista a otra parte, o a su reloj. Nuestro aspecto, intentando correr como atletas y jugar como estrellas debía resultar, por fuerza, más que penoso. Pero me alegró tenerla allí. Empezaba a serlo todo para mí. Lorena me acompañó a casa a pie. En mitad de una conversación sobre música británica dejó caer, restándole importancia, la inocente pregunta de qué haría yo esa noche. Dije que aún no había hecho planes y me propuso hacer algo juntos. Era sábado por la noche. Aunque habíamos quedado muchas tardes,, siempre había sido entre semana, a tomar café, o cosas relativamente inocentes. Pero lo de ir juntos un sábado por la noche era lo más parecido a una cita con todas las de la ley. ¿Por qué? Muy sencillo. El sábado noche es el día de caza. Cualquiera sabe que es la fecha señalada para buscar pareja. Aun siendo cierto que el 80 por ciento, quizás el 90, de quienes salen a buscar pareja volverán a casa con las manos vacías y la líbido a punto de reventar, no es menos cierto que es imperdonable dejar pasar la ocasión. Es decir, tanto si sales un 183


sábado noche como si no, lo más probable es que no te comas nada. Aun así, renunciar a un sábado noche para quedar con una persona que no te interesa en el plano sexual, es inviable. Ahí reside la importancia de quedar un sábado noche. Es cuando salen los vampiros a chupar la sangre, los buitres a comer carroña y los pulpos a extender sus tentáculos e intentar escupir tinta. No sabía dónde llevar a aquella jovencita. Cada vez me sentía menos cómodo en una discoteca, sobre todo si la llevaba a ella. No quería exponerla al resto de aves carroñeras. Pensamos hacer algo más propio de un viernes. Era una cita, pero debía hacer lo posible para que no lo pareciese. Si declaraba abiertamente mis intenciones corría el riesgo de que se desvelara el pastel, incomodar a Lorena y que, en caso de no gustarle, se viese forzada a finalizar nuestra relación amistosa. Lo último que yo deseaba. Me había dejado decidir lo que haríamos, no fui nada original. Primero la llevé a un centro comercial, escuchamos música gratis con los auriculares y miramos algunos libros y películas, sin comprar nada. Fue un rato divertido.

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Fuimos a cenar, difícil elección ante la amplia oferta: chino,

turco,

italiano,

mexicano,

libanés,

americano,

hamburguesería o bocatería. Nos decantamos por la comida mexicana. El camarero llevaba la cabeza rapada, nos acercó las cartas y nos saludó con un gesto en exceso amanerado. —¿Tu crees que será gay? —observé. —¿Seguro, con esa rama... —Hay muchísimos últimamente ¿verdad? En televisión parece que ya sólo busquen presentadores que sean locas, y por la calle veo a cada uno que... buf, son tremendamente... gays. Especialmente los jóvenes se han destapado y alocado. —Rodrigo, no hables así, parece que lo digas como si fuese algo malo. —¿Qué dices? Ni mucho menos, es decir, no creo que sea algo malo. Es sólo que parece que estén empezando a quitarse la máscara. Da la sensación de que haya más, será porque antes no se atreverían a decirlo.

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—Claro, si todavía hoy en día la gente, como por ejemplo tú, les mira mal, o como si fuese algo raro, es normal que hace años se callaran. —Qué mala eres, ya ves tú... porque haya hecho un comentario inocente. Supongo que será que aún no estoy acostumbrado, pero nos iremos habituando a que vayan cogidos de la mano y se besen en la calle, como cualquier otra pareja. —Es que son como cualquier otra pareja. —Ya lo sé, ya lo sé, no hace falta que me muerdas. —Ja,ja,ja, más quisieras tú. —¿Cómo? —Pues eso, que más quisieras tú, que te mordiera. Me esforcé por no ruborizarme, reí como si no me hubiese calado de pleno e intenté salir del aprieto más o menos íntegro. —No te creas... porque esos colmillos parecen afilados y seguro que si me mordieras me harías más daño que cualquier otra cosa. —¡Eh! ¡¿Cómo dices eso?! ¿es que no te gustan mis colmillos? 186


—Sí, claro que me gustan, sólo digo que los tienes muy afilados. No se te puede decir nada, en seguida saltas... en realidad tienes una boca... mmm... —¿Sí... dime? A ver ¿cómo tengo la boca? —Pues... bonita, no me gusta la palabra, pero es verdad, me gusta tu boca. —No me convences, como pago vas a tener que dejar que te muerda— me guiñó un ojo con disimulo. —Vaaale, está bien, ¿dónde quieres morderme? —Donde me digas. Un nuevo pulso entre mis instintos y pensamientos, una voz decía —Rodrigo, que no se te vean las intenciones, sé discreto, no la vayas a cagar. Y otra me empujaba: —Joder, a que esperas, dile que en el cuello, o en labio, lo estás deseando y ella también ¡vamos valiente! ¡díselo, díselo! Un mordisquito nada más, pero tampoco te pases de guarro, tío, ni lo pienses que la cagas. —Esta bien. Muérdeme... en el brazo.

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—Buf... qué decepción, creí que serías más malo... a ver, que saque brillo a mis colmillos, voy a afilarlos un poquito. Estiré mi mano hacia ella, me desabrochó el botón de la camisa y delicadamente la remangó. Aproximó su boca a mi antebrazo, posó sus labios abrasantes, los abrió, su aliento caliente se posó sobre mi piel. Intuí la lengua húmeda y breve acariciando la carne. Los dientes apretaron, una punzada más agradable que dolorosa, cerré los ojos por no delatarme con la mirada. Jamás había disfrutado tanto un mordisco. El sello quedaba impreso en mi piel, con la presión de sus caninos. Notaba el paso del tiempo porque la saliva se iba extendiendo. Jugueteó con su afilada y dura lengua en mi piel, o quizás lo deseé hasta soñarlo y creerlo. Soltó la presa, cerrando los labios húmedos en el amago de un beso. Luego me miró, abrí los párpados, limpió la saliva de la comisura con su blanca mano, sonreía. —Vaya, qué guarra soy... te he dejado el brazo babeado. —No importa. Mira, has conseguido una buena marca— tenía el dibujo de su dentadura en mi brazo— has apretado bastante ¿eh? La marca me durará toda la noche.

