Arango hacer política

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HACER POLÍTICA, CAMBIAR VIDAS. Ana María Arango D. INTRODUCCIÓN En el Siglo VI Antes de Cristo, las estructuras política más avanzadas eran las Ciudades Estado; pequeñas, prácticamente autosuficientes y soberanas en su territorio, que decayeron con el tiempo y las guerras dando paso a impersonales y bastos imperios, que se fragmentaron en reinos y ducados que luego darían paso a las repúblicas y los estados. La humanidad vio como los estados se defendían unos de otros (cuando no se invadían unos a otros) y luego cambiaron el paradigma para hablar de interdependencia y de relaciones de solidaridad y apoyo entre ellos. Incluso, hemos visto en menos de un siglo, como la humanidad pasa de la guerra fría a la globalización. Han sido veintiséis interesantes siglos, pero el último ha sido particularmente agitado. Del radio, a la televisión, a los computadores, a Internet… la inmediatez de la información nos hace vivir la falacia de la universalidad; conocemos el mundo a través de los medios de comunicación y entendemos que pasa en Siria y defendemos procesos en Corea, nos escandalizamos por empalamientos y ablaciones en África y opinamos sobre los conflictos tribales en Sudan mientras celebramos la democracia en medio oriente; todo, desde cualquier escritorio en cualquier lugar del mundo. Y mientras el mundo entero cabe en nuestras cabezas de forma atropellada e incesante, nos vemos obligados a decidir sin mayor información, ni comprensión e incluso si mucho tiempo de análisis, quién es el bueno y quién el malo en conflictos lejanísimos, de culturas distintísimas y en sociedades que jamás hemos visitado y ni siquiera estudiado: emitimos juicios políticos permanentemente (incluso aquellos que se proclaman a políticos, no pueden evitar la tentación de opinar sobre Sadam Hussein y su caída, por ejemplo).


La política es parte esencial de la vida de los seres humanos, y en tal sentido, ha ocupado un lugar privilegiado en la discusión intelectual desde la Grecia antigua. Hasta hace apenas un siglo, la política era filosofía, empirismo, era intelectualidad; y el método científico se reservaba exclusivamente a las ciencias duras. De veintiséis siglos que el ser humano ha dedicado al estudio de la política, solo ha utilizado para ello el método científico en uno, precisamente en el último agitado siglo. Cuando Cristóbal Colón creyó haber llegado a la India, nadie lo sacó de su error. Hoy esa equivocación sería simplemente imposible, no solamente porque el planeta ha sido explorado casi en su totalidad, sino porque los medios de comunicación nos han llevado a vivir la cultura hindú y la globalización nos ha permitido acercarnos a la India a través de su comida, de sus textiles, incluso, al igual que a Colón, a través de sus especias. La información fluye desordenada y democráticamente por el planeta y los datos se acumulan en libros, investigaciones, revistas y particularmente en el ciberespacio. Tanta información además de abrumarnos, debe servir para abrirnos la mente a nuevas ideas, para entender que nuestra realidad no es la única y seguramente lo que para nosotros es maravilloso, para otros es simplemente detestable. El mundo está lleno de culturas y de sociedades distintas y entenderlo, exige necesariamente aprender sobre política y aprender sobre política es posible de diferentes maneras. La filosofía, por ejemplo, es estudio del conocimiento, de la verdad y del saber, es el reino de las ideas como la definió Platón; mientras que la ciencia es el estudio en función de la acción y en tal sentido, contrario a la filosofía, el estudio científico debe ser fundamentado en un método lleno de objetividad y rigor, que según Sartori, debe cumplir, al menos, con tres criterios (1) El principio de comprobación, (2) la explicación de los fenómenos observados y (3) la no valoratividad; frente a ellos, la filosofía por el contrario es (1) deductiva, (2) justificativa y (3) axiológica. (Sartori, 2002, 230 – 239).


Ahora bien, tanto en la filosofía como en la ciencia política, el objeto primario de estudio, es el ser humano: hombres y mujeres que viven en sociedad y se organizan para ello; es decir, personas que definen que tipo de sociedad quieren, que recursos tienen para alcanzar ese modelo de organización y establecen formas y mecanismos para lograr su objetivo. Todo ese proceso puede variar enormemente entre una colectividad y otra, Incluso desde la identificación del tipo de sociedad ideal ¿la razón? Así como los individuos somos diferentes, las sociedades también son diferentes entre sí. Tal como definió E.P. Thompson, la cultura define la sociedad, en tanto es “un sistema de significados, actitudes y valores compartidos…” (Castro, et al., 2009, 10); en otras palabras, la política está determinada por la cultura, que define que está bien y que está mal; que es deseable y que indeseable; que formas de comportamiento son aceptadas y cuáles no1. Ahora bien, en el marco de sus esquemas culturales, las sociedades deben definir lo que quieren, su objetivo y sus formas; a esto se le conoce como la voluntad general, que según Habermas es el resultado de la deliberación popular y que presupone, entre otras, intereses compatibles (aportados, entre otras cosas, por la cultura). Esa voluntad general es diferente a la voluntad de los individuos que conforman la sociedad y es también diferente a la suma de esas voluntades. La voluntad general es una sola y pertenece al conglomerado social; es un atributo ya no de los individuos, sino de la organización política que conformaron. Como es apenas lógico, la voluntad general es el principio y el fin de la política, su causa y consecuencia, así lo fue hace veintiséis siglos, y así lo es hoy. En la Grecia del siglo VI antes de Cristo (epicentro del surgimiento del estudio político), la política, la ética, el derecho, la economía y la filosofía conformaban un único cuerpo académico llamado Filosofía Práctica o General, que se encargaba del estudio de todos los fenómenos que afectaban positiva o negativamente la Polis como unidad. 1

Es una decisión cultural el dejarse ver en público la cara o no; el asentir moviendo la cabeza de un lado al otro o de arriba hacia abajo; el permitir la libre expresión o determinar algunos temas de los que los ciudadanos simplemente no pueden hablar… los ejemplos son infinitos.


