La letra digital y sus poderes cassany

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Para citar este artículo: CASSANY, D. “La letra digital y sus poderes”, Arbor; anejos, 3: 183-200; monográfico “La lectura", Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas y La Catarata, 2010. ISBN [CSIC]: 978-84-00-09097-5; ISBN [catarata]: 978-84-8319-510-9.

http://editorial.csic.es/publicaciones/libros/11882/978-84-00-09097-5/la-lectura.html <7-1-16>

La letra digital y sus poderes1 Versión postprint

Daniel Cassany Universitat Pompeu Fabra daniel.cassany@upf.edu

Resumen: A partir de la comparación entre las prácticas letradas actuales y las de veinte años atrás, el autor reflexiona sobre los ‘poderes’ o las potencialidades (acceso a nuevos recursos, comunicación inmediata, acumulación de datos) que aporta Internet y la navegación digital. Las conclusiones finales sugieren que la digitalización ha acercado muchos saberes y disciplinas especializadas, que antaño desarrollaban profesionales cualificados, a un lector y autor corriente de hoy en día. Palabras clave: lectura y escritura digital, multimodalidad, lectura crítica, empoderamiento.

Tecnologías y evolución La historia enseña que la creación y diseminación de tecnologías comunicativas opera cambios trascendentales en las comunidades humanas. Dicen los antropólogos que si no habláramos todavía viviríamos en familias y manadas, como el resto de mamíferos, puesto que es el habla lo que ha permitido organizarnos en asociaciones inteligentes (escuelas, hospitales o países, por poner solo unos ejemplos). Con el habla también transmitimos el conocimiento adquirido con la experiencia de una generación a la siguiente y acumulamos la sabiduría de la “tradición popular”. También sugiere la investigación etnográfica que la escritura contribuyó decisivamente a la expansión del sistema político democrático y a la creación del método empírico que utiliza la ciencia. Al pasar de una conversación hablada, espontánea e interactiva, enraizada en un lugar y un momento, a un escrito monologado y planificado, desvinculado de cualquier espacio y tiempo, el habla se convierte en un “objeto”, se independiza de su autor y su lector y se transforma en una herramienta más útil para documentar la realidad, de manera más precisa, estable y objetiva. Luego la imprenta facilitó la producción de libros a gran escala y su diseminación por el planeta. Con estos objetos escritos, paulatinamente sofisticados, llegó la alfabetización de la humanidad (todavía no completada), la democratización de las comunidades y la colonización científica de sus formas de vida y pensamiento, la sustitución de la “sabiduría popular” hablada por el conocimiento científico escrito. Cada tecnología modifica la interacción humana, crea lenguaje y conocimiento nuevos, altera la identidad de los interlocutores, reubica su estatus y su poder en la comunidad, e incluso influye en sus patrones cognitivos y en los de su comunidad. En este contexto, ¿dónde nos llevará Internet?, ¿cómo Este artículo forma parte del proyecto nacional competitivo Descripción de algunas prácticas letradas recientes: análisis lingüístico y propuesta didáctica (ref. HUM2007-62118/FILO), concedido por la Dirección General de Enseñanza Superior e Investigación Científica española, y dirigido por Daniel Cassany en la Universitat Pompeu Fabra. Se inscribe además en los trabajos del grupo de investigación consolidado GR@EL (Grup de Recerca en Aprenentatge i Ensenyament de Llengües), de acuerdo con la AGAUR (Agència de Gestió d'Ajuts Universitaris i de Recerca; resolución 3-7-2009; núm de expediente 2009 SGR 803; periodo 2009-2013). 1


