Antelogium
No puedo silenciar la forma en que llegó a mí esta historia, por-
que implicaría relegar al olvido a Madame Savaric y tamaña ingratitud hubiera sido tanto como retar al azar y al destino. Así pues, es mi deseo que estas primeras líneas den a conocer cómo los hados me llevaron a ella. En septiembre de 2019 me encontraba apurando mis últimos días de vacaciones en el Port de la Selva, una población de la Costa Brava muy próxima a la frontera francesa. Tras unas largas jornadas de tiempo sereno, entró súbitamente el frío viento del norte que nos anunciaba el fin del periodo estival. La tramontana sopló con tal violencia que hizo que el mar, la playa y la montaña se tornaran tan inhóspitos que vi llegado el momento de adelantar mi marcha. Sin embargo, llevado por mi devoción por todo aquello que desprenda ese misterioso aire medieval, decidí que antes de dar por finalizadas las vacaciones bien podía tomar el coche y visitar Carcasona. Una idea que acariciaba desde hacía mucho. Era poco antes del mediodía cuando llegué a esa ciudad. Dejé el coche en el aparcamiento de la Cité y deambulé varias horas por la antigua ciudadela absorto ante sus torres, sus fortificaciones concéntricas y la basílica de Saint-Nazaire. Tras tomar un tentempié, pensé que debía buscar dónde alojarme. Me dirigí entonces a la Oficina de Turismo, en el número 28 de la Rue de Verdun, pero allí negaron con la cabeza media docena de veces. En esa ciudad, todavía en temporada alta, ya no quedaba ninguna habitación libre donde pasar la noche; cortésmente me aconsejaron que probara en alguna localidad cercana. Así fue como, por azar, llegué a Limoux. Ahí probé suerte en el Grand Hotel Moderne et Pigeon, y aunque en la puerta colgaba el cartel de completo, tuvieron la amabilidad de marcarme en un plano un
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