La gran problemática sobre la cual giraba el interés de las escuelas griegas de la época, era el ser humano: su naturaleza, sus motivaciones, sus necesidades y su realización. En otras palabras, la orientación de la investigación política (como de tantas otras ramas del conocimiento) era decididamente metafísica y el telón de fondo, era la grandeza de ser ciudadano; El hombre solamente alcanzaba la plenitud, a través del ejercicio de la ciudadanía2 y en tal sentido el análisis de los fenómenos relacionados con ella, así como la identificación de escenarios ideales, ocupaban el centro de la discusión política. Después de veinticinco siglos de estudiar política, se reclama su estatus científico en el Siglo XIX. Ahora, en medio de la subjetividad que implica para el científico estudiarse a sí mismo y las relaciones de poder que se dan en su entorno ¿es posible lograr un estudio realmente científico de la política? Como todas las ciencias sociales, la Política ha sido constantemente acusada de ser subjetiva, inexacta e incluso hay quienes la han tachado de ser utópica; sin embargo, igual de constante ha sido la búsqueda de mejores condiciones de vida para los seres humanos y es ahí precisamente donde la Política deviene en ciencia de transformación social y herramienta para mejorar la vida de los seres humanos. 1. Como todas las ciencias sociales, la Política ha sido constantemente acusada de ser subjetiva, inexacta e incluso hay quienes la han tachado de ser utópica.

IA. La Precisión de la Política. 2

En Atenas, los individuos que, a pesar de tener el derecho de participar en política, no lo hacían, eran llamados

ἰδιώτης –idiotes. Esa es la raíz etimológica de la palabra “idiota” del español, que la Real Academia de la Lengua Española, define como aquel que padece de un trastorno caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales… tonto, corto de entendimiento… es decir, la palabra en español y el significado de su raíz etimológica, siguen resultando apropiados para calificar a quien no participa en política, ese que no se involucra en la toma de las decisiones que definen su futuro y el de los demás.


La historia del pensamiento político, comienza con la filosofía griega seis siglos antes de Cristo y es solamente desde los últimos años del siglo XIX que se puede hablar de una ciencia política3. La filosofía, puerta de entrada del estudio político, es el reino de las ideas y la preocupación por el saber, por conocer, por entender la naturaleza humana, sus impulsos, sus deseos y aversiones y los procesos de los que es objeto y sujeto. Esta forma de llegar al conocimiento, no requiere la aplicación de un método, sin embargo, Giovanni Sartori identifica lo que él denomina “síntomas” del estudio filosófico: (1) deducción lógica (2) justificación (3) valoración normativa (4) universalidad y fundamentalidad (5) metafísica de esencias, e (6) inaplicabilidad. (Sartori, 2002, 233). Cuando el problema central de una investigación es conocer, entonces el proceso y las herramientas utilizadas para hacerlo son un tanto individuales, es decir, la observación de los fenómenos y el subsecuente análisis -­‐ deducción, se ve determinado por los significados y significantes de quien analiza, de sus visiones del mundo y de lo que lo compone, en otras palabras, la filosofía es el reino de la axiología ya que se erige sobre las percepciones y valoraciones de quien construye una teoría, que de cualquier forma no busca ser aplicada, sino servir de herramienta para entender un hecho. 3

Si bien en el siglo XVII Thomas Hobbes pretendió aplicar teorías y leyes de la matemática y la geometría al

movimiento social buscando relaciones de causalidad, ello solamente constituye un temprano intento por hacer coincidir el método científico con el estudio político. Es en el siglo XIX que se puede hablar de ciencia política en tanto, según P. Favre, solo entonces se dan simultáneamente cuatro fenómenos: (1) Existe una denominación común para La Política (2) Los elementos de estudio de la política son comunes a la sociedad científica (3) Existen instituciones de enseñanza y transmisión del conocimiento político y (4) Existen medios de difusión de ese conocimiento (Harto De Vera, 2005, 25).


El estudio científico por el contrario, más que entender busca describir, interpretar, prever y modificar realidades, es decir, frente reino del saber, la ciencia es el reino del hacer. Esta relación la interpreta con maravillosa simpleza Norberto Bobbio cuando afirma que la filosofía responde a la pregunta ¿por qué? Mientras que la ciencia se pregunta ¿cómo? El carácter de científico de una disciplina, está dado por la racionalidad de su estructura y lo verificable de sus postulados. Esa racionalidad está determinada a su vez, por la capacidad de formular incógnitas y responderlas seleccionando y ordenando fenómenos con los que se construyen teorías que permiten describir, analizar y criticar objetivamente la realidad para luego modificarla. Esa racionalidad parte de la selección del lenguaje, los conceptos, las palabras que se elijen para soportar un estudio, permiten dar un alcance u otro a una afirmación, “las palabras del vocabulario filosófico son ricas en connotación, pero indeterminadas, pobres en denotación (y delimitación) fenoménica” (Sartori, 2002, 58) es decir, el significante4de los términos utilizados por quien adelanta un estudio filosófico, no es necesariamente coincidente con el significado, así que las palabras no constituyen un referente universal y en tal sentido, la gente termina discutiendo sin saber sobre qué está discutiendo. Es el caso de los procesos de paz en Colombia; que como negociación fundamentada en una discusión, no podrían ir a ninguna parte sin antes aclarar los conceptos ya que una cosa es la paz para el Gobierno y otra es la paz para la guerrilla, y eso simplificando la relación, porque seguramente en este país hay tantas definiciones del concepto paz, como ciudadanos interesados en el tema. No habría entonces que detenerse mucho en explicar cómo esa vaguedad del lenguaje conlleva naturalmente una imprecisión conceptual y en tal sentido cualquier análisis y sus teorías asociadas, pierden solidez. Para alcanzar el estatus de ciencia, una disciplina debe ser sólida y objetiva por lo que la pretensión de lograr un estatus científico de la política no podría obviar la necesidad de un denominador común, un objeto de estudio común y un lenguaje compartido por la 4

Distinto al significado, el significante de un término está dado por la valoración personal de quien lo utiliza.


