Editorial Cyber punck

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Dedico esta edición a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera.


¿Qué haría usted con una máquina del tiempo? Ninguna propuesta de la ciencia-ficción ha fascinado tanto al ser humano como la de los viajes en el tiempo. ¿Qué haríamos si dispusiéramos de una máquina del tiempo? Podríamos ir al futuro y hacer un recorrido turístico por el siglo XXXIII. Y también volver al presente con un remedio para el cáncer. Podríamos regresar al pasado y rescatar a un ser querido, o asesinar a Hitler yevitar la segunda guerra mundial, o comprar un pasaje para el Titanic y advertir atiempo al capitán sobre los icebergs. Aunque fuera imposible alterar el pasado, viajar hasta él seguiría resultando atractivo. Aunque no pudiéramos cambiar el curso conocido de la historia, podríamos participar en él. Por ejemplo, sería posible retroceder en el tiempo y ayudar a los aliados a ganar la batalla de Midway en la segunda guerra mundial. A muchos les gusta reproducir las batallas de la guerra de Secesión; ¿qué sucedería si fuera posible participar realmente en una de ellas? Si eligiéramos una batalla ganada por nuestro bando, participaríamos en la apasionante experiencia con la tranquilidad de conocer el desenlace. Incluso podría ocurrir que el curso de la batalla estuviera determinado por la presencia de esos turistas procedentes del futuro. De hecho, hay quien afirma que ciertos personajes históricos muy adelantados a su época, como Leonardo da Vinci o Julio Verne, han sido viajeros del tiempo. Laura curro- autora de “Review” 4° libro de la colección “Género imaginario”


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Impreso en Argentina ISBN: 978-9-98717-831-4 Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723


Razón La prueba El robot perdido El conflicto inevitable


Las tres leyes robóticas 1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño.

2. Un robot debe obedecer las órde nes que le son dadas por un ser hu mano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la primera Ley.

3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protec ción no esté en conflicto con la primera o segunda Leyes.

Manual de Robótica 1 edición, año 2058


He revisado mis notas y no me gustan. He pasado tres días en los U.S.Robots y lo mismo hubiera podido pasarlos en casa con la Enciclopedia Telúrica. Susan Calvin había nacido en 1982, dicen, por lo cual tendrá ahora setenta y cinco años. Esto lo sabe todo el mundo. Con bastante aproximación, la “U.S. Robots & Mechanical Men Inc.” tiene también setenta y cinco años, ya que fue el año del nacimiento de la doctora Calvin cuando Lawrence Robertson sentó las bases de lo que tenía que llegar a ser la más extraña y gigantesca industria en la historia del hombre. Bien, esto lo sabe también todo el mundo. A la edad de veinte años, Susan Calvin formó parte de la comisión investigadora psicomatemática ante la cual el Dr. Alfred Lanning, de la U.S. Robots, presentó el primer robot móvil equipado con voz. Era un robot grande, basto, sin la menor belleza, que olía a aceite de máquina y destinado a las proyectadas minas de Mercurio. Pero podía hablar y razonar. Susan no dijo nada en aquella ocasión; no tomó tampoco parte en las apasionadas polémicas que siguieron.

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Era una muchacha fría, sencilla e incolora, que se defendía contra un mundo que le desagradaba con una expresión de máscara y una hipertrofia del intelecto. Pero mientras observaba y escuchaba, sentía la tensión de un frío entusiasmo. Se graduó en la Universidad de Columbia en el año 2003, y empezó a dedicarse a la Cibernética Todo lo que se había hecho durante la segunda mitad del siglo veinte en materia de “máquinas calculadoras” había sido anulado por Robertson y sus cerebros positónicos. Las millas de cables y fotocélulas habían dado paso al globo esponjoso de platino-iridio del tamaño aproximado de un cerebro humano.Aprendió a calcular los par metros necesarios para establecer las posibles variantes del “cerebro positónico”; a construir “cerebros” sobre el papel, de una clase en que las respuestas a estímulos determinados podían producirse muy aproximadamente. En 2008, se doctoró en Filosofía e ingresó en la U.S. Robots como “robopsicóloga”, convirtiéndose en la primera gran practicante de esta nueva ciencia. Lawrence Robertson era todavía presidente de la corporación; Alfred Lanning había sido nombrado director de investigaciones. Durante quince años vio cómo cambiaba la dirección del progreso humano, y avanzaba vertiginosamente Ahora se retiraba... hasta donde podía. Por lo menos, permitía que la puerta de su despacho ostentase el nombre

