Antonio Machado en Castilla y Leon

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Y es el elemento poético el que define el primer rasgo de inconveniente expresivo que hoy encontramos en el teatro de los Machado. Un teatro que dejó de ser poema dramático sometido a las leyes de la retórica para convertirse en instrumento de aproximación al público de cada época. Cuando estos autores estrenaban, Valle-Inclán había dicho adiós a sus románticas veleidades modernistas para abocarse en unos desconocidos y entonces irrepresentables esperpentos; Jacinto Grau exponía El señor de Pigmalión (1923) en París, con dirección de Charles Dullin, y García Lorca empezaba a experimentar formas escénicas surrealistas. Pero el ejemplo de Villaespesa y Marquina enlazaba con la tradición del teatro poético, mientras un jovencísimo Pemán parecía optar a ser el nuevo eslabón del género con El divino impaciente (1933). En ese sentido hay que entender los referentes ambientales de los hermanos Machado y buena parte de sus intenciones estilísticas. La dedicatoria «al creador de todo un teatro» con que homenajean a Benavente en la edición de Desdichas de la fortuna, junto a las citadas ironías sobre Pirandello en Las adelfas, explican el resto. El elemento poético, por otro lado, no impide el mecanismo técnico, ya que los Machado añaden en sus obras numerosas acotaciones explícitas, muy próximas a las notas de los directores de escena. Algunas hemos visto con anterioridad. De manera que la escritura en verso no tiene nada que ver con el lenguaje escénico propiamente dicho, como bien demostraron autores de la talla del contemporáneo Paul Claudel, tan innovador en textos como en técnicas escénicas. La relación del teatro con la poesía, tan evidente para nuestros autores, la manifiestan de manera concreta, y no poco irónica, en el texto de La prima Fernanda. En el acto 1º, escena IV, le dedica una graciosa reflexión, a propósito de los poetas prolíficos en demasía. La propia Fernanda informa de una «máquina / de hacer versos, que ha inventado / un Müller de Pomerania»,7 verdadera «lotería de palabras», por la que se dice poco menos que cualquiera puede escribir poesía. Por dicha máquina: Sin saber leer ni escribir se hace un poeta de fama. Por un mecanismo fácil, tres, cuatro, cinco palabras salen a la par del bombo, donde revueltas se hallan todas las del Diccionario,

Carta de Jacinto Benavente a los Machado lamentando no haber asistido al homenaje, 1929. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.

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