comunidad académica, que de forma estricta restrinja lo que Sartori denomina “su dimensión emotiva” ya que la estructura científica, exige la ausencia de valoraciones. Según la teoría positivista, además de la observación empírica, la ciencia como método de estudio cuenta con otra herramienta fundamental: la inducción, gracias a la cual es posible descubrir realidades (Harto de Vera, 2005, 80). Esas realidades, que no son otra cosa que una secuencia de fenómenos predecible, constante y cierta5, son plasmadas en leyes que al corresponder con verdades permanentes, deben ser objetivamente verificables; en otras palabras, todo aquel que se dé a la tarea de probar la veracidad una Ley, debe poderlo hacer y su resultado debe ser siempre el mismo6. No habría sido suficiente el decir que algunas veces, cuando se tira una manzana al aire, esta cayera al suelo; para formular la Ley de la Gravedad fue necesario demostrar que, al menos en la Tierra, la manzana siempre caía al suelo. Una vez descubierta una Ley (paso fundamental para la creación del conocimiento científico), los resultados y los fenómenos que posibilitaron su formulación deben ser sistematizados (incluyendo los datos y los hechos que se analizaron para ello). Dado que el estudio científico de cualquier materia, se fundamenta en el análisis de varios fenómenos y cada uno de ellos implica la observación de varias realidades, el resultado es que para la Ciencia Política (así como para cualquier otra) el cúmulo de Leyes al que se llega es 5

Una secuencia de fenómenos predecible, constante y cierta sería por ejemplo que al extraer ambos ojos de

una persona, esta pierde el sentido de la vista. Una vez reconocida y sistematizada esa realidad, es predecible que cuando una persona pierda ambos ojos, deje de ver, es constante esa consecuencia (en el siglo X antes de Cristo también se perdía el sentido de la visión cuando no se tenían ojos) y por último esa secuencia es cierta, es decir, siempre pasa. 6

Karl Popper propuso sustituir el criterio de verificación por el de falsación; según este filósofo austriaco más

que corroborar cada una de las leyes y postulados para afirmar su validez, es suficiente con demostrar que estos no se cumplen en un caso, para descartarlos por su falta de aplicabilidad científica.


importante y crece con el paso del tiempo y el número de gente dedicada a la investigación. El resultado natural de este ejercicio es que se tiene sistematizada buena parte de la realidad; el número de datos con que cuenta un científico del siglo XXI (y se esperaría que la calidad de ellos también) es muy superior al que tenía a su disposición Maquiavelo y ni hablar de la situación que enfrentó ante ello Aristóteles que tuvo que dedicar buena parte de su vida a levantar información para hacer su famoso estudio comparativo de constituciones. Ahora bien, más allá del rigor en la investigación y la sistematización de datos, la objetividad y la veracidad del estudio político han sido ampliamente cuestionadas. Frente al primer criterio (objetividad) el debate es permanente y subyace a todas las ciencias humanas. De una parte, hay quienes afirman que no es posible que el ser humano sea objetivo estudiando los fenómenos políticos en tanto quien estudia, es también el objeto de estudio; y de otra, hay quienes sostienen que la objetividad de una disciplina no está dada por la separación del quien (estudia) y el objeto estudiado; sino por la capacidad de abstraer las valoraciones del investigador sobre los fenómenos que utiliza para su análisis. La valoración es una característica natural de los seres humanos que por mucho que se esfuercen, vinculan a sus procesos cognitivos, sus conocimientos previos y de otras áreas, sus experiencias, sus prejuicios incluso cuando están estudiando ciencias duras como la física o las matemáticas (¿por qué otra razón no sería posible sumar peras con manzanas?). Si bien la historia, por ejemplo, se puede estudiar sin tener en cuenta los procesos políticos, es imposible estudiar política desconociendo la historia y en tal sentido las percepciones de los procesos históricos hacen parte activa del proceso de construcción del conocimiento político. Ahora bien, la pretensión de objetividad del estudio científico se ve nuevamente amenazada en tanto el investigador, a partir de su experiencia, de su educación, de su vivencia particular, con toda la carga de subjetividad que ello implica, selecciona los fenómenos que


ha de analizar y esa selección de fenómenos determina en última instancia, los resultados que este alcance. David Hume resalta que a través de la observación empírica (base y fundamento del estudio científico) se pueden determinar correlaciones de factores que no necesariamente impliquen una conexión de causalidad. Esto es lo que Descartes describió en su Prejuicio de la Armonía, “Aquel sabio que viendo la luz de la linterna de míster Picwuik y recibiendo el puñetazo de Sam Sawyer en condiciones de observación inadecuadas, indujo una compleja teoría sobre nuevos fenómenos luminosos". Cuando los fenómenos son seleccionados equivocadamente, las relaciones entre ellos tampoco son ciertas necesariamente y en consecuencia, los resultados obtenidos de su estudio, son casualidades más que causalidades. Este dilema de la selección de fenómenos es determinante, en tanto el conocimiento científico busca relaciones de causalidad, sistemas de relación de factores mediante los que pueda formular leyes; busca entender las razones primeras y el contexto global del asunto estudiado para luego manipular el problema específico y modificar la realidad. La cuestión de la objetividad resulta entonces determinante para establecer que tan aplicable es un estudio; y la aplicabilidad es otra de las condiciones necesarias para reclamar el estatus de científico para un estudio.

IB. El Objetivo de la Política. Su Orientación. Si una teoría no es aplicable, debe ser revisada o rechazada en tanto no es una ley científica; ello no implica, que el estudio en si mismo se desvirtúe, lo que sí determina, es que no es un estudio científico; que no es eficiente en su objetivo de cambiar el estado de las cosas en búsqueda de un objetivo definido. Como ya se mencionó antes, el fin de la política es la buena vida, el bien común, la transformación de la sociedad para lograr el mejor escenario posible; en tal sentido la pregunta última, esa que orienta toda la investigación política (y que ha sido el centro del


