LOS TIGRES DE LA MALASIA
-¡La llamas calma! ¡Pero si la artillería enemiga no deja de zumbar desde la mañana hasta la noche! -Para no hacer más que agujeros en los tablones que no han hecho nunca daño a nadie y que no protestan. -¿Querrías mejor que las balas agujereasen a nuestros hombres? -Tienes siempre razones que ofrecer, mi querido Tremal-Naik; pero, sin, embargo, yo quisiera marcharme de aquí. -No hay más que alzar la contrapuerta. Pero yo en tu lugar preferiría pasear en derredor del “bungalow”- contestó riendo el indio-. Tu inquietud depende de la absoluta falta de noticias de Sandokán. -También eso es cierto. Deseo saber cómo van las cosas en Mompracem, y suspiro porque regrese Kammamuri. -Déjalo el tiempo necesario. -Ya debía estar aquí. -No son muy seguras que digamos las regiones que tiene que atravesar para llegar a la costa, amigo Yáñez, y no tendría nada de extraño que hubiese encontrado bastantes obstáculos en su camino. Vámonos a la terraza de la contrapuerta a ver de una ojeada a los sitiadores antes de que se ponga el sol. 181