Antes de que hiele

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-De ti. -Tú sabes bien que yo te quiero. Y también quiero a Zebran. He venido para sentar las bases de la fusión del amor humano y el amor divino. -¡No sé de qué hablas! -volvió a gritar Anna. Ya se disponía a contestarle cuando, desde el sótano, les llegó un nuevo grito de socorro de Zebran. Anna saltó de la silla y gritó: «¡Ya voy!». Pero antes de que ella hubiese logrado salir del porche, Erik ya la había agarrado. Ella intentó zafarse, pero él era fuerte, no en vano se había entrenado en Cleveland. Como Anna se resistía, Erik la golpeó con fuerza, con la mano abierta. Una segunda vez, y una tercera. Anna cayó al suelo. Le sangraba la nariz. Torgeir abrió la puerta con cautela. Con un gesto, Erik le indicó que bajase al sótano; Torgeir lo comprendió y volvió a marcharse. Erik levantó a Anna y la obligó a sentarse en la silla. Empezó a acariciarle la frente con las yemas de los dedos. El pulso le latía acelerado. Después, se dio la vuelta y se tomó su propio pulso. Algo más alterado de lo normal, pero perceptible sólo para él mismo. Se sentó en su silla y aguardó. Pronto habría doblegado la voluntad de Anna, sus últimas resistencias estaban cediendo ya. Erik la tenía sitiada, la atacaba desde todas partes. Aguardó un poco más. -No quiero golpearte -confesó al cabo-. Sólo hago lo que debo. En esta guerra que hemos de librar contra el vacío, no siempre nos será posible ser compasivos. Estoy rodeado de personas dispuestas a ofrecer sus vidas. Quizá yo también tenga que sacrificar la mía. Anna no respondía. -A Zebran no le ocurrirá nada -repitió-. Pero todo tiene su precio en esta vida. Esta vez, ella lo miró con una mezcla de timidez y cólera. La sangre había empezado a secarse bajo su nariz. Erik le explicó lo que quería que hiciese y ella le clavó una mirada atónita, con los ojos desorbitados. Él cambió de silla y fue a sentarse en otra más cercana a la de ella. Anna se estremeció cuando él posó la mano sobre la suya, pero no la retiró. -Te dejaré sola durante una hora. No voy a echar la llave de las puertas ni pienso cerrar las ventanas. Tampoco te vigilaré. Reflexiona sobre lo que te he dicho, toma una decisión. Sé que, si permites que Dios gobierne tu corazón y tu mente, tu decisión será la correcta. No olvides que yo te quiero. Pensó que tal vez ella creyese que, durante ese tiempo, encontraría el modo de escapar de allí. Pero su hija tenía que aprender que sólo había un tiempo, y ese tiempo le pertenecía a Dios. Únicamente él podía determinar si un minuto iba a ser largo o breve. Después, se levantó, le pasó los dedos por la frente con gesto rápido, le trazó sobre ella la señal de la cruz y abandonó el porche sin hacer ruido. Torgeir aguardaba en el pasillo. -Con sólo verme, guardó silencio -explicó-. Ya no volverá a gritar. Los dos salieron de la casa y atravesaron el jardín en dirección a un gran cobertizo que se había utilizado para guardar las artes de pesca. Se detuvieron ante la puerta. -¿Todo listo? -Todo listo -aseguró Torgeir. Él señaló las cuatro tiendas que habían levantado junto al cobertizo y abrió una de ellas. Erik miró en el interior. Allí estaban las cajas, amontonadas unas sobre otras. Asintió y Torgeir cerró la tienda. -¿Y los coches?

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