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—Qué exagerado, eres un blando, lo que pasa es que tu pellejo está fofo. —Pero aquí está la prueba ¿ves? Ahí está la huella de tus preciosos, delicados, pero sobre todo, afilados colmillos. Al terminar la cena, paseamos dejando que bajaran hasta los pies los burritos y fajitas que compartimos. Pensé que llevarla al cine podría ser una buena idea, no nos apetecía bailar, al menos a mí. El pase comenzaba a las doce y elegimos una comedia que no fuese demasiado larga, de lo contrario habríamos terminado dormidos en la sala, apoyados el uno sobre el otro. Bien mirado, la idea tampoco me desagradaba... Cuando la llevé a casa y la acompañé hasta su puerta, pasó por mi mente que fuéramos a mi piso, aún era temprano. Preferí dejar las cosas como estaban. En otras condiciones, con ella me hubiera agradado dejar pasar el tiempo muy despacio, sin prisa ni presiones. Que las horas que pasábamos juntos fueran quienes decidiesen nuestro futuro. Pero mi tiempo, que era escaso, ya no me pertenecía y, por tanto, no podía regalarlo.

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Me despedí con un par de besos en la mejilla, bien dados, sonoros. No de esos que pones la cara y no quieres ni rozarte. Dijo haberse divertido, que esperaba repetirlo y que formábamos un buen equipo. No supe interpretarlo, preferiría que hubiese dicho pareja, pero tampoco iba a darme cabezazos contra la pared. Se acercaba ya la Semana Santa y todas las personas de nuestro entorno estaban convencidas de que ella y yo salíamos juntos. Hasta mis padres lo habían descubierto y no tardaron en someterme a una sesión de interrogatorio. Fue durante una comida, un domingo que me obligaron a celebrar mi santo. Lo que me extrañó es que no me llamaran expresamente por teléfono para preguntármelo y aguardaran hasta el día de la comida. Seguró que mamá lo pasó mal durante la espera. —Bueno Rodrigo... y dime, ¿estás saliendo con alguna chica? ¿te has echado novia o algo? —No mamá. —¿No? Qué curioso, porque una amiga me ha dicho que te vio paseando con una chica muy mona. Y por lo que me dijo 190


ibas cogido de la cintura de la chica, así que tú me contarás si no es tu novia, quién era esa chica. —Ah, esa sería Lorena. —¿Lorena? No me has hablado de nunca de ninguna Lorena, ¿es tu novia? ¿de qué la has conocido? ¿alguna noche por ahí? ¿en la discoteca? —Que no, que no es mi novia, sólo es una amiga mía. —¿Una amiga con la que paseas cogido de la cintura? qué raro... —Es que es muy cariñosa... pero no pienses mal, mamá, sólo es una amiga, de verdad. No hay nada más. Si tuviera novia te lo diría, en realidad no tendría problema en que en un futuro hubiese algo más con ella... pero qué digo, son tonterías, sólo nos llevamos bien. —No son tonterías, tendrías que ir pensando en echarte novia, te vas haciendo mayor, te acercas a los treinta, y no es sano estar tanto tiempo solo. Si con Eva no funcionó, pues nada ¿qué se le va a hacer? Esas cosas pasan, tendrás que buscar a otra chica que te quiera. No veo por qué no ibas a salir con una

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chica con la que te llevas bien y es amiga tuya. ¿A qué se dedica? —Ahora no hace nada, está buscando trabajo, así que cuida su casa. —Huy... así que está en el paro, vaya vaya, qué pena. En ese caso no sé si te convendrá, a ver si va a querer aprovecharse de ti, que trabajes tú y ella se quede en casa haciendo la fresca. Tienes un trabajo muy bueno, eres funcionario, eso no puede decirlo cualquiera, da mucha tranquilidad... algunas mujeres van buscando eso para no tener que trabajar ellas, hoy en día ya no te puedes fiar de nadie ¿sabes? De nadie. —Mamá... no es por nada, pero tú tampoco has trabajado nunca, ¿consideras que has estado siempre en casa haciendo la fresca?—mi padre se rió bastante. —¿Cómo puedes decir eso de tu madre? Por Dios, qué falta de respeto, decirle eso a la mujer que lo ha llevado nueve meses y cuatro días en el vientre y que estuvo cuatro horas dando a luz. Lo que pasa es que hoy en día las cosas son diferentes, los hombres y las mujeres deben trabajar por igual, además ahora podéis cuidar y limpiar una casa entre los dos.

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Antes no era así, sólo nos enseñaban a limpiar, no teníamos la opción de estudiar. Pero no me interpretes mal cariño, es sólo que una madre quiere lo mejor para su hijo, que encuentre una buena mujer, no digo que esa amiga tuya sea mala chica pero tendría que buscar un trabajo que bla, bla, bla, bla.... cuando se ponía así no se escuchaba ni a ella misma. Además, a quién pretendía engañar, tampoco era tan vieja, cómo si no hubiese mujeres de su edad que han estudiado y que han trabajado toda su vida. ¿A quién quería venderle ese cuento? Sí que había más machismo, pero no prohibición. Anda ya. Mantuve la mirada fija en su boca, que se movía muda... me esforcé por contener un bostezo, me lo tragué. Me distraje en el mantel, ¿qué haría esa tarde? ¿vería a Lorena? Podría invitarla a algo por mi santo. Una buena excusa para verla.