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Medio año después los dos amigos habían cambiado de manera de pensar. La llamarada de un gigantesco sol había dado paso a la suave oscuridad del espacio, pero las variaciones externas significan poco en la labor de comprobar las actuaciones de los robots experimentales. Cualquiera que sea el fondo de la cuestión, uno se encuentra frente a frente con un inescrutable cerebro positónico, que según los genios de la ciencia, tiene que obrar de esta u otra forma. Pero no es así. Powell y Donovan se dieron cuenta de ello antes de llevar en la Estación dos semanas. Gregory Powell espació sus palabras para dar énfasis a la frase. --Hace una semana Donovan y yo te pusimos en condiciones... -Sus cejas se juntaron con un gesto de contrariedad y se retorció la punta del bigote. En la cámara de la Estación Solar 5 reinaba el silencio, a excepción del suave zumbido del poderoso Haz Director en las bajas regiones. El robot Qt-1 permanecía sentado, inmóvil. Las bruñidas placas de su cuerpo relucían bajo las luxitas, y las células fotoeléctricas qu formaban sus ojos estaban fijas en el hombre de la Tierra, sentado al otro lado de la mesa. Powell refrenó un súbito ataque de nervios. Aquellos robots poseían cerebros peculiares. ¡Oh, las tres Leyes Robóticas seguían en vigor! Tenían que seguir. uevo barrendero insistirían en ella. ¡De manera que Qt-1 estaba a salvo! Y

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¡Oh, las tres Leyes Robóticas seguían en vigor! Tenían que seguir. Todo el personal de la U.S. Robots, desde el mismo Robertson hasta el nuevo barrendero insistirían en ella. ¡De manera que Qt-1 estaba a salvo! Y sin embargo..., los modelos Qt eran los primeros de su especie y aquél era el primero de los Qt. Los cálculos matemáticos sobre el papel no siempre eran la protección más tranquilizadora contra los gestos de los robots. Finalmente, el robot habló. Su voz tenía la inesperada frialdad de un diagrama metálico. --¿Te das cuenta de la gravedad de una tal declaración, Powell? --”Algo” te ha hecho, Cutie -le hizo ver Powell-. Tú mismo reconoces que tu memoria parece brotar completamente terminada del absoluto vacío de hace una semana. Te doy la explicación. Donovan y yo te montamos con las piezas que nos mandaron. Cutie contempló sus largos dedos afilados con una curiosa expresión humana de perplejidad. --Tengo la impresión de que todo esto podría explicarse de una manera más satisfactoria. Porque, que “tú” me hayas hecho a “mí”, me parece improbable. --¡En nombre

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Uno de los principios favoritos de Gregory Powell era que con la excitación no se gana nada; de manera que cuando Mike Donovan bajó las escaleras saltando hacia él, con el cabello rojo empapado de sudor, Powell frunció el ceño. --¿Qué pasa? -dijo-. ¿Te has roto una uña? --¡Ya!... -exclamó Donovan febril-. ¿Qué has estado haciendo aquí abajo todo el día? -Hizo una profunda aspiración-: ¡Speedy no ha regresado! Los ojos de Powell se agrandaron momentáneamente y se detuvo en la escalera; después reaccionó y siguió subiendo. No pronunció una palabra hasta llegar al rellano de arriba y entonces, dijo: --¿Has mandado a buscar el selenio? --Sí. --¿Y cu nto tiempo lleva fuera? --Cinco horas ya. Silencio. Era una situación endiablada. Llevaban exactamente doce horas en Mercurio y ya estaban metidos hasta las cejas en la mar de complicaciones. Hacía ya tiempo que Mercurio era el mundo endiablado del sistema, pero aquello resultaba algo excesivo, incluso para un diablo. --Empieza por el principio y vamos a poner esto en claro -dijo Powell. Estaban en la sala de la radio, con el equipo ya ligeramente anticuado, que nadie había tocado durante los diez años anteriores a su llegada. Incluso diez años, tecnológicamente hablando, tienen importancia. Comparemos a Speedy con el tipo de robots en boga por allá el año 2005. Pero

