Por que le pasan cosas malas a la gente buena

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los demás, por lo general llegan más adelante a creer que ya lo tienen “todo” –familia, educación, novia, dinero, salud– y terminan malacostumbrados, malcriados, tendiendo a vivir de manera egoísta, caprichosa y exigente con los papás, a tal punto que algunos de ellos acaban chantajeándolos, manejándolos, dominándolos y manipulándolos con los shows en público y casi diciendo “Papi, mami, si no me dan o me hacen tal cosa, yo les juro que me ahorco con un espagueti”. Hay hijos que terminan viviendo de manera frívola y monótona ya que nada los satisface, porque supuestamente lo tienen todo y no han tenido que realizar ningún esfuerzo para obtenerlo; por eso creen “no necesitar de nadie”. A su vez, otros de estos hijos se convierten en personas utilitarias, manipuladoras, codiciosas, como es el caso de un importante número de nuestros políticos y empresarios, quienes nos gobiernan sin corazón y sin alma para fortalecer más su poder; actuando así como chiquitines que se la pasan jugando al famoso Tío Rico, Monopolio, Hágase Rico o Batalla Naval, sin que nada los sacie ni los llene. Ya no les interesa la plata sino el poder. Esa frivolidad, falta de esfuerzo y monotonía que caracteriza a estos hijos unida a la soledad, en algún momento de sus vidas pueden llegar a desesperarlos de una manera tan fuerte que llegan a buscar diversas vías de escape, emociones fuertes que los saquen de esa vida rutinaria y que los vuelven adictos, viciosos, sexómanos o drogadependientes, consumistas de modas estrafalarias y aficionados fanáticos de deportes extremos, creados, como su nombre lo indica, para poner en extremo riesgo la vida, en respuesta a una tendencia inconsciente de autodestrucción. La tal adrenalina es una emoción en forma de calor que recorre nuestro cuerpo y que se vuelve una especie de éxtasis engañoso y nocivo que al final se hace imposible de equilibrar o controlar, más peligroso que una puntilla en un tobogán. Por mero sentido común podemos entender lo que les estoy explicando. Anteriormente los deportes se practicaban dentro de una sana diversión y competencia, a diferencia de hoy en día; por ejemplo, me explicaba un médico que por lo fuerte del impacto, en cada jalonazo de la cuerda del jumping se va desprendiendo la capa cráneo encefálica, además de generar traumas en las articulaciones. El parapente, por su parte, es la práctica con la cual se juega o se desafían las corrientes de aire. Aquí sí que recuerdo a un ingeniero que conocí y que en un campeonato de parapente en Flandes, Tolima, quedó como atontado, todo como consecuencia de un trauma en el sistema nervioso que sufrió al ver que su compañero fue agarrado por una corriente de aire que no pudo dominar y se vino en picada hacia la tierra, donde quedó muerto en el acto, con las rodillas enterradas en las orejas. Pero, mientras a uno no le pase algo grave no cree o no entiende. No en todos los casos quienes han sido formados dentro de la sobreprotección se vuelven egoístas con los demás. Unos son muy solidarios, pero lástima que su motivación real llega hasta cierto punto; comparten o dan cosas a los demás, pero no se dan como personas, porque aún viven llenos de temores que fueron transmitidos por sus padres al sobreprotegerlos. Ellos, a su manera, buscan “ser buenos ciudadanos”, dicen “respetar y tolerar” al otro, pero muchas veces no ven ni entienden las necesidades ni el verdadero valor de la solidaridad; un buen ejemplo de “buenos ciudadanos” educados bajo este ambiente son los niños que saludan sin espíritu, sin corazón, sin calidez, como robotizados, motivo por el cual a sus padres les toca recurrir a la típica y vergonzosa frase “salude, papito, que son sus primos” o “salude con ganas, mijo, que son sus primos”. Estos niños son reflejo de una educación cargada de información, pero no de afecto.


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