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21. Cambio de planes

El lunes Lorena me acompañaba a casa de Pedro, había quedado con él para que me dejara unos cedés que me había grabado, desde que se compró la grabadora decía que la había amortizado con creces. Iba a grabarme los grandes éxitos de U2 y el recopilatorio de Depeche Mode, dos grupos de mi época. Lorena ni tan siquiera conocía a los segundos. Qué vergüenza, a dónde vamos a llegar con estas nuevas generaciones que ni siquiera conocen a los grandes.... me siento viejo cada vez que descubro las diferencias generacionales entre yo y los más jóvenes. De camino había un gran alboroto. Cientos de personas (puede que menos, a veces exagero) se apretujaban en la acera. El motivo: una cámara de televisión y una reportera escondida bajo una espesa capa de maquillaje. Eran de una de las televisiones nacionales. —¿Qué coño pasa ahí?

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—Será que estos también van a hacer un reportaje sobre el asesino en serie. —Seguramente. Tal vez nos vieran esquivarlos y la periodista nos salió al cruce. —¿Y qué opina usted del asesino en serie que está haciendo justicia matando a los criminales? ¿Cree que hay pánico en su ciudad o que en cambio la gente admira al justiciero? Antes de que tuviese tiempo de reaccionar la cámara me apuntaba y tenía el micrófono debajo de la boca. Miré a la chica, que por el maquillaje parecía ser más joven, pero a pesar de la máscara los pliegues de su vejez se le hundían en el rostro. Miré a cámara, no asusta tanto como dicen. —Prefiero no opinar— cogí de la mano a Lorena y me alejé. De todas las personas que vivían en la ciudad y pasaban en ese momento por la calle tenía que preguntarme precisamente a mí, ¿casualidad? Más bien probabilidades, eran tantos los periodistas que en aquellos días deambulaban por nuestros barrios que era cuestión de tiempo que me tocara. 195


—¿Por qué no le has dicho nada a la de la tele Rodrigo? ¿te daba vergüenza? A mí me habría chiflado que mi madre me viese en las noticias. —A mí me da algo de vergüenza, no me apetece que me vea la gente en la tele, y si no digo nada no saldré... ¿y qué es eso de chiflado? Joder, de dónde sacas esas palabras, ¿de los 80? ¿o eres la reencarnación de Leticia Sabater? —Qué borde eres hijo. A mí sí que me hace ilusión... oye, nunca hemos hablado del asesino ese, ¿tú que crees? ¿está loco? —No sé, si nunca te he dado mi opinión es porque no la tengo. Es un tema conflictivo, alguna gente está a su favor y otra en su contra. Yo no tengo la menor idea de qué es lo acertado, es como cuando hay elecciones y no sabes a qué partido votar. La gente parece tenerlo muy claro, pero yo no sé si está bien o está mal que ese tío vaya por ahí tomándose la justicia por su mano. —Yo tampoco, aunque de cualquier manera, lo que está claro es que es un asesino... y se supone que eso no está bien. Sí. Nos separamos a las ocho de la tarde. Cuando terminé mi pizza me senté a dejar pasar los minutos delante de una película que no me interesaba. En mi cabeza se había metido Lorena. Me 196


hubiese “chiflado” conocerla antes de haberme convertido en lo que era. ¿Habría decidido convertirme en un asesino si ella hubiese estado antes? Seguramente no. Sonó el timbre, era Lorena, su voz sonaba débil, le había pasado algo. Subió. Al abrir la puerta de mi piso la vi echa polvo, derrumbada y con los ojos hinchados. —Ven, ¿qué te pasa? Se abrazó a mí, emanando calor y emoción. Lloró en mi hombro una eternidad, en el rellano, con la puerta abierta. Su sollozo inundaba las paredes, rebotando y estremeciendo mi cuerpo. Estuvimos

demasiado

rato

abrazados

sin

querer

separarme, mi corazón era una plena contradicción, eufórico por tenerla entre mis manos y apesadumbrado por verla llorando y destrozada. Mi conciencia más cabrona me decía que seguramente no era para tanto el drama. Que si lloraba debía ser por algún conflicto con su madre o esos problemas típicos de la adolescencia. Era tan joven. Ya no me sentía mal por ella. No se habría muerto nadie ni nada. Seguro que sólo fue otra pelea con

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su madre, qué frágiles pueden ser algunas personas. Ella era de lágrima fácil. Aún así había vuelto a acudir a mí para consolarla, confiaba en mí, y estábamos muy cerca. Podría tener un final feliz si jugaba bien mis cartas. Logré hacerla pasar dentro. Perdió su vista unos instantes en el cristal de la pantalla mientras le traía un vaso con agua y unos pañuelos de papel. Se bebió el vaso, secó sus lágrimas y sonó sus mocos. Le llené otro vaso y repitió el ritual de entrada y salida de líquidos. Gluo, glup, buaaaa, buaaa, mooc, y vuelta a empezar. A ver cuál era el drama. Me senté en el otro sofá mirándola de cerca, cogí su mano. —¿Qué te pasa guapetona? ¿cómo estás Lorena? ¿ha pasado algo grave? —Es... que... al llegar a casa mi madre... Si ya sabía yo que iba a ir con su madre. —Mmm, snif, me ha dicho que me había llamado una amiga del instituto, entonces yo la he llamado a ella y me ha dicho que ha muerto un amigo nuestro, un compañero de clase, un buen amigo— de nuevo rompió a llorar. 198


Parece que me había equivocado. Aun así, a pesar de que sentía verla tan dolida, estaba impaciente por saber qué había pasado, le di otro pañuelo. —¿Y

cómo

ha

muerto?

¿algún

accidente?

