¿Quién sabe boxear?
Los boxeadores de Auschwitz son un grupo de hombres que deberían ser honrados y recordados. Alan Haft, hijo del prisionero Harry Haft
En el mayor matadero de inocentes jamás conocido…
Cuentan que allí, al otro lado, detrás de la alambrada, justo ahí donde el hombre nunca fue hombre, sino bestia, una vez un nazi preguntó: —¿Quién sabe boxear? Unos dijeron que sí y otros dijeron que no; pero ya fuera sí o no…, allí no era vivir, sino morir. Un tren acaba de llegar a su destino: Auschwitz. La voz ronca del SS resuena en mitad del caos. La multitud perdida y asustada no sabe dónde está ni, peor aún, hacia dónde va: a la cámara de gas. Apelotonados en una explanada, los prisioneros simplemente esperan; nada más pueden hacer. Los nazis ladran órdenes en alemán, incomprensibles para aquella marabunta humana que procede de todos los rincones de Europa: húngaros, checos, franceses, belgas, griegos, polacos, holandeses… Pobres condenados, personas sin culpa a las que gruñen perros furiosos que enseñan los dientes con rabia. Bestias a la caza de su presa. Mientras, unos fantasmas con harapos, seres humanos carcomidos, se afanan en recoger las pertenencias de los que acaban de bajar del tren, de esos que ya lo han perdido todo: 37