Rojo Amate 3

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EN LA VERANDAH Omar Arriaga Garcés

En una estación ferroviaria, Sir Arthur distingue a Mr. Allan entre las sombras que lo circundan y decide hablarle. Lentamente, con paso discreto y hasta algo escrupuloso, haciendo gala de “eso” que correctamente se ha dado en denominar el recato inglés, Sir Arthur se aproxima a donde el otro se encuentra. Casi es la hora en que su tren debe partir, aunque él no lo sabe. Mr. Allan se dirige al pueblo que llaman Equis. Cara a cara, antes de emitir la primera y metódica sílaba que empezaría a tejer una red de afinidades con Mr. Allan, aparece un anciano que se anticipa a sus movimientos. Éste le refiere a Mr. Allan algunos breves capítulos de personas que arribaron a parajes de los que, previa realización de la travesía, ni siquiera tenían conocimiento. Sir Arthur empieza a interesarse en la conversación del viejo guardagujas que, equidistantemente situado entre los dos, por una extensión de tiempo muy amplia, se deshace en anécdotas insólitas de pasajeros que, incluso, han muerto en trayectos que no tienen fin... Como tampoco se sabe el momento en que arribará o partirá el próximo tren, aconseja a los visitantes procedentes de países lejanos, pasen la noche en la fonda para viajeros y, de ser posible, alquilen la habitación por mes: “les resultará más barato y recibirán mejor atención”. Sir Arthur deduce por las advertencias del anciano que es probable que el tren, aun no siendo especial, se descarrile y pierda en alguna de las travesías del olvido. Mr. Allan, que nunca ha abordado un tren, se pregunta el motivo que ahora lo impulsa a hacerlo; no sabe si es a causa de Virginia o porque en Nueva York los inviernos son muy fríos. Lo ha olvidado. Pero ante el recuerdo de la frigidez neoyorquina, le da un trago a su whisky. Cuando Sir Arthur ve la posibilidad de hablar con el otro, sus miradas ya se han encontrado: el viejo no está. En las inmediaciones, se escucha el llamado de un tren y ambos tienen la sensación de que ya ha sucedido “eso” que ahora sucede. No obstante su espera, el tren pasa de largo y desaparece. Es entonces, tras la mala pasada, que los dos viajeros se percatan de que se han equivocado de cuento.

La verandah es el lugar donde los personajes conversan o escuchan a alguien narrar. No hay mujeres ni música, solamente unos cuantos hombres vestidos de drill que fuman, que beben whisky y que escuchan… meditan en silencio sobre el relato que acaban de escuchar o sobre los recuerdos que invocaron, los hechos vistos o interpretados desde la verandah. Signo y vestigio de una forma de civilización y, sobre todo, de una literatura, la verandah convoca de inmediato, cuando menos en mi fantasía, la idea de Imperio y la fotografía de Kipling con su sombrero canotier, su corbata de moño y su bastón de Malaca…

Salvador Elizondo “ Desde la verandah”

puros cuentos

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