¿una

enfermedad? —Qué va, nada de un accidente, el hijo de puta del asesino ese le ha matado, le mató junto a otros cuatro en el club en el que se reunían. ¡Qué cabrón! ¡qué hijo de puta! En ese segundo sentí que el peso del planeta caía sobre mis espalda como lo hizo sobre Atlas. El tiempo se ralentizaba y desenfocaba. La silueta sin rostro de Lorena se movía y hablaba, sus labios sí estaban enfocados, pero las palabras se derramaban pesadas, confusas, espesas y gradientes en mi entendimiento, como gotas de aceite hirviendo en un río, sin traspasar la superficie. Desperté del sueño, asumí que yo había sido el causante de su sufrimiento sin que ella lo supiera... me reincorporé. —Vaya. ¿y ese chico era muy amigo tuyo?— sorbiendo sus mocos con la nariz asintió con la cabeza repetidas veces.

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—¿Recuerdas que te dije que no he tenido a nadie a quien pudiese haber llamado novio? Pues él fue lo más parecido a un novio que tuve. Fue el primer chico con quien salí, mi primer amor, mi primer beso, era un cielo, no sabes lo buena persona que era. Sus palabras me azotaban. Él era un asesino, pero ella le consideraba una buena persona, y eso daba que pensar. Porque mis amigos, incluida ella, me tenían por buena persona. Un tipo honesto... pero si descubriesen que soy yo el asesino a quien andan buscando... su concepto cambiaría por completo, creerían haber estado siempre engañados respecto a mí, que en realidad soy un monstruo disfrazado de ser humano. —Él era un encanto, nos habíamos distanciado al acabar el instituto, pero seguíamos quedando cada cierto tiempo. Además había empezado a salir con una chica muy mona, no le olvidaré nunca ¿sabes? Se portaba tan bien conmigo... dejamos de salir juntos porque éramos muy niños, pero es el mejor recuerdo que tengo, de la inocencia que teníamos los dos... y no volveré a verlo nunca, porque está muerto.

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Me senté a su lado y la abracé mientras lloraba. Se ahogaba en sus propias lágrimas, de vez en cuando dejaba escapar algún grito, frustrada, ahogada en el dolor, "¡Asesino!" "¿Por qué Señor, por qué?" "no volveré a verlo nunca" "¡Maldito asesino hijo de puta!". Y aunque ella no lo sabía, cada uno de sus insultos y maldiciones iban dirigidas a mí. Nunca había comprendido tan bien lo que pasaba por la mente de los superhéroes de los tebeos. Amenudo se enfrentan disfrazados a las mismas personas a las que aman al despojarse del disfraz. No se trata de que me hubiese metido demasiado en mi papel, ni que hubiera enloquecido. Es que todos tenemos una identidad secreta, una parte de nuestra personalidad que escondemos al resto de la humanidad, un oscuro secreto que nos envilece. Lo que nos hace sentirnos orgullosos en nuestra intimidad, lo que nos hace disfrutar en secreto. Esa justicia que yo impartía y me daba la tranquilidad de estar haciendo algo bueno por mi ciudad, se convertía en vergüenza a los ojos de la hipócrita sociedad que se deja llevar por las corrientes de opinión más fuertes.

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Pero

una

nueva

sensación

estaba

nublando

mis

pensamientos, notaba el calor de la pasión subir por mi pecho, el abrazo estaba pasando de consolador a pasional. Lorena me a acariciaba, sus dedos rozaban mi espalda y después mi cuello. Me esbozó una sonrisa y nos besamos en medio, acariciándonos, ayudándonos a superar nuestra propia desesperación. Nuestras bocas quedaron amordazadas, no estaba bien, aunque lo deseaba. Mi dedo índice se interpuso entre nuestros labios, la miré dolido. —Lo siento, no está bien, no es el momento, no debe ser así. —Deja que al menos me quede a dormir en tu casa ¿vale? Me apetece pasar la noche contigo, abrazada a ti, no quiero estar sola. —De verdad, lo siento Lorena, pero te puedes quedar aquí. Tus padres se volverían locos buscándote, no quiero causarte problemas. Te acompañaré a casa, ¿está bien? —Vale.

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Cogí uno de los días libres que me tocaban por derecho y así pude acompañar a Lorena al entierro de su amigo. No había estado en el tanatorio desde que murió Julio. La familia del joven estaba descompuesta. Normalmente, en el cine y en televisión, a quien más impresiona ver es a la madre del fallecido. La persona que más a querido a ese chico siempre está desconsolada, llorando histérica. También en la vida real pasaba así, pero impresiona más verlo en vivo que en una pantalla. Y sobre todo oir sus gritos. Apartar la mirada no era suficiente para esquivar su dolor. Su voz desgarradora clamando al cielo por su hijo me perseguía allí donde fuera. Llevaban una foto, rememoré su cara, aún con vida, con su rostro lleno de rabia, saltando sobre mí. La afilada hoja forjada en sangre se llevó su vida. Las lágrimas de su madre eran agujas en mi piel. El había vinido a buscarme. Su presencia iba más allá de la realidad y la percepción. Me levantaba los párpados y giraba mi cuello hacia el sufrimiento que había causado. Sus frías manos helaban mi cuello. Me clavaba las uñas negras y fétidas. Le escuchaba reírse entre amarillentos y

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carcomidos dientes. Me susurraba al oído. Me advertía que me aguardaba en el infierno junto al resto de mis amigos. Me darían una cálida bienvenida. Estaban preparando el azufre que inyectarían en mis venas. No me daba miedo. Tanto me había ganado el infierno como el cielo. Inspiré con profundidad de alma. Debía ser fuerte y centrarme. Sumido en mi sufrimiento, tenía la obligación de serenar a Lorena y sofocar sus sollozos, lamentos y lloros. Los más allegados emanaban ríos de dolor por sus ojos. El pesar, el quejido y el lloro se hacía contagioso, extendiéndose incluso a quienes habían estado bromeando a un lado. La energía se elevó a las alturas superando la atmósfera y reventando en una lluvia que no llegó a tierra sino en forma de espesa y densa niebla. El manto grisáceo nos envolvió dando un aire más melancólico a la ceremonia. La siluetas del cortejo fúnebre se desdibujaban mientras introducían el ataúd en su nicho. La madre gritaba que no se lo llevaran, que lo dejaran un día más a su costado. Su marido intentaba aguantar con

