Asumo toda la responsabilidad por mis actos. Mis compañeros no tienen culpa alguna. Fui yo, y solo yo, quien les ordené que difundieran de manera altruista el pseudovirus de la inmortalidad. Ellos aceptaron porque soy su superior; no tenían más remedio que obedecerme. Acepto la pena impuesta, pero no me arrepiento. Lo que hice fue por el bien de la humanidad. Todo el mundo merece la oportunidad de vivir para siempre. Extracto de la declaración judicial del profesor Roosevelt, coordinador del grupo de investigación número veinticuatro. Fiscalía Central de Chicago, a fecha 15 de junio de 2250.