análisis por siglos) es precisamente esa ¿Cómo alcanzar el bien común? ¿Qué camino debe tomar la sociedad para modificar lo que sea pertinente y lograr la excelencia social? ¿Qué técnicas utilizar para que la vida de los ciudadanos sea mejor cada día? Siguiendo a Metteucci, vale la pena enfatizar la diferencia entre bien público, que es el bienestar que alcanzan los individuos cuando están juntos, y bien común, que es un valor solamente posible conjuntamente, cooperativamente y que es exclusivo de la colectividad (Bobbio, et al., 1991, 145). El bien común como meta de la ciencia y la actividad política, que dicho tan escuetamente resulta simple e incluso natural, tiene una complejidad mayúscula cuando se intenta llevar a sus justas proporciones. La razón que lleva a los seres humanos a asumir el enorme costo de vivir en sociedad, es que esta posibilita el alcance de las metas e intereses individuales y que la vida de los seres humanos resulta más fácil y agradable cuando sucede en el marco de asociaciones humanas que para los individuos solitarios y aislados, es así como las sociedades se organizan en esquemas de cooperación que facilitan la solidaridad voluntaria de sus miembros, individuos que entienden que sin esa cooperación, la vida de ninguno sería satisfactoria (Rawls, 2008, 27); de otra parte, la sociedad como un ente independiente tiene intereses distintos a los de sus asociados y ese es el bien común. En otras palabras, el interés agregado de los seres humanos, es la causa primera de la existencia de las sociedades7 y sobre esa causa, una vez conformadas las sociedades, que son seres diferentes de las personas que las conforman, estas deben orientar todo su esfuerzo (y sus limitados recursos) a buscar su objetivo último: el bien común, que resulta ser un tipo de interés diferente del primero.

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Y en tal sentido, es la causa también de la Política.


Un estudio científico de la política, debe entonces, formular leyes y teorías para transformar la sociedad a partir de la distribución de recursos en búsqueda de ese bien común. Esa tarea de por sí es enorme y sin embargo el problema real, radica en la identificación de lo que se entiende por bien común; ¿Quién tendría la vocería para definir que hace feliz a una sociedad? 8 La respuesta natural, es que son los componentes del agregado los llamados a hacerlo, en otras palabras, los ciudadanos. Para Adorno y los Marxistas-­‐ Hegelianos la complejidad de esa cuestión radica en la naturaleza contradictoria y fragmentada de los individuos (Harto de Vera, 2005, 88) lo que para unos es deseable, para otros no lo es. Hay personas que dedican su vida a la medicina porque con ello dignifican su existencia salvando vidas, mientras hay quienes le tienen fobia a la sangre y en tal sentido no podrían estar en una situación más infortunada que teniendo que atender a un enfermo. Hay quienes trabajan toda su vida para comprar un bar en la playa, mientras hay quienes siendo abstemios detestan el calor, así que un bar en la playa distaría mucho de su visión de futuro. El planteamiento de fondo de la política, es que el bien común existe, que es cierto, único y el objetivo último por el que se debe trabajar. En ese sentido, y ante la evidente ausencia de sabios y seres superiores con la capacidad de ver la verdad y conocer el bien, la primera tarea de la ciencia política es identificar que es el bien común, lo que en principio supondría tener que poner a todos los ciudadanos de acuerdo para identificar claramente que es lo que la sociedad, como unidad, entiende por felicidad. Solamente cuando haya sido definida la meta, los científicos de la política podrán plantear las teorías y leyes que le permitan a la sociedad, trabajar por alcanzar ese objetivo. 8

En las sociedades religiosas, el bien común está determinado precisamente por los designios de la religión, y

los voceros de aquel, son los mismos que aquellos que la promulgan. Sin embargo, en las sociedades laicas la respuesta no es tan simple en tanto no existe un individuo o una institución con cualidades éticas y morales legítimamente superiores, que lo faculte para definir unilateralmente la meta que debe alcanzar la sociedad. Habermas identifica que la causa de las diferencias culturales entre naciones, se encuentra en el momento en que la ética y la moral son diferenciadas.


Las sociedades están compuestas por individuos, y ellos además de carne y hueso, son valores, gustos, costumbres, preferencias y deseos (en ejemplo anterior, son estas subjetividades las que determinan si una persona estudia medicina o si se compra un bar en la playa). Trasponiendo esta realidad al conjunto social, es posible afirmar que la subjetividad de los valores y preferencias es decir, la cultura, define la sociedad y con ella, determina cual es la idea de felicidad -­‐ bien común, de esa unidad. Ahora bien, con las sociedades pasa lo mismo que con los individuos: son complejos, contradictorios y fragmentados; lo que resulta deseable para una sociedad, es indeseable para otra. No debe ser extraño que uno de los valores más comúnmente priorizados por las sociedades modernas sea la libertad. Desde la formulación de la teoría liberal en el siglo XVII muchos estados la pusieron en el pináculo del proceso político y es ella su meta última. Esta teoría afirma que el ejercicio del poder del Estado debe ser controlado y limitado para que así, los individuos sean tan libres de hacer (política, económica y socialmente) lo que puedan, reservando para la organización política algunas muy definidas actividades. Contrariamente, para otras sociedades el fin último de la organización política debe ser la igualdad. Dado que una sociedad es tan feliz, eficiente y próspera como el más infeliz, inepto y pobre de sus asociados, quienes priorizan este valor, insisten en que las desigualdades naturales (determinadas por condiciones físicas y sociales por ejemplo) deben ser corregidas por la sociedad. Es decir, dado que la posición social y las ventajas biológicas naturales no son mérito de nadie, aunque su disfrute es un derecho, quien no las tenga no puede ser castigado por ello y en tal sentido, la sociedad solamente será eficiente si garantiza que dichas diferencias no interfieran con las capacidades de los individuos de convertir en ganancia y riqueza los recursos que tienen disponibles (Rawls, 2008,17-­‐29). Como ellos, hay quienes identifican que el bien común de la sociedad se alcanzará a través del orden, de la espiritualidad, del ejercicio del poder en sí mismo (lo que explica el


imperialismo), en fin, la lista es enorme y responde a lo que para cada sociedad es el escenario ideal de las cosas, a su escala de valores, a su cultura. “En la medida que la política se basa, como vemos, en opciones y en compromisos, sus conceptos quedan relativizados, ya que éstos se definen en relación a sistemas de valores determinados, no significando lo mismo en cada uno de ellos. Se puede describir la imagen marxista de la política, la liberal, la conservadora, la fascista, etc. pero no existe una imagen totalmente “objetiva” de la política porque no hay una política totalmente objetiva”. (Duverger, 1997, 14) Esos sistemas de valores, que determinan la sociedad, su visión particular del bien y del mal, de lo que es deseable y aceptable, son construidos (y también de-­‐construidos), colectivamente a través de la discusión y el discurso9. Como resulta natural en ésta línea argumentativa, el discurso también es propio de cada sociedad ya que define y es definido por los ciudadanos que participan en él con toda la carga subjetiva que ello implica. II la búsqueda de mejores condiciones de vida para los seres humanos y es ahí precisamente donde la Política deviene en ciencia de transformación social y herramienta para mejorar la vida de los seres humanos.

