Mister 7 nadia noor

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Guardó en su ordenador las fotos donde aparecía él y entró en la ducha para quitarse el malestar con el aroma de lilas que desprendía su nuevo gel corporal. Al salir, se sintió más animada. Tras observarse en el espejo, se dio cuenta de que ella también estaba más delgada. Pero claro, ella estaba sufriendo. ¿Estaría sufriendo él también? En recuerdo a lo vivido con Cristian, se vistió con un pijama corto de seda, color azul marino, que había llevado varias veces cuando había dormido con él. Buscando la calma e intentando no pensar más en la belleza de la rusa, Minerva consiguió por fin pasar página y dormirse. En el silencio de la noche se escuchó una llave intentando entrar en la cerradura. Minerva abrió los ojos de golpe, pensando que estaba soñando. Sin moverse, agudizó el oído. La puerta se cerró con un golpe seco. ¡No estaba soñando! Alguien había entrado en plena noche en su casa. Escuchó pasos. Muerta de miedo se quedó congelada en la cama. Pensó en Juan. ¿Y si venía a matarla? Alcanzó el móvil con manos temblorosas y llamó a la policía. Dio la dirección con celeridad y explicó que alguien había entrado en su casa. Miró el reloj: eran las tres de la madrugada. Bajó en silencio de la cama y se asomó a la puerta. Quienquiera que fuera el intruso no se escondía, había encendido la radio y, por el ruido del agua, intuyó que estaba en el baño. De repente, le escuchó subir por las escaleras. Minerva se aguantó el pecho con las dos manos y creyó ver su corazón salirse por la velocidad con la que latía. Decidió ser valiente y avisar al intruso de que la policía estaba de camino, así que gritó tanto como la situación le permitía: —Ni un paso más, quieto, la policía está a punto de llegar. Los pasos se detuvieron y Minerva escuchó que le contestaba un hombre en un perfecto inglés: —Que venga la policía, yo soy el dueño de la casa y estaré más que encantado de que me expliques qué haces aquí. —Mientes, esta es mi casa, baja las escaleras; de lo contrario, activaré la alarma — indicó ella con determinación. —De acuerdo, bajaré, tranquila. Minerva estaba desconcertada, el intruso no parecía un ladrón, hablaba de manera educada, pero ¿qué hacía en su casa a las tres de la madrugada? En medio de aquel bullicio, escuchó la sirena de la policía. Sin pensarlo dos veces, Minerva salió disparada para hablar con ellos. No se preocupó por su aspecto: iba descalza, con el


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