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barrendero insistirían en ella. ¡De manera que Qt-1 estaba a salvo! Y sin embargo..., los modelos Qt eran los primeros de su especie y aquél era el primero de los Qt. Los cálculos matemáticos sobre el papel no siempre eran la protección más tranquilizadora contra los gestos de los robots. Finalmente, el robot habló. Su voz tenía la inesperada frialdad de un diagrama metálico. --¿Te das cuenta de la gravedad de una tal declaración, Powell? --”Algo” te ha hecho, Cutie -le hizo ver Powell-. Tú mismo reconoces que tu memoria parece brotar completamente terminada del absoluto vacío de hace una semana. Te doy la explicación. Donovan y yo te montamos con las piezas que nos mandaron. Cutie contempló sus largos dedos afilados con una curiosa expresión humana de perplejidad. --Tengo la impresión de que todo esto podría explicarse de una manera más satisfactoria. Porque, que “tú” me hayas hecho a “mí”, me parece improbable. --¡En nombre de la Tierra! ¿Por qué? -exclamó Powell, ech ndose a reír. --Ll malo intuición. Hasta ahora es sólo esto. Pero pienso razonarlo. Un encadenamiento

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barrendero insistirían en ella. ¡De manera que Qt-1 estaba a salvo! Y sin embargo..., los modelos Qt eran los primeros de su especie y aquél era el primero de los Qt. Los cálculos matemáticos sobre el papel no siempre eran la protección más tranquilizadora contra los gestos de los robots. Finalmente, el robot habló. Su voz tenía la inesperada frialdad de un diagrama metálico. --¿Te das cuenta de la gravedad de una tal declaración, Powell? --”Algo” te ha hecho, Cutie -le hizo ver Powell-. Tú mismo reconoces que tu memoria parece brotar completamente terminada del absoluto vacío de hace una semana. Te doy la explicación. Donovan y yo te montamos con las piezas que nos mandaron. Cutie contempló sus largos dedos afilados con una curiosa expresión humana de perplejidad. --Tengo la impresión de que todo esto podría explicarse de una manera más satisfactoria. Porque, que “tú” me hayas hecho a “mí”, me parece improbable. --¡En nombre de la Tierra! ¿Por qué? -exclamó Powell, ech ndose a reír. --Ll malo intuición. Hasta ahora es sólo esto. Pero pienso razonarlo. Un encadenamiento

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barrendero insistirían en ella. ¡De manera que Qt-1 estaba a salvo! Y sin embargo..., los modelos Qt eran los primeros de su especie y aquél era el primero de los Qt. Los cálculos matemáticos sobre el papel no siempre eran la protección más tranquilizadora contra los gestos de los robots. Finalmente, el robot habló. Su voz tenía la inesperada frialdad de un diagrama metálico. --¿Te das cuenta de la gravedad de una tal declaración, Powell? --”Algo” te ha hecho, Cutie -le hizo ver Powell-. Tú mismo reconoces que tu memoria parece brotar completamente terminada del absoluto vacío de hace una semana. Te doy la explicación. Donovan y yo te montamos con las piezas que nos mandaron. Cutie contempló sus largos dedos afilados con una curiosa expresión humana de perplejidad. --Tengo la impresión de que todo esto podría explicarse de una manera más satisfactoria. Porque, que “tú” me hayas hecho a “mí”, me parece improbable. --¡En nombre de la Tierra! ¿Por qué? -exclamó Powell, ech ndose a reír. --Ll malo intuición. Hasta ahora es sólo esto. Pero pienso razonarlo. Un encadenamiento de válidos razonamientos sólo puede llevar a la deter minación de la verdad, y a esto me atendré hasta conseguirla. Powell se levantó y volvió a sentarse en el extremo de la mesa, cerca del robot. Sentía súbitamente una fuerte simpatía por el extraño mecanismo.No era en absoluto como un robot ordinario,

