Anonimo - Cuentos de Hadas Españoles

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Cuentos de hadas españoles

Anónimo

Hércules, el gigante, fue nombrado mayordomo; Oídos-Finos, el que oía crecer la hierba, jefe de policía; Veloz-comoel-Rayo, el que corría el mundo en un minuto, correo real; y Bala-Certera, el cazador, capitán de la guardia. La hormiguita, el ratoncito y el escarabajo fueron debidamente recompensados. A la hormiguita le reservaron unos terrenos donde había toda clase de granos y golosinas apreciados por ella, y con el tiempo formó un pobladísimo hormiguero que todos los súbditos respetaban, pues se pregonó que se castigaría con la pena de muerte al que hollara aquel espacio. El ratoncito recibió un queso del tamaño de un pajar, para que hiciera en él su morada, prometiéndole otro igual cuando le hiciera goteras. El escarabajo recibió una hermosísima pelota de terciopelo verde y amarillo, con la que el avispado animalito hacía verdaderas maravillas, rodándola de un extremo a otro del trozo del jardín destinado a él exclusivamente. Y todos vivieron felices. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

El príncipe desmemoriado Cuéntase que había una vez un príncipe, llamado Andana, hijo del rey Perico y de la reina Mari-Castaña, que tenía el gravísimo defecto de carecer de memoria. Todo cuanto oía, veía, hacía o decía lo olvidaba en el acto. Los reyes, muy preocupados, llamaron en consulta a los mejores médicos del reino y éstos, después de largas y profundas deliberaciones, llegaron al acuerdo de que ninguno de ellos conocía remedio alguno para el mal que aquejaba al joven príncipe, presentando al rey un extenso, dictamen, en el que le aconsejaban que enviara a Andana a recorrer el mundo, asegurándole que de este modo, cuando volviera, recordaría, si no todo, algo de lo que viera. Tanto el rey Perico como su esposa, la reina Mari-Castaña, acogieron con alborozo el consejo de los sabios doctores, concediéndoles cruces y distinciones en premio a su fenomenal talento y sapiencia. Inmediatamente decidieron poner en práctica la atinadísima sugerencia de los sesudos varones y la reina Mari-Castaña preparó con sus reales manos una suculenta merienda al infante desmemoriado, diósela, junto con su bendición y algunos consejos, y le despidió llorando a lágrima viva. El príncipe emprendió la marcha. Al poco rato no se acordaba ni de las lágrimas de su madre, ni de los consejos, ni de que llevaba merienda. Continuó andando, hasta que sintió un hambre atroz y, viendo una posada, entró en ella. Pidió de comer; le sirvieron una suculenta comida, pues le habían reconocido, y cuando hubo terminado se marchó sin acordarse de pagar la cuenta al posadero. 27


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