14 aprendizajes vitales

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un profundo (y transcendente) humor religioso cristiano. En cambio en la segunda hay una total falta de ese ingrediente. Hay una seriedad enfática y un poquito tétrica, que me parece fuera de lugar. Además resulta que, con su suave humor, Juan XXIII acertó a vivir y expresar cosas muy profundas: que para la Iglesia la esperanza está sólo en el Espíritu Santo; que ninguno de los miembros de ella es decisivo; que se pueden llevar a cabo iniciativas extraordinarias sin creerse que uno es la piedra angular del mundo, de la historia y de la salvación que Jesús nos anunció y nos trajo. En cambio el Papa Pablo VI (hombre sincero, bueno y nada autoritario) dijo en aquella ocasión cosas curiosamente irracionales. Porque ni el sillón episcopal de Roma es una cruz, ni el Papa está llevando a cabo la redención del mundo. Y lo peor del caso es que (aunque el Papa adujera con cierta sinceridad subjetiva aquella razón descabellada) la verdadera razón era el sentimiento, heredado por él de Gregorio VII (1073-1085) y de casi todos los Papas posteriores hasta Pío XII (1939-1958), de que el Romano Pontífice es una especie de Dios en la Iglesia y en el mundo, y por eso es impensable que pueda dimitir, aunque es seguro que acabará muriéndose, y de momento no va a resucitar como Jesucristo. Y es que en el segundo milenio del cristianismo ha ido formándose y consolidándose, sobre todo a partir de Pío IX (1846-1878), una idea autocrática y semidivina del Papa romano, que toca a veces lo grotesco. Un “Catecismo católico popular” de F. Spirago, editado en París en 1903 y reeditado en 1950 (con ocasión de la proclamación del dogma de la Asunción), afirma con una desfachatez ingenua: “El Papa, como soberano, acuña moneda, concede condecoraciones, tiene una bandera amarilla y blanca, embajadores (legados, nuncios apostólicos) en cada nación, etc. Quienes se extrañan de este aparato y apelan a que Jesucristo no se rodeó de una corte parecida, se olvidan de que el Papa no representa a Jesucristo perseguido por sus enemigos y vergonzosamente humillado en la cruz, sino al divino Salvador gloriosamente elevado al cielo”. Y todavía en 1980, en Canadá, en un texto de la Comisión Escolar Regional de Ottawa, se daba una definición increíble, que deja tamañas a todas las herejías


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