La tregua de mario benedetti

Page 116

porque ésta sufre de afonías, de imprevistas ronqueras, que a menudo le impiden ser audible. Ya sé ahora que mi soledad era un horrible fantasma, sé que la sola presencia de Avellaneda ha bastado para espantarla, pero sé también que no ha muerto, que estará juntando fuerzas en algún sótano inmundo, en algún arrabal de mi rutina. Por eso, sólo por eso, me apeo de mi suficiencia y me limito a decir: ojalá. Jueves 8 de agosto Qué alivio. Ya contesté que no. El gerente sonrió satisfecho, satisfecho porque yo no le gusto como colaborador, y también porque mi negativa le servirá para crear la retroactividad de las buenas razones que seguramente habrá esgrimido para oponerse a mi ascenso. Lo que yo decía un hombre terminado, un hombre que no quiere lucha. Para este cargo necesitamos un tipo activo, vital, emprendedor, no un fatigado. Me parece ver el jueguecito grosero, jactancioso, egocéntrico, de su asqueroso pulgar. Asunto concluido. Qué tranquilidad. Lunes 12 de agosto Ayer de tarde estábamos sentados junto a la mesa. No hacíamos nada, ni siquiera hablábamos. Yo tenía apoyada mi mano sobre un cenicero sin ceniza. Estábamos tristes: eso era lo que estábamos, tristes. Pero era una tristeza dulce, casi una paz. Ella me estaba mirando y de pronto movió los labios para decir dos palabras. Dijo: Te quiero . Entonces me di cuenta de que era la primera vez que me lo decía, más aún, que era la primera vez que lo decía a alguien. Isabel me lo hubiera repetido veinte veces por noche. Para Isabel, repetirlo era como otro beso, era un simple resorte del juego amoroso. Avellaneda, en cambio, lo había dicho una vez, la necesaria. Quizá ya no precise decirlo más, porque no es juego: es una esencia. 122

Pocket La tregua.p65

122

2/6/00, 15:04


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.