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Medio año después los dos amigos habían cambiado de manera de pensar. La llamarada de un gigantesco sol había dado paso a la suave oscuridad del espacio, pero las variaciones externas significan poco en la labor de comprobar las actuaciones de los robots experimentales. Cualquiera que sea el fondo de la cuestión, uno se encuentra frente a frente con un inescrutable cerebro positónico, que según los genios de la ciencia, tiene que obrar de esta u otra forma. Pero no es así. Powell y Donovan se dieron cuenta de ello antes de llevar en la Estación dos semanas. Gregory Powell espació sus palabras para dar énfasis a la frase. --Hace una semana Donovan y yo te pusimos en condiciones... -Sus cejas se juntaron con un gesto de contrariedad y se retorció la punta del bigote. En la cámara de la Estación Solar 5 reinaba el silencio, a excepción del suave zumbido del poderoso Haz Director en las bajas regiones. El robot Qt-1 permanecía sentado, inmóvil. Las bruñidas placas de su cuerpo relucían bajo las luxitas, y las células fotoeléctricas qu formaban sus ojos estaban fijas en el hombre de la Tierra, sentado al otro lado de la mesa. Powell refrenó un súbito ataque de nervios. Aquellos robots poseían cerebros peculiares. ¡Oh, las tres Leyes Robóticas seguían en vigor! Tenían que seguir. uevo barrendero insistirían en ella. ¡De manera que Qt-1 estaba a salvo! Y

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barrendero insistirían en ella. ¡De manera que Qt-1 estaba a salvo! Y sin embargo..., los modelos Qt eran los primeros de su especie y aquél era el primero de los Qt. Los cálculos matemáticos sobre el papel no siempre eran la protección más tranquilizadora contra los gestos de los robots. Finalmente, el robot habló. Su voz tenía la inesperada frialdad de un diagrama metálico. --¿Te das cuenta de la gravedad de una tal declaración, Powell? --”Algo” te ha hecho, Cutie -le hizo ver Powell-. Tú mismo reconoces que tu memoria parece brotar completamente terminada del absoluto vacío de hace una semana. Te doy la explicación. Donovan y yo te montamos con las piezas que nos mandaron. Cutie contempló sus largos dedos afilados con una curiosa expresión humana de perplejidad. --Tengo la impresión de que todo esto podría explicarse de una manera más satisfactoria. Porque, que “tú” me hayas hecho a “mí”, me parece improbable. --¡En nombre de la Tierra! ¿Por qué? -exclamó Powell, ech ndose a reír. --Ll malo intuición. Hasta ahora es sólo esto. Pero pienso razonarlo. Un encadenamiento

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barrendero insistirían en ella. ¡De manera que Qt-1 estaba a salvo! Y sin embargo..., los modelos Qt eran los primeros de su especie y aquél era el primero de los Qt. Los cálculos matemáticos sobre el papel no siempre eran la protección más tranquilizadora contra los gestos de los robots. Finalmente, el robot habló. Su voz tenía la inesperada frialdad de un diagrama metálico. --¿Te das cuenta de la gravedad de una tal declaración, Powell? --”Algo” te ha hecho, Cutie -le hizo ver Powell-. Tú mismo reconoces que tu memoria parece brotar completamente terminada del absoluto vacío de hace una semana. Te doy la explicación. Donovan y yo te montamos con las piezas que nos mandaron. Cutie contempló sus largos dedos afilados con una curiosa expresión humana de perplejidad. --Tengo la impresión de que todo esto podría explicarse de una manera más satisfactoria. Porque, que “tú” me hayas hecho a “mí”, me parece improbable. --¡En nombre de la Tierra! ¿Por qué? -exclamó Powell, ech ndose a reír. --Ll malo intuición. Hasta ahora es sólo esto. Pero pienso razonarlo. Un encadenamiento de válidos razonamientos sólo puede llevar a la deter minación de la verdad, y a esto me atendré hasta conseguirla. Powell se levantó y volvió a sentarse en el extremo de la mesa, cerca del robot. Sentía súbitamente una fuerte simpatía por el extraño mecanismo.No era en absoluto como un robot ordinario, que realizaba su tarea rutinaria en la estación con la intensidad de un sendero positónico profundamente marcado. Puso una mano sobre el hombro de acero de Cutie y notó la frialdad y dureza del metal. --Cutie -dijo-. Voy a tratar de explicarte algo. Eres el primer robot que ha manifestado curiosidad por su propia existencia... y el primero, a mi modo de ver, suficientemente