IIA. El Bien Común. Contrario a la filosofía que es estudio del conocimiento, de la verdad y el saber, la ciencia es el estudio en función de la acción, ya no se estudia para entender y conocer sino para hacer y transformar. La política nace entonces para responder a la necesidad de los seres humanos de buscar mejores niveles de vida. 9

En sociedades democráticas, esa discusión es, o debe ser, plural y abierta; en sociedades no democráticas la

discusión existe aunque referida a pequeños grupos o élites de gobierno. En los dos casos, el mecanismo de apropiación de valores por la sociedad es el mismo: el discurso político que puede incluso, venir acompañado del uso de la fuerza y la represión como mecanismos de control y sometimiento.


El objetivo del estudio y el ejercicio de la política no han cambiado nunca, se estudian los mecanismos, los medios y las herramientas que necesitan las sociedades para alcanzar siempre mayores niveles de felicidad y se hacen esos cambios en busca de lo mismo: el bien común. Esa meta del organismo político, se encuentra matizada por esquemas de valores determinados por las estructuras ideológicas y culturales tal como se discutió anteriormente; sin embargo, es posible identificar unos mínimos comunes a toda la especie, a todas las sociedades, a todas las culturas. Lograr un consenso sobre el significado y los alcances del bien común es una tarea ambiciosa y posiblemente bizantina que debe ser abordada desde lo general para lograr establecer criterios universales que permitan, de ser el caso, su adecuación a comunidades y momentos precisos. Existen máximos universales (del tipo Derechos Humanos por ejemplo), cuyo anclaje social depende del sistema de valores, la estructura de conocimientos y la realidad de cada sociedad; en otras palabras, la forma en que los individuos de una sociedad se relacionan con una idea -­‐ valor, depende de su cultura, su educación y el momento histórico que cada sociedad enfrenta. El derecho a la vida es uno de los valores universales por excelencia, es social e internacionalmente aceptado. Sin embargo, las sociedades lo experimentan de formas diferentes, imprimiéndole matices que lo hacen relativo y particular en cada escenario; Hay países que aceptan e incluso promueven el aborto, otros que lo prohíben y castigan y en otros el debate sobre el momento en que comienza la vida es permanente. Frente a la eutanasia, ilegal en la mayoría de los Estados, el debate no es menor, hay quienes (personas y sociedades enteras) amparados en creencias religiosas la satanizan mientras otros


defienden el derecho a morir dignamente. Con el paso de los años es menos común, pero aún en el siglo XXI, algunos estados aplican la pena de muerte, evidenciando que la operativización del derecho a la vida es relativa y particular aunque el objetivo: defender y promover la vida, sea compartido y universal. Sin detenerse a analizar los mecanismos de búsqueda del bien común y las particularidades controversiales en muchos casos, es posible coincidir en que todas las organizaciones políticas buscan el bien común; de otra forma, no tendría mucho sentido su existencia. Ya se mencionó anteriormente que el costo de vivir en sociedad es enorme. Para los seres humanos vivir en colectivo implica en el mejor de los casos –abandonar los vanos placeres de la libertad diría Aristóteles10 o con una visión un poco menos optimista como la de Thomas Hobbes, los hombres y mujeres cuando deciden vivir juntos, en comunidad, deben enfrentar el miedo permanente de ser atacados por otros hombres en la oscuridad y violencia que caracterizan el Estado de Naturaleza, donde la vida de los individuos es sucia, bruta, solitaria y corta y que amerita la creación de un Dios artificial que imponga el orden y posibilite que tales seres violentos y detestables, vivan colectivamente. Asumir ese alto precio es solamente racional, cuando los beneficios de vivir en sociedad son aún más altos; es decir, no basta con afirmar que la naturaleza de los hombres es social y que en tal sentido instintivamente buscan vivir en manadas. Vivir en sociedad es tan costoso, que solamente es viable, cuando se constituye una estructura racional que garantice el logro de beneficios que no serían posibles de forma individual (para cada persona). En otras palabras, una sociedad es un ente cooperativo que permite a sus afiliados, apalancar beneficios a partir de la convivencia misma. 10

La libertad desmedida de los seres humanos que pueden hacer tanto como estén en capacidad física de

lograr, es limitada por la estructura de la sociedad que dicta lo que cada uno y todos los individuos pueden hacer, y particularmente lo que no pueden hacer.


Es así como todos los seres humanos, buscan organizaciones políticas donde se respeten como iguales los asociados a dicha colectividad, donde la vida colectiva permita y facilita el logro de los objetivos individuales, donde la libertad sea real y las oportunidades existan, es decir, buscan hacer de su organización política, una sociedad justa con la que sus vidas sean más cómodas y felices que en aislamiento. Resultan particularmente útiles las teorías teleológicas que definen de forma independiente el bien de la justicia y que en tal sentido precisan que lo justo es aquello que maximiza el bien (RAWLS, 37). Así como una persona que busca un resultado neto positivo entre pérdidas y ganancias, esto es, entre el costo de una acción y el bienestar que ella produce, de igual forma las sociedades, como entes unitarios que son, deben orientarse a lograr ese mismo equilibrio. El bienestar de una persona está medido por los diferentes niveles de satisfacción que alcanza, en los distintos aspectos de su vida (gozar de buena salud, tener un trabajo estable y bien pago, disfrutar de momentos de ocio, y tantos etc, etc, como cada quien prefiera). Si los niveles de satisfacción / bienestar fuesen cuantificables en unidades, siendo seres racionales, los humanos buscarían sumar la mayor cantidad de unidades de bienestar. Ahora bien, con las sociedades ocurre lo mismo, el nivel de bienestar de la organización política debe cuantificarse por los niveles de satisfacción de sus distintas sub-­‐unidades (personas). La sociedad debería entonces ser capaz de medir, ante determinada inversión, como logra el mayor número de unidades de satisfacción entre sus ciudadanos. En una situación hipotética, si una comunidad tiene disponible un monto X de recursos para ser ejecutados en determinado periodo de tiempo. Podría (1) pavimentar una vía; (2) construir un acueducto o (3) pintar la fachada del edificio de gobierno; en este ejemplo, los recursos no serían suficientes para hacer más de una acción y en tal sentido la sociedad debe decidir con cuál de las tres acciones alcanzaría el mayor número de unidades de satisfacción,