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afectará a nuestras prácticas sociales, a nuestro orden de cosas y a nuestra forma de pensar? Esa es “la” pregunta, valiosa e inquietante. No hay respuestas definitivas, por supuesto; solo especulaciones e intuiciones. El fenómeno es tan reciente y las prácticas electrónicas son tan dinámicas, que resulta imposible distinguir lo efímero de lo estable. Además, los cambios significativos en las formas de comunicar, vivir y pensar se consolidan en largos periodos de tiempo de modo que lo más probable es que solo lleguen a verlo nuestros nietos. En este artículo analizaré algunas de las consecuencias que ha provocado la emigración de ciertas prácticas comunicativas (habladas y letradas) al mundo electrónico, a lectura y escritura con dígitos, con pantallas y teclado, en Internet (en red, en línea, etc.) o letra digital, como sugiere el título. A partir de una descripción etnográfica de mis propias prácticas destacaré algunos cambios sutiles que se están consolidando en nuestro día a día. Más allá de la constatación de que estamos siendo espectadores privilegiados de un cambio revolucionario, voy a defender que la letra digital otorga más poder al lector-autor, aunque sea mucho más difícil ejercerlo, porque se requieren conocimientos y destrezas más sofisticados y diversos. Escribí mi primer libro (Cop d’ull, 1987) con una máquina de escribir electrónica y pegando recortes de fotocopias al original (citas, fragmentos de textos, fotografías, etc.). Dos años después, mi primer ordenador Amstrad facilitó la escritura de mi tesis de licenciatura (Descriure escriure, 1989). Mis libros posteriores han avanzado poco a poco en esta senda migratoria, usando el correo electrónico, verificadores ortográficos, traductores en línea, programas de maquetación, etc. Pero mi primera obra íntegramente digital no llegó hasta principios de 2001 (mi web académica). En apenas 15 años mi manera de leer y escribir ha sufrido cambios radicales, que han modificado mi identidad y mi posición en el mundo. Es un buen momento para echar una mirada a este pasado reciente y al presente, para apuntalar lo que nos depara el futuro. Prácticas contemporáneas Veamos primero algunas de mis prácticas letradas actuales: 1. Dedico varias horas al día a atender el correo electrónico. Me conecto a mis cuatro cuentas en casa, en mi despacho y en cualquier lugar, desde mi móvil. Leer y responder correo es lo primero que hago por la mañana y lo último, antes de acostarme. Recibo decenas de mensajes al día, de colegas, estudiantes y lectores, variando mucho según los días y las épocas lectivas, en varias lenguas (catalán, castellano e inglés sobre todo, pero también en francés, alemán y portugués). Las cuestiones docentes se mezclan con la investigación, la gestión universitaria y lo personal. Los emails breves de respuesta personalizada alternan con los envíos masivos, las circulares de mi institución o el spam inevitable; hay mensajes simples, con membrete, iconos, adjuntos, lista de distribución, etc. Los adjuntos pueden incluir trabajos de alumnos, artículos de investigación, documentos de política académica, libros completos, etc. Sin duda, el correo electrónico constituye una de las herramientas laborales más relevantes: el desarrollo de la docencia, la investigación y la gestión se apoya en gran medida en este género como muestra el hecho de que el día que se cae el servidor es casi imposible trabajar, todo queda parado. 2. Debía visitar Distrito Federal en mayo del presente año, pero a finales de abril estalló allí la pandemia de gripe porcina que luego asoló todo el planeta , y que provocó el cierre de los centros educativos mexicanos. Me pasé los días previos a mi vuelo consultando en línea los principales periódicos mexicanos (La Jornada, Universal, Reforma, etc.), contrastándolos con los españoles e intercambiando correos con mis colegas, para decidir si suspendía el viaje o no. Pese a vivir en Barcelona, seguí al momento la situación en DF. Casualmente una de las primeras infectadas españolas era estudiante mía y algunos de los afectados mexicanos eran docentes de la universidad mexicana que me acogía: resultaba chocante contrastar la información alarmista de la


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prensa, mexicana o española, con las opiniones personales de los colegas mexicanos y las más escépticas de españoles. Así leo la prensa desde hace algunos años. Consulto en línea las portadas de los tres o cuatro rotativos españoles más importantes. Lo hago al levantarme, a media tarde y antes de acostarme; en casa, en mi despacho o incluso desde el móvil. Comparo las noticias en varios sitios; contrasto los medios conservadores con los progresistas, los barceloneses con los madrileños, los hispanos con algún referente internacional, o incluso con webs informativas de ideología marcada. A menudo visualizo la sección particular de fotografías o los vídeos de portada y los ficheros adjuntos con documentos específicos (actas y sentencias jurídicas, la declaración conjunta en inglés que firmaron en Londres en abril de 2009 los países más ricos del mundo el G20 , etc.). Es una lectura más selectiva e interactiva: entro en la página de superficie del rotativo, ojeo los titulares y hago clic en los que me interesan para llegar al cuerpo de la noticia, a veces exploro también los vínculos a otras noticias y documentos relacionados; luego abro una segunda ventana para visitar otro rotativo, buscar la misma noticia y compararla. Algunas veces salto del rotativo a la web de una institución para leer el dato original, publicado en otro idioma o en otro tipo de discurso. Es una lectura más dirigida, consciente, plural, contrastiva, multimodal. También leo periódicos en papel (los domingos, cuando estoy de viaje, en algún bar). Entonces ojeo el periódico completo: echo una mirada página a página, de principio a fin, leo titulares y fragmentos de noticias; presto más atención a las columnas, el editorial, las críticas de espectáculos, etc. Es una lectura más lenta, reflexiva, verbal, ociosa, con menos fotos y sin vídeos. (A veces que me confundo al encontrar una noticia conocida: me digo “esto ya lo había leído… ¿no es el periódico de hoy? ¡Vale! ¡Lo leí anoche en línea!”) Sin duda, hoy estoy más informado y de manera más instantánea, plural y madura, que hace solo unos pocos años, cuando leía en papel un único periódico español, o cuando para conseguir un ejemplar de Clarín o The New York Times había que ir a determinados quioscos de las grandes ciudades, para comprar el ejemplar del domingo anterior. 3. Asistiré en julio a un congreso de la Internacional Reading Association en Lima y estoy preparando un viaje por el norte del país. Desde mi casa, consulto las líneas aéreas (trayecto, fecha, horarios, precio), exploro en Google Earth los lugares que visitaré, busco y contrato hoteles, consulto las webs turísticas, meteorológicas, médicas soy alérgico… Es una lectura en línea, multimodal (con fotos, vídeos, esquemas interactivos), plurilingüe, interactiva y sofisticada, que está sustituyendo poco a poco a las conversaciones que tenía con mi agente de viajes o la consulta de una guía turística. En 1991, al llegar a Bombay con mi mochila y la guía Lonely Planet, me ocupó una tarde completa en las oficinas de Indian Airlines armar el viaje de un mes, después de aclarar cuáles eran los vuelos y el calendario posibles. Entonces había buscaba hoteles al llegar a una ciudad, organizaba la actividad turística sobre la marcha (horarios, transporte, etc.) y tenía escasa idea de lo que encontraría. 4. Entro cada dos o tres días en Facebook. Me resistí durante cierto tiempo, pero la reiteración de mis amigos y mi curiosidad me llevaron a aceptar una “invitación de amistad” y a crear un perfil, con una actitud antropológica. Pronto me encontré involucrado con un “grupo” de Cassany en Venezuela y Miami ¡supuestos familiares! ; con colegas que colgaban en la red fotos de mis seminarios; con lectores desconocidos que comentaban mis libros; con amigos que explicaban en tiempo real lo que estaban haciendo. Solo en Facebook pude dar con una abogada chilena a la que quería pedir una referencia bibliográfica y cuyo rastro había perdido años atrás. Parte de mis intercambios por SMS e email han emigrado a Facebook casi sin darme cuenta. Hoy en día tengo ya unos 140 “amigos” y uno de mis objetivos próximos es recuperar algunos compañeros de la escuela primaria que hace décadas que no veo.