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integridad, no podía consolarla a ella ni reprimir su propio dolor. Algunos familiares alejaban a los niños. Un sinfín de sensaciones circulaban por mis venas pasando por todas mis articulaciones, como si me hubiese metido un chute de heroína pura, abstrayéndome del espacio y el tiempo. Respiré la niebla y el frío se metió en mi cuerpo uniéndose al resto de sensaciones e ilusiones. Me compadecía del dolor que yo había originado. En el cementerio vislumbraba algo que no había percibido cuando empecé con mi cometido. Estaba viéndolo todo desde otro ángulo, otro punto de vista diferente. Una visión que me permitía ver otras imágenes y sensaciones de la misma escena que hasta el momento habían permanecido ocultas. Yo sólo había puesto mi foco en la gente a la que protegía de los asesinos, del mal ¿Pero qué pasaba con las familias y sus seres queridos? Aquellos inocentes que conocían el mejor lado de los asesinos, o que, incluso conociendo su maldad, los amaban incondicionalmente, las madres que no merecían sufrir. Observé a Lorena, quería rescatarla del pesar. Debía protegerla del monstruo en el que me había transformado, del 205


sufrimiento que mis actos engendraban. Me separé de la gente, mis pasos me llevaban a un lugar conocido, hasta que una mano me detuvo. —¿Adónde vas Rodrigo?—era Lorena. —Quiero aprovechar que he venido... para visitar la tumba de Julio. Me acompañó hasta la lápida. El florero seguía vacío. Mi madre y mi abuela ya sólo llevaban flores en días indicados, su cumpleaños, y el Día de Todos los Santos. Su recuerdo permanecía junto a nosotros en esos días, es cuando más se le echa en falta. Aunque cada año el recuerdo se difumina un gramo más, hasta que cuantos le conocimos muramos y su memoria desaparezca. —Era un chico muy guapo, se parecía a ti. —Lo sé. —Nunca me habías dicho que tuviste un hermano... ¿de qué murió? —Asesinado, por unos rateros, yo estaba con él, éramos niños.

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Se agarró a mi brazo y me besó el hombro, no me alivió. Fue un beso punzante, sórdido. Ennegreció y envileció mi alma por el contraste con su limpia conciencia. —La gente no debería morir así, los asesinos son una lacra, deberían morirse para siempre, o no haber nacido nunca. En estos momentos me gustaría que existiese la pena de muerte para los asesinos. ¿No crees? —Yo también pensaba así, Lorena. —¿Y qué te hizo cambiar de opinión? —Si matamos a los asesinos... ¿quién nos matará a nosotros? Porque también nos habremos convertido en asesinos. ¿Quién matará al verdugo? El verdugo es un asesino, su causa es tan injustificada como la de cualquier otro, ninguna causa podría permitir que se arrebate la vida a otra persona. Causar un dolor irreprimible a tanta gente y robar a la víctima la posibilidad de cambiar, de mejorar. Besé a Lorena y la separé de mí. —Lorena, ¿recuerdas la apuesta que gané? ¿recuerdas que aún me debes algo?

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—Sí, tengo que hacer lo que me pidas. —Espero que cumplas lo que te voy a pedir. Quiero que encuentres a alguien digno de ti, que encuentres a una buena persona a quien querer y que me olvides, que te alejes de mí. No quiero que me perdones, sólo que me olvides, o que recuerdes los buenos ratos que pasamos, nada más, sólo ha sido eso, unos cuantos buenos ratos. A veces nos hemos apoyado cuando lo necesitábamos... nada más, simple y llana necesidad. Debo irme, lo siento, ojalá llegues a ser feliz pronto. —¿Pero qué coño dices tío? —No preguntes, sólo déjame irme. Adiós, Lorena.

...para siempre.

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22. El rastro y las huellas

—¡Brotóns! coge el teléfono, es para ti. —¿Quién es? —Es de una emisora de radio de Madrid, han preguntado por el que lleva el tema de los asesinatos, ya te puedes imaginar... —Bueno, pues pásamelos. Dígame... ya, ... ya, no, lo siento, pues porque esas son mis fuentes y no os las puedo dar... no, tampoco os voy a dar el número del alcalde, no, no. Mira buscaos la vida, sí, lo sé, ya... es posible, pero no hay nada que pueda hacer por vosotros ¿vale? Venga, veeenga... lo siento mucho, ala, hasta luego. Brotóns se acercó al redactor jefe con malas pulgas. Resoplando como solía hacer demasiado a menudo. —Mira... no me pases más llamadas de estas, que estoy harto. No sé porqué pero los medios nacionales siempre nos toman por un gabinete de prensa. Joder, que se conformen con la

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información que les pasan las agencias, y si no, pues que traigan un enviado especial. Aunque como sea igual que la pija que han enviado los de la autonómica... —Ja, ja, ¿qué pasa con la de la autonómica? —¿Qué pasa? Vaya tía más inútil. De lo único que se preocupa es de que el potingue de su cara no se deshaga ante la cámara. Encima viene aquí y se cree que es la reina del mambo. Piensa que puede pisotear a los medios locales, vaya una pécora, además lleva un tinte de pelo que no sé si es rubio o naranja. —Bueno, vale ya de criticar a la competencia, cálmate ¿has llamado a la Comisaría y a la Policía Local? —Sí. —¿Y qué te han dicho? ¿Habrá declaraciones? —No, tan sólo me han comunicado que siguen investigando y como siempre, insisten en que han estrechado mucho el cerco... claro, no te jode, y menos mal que la ciudad es pequeña. —¿Y tu fuente? ¿no te ha dicho nada garganta profunda?