lo que normalmente haría que la inversión se destine a contrarrestar posiciones sociales desfavorecedoras y en tal sentido, inmerecidas11. Es así como según Rawls, la justicia social resulta racional en tanto permite maximizar el bienestar de la comunidad. De lo anterior se deduce que los mayores niveles de bienestar común solamente son alcanzables en sociedades justas, ya que como afirman las teorías teleológicas, lo justo es aquello que maximiza el bien, y entonces, siendo entes racionales (o al menos eso deberían ser) las sociedades buscan maximizar su bienestar a través de la justicia que además de ser el vínculo que mantiene unidas las sociedades (como afirmó Platón), también es uno de los dos objetivos que estas deben perseguir, en tanto parte y requisito del segundo objetivo: la prosperidad ya que en conjunto, ambos objetivos representan el Bien Común.

IIB. Del entendimiento a la acción. Alcanzar el bienestar de una sociedad es una tarea que merece toda la atención y el esfuerzo de la sociedad y todo el análisis y la seriedad del científico.

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Así como ninguna persona merece nacer con alguna discapacidad física o en una posición social desfavorable

que le impida acceder a algunos servicios, como la educación; así mismo, nadie merece nacer en cuna de oro, ni en pleno uso de sus facultades físicas y mentales, es decir, nadie hizo méritos para ello. Esta razón, según Rawls no amerita que dicha persona deba ser castigada por su buena suerte o que se deba impedir que disfrute de los beneficios que la naturaleza le dio, pero la persona menos favorecida, tampoco debe ser castigada por serlo. En tal sentido plantea los principios de la Compensación y de la Diferencia, según los cuales es función de la sociedad, compensar las desigualdades que se dan de forma natural entre los hombres; estos, como componentes de una sociedad racional entienden, que dichas desigualdades constituyen un obstáculo al correcto desenvolvimiento de la organización como un todo y dificultan el logro del bienestar común. Como alternativa a la teoría utilitarista de la justicia, Rawls plantea que a además de esa función compensatoria de la sociedad, existen unos derechos y unas libertades mínimas que en cualquier sociedad justa deben estar garantizados y no pueden ser objeto de canje o compensación (el derecho natural)


La tarea del científico no es justificar el ejercicio del poder, sino entender como este se desarrolla en función de un objetivo específico: el bien común, y como fluctúa y se ejerce a través de estructuras e instituciones reales, para con ello, diseñar mecanismos objetivamente verificables de transformación de una realidad menos favorable a otra más favorable. El salto de un estudio filosófico a uno científico, está marcado, al menos en sus objetivos, por la diferencia entre el saber descriptivo y el predictivo. La política dejo de estudiarse buscando la excelencia en el conocimiento para ser estudiada buscando formular leyes y teorías que permitan transformar la sociedad. Entender el comportamiento de los individuos en sociedad y cómo estos conforman un ente distinto a ellos que les garantice unos objetivos es ya una tarea imponente, pero lograr diseñar mecanismos para hacer de esos objetivos realidades, es una tarea fundamental “Si la filosofía es difícil de entender, la ciencia empírica de la política es difícil de hacer” (Sartori: 2002, 51). La materia prima por excelencia tanto del político como del politólogo, son los seres humanos: caprichosos, violentos, agresivos, racionales, sociales, cooperativos; y que conforman agrupaciones igualmente particulares en sus formas y sus valores que sirven de justificación y evidencia de la reacción a cada estímulo que reciben. Maquiavelo descubrió en el siglo XVI que ante determinados estímulos, los individuos reaccionamos de forma previsible. Según el análisis del florentino, si es necesario el gobernante puede atentar contra la vida de alguno de sus súbditos (ello es incluso deseable en momentos de crisis) y esperar que su pueblo reaccione con temor y obediencia; lo que no debe hacer el gobernante por ninguna razón, es apoderarse o dañar la propiedad privada de


sus súbditos, porque estos reaccionarían violentamente para defenderla y ello haría inestable su poder12. Identificar secuencias previsibles de hechos y fenómenos (acción – reacción), permite hacer cálculos lógicos sobre lo que se puede esperar a partir de la toma de una u otra decisión. Gracias a ello, un gobernante podría calcular la reacción de su pueblo si decide, digamos, reducir el salario mínimo a la mitad. Racionalmente, el gobernante podría esperar reacciones adversas del pueblo y ello lo impulsaría a tomar la decisión política de disponer la fuerza pública necesaria para amortiguar las marchas, mítines y manifestaciones a lo largo de todas las calles y hacia todas las plazas centrales de las principales ciudades del país; o cuando el gobierno anuncia con anticipación un incremento en el precio de la gasolina, es previsible que el día anterior los ciudadanos hagan filas tan largas como alto sea el aumento, para comprar gasolina antes de su reajuste. La política además de ser el arte de gobernar hombres libres13, de ser el sistema de relaciones de poder que se dan al interior de una sociedad mientras la determinan, debe ser la herramienta con la que cuentan los gobernantes para ejercer su tarea de gobernar. Prever el futuro (anticiparse a los acontecimientos), en síntesis, permite prevenir conflictos y disipar los existentes, así como definir las acciones que la sociedad debe seguir para lograr su transformación y alcanzar el bien común; evitar conflictos y transformar la realidad política, 12

