DASHIELL HAMMETT- El Halcón Maltés

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desaparición. Sus asuntos estaban en buen orden, aunque existían entre ellos algunos aún pendientes; el hecho de que no hubiera tratado de concluirlos era una clara prueba de que no había preparado su desaparición. Por ejemplo, un negocio que le hubiera supuesto un bonito beneficio iba a concluirse al día siguiente al de su desaparición. Nada indicaba que llevara encima más de cincuenta o sesenta dólares en el momento de esfumarse. Sus costumbres, durante los últimos meses, eran lo suficientemente conocidas como para descartar cualquier sospecha de vicios ocultos o de la existencia de otra mujer en su vida, aunque tanto lo uno como lo otro cabía dentro de lo posible. —Desapareció —dijo Spade— como desaparece un puño cuando se abre la mano. Llegaba a este punto su relato cuando sonó el timbre del teléfono. —¿Diga? —dijo—. ¿Mister Cairo? Habla Spade... ¿Podría usted venir a mi casa, en la Post Street, ahora? Sí, sí, creo que lo es — miró a la muchacha, frunció los labios y añadió rápidamente—: Está aquí miss O'Shaughnessy, que quisiera verle. Brigid O'Shaughnessy se rebulló en la mecedora, pero no dijo nada. Dejó Spade el teléfono y dijo: —Vendrá dentro de unos minutos... Bueno, eso ocurrió en 1922. En 1927 yo estaba trabajando en una de las grandes agencias de detectives de Seattle. Un día se nos presentó mistress Flitcraft y nos dijo que alguien había visto en Spokane a un hombre que se parecía prodigiosamente a su marido. Fui allí. Y, efectivamente, era Flitcraft. Llevaba viviendo en Spokane un par de años bajo el nombre de Charles, nombre de pila, Pierce. Era propietario de un negocio de automóviles y tenía unos ingresos de veinte o veinticinco mil dólares al año, una esposa, un hijo de menos de un año y una buena casa en un buen barrio de las afueras de Spokane. Solía jugar al golf a las cuatro de la tarde durante la temporada. Spade no había recibido instrucciones acerca de la que debía hacer si encontraba a Flitcraft. Estuvo charlando con él en la habitación del hotel Davenporth. Flitcraft no sentía remordimientos de ninguna clase. Había dejado a su familia en posición desahogada,


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