En busca del rey

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a Blondel y despertando a los pájaros. O bailaba, brincaba en la oscuridad, daba vueltas y lanzaba estocadas, fingía pelear con alguien que no veía; luego, de modo igualmente abrupto, se fatigaba y volvía a acostarse, acalorado, jadeante, húmedo de transpiración, pues las noches eran tórridas y ni las frías estrellas ni el río fresco enfriaban el viento o aplacaban el calor. Una noche, hacia el final del verano, cuando las hojas verdes y oscuras empezaban a ennegrecer, a arrugarse, y algunas eran brillantes y amarillas y otras rojas, cuando el viento traía el fresco de una región más templada y las aves sobrevolaban los jardines moribundos donde se arremolinaban los pétalos de rosas deshojadas, pardas y marchitas, cuando los pájaros volvían a emigrar al sur, permanecieron despiertos hasta el alba y, por segunda vez, observaron el despuntar del día. Luego, cuando el sol apareció en el cielo y la noche se hundió dondequiera que la noche se hunda, regresaron al castillo, mientras las brillantes zarpas del sol laceraban los bordes de la oscuridad. De nuevo en marcha: desde Blois siguiendo el curso del río, entre las hojas rojas y amarillas, entre los restos de flores y los rastrojos de una vieja cosecha; el otoño cesó y volvió el invierno. Permanecieron un tiempo en París y Blondel cantó para Felipe, un hombre agradable, de menos de treinta años, más joven que Ricardo, más delicado y apuesto y, en opinión de todos, más astuto que todos los príncipes de Europa. Fue en su corte donde se enteraron de la noticia. la Dieta entró en sesiones y ya se han enunciado los cargos. -El que hablaba, un hombre regordete, acababa de volver de Francfort. Blondel se quedó junto a él mientras el hombre, con voz jadeante, contaba las novedades a un grupo de cortesanos-. Lo acusan del asesinato de Montferrat, tal como todos suponían, y también por hacer las paces con Saladino. 176 177 Me dicen que ya han llegado a un acuerdo sobre la multa..., el rescate, mejor dicho: doscientos mil marcos y el reconocimiento de que el emperador es su señor. -El hombre regordete pasó a describir los pormenores del juicio: testigos, jueces y demás. -¿Cuándo -preguntó Blondel en cuanto el hombre se detuvo para recobrar el aliento-, cuándo se dictará la sentencia? -Cualquier día de éstos, tal vez ya la han dictado; pero los que tardarán, por supuesto, son los ingleses. Tendrán que reunir el dinero y todos saben cómo son ésos con el dinero. -Evidentemente los franceses lo sabían, pues todos soltaron una carcajada. -¿Y ahora? -preguntó Karl no bien Blondel le refirió estas novedades. -Regresamos a Inglaterra. -Habrá una guerra, ¿no? -dijo Karl, y Blondel asintió. Karl esbozó una sonrisa-. Creo que eso me gustaría.


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