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5. Mantengo tres sitios académicos y dos blogs personales. Mi web personal nació para atender a los lectores que pedían datos por correo electrónico: presenta mis libros, la agenda académica, las presentaciones de conferencias, los artículos y las ponencias en congresos, críticas de prensa y entrevistas u otros datos. La web del grupo de investigación (Literacitat crítica) y el blog de investigación sobre la lectura en línea (Lekenlín) hacen lo propio con los trabajos de todos los miembros, los proyectos aprobados, las memorias y los encuentros. En cambio, los blogs personales responden a inquietudes variopintas: L’emigrant digital comenta mis experiencias de aprendizaje de TIC y Explorador L2 explica anécdotas sobre mis actividades de formación de profesorado en segundas lenguas2. Actualizo estos sitios en cualquier lugar y momento, según las necesidades (publicación de libros, difusión de charlas) y la disponibilidad: aprovecho viajes y esperas para postear fotos y texto o actualizar los datos de las webs. Redacto directamente en pantalla, sin papel, para aprovechar todos los recursos en línea: Wikipedia y otras fuentes para recabar datos, Google y otros buscadores para hallar los sitios de colegas o instituciones, la base de datos terminología plurilingüe del Termcat, el Traductor Automático de la Generalitat de Catalunya, los diccionarios en línea del español (DRAE) y el catalán (DIEC) o incluso la reciente biblioteca digital de Google. Lo hago mientras escucho música con iTunes o Spotify. Escribir en línea es una “multitarea” sofisticada, que utiliza numerosas ventanas que se minimizan y abren alternativamente en la pantalla: del procesador de textos al navegador y al escritorio, del listado de resultados de una búsqueda a la interfaz de una base de datos, del traductor en línea a la bandeja de entrada del correo electrónico o al campo de escritura de un chat. Escribir incluye redactar, pero también navegar; leer, seleccionar, cortar y pegar, insertar objetos multimodales, diseñar, corregir, traducir, etc. A la inversa, como lector visito las webs y los blogs de los investigadores que me interesan. De hecho, lo primero que hago al descubrir un autor o un libro nuevo es buscarlo en la red (en las distintas opciones de texto, foto e idiomas, con Google Académico o Google Libros), en Facebook u en otros directorios. Muchos autores “presentan” su trabajo en la web (referencias bibliográficas, intereses, resúmenes, vínculos directos, CV); así descubrí investigadores como Fogg, Prensky, Herring, etc. En un santiamén accedo a las referencias completas de su trabajo e incluso a muchos originales íntegros. 6. Mi práctica docente ha emigrado casi por completo a Internet. Las clases magistrales se apoyan en powerpoints, que se pueden consultar en la plataforma de aprendizaje Moodle, junto con el resto de documentos de cada asignatura (programa, tareas, bibliografía, etc.). El envío y la corrección de tareas de los estudiantes también se hace en línea, así como la mayoría de sus consultas; cada vez hay menos citas cara a cara o por teléfono. Han desaparecido las listas de alumnos colgadas en el aula, las calificaciones manuscritas en los tableros de avisos, el dossier fotocopiado, buena parte de las lecturas en papel, etc. Han ocurrido cambios sutiles en el aula: el núcleo de la clase ya no es lo que “dice” el docente, sino lo que está escrito en la plataforma, que se proyecta en el aula con un cañón. También usamos recursos más específicos y restringidos, como bases de datos en línea (como el Diccionario de Partículas del Español, o nuestro Centro de Redacción virtual, un archivo de textos paralelizados y traducidos en varios idiomas); también algunos programas de corrección (Markin) o analizadores de plagios (Approbo). 7. Como investigador mis prácticas electrónicas son todavía más sofisticadas. Uso bases de datos para construir corpus de textos (CREA, CTILC, corpus de Mark Davies) y programas de análisis de concordancias que permiten identificar todas las ocasiones en que se utiliza una expresión, con su contexto lingüístico inmediato (WordSmith Tools). También usamos programas de análisis Se accede a todos los sitios buscando la palabra clave en cualquier buscador o a partir de la web personal: http://www.upf.edu/pdi/daniel_cassany Esa indicación también es válida para otros recursos que se citan más adelante. 2