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—Ja, ¿quién te crees que me ha dicho eso? Se les ha ido de las manos y ahora parece que les hayan cortado la lengua, sólo hablan cuando dan ruedas de prensa, y llegan con cuentagotas, a diferencia de los asesinatos. No ves que no estamos preparados para un asesino en serie.

Santos paseaba su mirada por el local. Trataba de refrenar la rabia por no encontrar ni una sola prueba, olfateaba cada gota de sangre y cada centímetro cuadrado. Observó la mesa en la que debía sentarse el jefe del grupo. Había un ordenador de pantalla plana. Diecisiete pulgadas, no era nada barato. —Alejandro. —¿Sí? —¿Habéis mirado el disco duro del ordenador? —Sí. Santos no se fiaba de sus compañeros y se sentó en la mesa del PC. Mientras lo encendía repasaba los cajones del mueble, no había más que en el resto del local, algunas fotos, pegatinas nazis, pins y poco más.

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El ordenador tenía conexión a Internet. Comenzó a navegar y se fue a un buscador de páginas web. No le costó encontrar el lugar donde se hospedaba aquella banda en la red, como tampoco le costó hallar la dirección de correo electrónico. —¡Joder! Santos intentaba asimilar y procesar lo que acababa de descubrir, así era como les había encontrado el asesino. La suerte le acompañaba, ya que además el sistema de correo que utilizaban no era web mail, sino el llamado correo electrónico tradicional o POP. Por ello no le hizo falta contraseña para abrir la cuenta, dado que ya estaba iniciada. Fue directo a la bandeja de correo entrante y uno de los últimos correos recibidos era el que esperaba encontrar. El mensaje del asesino al que muchos habían llamado justiciero. —Te he pescado... joder, lo he cogido, lo he cogido. De putísima madre. —¿Qué pasa? —Escucha, Alejandro, nos vamos, hay que llamar a los informáticos, porque o mucho me equivoco o tenemos a nuestro asesino. 212


23. Encrucijada

La soledad me acompañaba mientras esperaba al autobús. El cementerio quedaba a mis espaldas. Deseaba recibir la sorpresa de Lorena, que no hiciera caso a mis palabras y llegara corriendo a decirme que no importaba lo que hubiese hecho antes, que quería escapar conmigo lejos. No sucedió. Mis palabras debieron hacerle daño y desconcertarla. Era orgullosa y estaba dolida. Aunque le dañaría más descubrir que había estado apunto de salir con un asesino. Que había sido mi amiga y se había divertido junto a mí. Antes de llegar el autobús ya había alguien a mi lado, no era Lorena, sino una vieja enlutada sin tristeza en los ojos. Mantuve la mirada en el vacío para evitar una posible conversación. Los quince minutos que tardé en llegar a la ciudad desde el cementerio me permitieron reflexionar más cuestiones de las que me había planteado en varios meses, mi mente se había abierto. Lo que había hecho con mi vida no había logrado calmar ni tan sólo un instante mi sed de venganza y justicia. No había 213


dado con el camino correcto, y tampoco con la solución a mis temores. Sin embargo, desde que conocí a Lorena algo cambió en mi vida, al fin parecía que había encontrado alguien a quien mereciese la pena defender, a quien valiese la pena amar y proteger. Tal vez sentía algo similar con Eva. Quizás fue el catastrófico final de nuestra relación lo que me hizo desembocar en esta locura. No pude soportar haber vivido una mentira junto a ella, que tras años juntos descubriese que jamás me hubo amado. Fue una gran decepción ver cómo me fallaba una persona a quien le había confiado hasta mi vida. Me hundí por completo y busqué algo distinto, la manera de completarme a mí mismo sin la necesidad de nadie. Ha sido una paradoja descubrir que mi existencia, como la del resto, no depende de mí mismo, sino del resto y la vida en sociedad. De cualquier manera, achacar esta serie de asesinatos a mi relación con Eva, no es justo ni fiel a la verdad. Sólo la justa combinación de todos los acontecimientos de mi vida, la interpretación que les he dado, mi educación, mis frustraciones, mi mala suerte y mi sentimiento de impotencia, sumados a 214


aspectos que desconozco, han formado el cúmulo que me ha convertido en quien soy. Sólo la suma explica lo que hice. Jamás me había sentido tan deseoso de convertirme en un ser social, un ser normal que se integrara en la triste simplicidad de los individuos, como cuando decidí romper mi lazo con la sociedad. Quebranté las normas, me convertí en un asesino repudiado y negué la eficacia de la sociedad. Les di la espalda y ahora ellos me la darán a mí. Dicen que el Infierno es un estado mental, o más bien del alma. Que sucede cuando sientes la culpabilidad de tus actos, te sabes cruel y tu obcecación te lleva a un lugar de negación hacia la bondad y la luz, retorciéndote en tu propio sufrimiento que te devora. De la misma manera, fui yo quien se apartó de la sociedad. ¿O ya me había dado ella la espalda antes? ¿Qué más da? Pocas alternativas me quedaban. Caminaba dirección a casa, agachando la cabeza, rezando no tener que saludar a ningún vecino ni conocido.

—Santos. —¿Qué pasa? 215


—Han conseguido rastrear la I.P. del ordenador con el que se envió el correo electrónico. —Genial, no crí que serían tan rápidos, ¿has avisado al comisario? —Sí, ya han averiguado a quién pertenece el ordenador y dónde vive. —¿Vamos a por él entonces? —Sí, va a enviar a cuatro patrullas, prepárate, esto será emocionante. Subieron a un coche junto a otros dos agentes y fueron a toda velocidad a la vivienda del asesino. Alejandro Sotomayor, en el asiento de atrás, manejaba con disimulo un teléfono móvil, procurando que nadie observase el contenido del texto que escribía. —¿Qué estás haciendo? —¿Eh? No, nada Santos... sólo leía un mensaje que me han enviado. —Este no es momento de mensajes ni tonterías, vamos, céntrate que ya queda poco, joder, no sabes cuánto me gustaría 216


poner las sirenas, con este tráfico no hay manera de llegar al lugar en menos de diez minutos. —Lo sé... por cierto... — sacó una carpeta— aquí tengo la ficha del asesino. —Presunto. —Pues eso, del presunto asesino... mira, esta es su foto. —Parece un chico normal. —¿Verdad?

