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—¿No qué? ¿Nunca? ¿Un joven atractivo como tú? Debe de haber sido muy frustrante. Sobre todo, cuando te rechazaban. Y esa enfermera no era mucho mayor que tú, ¿verdad? Seguro que te enfadaste mucho cuando te rechazó. —No —repitió Francis—. Eso no es cierto. —¿No te rechazó? —No, no, no. —¿Tratas de decirnos que accedió a tener relaciones sexuales contigo y que después se suicidó? —No —repitió—. Está equivocado. —Ya. —Miró a su compañero—. ¿Así que no accedió a tener relaciones sexuales y entonces la mataste? ¿Es así como pasó? —No. Vuelve a equivocarse. —Me tienes confundido, Franny. Dices que estabas en el pasillo, al otro lado de la puerta cerrada con llave, donde no deberías estar, y hay una enfermera violada y asesinada, ¿y tú estabas ahí por casualidad? Venga ya, hombre. ¿No te parece que podrías ayudarnos un poco más? —No sé —respondió Francis. —¿Qué no sabes? ¿Cómo ayudarnos? Cuéntame qué pasó cuando la enfermera te rechazó. ¿Es muy difícil eso? Entonces todo tendrá sentido y podremos dejarlo todo resuelto esta noche. —Sí. O no —dijo Francis. —Te diré de qué otro modo tiene sentido: tu amigo y tú decidisteis hacer una visita nocturna a la enfermera, pero las cosas no salieron exactamente como habíais planeado. Vamos, Franny, sé sincero conmigo, ¿vale? Vamos a hacer una cosa, ¿de acuerdo? —¿Qué cosa? —preguntó Francis, vacilante y con voz quebrada. —Me vas a decir la verdad, ¿de acuerdo? El joven asintió. —Muy bien —afirmó el detective, que seguía empleando una voz baja y suave, como si sólo Francis pudiera oír cada palabra, como si estuvieran hablando un idioma que sólo ellos conocían. El otro policía y el doctor Tomapastillas parecieron evaporarse de la sala. El detective continuó con su tono persuasivo, sugerente de que la única interpretación verosímil era la suya—. Sólo puede haber ocurrido de una forma que tal vez fuese accidental. Tal vez ella te engatusó, y también a tu compañero. Tal vez pensaste que iba a ser más cariñosa de lo que resultó ser. Un pequeño malentendido. Nada más. Pensaste que quería decir una cosa y ella pensaba, bueno, quería decir otra. Y las cosas se desmadraron, ¿cierto? Así que en realidad fue un accidente. Escucha, Franny, nadie te va a culpar demasiado. Al fin y al cabo estás aquí, y ya te han diagnosticado que estás un poco tarumba, así que todo se incluye en la misma categoría, ¿no? ¿He acertado ahora, Franny? —En absoluto —repuso con brusquedad tras inspirar hondo. Se preguntó si negar la perorata persuasiva del detective no sería la cosa más valiente que había hecho nunca. El detective se incorporó, sacudió la cabeza y miró a su compañero. El otro pareció cruzar la sala con un solo paso, golpeó violentamente la mesa con el puño y acercó con brusquedad su cara a la de Francis, de modo que lo salpicó de saliva al gritarle: —¡Maldita sea, maníaco de mierda! ¡Sabemos que tú la mataste! ¡Deja de jodernos y dinos la verdad o te la sacaremos a hostias! Francis empujó la silla hacia atrás para aumentar la distancia entre ambos, pero el detective lo agarró por la camisa y tiró de él al tiempo que le daba un golpe en la cabeza que lo dejó aturdido. Cuando se incorporó tambaleante, Francis notó el sabor de la sangre en sus labios, y también cómo le salía por la nariz. Sacudió la cabeza para aclarársela, pero recibió un despiadado bofetón en la mejilla. El dolor le abrasó la cara y se le agudizó detrás de los ojos, y casi a la vez notó que perdía el equilibrio y caía al suelo. Estaba aturdido y desorientado, y quería que algo o alguien fuera a ayudarlo. El detective lo levantó casi como si no pesara nada y lo sentó de nuevo en la silla. —¡Dinos la verdad, cojones! —Hizo ademán de golpearlo de nuevo y se contuvo a la espera de una respuesta. Los golpes parecían haber dispersado todas sus voces interiores. Le gritaban advertencias desde partes muy profundas de su ser, difíciles de oír y de comprender. Era un poco como estar en el fondo de una habitación llena de personas extrañas que hablan lenguas distintas. —¡Habla! —insistió el detective. Francis no lo hizo. Se sujetó con fuerza a la silla y se dispuso a recibir otro golpe. El policía levantó más la mano, pero se detuvo. Soltó un gruñido de resignación y retrocedió. El primer detective avanzó hacia Francis. —Venga, Franny —dijo con voz tranquilizadora—, ¿por qué haces enfadar tanto a mi amigo? ¿No puedes aclararlo todo esta noche para que podamos irnos a dormir a casa? ¿Devolver las cosas a la normalidad? —Y, con una sonrisa, puntualizó—: O lo que aquí se considere normalidad. Se inclinó y bajó la voz con tono de complicidad. —¿Sabes qué está pasando ahora mismo aquí al lado? —preguntó.

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