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cualitativos (West QDA) para procesar entrevistas y conversaciones grabadas y transcritas. Aunque esos programas funcionen de manera parecida a los más corrientes, se trata de documentos y prácticas científicas bastante más técnicas, que incluyen conceptos, términos y procesos propios de la lingüística y la educación. Muchos colegas actúan de modo parecido, con escasas variaciones. Algunos estudiantes míos ejercitan prácticas más sofisticadas con videojuegos, espacios sociales en la web u otros programas vinculados con el ocio. Siete cambios cualitativos Veamos algunos de los cambios que subyacen a las prácticas anteriores. 1. Audiencias planetarias. Internet rompe las fronteras políticas y administrativas de los países, así como la censura y los filtros sofisticados que regulaban la publicación en papel. Hoy podemos interactuar libremente con cualquier persona que tenga acceso a la red. Con poco dinero y escasos controles, cualquiera puede abrir una cuenta de correo, crear su blog, enviar un comentario a un foro, subir sus fotos, hacer una entrada nueva en Wikipedia, etc. Es como si el campo de juego de la comunicación se hubiera agrandado hasta el límite: de ser nuestro entorno inmediato (barrio, ciudad, país) ha pasado a ser todo el planeta. Así como saludamos y entablamos conversación con cualquiera en la calle, para pedir información o hablar del tiempo, hoy podemos dirigirnos a cualquier internauta con el que coincidamos en algún sito en la red. Los ejemplos son inagotables y variados: en el análisis de un foro de ayuda en línea y en español para portadores del HIV encontramos participantes de todos los países hispanos, pero también de de Europa, EUA y Japón; los únicos requerimientos para participar eran ser portador del virus y usar el español como lengua franca. Recuerdo también la anécdota del hijo superdotado de un colega, que se entretenía con 12 años jugando al ajedrez en Internet con un niño boliviano, con el que había entablado amistad después de varias partidas. Finalmente, el contador de mi web registra 79.900 visitas desde mayo de 2002, procedentes de todo el mundo, con más presencia hispana. Este hecho tiene repercusiones dramáticas en la interacción humana, en el discurso, en la identidad de las personas, en su estatus social y en la representación de su lugar en el mundo. Si antes resultaba difícil tener algo más que la conciencia de ser vecino de barrio o ciudadano de un estado, hoy empieza a ser posible desarrollar la noción de formar parte de una comunidad humana global, de sentirse más cercano a cualquier ser humano del planeta. Al interactuar de manera directa y continuada con personas tan distantes, adquirimos referentes culturales lejanos, conocemos formas alternativas de concebir el mundo, nos apropiamos de sus significados y negociamos y construimos representaciones más complejas y diversas de la realidad. Los propios parámetros de la comunicación se redefinen, con nociones nuevas de lo que es “comprender” o lo que es “información” o “contenido” —como veremos. En este sentido, creo que los términos usados para referirse a este cambio, como era o galaxia de la información o sociedad del conocimiento (o también TIC: tecnologías de la información y la comunicación), destacan solo uno de los efectos causados por el agrandamiento de la comunidad: el incremento de información y la facilidad y rapidez para acceder a ella. Pero se olvidan de cuestiones más sutiles que afectan a las identidades y a la redefinición de las propias prácticas comunicativas. Es una prueba de ello el éxito de las redes sociales, como la citada Facebook, cuya función básica no es transmitir información sino facilitar el contacto entre las personas. La información nunca es neutra, porque siempre tiene a alguien detrás (con sus intenciones y su mundo), y hoy más que nunca tenemos la oportunidad de darnos cuenta de las consecuencias que tiene este hecho.