Con escasos días de diferencia, en Colombia estallaron dos escándalos (1) el conocido como Falsos Positivos,

que no era otra cosa que una serie de asesinatos selectivos y extrajudiciales por parte de miembros del ejército Colombiano y (2) El gobierno cerró la firma DMG por captación ilegal de dinero. En el primer caso el pueblo colombiano reaccionó entre la indignación y la justificación, con planteamientos tan equívocos que rallaban en la limpieza social y estrategias de guerra contra la guerrilla; en el segundo caso, medio país se reveló contra la decisión gubernamental de cerrar la empresa en la que habían invertido sus ahorros, la crisis nacional fue tan grande y profunda que obligó al gobierno a declarar la Emergencia Económica. La diferencia en la reacción de los colombianos frente a los dos escándalos, encaja perfectamente en la teoría descrita por Maquiavelo en el Siglo XVI, según la cual los ciudadanos serían permisivos si el gobernante atenta contra la vida de sus ciudadanos, pero cuando este interfiere con la propiedad privada, su poder se vuelve inestable. 13

Como bien definió Aristóteles.


son las funciones primarias de todo gobierno; el estudio de causalidad entre decisiones y fenómenos políticos es uno de los grandes legados de Maquiavelo y lo que le ha valido el título de padre de la ciencia política. De otra parte, y con el afán de entregar al gobernante las mejores armas para defender el Estado, Maquiavelo lo reviste de una ética especial. Existen ciertas reglas que determinan lo permitido y prohibido para los seres humanos y entre esas reglas las más inflexibles y severas son las dictadas por la moral y la ética, en tanto están impregnadas del ejercicio de un poder ideológico que establece una escala de valores y, a través de ella, determina qué es el bien y qué es el mal; la ética es una celda que limita el accionar humano y sus barrotes son valores y verdades inamovibles. Maquiavelo establece que la ética es de naturaleza distinta para gobernantes y gobernados en tanto sus tareas y obligaciones son de naturaleza también diferente. Las obligaciones del gobernado se concentran básicamente en obedecer las normas espirituales y terrenales mientras busca su felicidad (según afirmaba Aristóteles, esa búsqueda es la única y objetiva obligación de los seres humanos); de otra parte, las obligaciones del gobernante van mucho más allá: este debe garantizar inicialmente la supervivencia del estado y luego, el bien común de su pueblo (ya no es su felicidad, ni la de algunos, es la felicidad colectiva, así que el reto es mayúsculo). La categoría especial y única de obligaciones que debe asumir el gobernante, hacen que este tenga que actuar de formas que seguramente son ajenas al accionar cotidiano de un gobernado. En ciertos casos, el gobernante tendrá que declarar la guerra, por ejemplo, así que el valor ético y religioso de “no matarás” en este caso, adquiere significaciones diferentes14. 14

La diferenciación de la Política y la Religión constituyó un primer gran paso para el establecimiento de la

Política como disciplina autónoma, que fue complementado por Smith y Ricardo con su teoría de la Mano Invisible (mediante la cual propugnaban porque la economía por si misma alcanzaría el equilibro sin la interferencia del Estado), de la que se infiere una separación entre la Economía y la Política; por su parte, el contractualismo que da origen a la concepción de Contrato Social conduce una separación tácita entre el Estado y la Sociedad, al reconocerlas como dos partes del mismo contrato (postulado que sería desarrollado


Siendo la política una actividad fundada en el comportamiento de los seres humanos, es precisamente sobre aquel que un estudio científico debe formular leyes y descubrir patrones que permitan hacer predicciones confiables. Ahora bien, “el comportamiento de los individuos responde a reacciones emotivas y a elecciones racionales y como ellos son el centro de la política, esta está lejos de poder hacer previsiones” (Bobbio, et al., 1991, 222), al menos, previsiones válidas universalmente, en tanto la secuencia acción – reacción se ve permeada por el esquema de valores específico de cada sociedad. Siendo la política una disciplina histórica, cuyo objeto se desarrolla en el tiempo y está continuamente en transformación, tanto el bien común como los mecanismos para alcanzarlo además de definirse en función de los esquemas de valores y las estructuras culturales, dependen de las necesidades que, según el momento histórico, identifique cada sociedad. Tal como afirmó Popper en su crítica al positivismo, la realidad y el conocimiento que se tenga de ella, está permeada por la coyuntura, con lo que es real la posibilidad de que el futuro sea diferente del pasado. En tal sentido, la secuencia de causalidad de fenómenos por Saint Simone y Comte de manera especial). El proceso de autonomía de la Política culmina con su separación del derecho, particularmente del derecho constitucional, en tanto constituye la técnica jurídica para hacer respetar las libertades individuales incluso frente al Estado mismo (Bobbio, et al., 1991, 336), al independizar estas dos disciplinas, se logra diferenciar lo político de lo jurídico. Si bien el aporte de Maquiavelo al separar la política de la religión es un hecho histórico fundamental frente a la pretensión científica de la política, es de anotar que el límite entre Política y Religión, aún hoy, 5 siglos después, no es lo suficientemente claro y ha sido objeto de estudio permanentemente sin que haya sido posible determinar un punto inequívoco que demarque el escenario del gobierno de los hombres y en tal sentido (en ese mismo punto) comience el gobierno de Dios a través de su iglesia. Un ejemplo de ello, es la posición oficial de la iglesia frente al tema del aborto por ejemplo. Mientras la legislación colombiana permite el aborto en casos definidos, la iglesia amenaza con excomunión a la mujer y al médico que osen practicarlo. Situación menos controversial en principio, aunque igualmente ejemplificante es el uso del condón que ha sido satanizado por la iglesia del Papa Benedicto XVI mientras es promovido ampliamente por los gobiernos del mundo.


que debe sustentar el conocimiento científico tiene validez para momentos históricos determinados. Pretender que existan valores aplicables a cualquier sociedad y en cualquier momento histórico, además de ser simplista, desconoce las particularidades humanas y sociales, la cambiante e inestable realidad humana que determina tipos de necesidades diferentes para cada sociedad, los particulares esquemas de valores; y con todo ello, desconoce también que en lugar de un bien común universal, se debe hablar de tantos bienes comunes como sociedades con esquemas de valores diferentes existen. Promulgar máximas políticas es peligroso; incluso cuando esas verdades que se plantean como universales, están ancladas en los valores más puros, es necesario entender que ni las verdades ni los valores son aplicables (y en tal sentido eficientes) a todas las culturas. El ejercicio de la democracia en países latinoamericanos es un ejemplo de ello, aún siendo estos países herederos de la cultura occidental, aquel modelo de gobierno fue diseñado para otras culturas y otras gentes. Solo la historia dirá, si esa forma de gobierno es compatible con las nuevas sociedades sobre las que ha sido impuesta, tan diferentes a las europeas y estadounidense para las que fue originalmente diseñada. El método científico no solamente es útil para el análisis político sino que posibilita un eficiente ejercicio del poder en tanto direcciona las fuerzas de la sociedad, hacia un objetivo definido: el bien común. Ahora bien, la relatividad que reviste el concepto mismo del bien común, plantea un reto particular: la creación de teorías y leyes científicas es solamente aplicable a particularidades sociales y coyunturales y en tal sentido, más que de una ciencia política, es necesario hablar de las ciencias políticas. CONCLUSIÓN


