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El Siervo del Señor

Déjame iniciar con un relato para ilustrarte lo que quiero compartirte.

(HEBREOS 11:1)

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Alguien pagó tu condena

magina que tienes un compromiso importante a las 8:00 am en cierto lugar y te despiertas tarde, sales corriendo de tu casa, subes a tu auto y vas como loco hacia tu destino. No te das cuenta en qué momento se atraviesa un niño la calle, y tratas de frenar, pero ya no te da tiempo y lo atropellas. Piensas en tu compromiso y volteas a ver si alguien te está viendo y sigues tu camino. Cuando llegas, antes de entrar, ayudas a una ancianita a cruzar la calle y le das dinero a un indigente. Luego, estando en la reunión, se abre la puerta y entra un policía y te dice que estás acusado de homicidio, y que el hecho de que huyeras, agravaba la situación. i

Te lleva al juzgado y el juez te dice: “está acusado de homicidio, y según la ley su condena es la inyección letal… ¿Qué alega en su defensa?” Tú respondes: “Señor juez, en primer lugar, reconozco que maté al niño.”

Pedir perdón, ¿te salva del castigo?

Te pregunto: ¿Crees que por reconocer tu delito el juez te dejará en libertad? ¿Verdad que no? Y qué tal si agregas: “Me gustaría pedir perdón a la familia…” ¿Será que esta vez el juez sí te dejará en libertad? ¡No! Sin embargo, mucha gente cree que con sólo reconocer sus pecados y pedir perdón, ya se salvó.

Todos vamos a presentarnos ante el gran tribunal de Dios y seremos juzgados. ¿Cómo crees que puedes escapar de esa condena? ¿Será que con buenas obras?

Y si le muestras todas tus buenas obras: “Ayudé a una ancianita a cruzar la calle, le di limosna a un indigente, etc.” Será que el juez te diría: “Me impresiona tanta buena obra, quedas en libertad…” Por supuesto que no. La única forma de no ser condenado, dice el juez, es que pagues $1,000,000.00 como fianza. ¿Los tienes? En la capacidad de pago está la clave.

¿Quién tiene la capacidad de pago?

Necesitamos a alguien que tenga la capacidad de pagar y el deseo de hacerlo. Imagina que yo tengo esa capacidad y quiero hacerlo, aun sin conocerte, pero supe que leíste estas líneas y voy con el juez y le digo que voy a pagar tu fianza. Él me responde que tienes que firmar un documento donde aceptas que yo pague tu fianza. Y va contigo a tu celda y te da la buena noticia. En ese momento tienes dos opciones: 1) Firmar el documento, aceptar el pago que estoy dispuesto a dar, y serás libre de la condena, ó 2) No aceptar y pagar la condena: la inyección letal. Si aceptas, pienso que al salir me buscarías y tratarías de ser mi mejor amigo y, en la medida de tus posibilidades, buscarías ayudarme en mis necesidades. ¿Cierto?

Jesús nunca pecó

Hablando de la condena a la muerte eterna que todos traemos al nacer en esta tierra, sólo existe una persona que tiene la capacidad de pago. Dice Romanos 6:23: “Porque la paga del pecado es muerte”, hablando del pecado adámico, todos venimos de Adán, y todos hemos pecado (Romanos 3:23), por lo que merecemos la muerte. Sólo Jesucristo puede pagar tu condena, pues no fue engendrado por hombre, no viene de Adán, sino del Espíritu Santo (Lucas 1:35) y jamás pecó (Hebreos 4:15). ¡Y quiso pagar tu condena! ¿Cómo lo hizo?

El capítulo 16 del libro de Levítico nos describe el día de la Expiación: Dios había establecido un sistema sacrificial para el perdón de pecados. (v.21)

El sumo sacerdote ponía sus manos sobre el macho cabrío y confesaba los pecados del pueblo; de alguna manera los pecados pasaban al animalito, pagaba con su sangre por el perdón del pueblo. Hebreos 9:22b: “y no hay perdón de pecados si no hay derramamiento de sangre”. Todo aquello era prefigura de Cristo.

Jesús pago por tus pecados

En Lucas 22:41-44 dice: “Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”.

El fenómeno de sudar sangre, es conocido como hematidrosis, y es provocado por un estrés muy grande. Ahora, ¿qué estrés provocó que Jesús sudara sangre?

Quiero que pienses en los cinco momentos más dolorosos en tu vida: la muerte de un ser querido, el diagnóstico de una enfermedad terminal, el rechazo de tus padres, quemaduras, fracturas, o si te han torturado… ¿Ya los tienes? ¿Qué tal si todo te sucediera en el mismo instante? ¿Y si ponemos sobre un solo hombre todos los sufrimientos físicos y emocionales de todos los hombres de todos los tiempos?

“Ciertamente llevó Él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores”

Isaías 53:4a: ¡Ojo! Dice sufrió.

¿Y si a eso agregamos que siendo Santo, Santo, Santo, sintió el peso de tus pecados, de los míos y el de todos los hombres? Aquello que es repugnante por su naturaleza santa, estuvo dispuesto a cargarlo: el peso del orgullo, de las mentiras, del egoísmo, asesinatos, violaciones, etc.

Isaías 54:6 “Todos nosotros nos perdimos como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, pero el Señor cargó sobre él la maldad de todos nosotros”. Exactamente eso hizo Jesús en el huerto de Getsemaní; como el verdadero cordero de Dios (Juan 1:29) postrado en posición de cordero, cargó tus pecados, tus dolencias y las de todos los hombres de todos los tiempos.

Inmediatamente, llega Judas y compañía. Luego de humillarlo, desnudarlo, escupirle, pegarle, flagelarlo, ponerle la corona de espinas, etc. (Mateo 27:27-31), se lo llevan para crucificarlo.

¿Qué acababa de cargar en el Getsemaní? Tus dolencias y tus pecados. ¿Qué hizo con ellos? Colosenses 2:14 dice: “anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz”

Creer en la obra de Jesús te perdona

Dios te hizo para que pases la eternidad con Él y estuvo dispuesto a dar lo mejor del cielo por ti. Juan 3:16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna”. ¡La clave es creer!

Jesús mismo en este momento llama a la puerta de tu corazón, quiere entrar. Apocalipsis 3:20: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”.

Ábrele tu corazón, es la mejor decisión que puedes tomar. ¿Cómo hacerlo? En el siguiente tema te explico…

“YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA. NADIE VIENE AL PADRE, SINO POR MÍ.”

(JUAN 14:6)

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