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2. La “información situada” y la “comprensión social”. Más allá del incremento de la cantidad de información y de su “circulación” (acceso, divulgación, actualización), otros hechos contribuyen a redefinir las nociones de “información” y “comprensión”: 1. Control. La red tiene escaso control sobre su contenido, a diferencia de la edición en papel. Algunos sitios censuran los documentos (racistas, machistas, pornográficos, agresivos, etc.) que puedan incumplir algunos criterios éticos básicos (igualdad, derechos humanos) e incluso disponen de mecanismos de denuncia. También sabemos que algunas dictaduras cierran el acceso a determinados recursos; pero la norma general es que, con esas limitaciones, cualquiera pueda decir lo que quiera, cómo quiera y cuándo quiera. En la red no hay control sobre la certeza, fiabilidad, objetividad, actualidad u honestidad de un documento: los datos científicos más rigurosos conviven con los intereses comerciales, la propaganda o el panfleto proselitista. Por ello, una gran cantidad del material de la red es spam (publicidad), ruido o basura. 2. Multiplicidad de productores. Ya no somos solo consumidores de libros escritos por unos pocos profesionales; en la red también aportamos nuestro granito de arena al responder a un foro, corregir datos en un entrada de Wikipedia, abrir un blog, subir fotos y vídeos a espacios públicos, etc., como sugiere la famosa metáfora de la web 2.0. Por ello, detrás la pantalla coexisten contenidos elaborados por autores muy diversos, en términos de capacidad (conocimientos, habilidades, etc.), recursos (procedimientos, métodos, instrumental) y motivación (científica, comercial, ociosa, etc.), lo que incrementa la dificultad de leer, comprender, interpretar y usar la información. 3. Contextos cognitivos diversos. Internet incrementa los intercambios interculturales, entre personas de distinta procedencia (con etnias, religiones, hablas, culturas y entornos geográficos y sociales diferentes) y que, en consecuencia, participan en el intercambio desde diferentes contextos cognitivos. Al leer y escribir con papel, pese a disponer también de numerosas traducciones y de documentos procedentes de varias culturas y lenguas, lo habitual es el intercambio intracultural, entre personas de una misma comunidad, que comparten su contexto cognitivo. Podemos ejemplificarlo con el cambio generacional: nuestro padre en su juventud ponía leer poco más que libros escritos en castellano y firmados por varones españoles blancos, católicos y afines a la ideología dominante; en cambio, hoy nuestros hijos acceden por la red a discursos de hombres y mujeres de todas las razas, culturas, lenguas e ideologías. Veamos con un ejemplo los efectos que produce una lectura intra e intercultural: “cené ayer muy tarde con mi ex”. Si el autor y el lector de esta frase son españoles (entiendo que nacieron y han vivido en España y comparten sus referentes y prácticas culturales, por lo que se trataría de un intercambio intracultural), pueden compartir un conjunto amplio de presupuestos sobre lo que es “cenar” (en términos de tipo de comida, horario y protocolo, pero también de lo que significa socialmente “cenar con alguien”, “vestirse para cenar” o “conversar durante una cena”, etc.) y “divorciarse” (quiénes pueden hacerlo, qué significa para cada uno, cómo se valora socialmente, etc.), lo cual favorece que sus interpretaciones del enunciado sean más coincidentes. En cambio, si el autor y el lector de la frase proceden de comunidades alejadas culturalmente, es probable que las maneras de “cenar” y “divorciarse” difieran en sus contextos cognitivos y, en consecuencia, que sus interpretaciones del enunciado tengan menos en común, por lo que el grado de intercomprensión es menor y más alta la probabilidad de malentendido. Esos aspectos provocan cambios sutiles. Al visitar una biblioteca de ladrillo y papel, al leer un libro o una revista, damos por descontado que casi todo es fiable, veraz y honesto (quizá con las únicas excepciones de algunos géneros de publicidad, literatura y periodismo), porque sabemos que ha


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superado notables filtros de calidad. Nos damos cuenta en seguida y sin grandes dificultades del “tipo” de escrito que tenemos entre manos. También confiamos plenamente en el autor, que es un especialista, y esperamos obtener un grado alto de comprensión del texto, porque nuestra experiencia lectora intracultural previa así lo sugiere. (En este punto también coinciden factores coadyuvantes: a) la representación más extendida de que leer es extraer “un” contenido concreto, delimitado y estático del interior de un texto, o b) la tradición educativa recibida, que refuerza esa idea esquemática.) Por supuesto, al constatar que Internet mezcla publicidad, exageraciones y conversaciones de café junto con artículos científicos, webs institucionales o enciclopedias serias, desarrollamos nuevas actitudes. La gran cantidad de autores hace aflorar todavía con más evidencia la diversidad de puntos de vista y la “normalidad” de la divergencia. También vivimos confusiones, malentendidos o desencuentros, en los intercambios interculturales, que nos dan fe del menor grado de “comprensión” mutua que podemos alcanzar en la red, de la necesidad de relatividad nuestra interpretación personal o de validarla y compararla con la de otras personas. Se generan así nociones diferentes de que es “información” y “comprensión”. En primer lugar, reconocemos que los datos están “situados” en un contexto espacio-temporal y en un punto de vista, que cada contexto ofrece diferentes versiones de los mismos hechos o que cada contexto contribuye a elaborar los hechos desde su perspectiva. No existe una única “Verdad” en mayúscula, o una “información” ubicua y atemporal, sino diversidad de “verdades situadas” en minúscula, o “informaciones situadas” en cada momento y lugar. La información es poliédrica: un mismo hecho (el virus AH1N1, la muerte de Michael Jackson) es igual en todas partes, pero su conceptualización y construcción discursiva varía según los grupos humanos y los puntos de vista: cada país y cada autor (familiar, médico, político, afectado o fanático) explicaba los hechos desde su perspectiva, según sus intereses. En segundo lugar, constatamos las limitaciones que tiene nuestra capacidad individual de “comprender”: lo que podemos llegar a entender de un escrito está limitado por nuestra identidad, por nuestro cuerpo y nuestra mente, con sus parámetros étnicos, sus prácticas culturales y sus representaciones cognitivas. Con una lectura individual y aislada, solo alcanzamos la información “situada” en nuestro contexto, y nos perdemos las perspectivas “situadas” en otras comunidades y contextos, los significados elaborados por otros lectores, distintos de nosotros –que sin duda también son interesantes, puesto que participan en el mismo terreno de juego ampliado, ya mencionado. Surge así la necesidad de buscar una comprensión “más social”: a nuestra interpretación individual de un texto (a los significados y valores que le atribuimos desde nuestro contexto) le sumamos voluntariamente los significados y los valores elaborados por otros lectores, con los que dialogamos e intercambiamos ideas. Aceptamos “sumar” sus puntos de vista a los nuestros, incluso si son diferentes, opuestos o contradictorios, para superar las fronteras de la “individualidad” y alcanzar una comprensión más “social” y plural, que acaba siendo mucho más rica y plural, más representativa de los efectos que provoca un texto en el campo de juego. Son ejemplo de ello la práctica citada de leer varios periódicos en línea o los ejemplos mencionados más arriba de la epidemia de gripe porcina y su tratamiento periodístico en México y España o la muerte de Michael Jackson y su valoración en todo el mundo: para alcanzar una idea más global de lo que está pasando necesitamos leer diversas fuentes de información y conocer la interpretación de los hechos que hacen personas diversas, con puntos de vista distintos e incluso confrontados. 3. Preferencia por la escritura. Algunas transacciones habladas han adoptado formas electrónicas de lectura y escritura. Hay ejemplos numerosos en el día a día en las grandes ciudades: sacar dinero de un cajero, pagar un parking, comprar un billete de bus o una bebida, etc. En vez de dialogar con


