Os matarán en nombre de Dios, Fernando San Agustín

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o ayudar, y así será por los siglos de los siglos. Juntos debéis resolver vuestros problemas y trabajos, yo tengo los míos.» No pude menos que preguntar a mi abuela cuál era el trabajo de Dios. Mi abuela me miró extrañada por mi ignorancia y replicó: «¿Que cuál es el trabajo de Dios? ¿Que cuál es el trabajo de Dios?». Y tomándome de la mano, me arrastró a la calle y añadió: «Anda, hijo, mira, mira un momentico el cielo. ¿Lo ves? El trabajo de Dios es seguir sembrando de estrellas el firmamento. ¿Te parece poco trabajo?». Pensé entonces y pienso ahora que, si Dios no nos escucha ni nos atiende, según decía mi abuela —mujer muy sabia que siempre tenía razón—, si está demostrado que Dios no nos hace caso, ¿por qué la obsesión de rogarle para que atienda nuestras necesidades o incluso castigar y matar en su nombre? Si tenemos suficientes pruebas de su indiferencia, ¿con qué fin se han montado estas aparentemente inútiles parafernalias religiosas por parte de judíos, cristianos, musulmanes y demás seguidores de otras religiones? O tal vez mi abuela no tenía razón y los rituales son realmente canales de comunicación con el Origen, con el Creador, con Dios. Pero ¿para comunicar el qué? Tras recordar este hecho y estas preguntas, decidí aprovechar el resto de mi nueva vida para averiguar la razón de creer en ese Dios indiferente, y ante todo, por qué Dios permite tanto dolor en aquellos que lo invocan y confían en él. Esta sería mi nueva dedicación. Se lo debía a los coptos y a mí mismo. El encuentro Meses después conocí a un obispo copto que más tarde me presentaría a un musulmán, catedrático de Historia de las Religiones, y a un israelí, doctor en Sociología de la Religión y estudioso de la vida de los esclavos en Egipto en tiempo de los faraones. Los tres tuvieron la gentileza de unirme a su equipo, dedicado a buscar y escuchar las tradiciones orales de las Familias de los Ojos Cerrados. Unas familias dispersadas que guardaban desde veinte siglos atrás los relatos que durante los primeros tiempos del cristianismo narraban —pro-

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