Ningún

antecedente...

trabajo

fijo,

es

funcionario, trabaja en Correos, es joven y soltero. —Me pregunto qué le haría enloquecer. En ese momento un teléfono móvil vibraba en el bolsillo de Francisco Brotóns. Sacó lo que el llamaba “el aparato” y leyó el mensaje. Un enorme agradecimiento hacia su esposa emergió de pronto, había sido ella quien insistió en regalarle “el aparato”, porque aseguraba que le vendría muy bien para el trabajo. Le dijo que no importaba que no supiese utilizar todas sus funciones, con llamar y enviar mensajes tendría bastante. En su momento cogió el regalo a mala gana, pero había sido uno de los más útiles que había recibido en sus años de casados.

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Maldijo al fotógrafo, por estar lejos del lugar adonde irían, de nada le servía llegar el primero si no conseguían una imagen. Si captaban la cara del asesino lograrían desmarcarse de todos los medios, serían su envidia, y enseñarían la portada en televisión nacional. Los asesinatos habían cobrado relevancia informativa mundial, a la gente le gusta el morbo. Desde Jack el destripador los ciudadanos anónimos habían sentido fascinación por decenas de asesinos en serie y además tenía el aliciente de ser un justiciero, un vengador. El justiciero haría leyenda, esa foto tenía que ser una exclusiva suya y rezó que nadie más se hubiese enterado. Sin embargo no estaba de suerte, la noticia voló entre los policías en cuestión de segundos y no tardaron en anunciarlo mediante sus radios. Pronto los agentes dejaron que sus voces volaran por el aire público exponiéndose a cualquier aparato de captación. La mayoría de los periodistas se apresuraron a llamar a la Policía, otros, mejor informados, fueron directos al lugar donde se efectuaría la detención.

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Camino a casa me atormentaba la idea de no hallar algo positivo en mi situación, ninguna manera de ser optimista. Había metido la pata hasta el fondo y me había llenado de mierda hasta la cintura. Podría plantearme una huida, la Policía no me había descubierto todavía, no parecía complicado. Había hecho mi trabajo escrupulosamente, sin dejar pistas, pero no podía confiarme. No existe el crimen perfecto y podrían terminar dando conmigo. Aún así, una vida alejado de esta sociedad ¿podría ser gratificante? temiendo ser capturado, me convertiría en otro Antonio Anglés... muerto u olvidado. Tal vez pudiesen acogerme en otro lugar, otra cultura más acorde conmigo. Ser un nombre más, sin apellidos, buscando el olvido entre miles de forajidos, en otro sitio con un idioma como el mío...

Decenas de periodistas estaban alerta, pero fueron las patrullas de Policía los primeros en llegar. Dejaron los coches sin mucho cuidado y corrieron al piso donde vivía el supuesto asesino. Al entrar y forzar la puerta comprobaron que no había nadie, lo registraron todo, pero no había nadie. Se emitió la

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orden de busca y captura a todas las unidades, con lo que ya no quedó ningún reportero que no se hubiese dado por enterado. Despejaron la zona y dejaron a varios guardias de paisano en el lugar, tanto dentro del piso como fuera, para que, en caso de volver el perseguido, no se pudiese dar a la fuga. Santos se encontraba nervioso, sometiendo a su escáner visual a cada persona que pasaba por la calle. Permanecía sentado en el coche maldiciendo. Llegó alguien, no era la persona esperada, sino más bien una de las más temidas, el veterano periodista local Francisco Brotóns, armado con su cuaderno de notas y escudado por su fotógrafo. Se preguntaban si habrían acertado el lugar de la detención y si eran a caso los primeros. Santos salió mechado del vehículo y agarró a ambos por el brazo. Les gritó que se largaran o serían detenidos, el veterano redactor no estaba por la labor. Pero ni las excusas ni argumentos dieron efecto cuando Santos les enseñó el arma, les terminó amenazando y haciendo ver que si les detenía no podrían hacer su trabajo, accedieron. Pero en ese momento llegaban las otras patrullas de periodistas.

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Prensa, radio y televisión. Brotóns se escabulló y fue a saludar a su amiga y compañera de oficio, la presentadora de la televisión local. Se mostraban alegres y eufóricos al presenciar semejante acontecimiento informativo. Era un circo. Los policías salieron de sus coches de paisano y dejaron los escondites, hubo un feroz enfrentamiento con los miembros de la prensa, en especial con los más veteranos y crecidos. —¿Es que no se dan cuenta que si viene el sospechoso echará a correr? —Eso es imposible, sea quien sea, está acostumbrado a vernos deambular a diario por la ciudad. —Por Dios, ¡les detendremos a todos si hace falta! Y si es necesario usaremos la violencia, se lo advierto señores.

A sólo unos pasos de casa me detuve, me senté en un banco. No volvería a matar, tendría que renunciar a la violencia, hiciese lo que hiciese.

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Lo correcto era tratar de reparar el daño causado... tampoco veía manera, ¿un suicidio? mi muerte no redimiría mis pecados, más bien sería un nuevo crimen en mi lista, el último, eso sí. Lo vi claro, aún había esperanza para mí. Aún podría hacer algo positivo por la gente, me quedaba mucho por ofrecer, aunque sería en otro lugar muy diferente, con otras personas, desconocidos, rostros anónimos, furtivos, como yo.