En alguna oportunidad Foucault respondió con vehemencia ante la pregunta ¿Por qué le interesa tanto la política?: "¿Qué ceguera, qué sordera, qué densidad ideológica tendría que pesar en mí para impedir que me interese en lo que quizás sea el tema más decisivo de nuestra existencia? La esencia de nuestra vida consiste, al cabo, en el funcionamiento político de la sociedad en la cual nos encontramos” (Miller, 1996, 172). La política determina lo que podemos y lo que no podemos hacer; define valores colectivos y formas de educación, de modo que determina en última instancia lo que somos y en lo que creemos. Son decisiones políticas las que hacen que el matrimonio entre parejas del mismo sexo sea posible o no; y las que facultan a una persona para votar y a otra se lo impiden. Son incluso decisiones políticas las que llevan a un país entero a vestir ropas del mismo color o al asesinato selectivo de algunos miembros de la comunidad. Todo lo anterior es cierto, porque la política no solamente se piensa y se sabe (como la filosofía), la política se hace y se hace todos los días, en cada rincón del mundo y afecta hoy a más de 7 mil millones de personas. Entender las dinámicas del poder en una organización social es fundamental, pero utilizar ese conocimiento de forma objetiva, verificable, en otras palabras científica, es un deber de colectivos y ciudadanos. El diseño de mecanismos de intervención sobre cualquier organización política, que busque impactar la vida de los seres humanos, debe partir de un análisis de esos individuos, de sus características sociales, económicas, geográficas, demográficas, físicas, culturales (y todas las demás). A partir de un análisis serio, riguroso y sistemático, el científico de la política debe identificar cuáles son las metas de satisfacción individual y colectiva y a su vez, debe buscar prever las consecuencias de cada mecanismo, de cada forma, de cada decisión política, para así llevar la incertidumbre a sus mínimas proporciones y lograr el resultado


esperado con cada acción. En ciencia política no es válido tomar decisiones sin antes haber analizado todos los posibles efectos de cada acción porque el precio del error puede ser demasiado alto. Determinar si se cierra o no un hospital en quiebra, exige identificar previamente qué medidas se van a tomar para garantizar que la gente tenga acceso al servicio de salud, lo que implica un análisis de usuarios, de sus condiciones de vida, de las enfermedades que más comúnmente padecen, de los medios de transporte con que cuentan, e incluso, del tipo de prácticas médicas aceptan.15 No es válido en política, cerrar el hospital y luego ver qué pasa, así como no es válido pavimentar una calle o declarar una guerra sin antes haber soportado tales decisiones con estudios sólidos y objetivos que permitan razonablemente, conocer por anticipado, el resultado de cada decisión. En la misma línea aunque en un nivel diferente, no es válido para un ciudadano, no saber por quien vota, no saber a qué renuncia cuando no vota, no saber que está haciendo cuando está votando, o creer que la democracia se limita simplemente a ello. En otras palabras, no es aceptable para un ciudadano ignorar su capacidad real de incidencia en la sociedad (positiva o negativa), así como no es aceptable tampoco, que este no busque el mayor éxito en sus decisiones, que no se preocupe por que sus acciones tengan el impacto que el espera. En tal sentido, no es posible para un ciudadano, ignorar el carácter científico de la política que va más allá del entendimiento y se arraiga decididamente en la acción. Nada de eso es válido en una sociedad de ciudadanos, otra es la historia para las múltiples sociedades de siervos absorbidas por la globalización mediática.

15

Los testigos de Jehová, por ejemplo, rechazan las transfusiones sanguíneas, y algunas comunidades indígenas no reciben medicinas occidentales.


BIBLIOGRAFÍA Bobbio, Norberto, et al., 1991, Diccionario de Política, 3ª ed., México D.C., Grupo editorial Siglo Veintiuno. ISBN 978-­‐968-­‐23-­‐1042-­‐3 Castro, Pablo, et al., 2009, Teoría y Metodología para el estudio de la Cultura la Política y el Poder, México D.C., Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa. ISBN 978-­‐970-­‐ 31-­‐0906-­‐7 Delsol, Chantal, 2000. Conferencia: “Introducción a la cuestión política”. Duverger, Maurice, 1997, Introducción a la Política, 11ª. ed., Barcelona – España. Editorial Ariel S.A. ISBN 84-­‐344-­‐1777-­‐4 Harto de Vera, Fernando, 2005, Ciencia Política y Teoría Política Contemporáneas: una relación problemática, Madrid – España, Editorial Trotta, S.A. ISBN 84-­‐8164-­‐822-­‐1 Lara, Maria Pia, 1992, La Democracia como Proyecto de Identidad Etica, Iztapalapa – México, Editorial Anthropos. ISBN 84-­‐7658-­‐359-­‐1 Leftwich, Adrián, et al, 1996.¿Qué es la Política?: la actividad y su estudio, 2ª ed. México D.C., Fondo de Cultura Económica. ISBN 968-­‐16-­‐3832-­‐8 Miller, James, 1996, La pasión de Foucault. Santiago de Chile – Chile, Editorial Andrés Bello, ISBN 956-­‐13-­‐1277-­‐8 Rawls, John, 1995, Teoría de la Justicia, 2ª ed. México D.C., Fondo de Cultura Económica. ISBN 978-­‐968-­‐16-­‐4622-­‐6


Sartori, Giovanni, 2002, La política: Lógica y Método en las Ciencias Sociales, 3ª ed. México D.C., Fondo de Cultura Económica. ISBN 978-­‐968-­‐16-­‐6521-­‐0


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