Lecturas cuarto

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embargo, llamaron para que lo viera a una vecina que sabía todas las cosas de la vida y la muerte, y a ella le bastó con una mirada para sacarlos del error. –Es un ángel –les dijo–. Seguro que venía por el niño, pero el pobre es tan viejo que lo ha tumbado la lluvia. Al día siguiente todo el mundo sabía que en la casa de Pelayo tenían cautivo un ángel de carne y hueso. Contra todo criterio de la vecina sabia, para quien los ángeles de estos tiempos eran sobrevivientes fugitivos de una conspiración celestial, no habían tenido corazón para matarlo a palos. Pelayo estuvo vigilándolo toda la tarde desde la cocina, armado con su garrote de alguacil, y antes de acostarse lo sacó a rastras del lodazal y lo encerró con las gallinas en el gallinero alambrado. A media noche, cuando terminó la lluvia, Pelayo y Elisenda seguían matando cangrejos. Poco después el niño despertó sin fiebre y con deseos de comer… Gabriel García Márquez, Un señor muy viejo con unas alas enormes. México, SEP-Norma, 2002.

126. El rododendro y el pequeño aliso Arriba, muy arriba, las montañas se encuentran con el cielo. La vida surge de una capa de tierra muy fina y depende de muy poco aire. El único árbol capaz de florecer orgulloso en un entorno así es el rododendro. Pero cuentan que, en una ocasión, el rododendro deseó intensamente tener compañía. Envuelto en los vientos del invierno, se dirigió hacia abajo, mucho más abajo, al lugar en el que el pequeño aliso luchaba por aferrase a la ladera. –Buen aliso –bramó–, soy tu señor. Quiero honrar tu humildad. Nos uniremos. Yo te ayudaré a escalar la montaña. Basta que digas que serás mío, y te conduciré hasta mis alturas. El aliso miró a su alrededor. No vio más que un arbusto sin flores y con las hojas rizadas por el frío. Orgulloso, estiró sus ramas y se giró hacia el arbusto. CUARTO GRADO


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