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un empleado, leemos en pantallas líquidas y escribimos apretando botones, con interfaces sofisticadas que combinan lo electrónico con lo analógico. Por supuesto, el cambio se debe a la necesidad de las empresas de reducir costes y mejorar el servicio (atención de 24 horas, en diversidad de lugares y en muchos idiomas), aunque sea a costa de exigir más habilidades y conocimientos del usuario después me referiré a ello. Al contrario, encontramos bastantes menos máquinas que usen el habla para interactuar con el usuario (operadora telefónica, expendedores de tabaco, etc.), pese a que la tecnología de reconocimiento y síntesis de voz ha avanzado notablemente. Tampoco conozco a muchas personas que prefieran dar instrucciones orales a su ordenador o a su móvil en vez de usar el teclado. Un ejemplo tremendamente revelador es el correo electrónico. A menudo preferimos enviar un correo a llamar, dejar un mensaje hablado o chatear en línea. Incluso al dialogar cara a cara a veces preferimos transmitir algunos datos por correo electrónico, porque es más fácil y seguro. Si hay que dar referencias exactas (direcciones electrónicas, bibliografía, datos técnicos, etc.) la escritura es más fiable; incluso para elaborar algún discurso, las características de la escritura superan al habla para muchos. En efecto, el correo electrónico es casi instantáneo; no interrumpe al destinatario; queda registrado por defecto; se puede copiar, reutilizar y manipular fácilmente; puede dirigirse a múltiples destinatarios que podemos seleccionar cómodamente de nuestra agenda, con diferentes categorías (destinatario visto u oculto, como copia); permite incluir adjuntos pesados de muchos tipos; está integrado en el ordenador junto a otros recursos habituales (webs, disco duro local, etc.), lo que lo hace más inmediato y accesible, etc. Conserva muchos atributos de la escritura analógica (permanencia, planificación, mayor explicitud, menos implícitos, desvinculación del contexto, más objetividad, posibilidad de relectura, etc.) y mejora algunas de sus limitaciones (lentitud de la comunicación con papel, coste económico y ecológico, escasa interactividad, etc.). En definitiva, pese a que dispongamos de múltiples formas habladas de comunicar que supuestamente son más ágiles, interactivas y eficaces , en bastantes contextos preferimos leer y escribir textos digitales, porque favorece nuestras necesidades y propósitos. Por ello, hoy leemos y escribimos más que ayer, y la lectura resulta todavía más relevante en el día a día, sea para participar en la vida comunitaria como para desarrollar un trabajo profesional cualificado. 4. Multimodalidad. Otro cambio destacado es el desarrollo de textos complejos (o multimodales), que incorporan varios modos de representación del conocimiento, además de la escritura, como la imagen estática o en movimiento, los esquemas o la reproducción virtual en tres dimensiones. Es habitual que las portadas de muchos rotativos incluyan fotos y vídeos breves, que algunos géneros electrónicos (fotolog) tomen una imagen como centro de una entrada o que las plantillas para hacer blogs, wikis o foros permitan elegir colores, tipos de letra, iconos y formatos. Poco a poco, fotos y videos han dejado de tener el valor testimonial de retrato fidedigno de la realidad, que han tenido hasta ahora en los libros y en la vida privada (con los álbumes de celebraciones y viajes. Hoy vemos las fotos de Flickr y los videos de YouTube como artefactos elaborados intencionalmente para construir una determinada visión del mundo y para argumentar a favor de una idea. Al mismo tiempo crece el debate sobre los aspectos éticos de las imágenes: las fotos manipuladas informáticamente, las fotos engañosas, las fotos recontextualizadas, etc. 5. Homogeneización. En la galaxia Gutenberg los documentos escritos se han diversificado y estandarizado. Distinguimos sin dificultad una novela de un libro de recetas, la guía telefónica de una enciclopedia, un tríptico de unas instrucciones médicas, un aviso administrativo de un cartel publicitario. Lo hacemos casi sin leer, fijándonos solo en el formato, en su diseño gráfico o en la circunstancia en la que hallamos cada artefacto: una biblioteca o la cocina, al lado del teléfono o pegado a un medicamento. En cambio, en la red todos los documentos se parecen: todo es bidimensional y se compone de bites de información, y todos están dentro de la pantalla plana y se


