Rojo Amate 3

Page 83

EL ALEPH DE ALONSO DE ERCILLA Y ZÚÑIGA

(LA ARAUCANA: CANTOS XXVI Y XXVII)1

el mundo me mostró, como si fuera en su forma real y verdadera.

1

[…]

Pero para decir por orden cuanto vi dentro de la gran poma lucida, es, cierto, menester un nuevo canto y tener la memoria recogida. […]

En un lado secreto y escondido donde no había resquicio de abertura, con el potente báculo torcido blandamente tocó en la peña dura; y luego con horrísono ruido, se abrió una estrecha puerta y boca escura por do tras él entré, erizado el pelo, pisando a tiento el peñascoso suelo.

[…] Era en grandeza tal que no podrían veinte abrazar el círculo luciente, donde todas las cosas parecían en su forma distinta y claramente: los campos y ciudades se veían, el tráfago y bullicio de la gente, las aves, animales, lagartijas, hasta las más menudas sabandijas.

[…] De mi fin y camino me olvidara, según suspenso estuve una gran pieza, si el anciano Fitón no me llamara haciéndome señal con la cabeza. Metióme por la mano en una clara bóveda de alabastro, que a la pieza del milagroso globo respondía, adonde ya otra vez estado había.

El mágico me dijo: “Pues en este lugar nadie nos turba ni embaraza, sin que un mínimo punto oculte reste verás del universo la gran traza: lo que hay del norte al sur, del este al oeste y cuanto ciñe el mar y el aire abraza, ríos, montes, lagunas, mares, tierras famosas por natura y por las guerras.

Quisiera ver la bola, más no osaba sin licencia del mago avecinarme, mas él, que mis designios penetraba, teniendo voluntad de contentarme, asido por la mano me acercaba, y comenzando él mismo a señalarme, 1

Alonso de Ercilla y Zúñiga, La Araucana, Ensayo introductorio y notas de Ángela Inés Robledo y Betty Osorio, Panamericana, Colombia, 2001, pp. 551-566.

EL ALEPH DE BORGES

1

vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas

1

En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasoleada, de casi intolerable fulgor […] El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, 1

Jorge Luis Borges, “El Aleph”, en El Aleph, Alianza, Madrid, 2002, pp. 192-194.

ventanas

82


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.