Llevado por el pánico, baja corriendo las escaleras y, al pasar por el oscuro salón, se detiene de golpe. Ve el perfil de su mujer: está sentada a oscuras, completamente quieta. Se acerca a ella, lleno de pavor. Se halla hundida en el sofá, mirando hacia delante como si estuviera en trance, pero al oírle acercarse vuelve la cabeza. Tiene un cuchillo grande de trinchar sobre el regazo. La luz roja y pulsante de los vehículos de emergencia dibuja círculos sobre las paredes del salón, bañándolas con un brillo espeluznante. Marco ve que el cuchillo y las manos de Anne están manchados —manchados de sangre—. Toda ella está cubierta de sangre. Tiene salpicones de sangre en la cara y en el pelo. A Marco le entran ganas de vomitar. —Anne —susurra, y su voz sale como un graznido roto—. Anne, ¿qué has hecho? Ella le mira en la oscuridad y dice: —No lo sé. No me acuerdo.