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han segregado de sus contextos habituales. Las diferencias entre una novela electrónica, una entrada de Wikipedia, un blog de poesía o una web de cocina son solo discursivas y multimodales: la particularidad de cada texto depende de los elementos gráficos (iconos, fotografías, diseño, etc.) y verbales (idioma, léxico, contenido) elegidos. De hecho, en la red todos los discursos están conectados entre sí por vínculos múltiples y se suceden en la pantalla uno detrás de otro, como si estuviéramos leyendo un único documento (o docuverso, de documento + universo). No es fácil distinguir los límites entre documentos distintos: el vínculo interno (entre dos páginas de un mismo sitio) se confunde con el hipervínculo externo (entre webs diversas, alojadas en sevidores diferentes, en países lejanos). En la red, todos los documentos están interconectados, son uniformes y se abren en nuestra pantalla del mismo modo, por lo que la lectura y la comprensión dependen mucho más de la capacidad de procesar la imagen y el código, que en la lectura de libros y papeles. La lectura debe ser más atenta y perspicaz. 6. Automatización. Las TIC automatizan muchas de las tareas cognitivas más mecánicas, o de bajo nivel, implicadas en el procesamiento letrado, que antes hacíamos manualmente o de manera más consciente y controlada. Es muy evidente en la escritura: podemos “cortar y pegar” textos sin tener que copiarlos; el procesador corrige automáticamente muchos errores ortotipográficos sobre la marcha, transforma en mayúscula cualquier palabra que sigue un punto, o marca las palabras no incluidas en un diccionario preseleccionado; los programas para hacer blogs y wikis ofrecen plantillas y diseños por defecto, disponen la información maquetada según algunos parámetros predefinidos, etc. Pero también encontramos ejemplos en la lectura: los hipervínculos de un índice llevan directamente al texto referenciado (sin tener que buscar la página correspondiente); una nota a pie de página se abre en un bocadillo al poner el cursor encima; podemos traducir automáticamente una página con programas de ayuda, etc. Esas automatizaciones descargan el esfuerzo cognitivo del lector-autor, además de incrementar las posibilidades comunicativas. 7. Autoaprendizaje. Pocas personas han aprendido a leer libros por su cuenta, al margen de la escuela, mientras que es habitual que los adolescentes aprendan hoy a chatear, a participar en foros o abrir y a alimentar su blog de manera más autónoma, sin educación formal (quizá solo con la colaboración de algunos amigos). Así es también como yo aprendí a chatear y a bloggear, a partir de la lógica del ensayo, el error y el acierto y de la comparación con lo que hacían autoreslectores más expertos que yo. Eso es posible porque las TIC incorporan muchos más recursos para educar autónomamente a sus lectores potenciales que los libros tradicionales. Un texto electrónico (web, programa, juego, etc.) tiene una sección de Preguntas más frecuentes (FAQ), con respuestas a las dudas más generales; Tutoriales en línea que explican con detalle todos los procedimientos, funciones y mecanismos de un programa; recursos de navegación (menús, barras, buscadores, mapa de web); itinerarios y perfiles con varios niveles de dificultad (principiante / medio / avanzado), de manera que el usuario puede elegir la interfaz, las prestaciones o el grado de complejidad que se adapte a sus necesidades y habilidades. Además, el aprendiz también puede recurrir a los foros temáticos de ayuda en línea, porque existe una cultura subyacente de cooperación desinteresada que quizá no esté tan extendida en la práctica de leer libros. En definitiva y este es el punto importante el mundo electrónico asume que las personas no estamos familiarizadas por defecto con sus prácticas letradas y considera su responsabilidad ayudar al principiante y atender al usuario, en cualquier circunstancia. Al contrario, la cultura del libro parece haber delegado esa responsabilidad a algunas instituciones (escuelas, bibliotecas). Sin duda, esos siete aspectos no agotan los cambios provocados por el advenimiento de lnternet. Solo he destacado los aspectos que fundamentan mi argumento de la última sección.


