Revista Literaria El Puñal Nº3

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—Y bueno, ¿qué quieres que haga? ¿Qué me embarre el pecho y vuelva? ¿Qué intente mi reposo con la barriga húmeda sólo para evitar el qué dirán? Y bueno, ¿Quiénes dirán que soy un ignorante? ¿Acaso los mismos que me negarán un pan y me correrán como quién corre la mala fortuna? En eso, personal municipal llega a instalar un pequeño andamio que les alcanza para retirar el lienzo que en realidad publicitaba el sacar el permiso de circulación en aquella comuna, y que durante años sólo fue corregida la fecha pegando encima la nueva. Nada que ver con perros vagos, que cada vez son más en el pueblo, ni con el barro en sus pechos, ni nada que el Pulga Negra proclamara, así era él, un embaucador que convencía a nadie salvo a sí mismo. Los personeros municipales sacaban el cartel para poner otro que anunciaba el inicio de la campaña de esterilización de mascotas por parte del Departamento de Salud del municipio. Ambos perros miraron la gráfica que acompañaba el texto, una fotografía en primer plano del gato y el perro del alcalde. Luego el texto anunciaba la fecha, horario y lugar de la esterilización masiva. —¿Ves? —dijo el Pulga Negra— Ahora incluyeron a los gatos.

“Quiero ver el mar, la montaña y la luna, todo de una vez. Y morir ignorante de letras pero sabio de vida.” —Qué más da. Otros pueblos me esperan. Otros solsticios de donde podré ver el sol salir mil veces antes de pasar a la conciencia mayor, se me agrandará en eso el surco de la memoria, cierto, pero lo rellenaré de conversaciones, de imágenes que se impregnan como cicatrices de por vida. Quizás me invité a morir alguna perra entre sus piernas. Ya me he salvado de varios atropellos, me he escapado de familias que intentan adormecer mis piernas que todavía no se cansan. Quisiera perder todo el barro que se me pega en invierno en calles donde escuché por primera vez historias y peroratas como la tuya. Y otras tan distintas a las tuyas, que son imposibles de nombrar ahora. Quiero ver el mar, la montaña y la luna, todo de una vez. Y morir ignorante de letras pero sabio de vida. El Pulga Negra le mostró sus dientes, paró su cola cercenada, sus patas daban los temblores que anticipaban el brinco. Se supo nublado desde adentro. Recordó la voz de la joven profesora diciendo niños, no peleen, pero el calor naciente de su pecho desprendía el barro, poco a poco, como quien escupe 8


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