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La conquista y la temprana colonizaci n (siglo XVI) Martín de Don Benito) para que recorriesen la costa central en busca del emplazamiento apropiado. Los jinetes quedaron muy bien impresionados del valle de Lima, surcado por el Rímac o “río hablador” y sujeto políticamente al curaca Taulichusco, notaron que era un sitio de óptimo clima –al menos en ese veraniego mes de enero–, de abundantes tierras de sembrío, bien provisto de agua y leña, situado a dos leguas de una bahía favorable al acoderamiento de barcos. Sea porque los tres comisionados partieron en la festividad de los Reyes Magos o porque el gobernador era gran devoto de estos personajes bíblicos, lo cierto es que se acordó denominar Ciudad de los Reyes a la que debía erigirse en el valle, tan bien descrito por aquellos emisarios. La fundación española de Lima y la consecuente distribución de solares se realizaron el lunes 18 de enero de 1535; de acuerdo con las pautas urbanísticas dictadas para las colonias de América, se aplicó a esta ciudad una planta en forma de tablero de ajedrez, con calles rectas y solares cuadrados. En la ceremonia de la juramentación de los primeros regidores de su cabildo, obtuvieron las varas de alcaldía Ribera el Viejo y Juan Tello, dos veteranos de la colonización indiana. Con extraordinaria rapidez fue creciendo en magnitud dicha población, que desde entonces ha servido ininterrumpidamente como centro gubernativo del Perú. Tal dedicación pobladora se mantuvo en los años siguientes del régimen pizarrista (cf. Durán Montero 1978). Luego de haber instalado la urbe a orillas del Rímac, el capitán general se desplazó al valle de Chimo, asiento de la ciudadela de Chan Chan, con el propósito de levantar un núcleo urbano que estuviera a mitad del camino entre Lima y San Miguel. Fue así que el 5 de marzo de 1535, ofreciendo un homenaje a su patria extremeña, presidió la fundación de Trujillo; en el lapso de pocos días arregló la distribución de encomiendas de indios, supervisó la traza de la ciudad, ordenó el reparto de solares entre sus primeros treinta vecinos, y al marcharse dejó instalado como teniente de gobernador a Martín de Estete. De esta forma se cimentaba la vida hispánica en el floreciente territorio de Nueva Castilla.

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INCANATO Y CONQUISTA

se; los indios del litoral que venían a ofrecer su tributo enfermaban o morían debido a la alteración del clima; era un sitio mal comunicado con el extranjero por hallarse lejos del mar y rodeado de montañas nevadas; la colaboración de los indios lugareños, por añadidura, no era razón de peso suficiente para mantener allí el núcleo administrativo de la colonia. Por todo ello, mediante una democrática consulta entre los vecinos, se resolvió mudar la población a la costa, cerca de un puerto y en un valle fructífero. Luego se comisionó a diversos emisarios con la misión de examinar el terreno que sería más a propósito para establecer la nueva capital. Antes de relatar las búsquedas que precedieron a la fundación de la Ciudad de los Reyes, conviene indicar el destino que corrió la expedición del ambicioso Pedro de Alvarado. Desembarcó con sus hombres a las orillas de Portoviejo y se internó en la serranía quiteña, mas pronto se dio con la ingrata sorpresa de que Almagro lo esperaba ya en las inmediaciones, secundado por el capitán Benalcázar y un nutrido ejército perulero. Hubo entonces negociaciones entre ambos jefes, las cuales condujeron a un acuerdo suscrito en Riobamba (agosto de 1534), por el que el caudillo Manchego se comprometía a desembolsar 100 000 pesos por la renuncia de Alvarado a sus derechos de conquista en el mar del Sur y por la adquisición de sus buques, armas y caballos, neutralizando de esta manera las beligerantes aspiraciones del adelantado. Después de ello ambos personajes hicieron juntos un extenso recorrido costeño, llegando hasta el santuario de Pachacámac; aquí fueron recibidos, el primer día del año 1535, por el gobernador de Nueva Castilla, quien hizo efectivo el pago que se había concertado meses atrás para impedir una guerra entre conquistadores españoles. En cuanto a los prolegómenos del establecimiento de una nueva capital debe señalarse el proyecto de asentarla en el lugar de Sangallán, vecino al puerto de Pisco, cuyas bondades fueron elogiadas por Nicolás de Ribera el Viejo; sin embargo, Pizarro opinaba que sería mejor instalar la nueva población en un punto ubicado algo más al norte. Después de finiquitar la cuestión de Alvarado, eligió una comisión de tres jinetes (Ruy Días, Juan Tello y Alonso


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