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Los poderes de la letra digital Sin duda, leyendo y escribiendo en la red podemos tener más poder. “Poder” significa aquí cosas tan variadas como conectar con más de 1.000 millones de internautas (muchos de los cuales viven en lugares que nunca pisaremos); conocer a los que nos interesen y desarrollar relaciones personales, académicas, comerciales, etc. Significa acceder a toda la información que producen, en variados formatos, almacenada y ordenada con sistemas de catalogación, estructuración y recuperación paulatinamente más eficaces. Significa también resolver tareas que antes requerían esfuerzo, dependencia, tiempo y desplazamientos: ejercer nuestros derechos y deberes democráticos, comprar productos y servicios de cualquier parte del mundo. En definitiva, significa aprovechar todas esas prestaciones anteriores de manera instantánea, interactiva y rápida. Nunca antes habíamos tenido tanto interlocutor, tanta comunicación, tanta información, tantos “poderes” –en plural, (con la connotación mágica que hereda el vocablo de la literatura fantástica). ¡Lástima del podemos inicial! Porque esa multiplicación de poderes implica un incremento brutal de la cualificación del lector-autor. No se trata de un poder natural y universal, que poseamos por nacimiento o que desarrollemos de manera espontánea con la socialización, como la capacidad de conversar o de levantar una piedra. Tampoco basta la educación letrada tradicional, lo que enseña la escuela sobre la lectoescritura (en papel), que ya reconocía el poder de la escritura y aspiraba a fomentarlo con la alfabetización universal. (Por supuesto, la escuela debería preparar para aprender a usar esos poderes, pero no lo hace hoy en día, como sabemos y como muestra fehacientemente el hecho de que los jóvenes aprendan por su cuenta –fuera de la escuela– a chatear, enviar SMS, bloggear, participar en foros; las razones por las que no lo hace y las medidas para cambiar son otro tema.) Para ejercitar sus poderes, un lector-autor digital también necesita conocimientos y destrezas de: a) Informática, para manejar los programas más corrientes (procesador de textos, bases de datos, tratamiento de imagen, etc.) y mantener el protocolo establecido (actualización de programas, activación de antivirus, copias de seguridad, etc.); b) Biblioteconomía y Documentalismo, para navegar por la red (usar motores de búsqueda, encontrar un dato en un sitio web), conocer su arquitectura (cómo se indizan, jerarquizan y almacenan los documentos, cómo se recuperan), descifrar las direcciones electrónicas (URL); c) Márqueting, para identificar las “dianas” (clientes, interlocutores, amistades) entre los millones de internautas, para elaborar discursos que atraigan su atención o que conecten con sus intereses, para valorar la calidad de los discursos leídos; d) Análisis del discurso, para analizar los componentes verbales (variedad dialectal, estilo, implícitos, léxico, sintaxis, etc.) y descubrir la ideología (intención, cultura, punto de vista, etc.) de un documento; e) Corrección, Tipografía y Edición, para preparar un original, para maquetarlo, editarlo y publicarlo finalmente en la red, o para valorar la calidad de los documentos que se leen; f) Fotografía y Realización de vídeo, para analizar los componentes visuales (imagen estática o en movimiento), poder grabar, manipular y editar documentos multimodales, o para analizar los que leamos; g) Música, para editar (elegir bandas, cortar y pegar, hacer remix, etc.) los componentes auditivos de un documento multimodal, o para valorar la calidad de los que leamos; h) Diseño y Dibujo, para resolver los aspectos gráficos (diseño, colores, iconos, etc.) de los productos multimodales y para valorar la calidad de los leídos.


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i)

Leyes, para gestionar la propiedad intelectual de los recursos propios en la red (los diferentes tipos de derechos: copyright, copyleft completo o parcial, licencia creative commons, etc.) y para bajar y utilizar legalmente los recursos disponibles.

He usado en mayúscula las denominaciones tradicionales de disciplinas (Documentalismo, Análisis del discurso) o de profesiones (Tipógrafo, Músico, Realizador) para mostrar la extraordinaria diversidad de habilidades y conocimientos que requiere el lector-autor digital. Si durante la galaxia Gutenberg había especialistas que aportaban profesional y selectivamente su sabiduría a la tarea de producir y distribuir libros, en la época de Internet el internauta egocéntrico parece haberse apropiado de buena parte de esos saberes, con la aspiración de ser como un artista global del Renacimiento. Visto de otro modo, la red muestra señales sabias de autorregulación. Automatiza buena parte de las tareas mecánicas y facilita el autoaprendizaje para contrarrestar el incremento de dificultad que suponen la multimodalidad y la homogeneización: así los usuarios aprendemos con más facilidad esas nuevas prácticas y concentrar nuestra capacidad en las cuestiones más estratégicas. Contra la situacionalidad irreductible de la información propone la búsqueda de comprensiones sociales, para mantener un nivel aceptable de comprensión. En definitiva, podemos concebir esas variaciones como las nuevas reglas para jugar a leer y escribir en un campo de juego súbitamente ensanchado, que incluye millones de internautas. Y siguiendo con la metáfora, si la letra digital es la pelota para jugar, debemos concluir que se trata de un juguete dúctil y potente, que exige mucha pericia al jugador: “dime qué sabes hacer con la letra digital y te diré qué poderes posees y, también, quién eres”.


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