El jardinero nocturno

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Alquiló el coche de Jackie a dos hombres distintos. Usó la tarjeta de crédito para echar gasolina y sacó dinero para comprar más crack. Estuvo constantemente drogado. No tenía planes, aparte de esperar a la policía, que sin duda acabaría por encontrarlo. Hasta entonces nunca había cometido el más mínimo delito relacionado con la violencia, y no conocía el terreno. No sabía cómo esconderse. Y de haber querido, no se le ocurría adónde ir. Cuando Tyree ya lo hubo contado todo, Green le pidió que se quitara el cinturón y los cordones de los zapatos. Tyree obedeció y volvió a sentarse. Lloró un poco y luego se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano. — ¿Estás bien? — preguntó Green. — Estoy cansado — contestó Tyree suavemente —. No quiero estar más aquí. — No me jodas — exclamó Antonelli —. Haberlo pensado antes de cargarte a tu mujer. Ramone no dijo nada. Sabía que Tyree no se refería a la sala de interrogatorios. Estaba diciendo que no quería seguir en este mundo. Green también lo había intuido. Por eso le quitaba el cinturón y Tos cordones. — ¿Te apetece un bocadillo o algo? — preguntó. — No. — Puedo ir al Subway. — No quiero nada. Green se miró el reloj, miró la cámara. — Cinco y media — dijo, y salió de la sala mientras Tyree cogía otro cigarrillo. Ramone le dio las gracias con la mirada cuando salió de la sala. Luego ellos dos y Rhonda Willis fueron a sus cubículos, situados en una especie de triángulo. Eran detectives veteranos de la unidad y amigos. Ramone, nada más sentarse, fue inmediatamente al teléfono para llamar a su mujer. La llamaba varias veces al día, y siempre cuando cerraba un caso. En éste todavía quedaba mucho trabajo, sobre todo papeleo, pero de momento podían permitirse un respiro. Los detectives Antonelli y Mike Bakalis se sentaron allí cerca. Antonelli, un entusiasta del gimnasio, era un tipo bajo de hombros anchos y cintura estrecha. Los compañeros le llamaban Tapón, a la cara, y Tapón del Culo por la espalda. A Bakalis, a causa de su nariz prominente, le llamaban Armadillo, y a veces Baklava. Bakalis había ido a escribir una citación en el ordenador, pero odiaba teclear y llevaba hablando del tema todo el día. En los tablones de corcho junto a las mesas se veían fotos de sus hijos, sus mujeres y otros parientes junto a otras de víctimas y criminales que habían llegado a convertirse en una obsesión. Abundaban los crucifijos, estampas de santos y citas de salmos. Muchos de los detectives de la VCB eran devotos cristianos, otros decían serlo, y algunos habían perdido por completo la fe en Dios. El divorcio era bastante común entre ellos. Aunque


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