Sacerdos Enero-febrero de 2009

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La Teología descansa sobre la posibilidad del conocimiento de estar abierto al misterio, y del reconocimiento de la fe como un modo específico de conocimiento.

6 enero-febrero de 2009

Sacerdos

n maciones directas, asertivas, sobre el misterio, de modo que toda mediación de la comunicación de Dios en el fondo no sólo es insuficiente, sino en realidad ineficaz. De ahí la anotación de la Congregación: «La Cristología debería insertarse en el marco de una “teoría general de la religión en términos de epistemología religiosa”. Un elemento fundamental de esta teoría sería el símbolo, como medio concreto... que da a conocer y hace presente otra realidad, como la realidad trascendente de Dios, que es parte del medio y al mismo tiempo es distinta de él, a la que remite. El lenguaje simbólico, estructuralmente poético, imaginativo y figurativo, expresaría y produciría una experiencia determinada de Dios, pero no proporcionaría inform  aciones objetivas sobre Dios mismo». Como consecuencia inevitable, esta «opción epistemológica de la teoría del símbolo, tal como la entiende el autor, mina en su base el dogma cristológico»6. La negociación con la postmodernidad termina por aceptar en el regateo renunciar a la misma identidad cristiana. En este contexto, un documento como Dominus Iesus puede parecer duro en su estilo, e incluso políticamente incorrecto, pero teológica-

6 Ibid.

mente es tan exacto como necesario. La afirmación de la unicidad y universalidad de Jesucristo y de su Iglesia «no quita nada al hecho de que la Iglesia considera las religiones del mundo con sincero respeto, pero al mismo tiempo excluye esa mentalidad indiferentista “marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que ‘una religión es tan buena como otra’”»7. Uno de los más notables esfuerzos en las últimas décadas por superar el dilema entre un positivismo teológico ingenuo y una hermenéutica teológica relativista, que no renuncia al carácter histórico de la verdad ni a la dimensión asertiva del conocimiento humano lo constituye el documento sobre la interpretación de los dogmas de la Comisión Teológica Internacional8. En él se reconoce, por una parte, el carácter dogmático del pensamiento humano. «Por lo que se refiere a la relación entre verdad e historia, ya ha aparecido claramente que en principio no se da ningún conocimiento humano que carezca simplemente de prespuestos; más bien todo conocimiento y elocución humana están determinados por una estructura de pre-cognición y pre-juicio. Sin embargo, en el conocer, hablar y actuar humanos, históricamente condicionados, tiene lugar cada vez una anticipación de algo último, incondicionado y absoluto. Ya en toda búsqueda e investigación de la verdad presuponemos siempre la verdad y también determinadas verdades fundamentales (como el principio de contradicción). De esta manera, siempre, ya antecedentemente, nos ilumina la verdad, es decir, resplandece para nosotros con evidencia objetiva en nuestra razón la realidad misma. Ya en la antigua Estoa, las aludidas 7 Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, 6 agosto 2000, núm 22. 8 Comisión Teológica Internacional, La interpretación de los dogmas, Documentos 1969-1996, Madrid 1998, p. 417-453.

pre-afirmaciones y presupuestos se designaban como dogmas. Por ello se puede hablar –en un sentido que debe entenderse todavía de modo muy general– de una estructura fundamental dogmática del hombre»9. A esto corresponde, en el nivel teológico, la necesidad de reconocer la estructura dogmática de la fe. Es derecho del fiel poder identificar aquello en lo que cree, no como un sentimiento vago o una experiencia informulable. La fe debe poder reconocerse a sí misma, alcanzar criterios de discernimiento, reposar en la certeza de la realidad que conoce a través de las fórmulas. La diversidad de formulaciones no debe convertirse en relativismo teológico, en incapacidad de diálogo entre acercamientos distintos. De ahí que se valore la estructura fundamentalmente dogmática del cristianismo, que se verifica de hecho en el acontecimiento mismo de la Reve-

lación. «La presencia de lo eterno en una forma concreta e histórica pertenece… a la estructura esencial del misterio cristiano de la salvación. En él la apertura indeterminada del hombre es determinada concretamente por Dios. Esta determinación concreta e inequívoca tiene que ser determinante también para la confesión de fe en Jesucristo. El cristianismo está, por ello, por así decirlo, concebido dogmáticamente en su estructura misma»10. Desde el punto de vista teológico, aún reconociendo la dimensión histórica del conocimiento, se subraya su alcance asertivo. Es decir, las afirmaciones teológicas, dogmáticas y de fe logran alcanzar de alguna manera la realidad que refieren, y en cuanto lo hacen tienen una validez perenne que, aunque no agote el misterio, sí lo formula. Se trata de una especie de «encarnación» del mismo. Sólo por ello es posible decir,

9 Ibid., p. 423.

10 Ibid., p. 434.

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