Los fotógrafos inmortalizaban la trifulca con disimulo, los de televisión eran los menos cuidadosos, por la aparatoso de sus equipos. Eso desató aún más la furia de algunos agentes, fue el momento más acalorado. Demasiados minutos en evidencia y el presunto asesino podría haber escapado, estar cogiendo el coche para salir de la ciudad. Santos no sabía reaccionar, ¿Deberían comenzar a avisar a los cuerpos de seguridad de las ciudades y poblaciones cercanas? Si se le escapaba ahora que lo tenía tan cerca... no se lo perdonaría jamás.

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Entré al edificio asombrado por la cantidad de gente que había en la puerta, sobre todo extranjeros. Había aumentado mucho la inmigración en los últimos años y trataban de regularizar su situación. Sin embargo eran pocos los trabajadores, supuse que habría pasado algo gordo, pues allí había demasiados pocos agentes como para ser un día normal, luego entendí qué es lo que pasaba. No sabía a quién dirigirme. Estaba ruborizado como si fuese a comprar unas bragas a mi novia en una tienda de lencería, con muchas dependientas jóvenes y guapas. Apareció un policía en la mesa de la entrada. No reaccionó ante mis palabras, fue como si no hubiese dicho nada y pensé en repetírselo o darme la vuelta y largarme. Después, nervioso, en contraste con mi serenidad, miró un folio debajo de su mesa, una foto en blanco y negro fotocopiada. Echó mano a la parte trasera de su pantalón, sacó unas esposas y las colocó tembloroso, en mis muñecas. Podía leer su mente, no era capaz de creerse que fuese él, un policía que hacía de recepcionista, cuyos recuerdos de las patrullas policiales comenzaban a desvanecerse, quien hubiese capturado al famoso asesino justiciero. El pobre parecía 223


asustado. Era algo mayor y sabía a quien tenía enfrente. Sin duda me tomaban por uno de los más peligrosos y suponían que iba armado. Al parecer me habían descubierto y me buscaban por toda la ciudad, sabían quién era y habían repartido mi foto. Ya podían esperar sentados y acomodados en casa. Me había anticipado, no esperaban que por mi propio pie, justo cuando habían salido a cazarme, yo entrara en la boca del lobo..

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24. Desde la ventana

Causé más revuelo del esperado. Las cartas se amontonaban. Algunos admiradores, otros vengativos, otros pidiendo entrevista, otros dispuestos a salvarme (espiritual, mental, emocional, sexual y legalmente), todos pirados. No contesto a nadie, sólo leo las cartas por pura diversión. Algunas de esas personas tienen la misma línea de pensamiento que yo tenía cuando cometí los crímenes. Pero les falta mi valor. De cualquier manera, ya no pienso como ellos. Veo las cosas de otro color. Llevo aquí cerca de un año. Mi juicio tardará en celebrarse, tienen muchas pruebas por recoger y demasiados cabos por atar antes de que me juzguen. No me preocupa la sentencia, me he conformado con el abogado de oficio. Dicen que es casi imposible que pase más de 20 años de prisión, resulta reconfortante. Es tiempo suficiente para cambiar, para aprender a ser una persona distinta, mejor. Para ser útil. Algunos de la prensa piensan e ironizan que

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podrían ser benévolos y ponerme una sentencia suave por haberme dedicado a matar delincuentes. Ya hubo un caso parecido, el GAL, y dejaron a los cabezas de turco pudriéndose en la cárcel bastante tiempo, para que la mierda no salpicara más alto todavía. Por más que pidiesen amnistía, rara vez se la conceden a un asesino. Además, a quienes hacen y dictan las leyes les da miedo que les quiten el trabajo, que las gente les señale con el dedo el les diga “he, señores, esto pasa ahí fuera por su culpa, por sus leyes inútiles y sus erróneas decisiones”. No creo que estén dispuestos a ser indulgentes con otro que se toma la justicia por su mano, porque, entre otras cosas, les deja en mal lugar. Al principio no podía dejar de pensar en lo que he dejado fuera, en la libertad y en la gente. Mis padres, Lorena, Pedro y los amigos... pero te vas acostumbrando a la nueva vida, a los pequeños momentos y acontecimientos. Este mundo es pequeño, breve e intenso. Las esperas, en cambio, son largas. Siempre hay esperas. Aunque los que llevan tiempo dicen que se acaban, porque te acostumbras a esperar y se acaban los acontecimientos que aguardabas con impaciencia, terminaré entendiéndolo. 226


No dejo de descubrir personas, historias y realidades sumergidas en el subsuelo de la sociedad. No me llevo mal con los presos, que ya es algo. Unos me admiran, otros me odian, y en general me respetan, soy fuerte y me machaco con las pesas, para protegerme y aparentar ser peligroso. Quién sabe, a lo mejor lo soy. Hay gente interesante. Cada uno tiene al menos diez historias sorprendentes que contar, debería escribir algunas de ellas. He descubierto una nueva afición, no sólo la lectura, también la escritura. Pensé que sería una buena terapia, una forma de alejarme, distanciarme y ver con perspectiva lo sucedido, escribiendo cómo empezó este infierno y lo que me motivó a matar a la gente. Creía que estaba bien lo que hacía, que el bien y el mal que me habían enseñado, los conceptos con los que me educaron, eran subjetivos y erróneos. No lo eran tanto. Al menos uno de los mandamientos de Moisés iba bien encaminado: no matarás. Mientras haya vida siempre hay esperanza, ¿por qué no? Nunca se sabe... He aprendido que la gente teme a la muerte porque elimina cualquier esperanza. Las potencialidades son 227


borradas en un instante, en un gélido soplo. Se convierten en un borrón de lápiz, ilegible, en un folio garabateado. No queda posibilidad de hallar la felicidad, el amor, ni de eximirse de los pecados. Me he topado con el optimismo aquí dentro, colándose entre las ventanas rayadas. Me queda esperanza, porque me queda vida y para cuando me llegue la muerte... espero haber aprendido a afrontarla.

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