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Medio año después los dos amigos habían cambiado de manera de pensar. La llamarada de un gigantesco sol había dado paso a la suave oscuridad del espacio, pero las variaciones externas significan poco en la labor de comprobar las actuaciones de los robots experimentales. Cualquiera que sea el fondo de la cuestión, uno se encuentra frente a frente con un inescrutable cerebro positónico, que según los genios de la ciencia, tiene que obrar de esta u otra forma. Pero no es así. Powell y Donovan se dieron cuenta de ello antes de llevar en la Estación dos semanas. Gregory Powell espació sus palabras para dar énfasis a la frase. --Hace una semana Donovan y yo te pusimos en condiciones... -Sus cejas se juntaron con un gesto de contrariedad y se retorció la punta del bigote. En la cámara de la Estación Solar 5 reinaba el silencio, a excepción del suave zumbido del poderoso Haz Director en las bajas regiones. El robot Qt-1 permanecía sentado, inmóvil. Las bruñidas placas de su cuerpo relucían bajo las luxitas, y las células fotoeléctricas qu formaban sus ojos estaban fijas en el hombre de la Tierra, sentado

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al otro lado de la mesa. Powell refrenó un súbito ataque de nervios. Aquellos robots poseían cerebros peculiares. ¡Oh, las tres Leyes Robóticas seguían en vigor! Tenían que seguir. Todo el personal de la U.S. Robots, desde el mismo Robertson hasta el nuevo barrendero insistirían en ella. ¡De manera que Qt-1 estaba a salvo! Y sin embargo..., los modelos Qt eran los primeros de su especie y aquél era el primero de los Qt. Los cálculos matemáticos sobre el papel no siempre eran la protección más tranquilizadora contra los Medio año después los dos amigos habían cambiado de manera de pensar. La llamarada de un gigantesco sol había dado paso a la suave oscuridad del espacio, pero las variaciones externas significan poco en la labor de comprobar las actuaciones de los robots experimentales. Cualquiera que sea el fondo de la cuestión, uno se encuentra frente a frente con un inescrutable cerebro positónico, que según los genios.

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Uno de los principios favoritos de Gregory Powell era que con la excitación no se gana nada; de manera que cuando Mike Donovan bajó las escaleras saltando hacia él, con el cabello rojo empapado de sudor, Powell frunció el ceño. --¿Qué pasa? -dijo-. ¿Te has roto una uña? --¡Ya!... -exclamó Donovan febril-. ¿Qué has estado haciendo aquí abajo todo el día? -Hizo una profunda aspiración-: ¡Speedy no ha regresado! Los ojos de Powell se agrandaron momentáneamente y se detuvo en la escalera; después reaccionó y siguió subiendo. No pronunció una palabra hasta llegar al rellano de arriba y entonces, dijo: --¿Has mandado a buscar el selenio? --Sí. --¿Y cu nto tiempo lleva fuera? --Cinco horas ya. Silencio. Era una situación endiablada. Llevaban exactamente doce horas en Mercurio y ya estaban metidos hasta las cejas en la mar de complicaciones. Hacía ya tiempo que Mercurio era el mundo endiablado del sistema, pero aquello resultaba algo excesivo, incluso para un diablo. --Empieza por el principio y vamos a poner esto en claro -dijo Powell. Estaban en la sala de la radio, con el equipo ya ligeramente anticuado, que nadie había tocado durante los diez años anteriores a su llegada. Incluso diez años, tecnológicamente hablando, tienen importancia. Comparemos a Speedy con el tipo de robots en boga por allá el año 2005. Pero

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al otro lado de la mesa. Powell refrenó un súbito ataque de nervios. Aquellos robots poseían cerebros peculiares. ¡Oh, las tres Leyes Robóticas seguían en vigor! Tenían que seguir. Todo el personal de la U.S. Robots, desde el mismo Robertson hasta el nuevo barrendero insistirían en ella. ¡De manera que Qt-1 estaba a salvo! Y sin embargo..., los modelos Qt eran los primeros de su especie y aquél era el primero de los Qt. Los cálculos matemáticos sobre el papel no siempre eran la protección más tranquilizadora contra los Y cu nto tiempo lleva fuera? --Cinco horas ya. Silencio. Era una situación endiablada. Llevaban exactamente doce horas en Mercurio y ya estaban metidos hasta las cejas en la mar de complicaciones. Hacía ya tiempo que Mercurio era el mundo endiablado del sistema, pero aquello resultaba algo

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